Por
José Natanson
Raúl
Alfonsín recorría las oficinas del Comité Nacional
de la UCR apagando las luces que habían quedado prendidas.
¿Doctor, que hace? le preguntó un legislador
radical que pasaba por ahí.
Es que estamos cortos de fondos y tenemos que ahorrar respondió
el ex Presidente.
La anécdota revela una situación. El Gobierno ha recortado
el Fondo Partidario Permanente y el Congreso no incluyó en el Presupuesto
las partidas para financiar las campañas. Resultado: a pesar de
que todos los políticos coinciden en que los aportes públicos
son la mejor forma de garantizar la transparencia, por primera vez desde
1983 el Estado no tiene previsto destinar un solo peso a sostener las
campañas para las elecciones de octubre.
Hay dos vías diferentes de financiamiento público de los
partidos políticos. La primera es el Fondo de Partidario Permanente
que maneja el Ministerio del Interior y que está destinado a sostener
las actividades ordinarias de las agrupaciones: viajes, congresos, mantenimiento
de los locales y pagos de servicios como la luz o el gas. Se deposita
todos los meses en la cuenta de cada agrupación y se calcula promediando
el número de afiliados, los votos obtenidos en la última
elección y la cantidad de legisladores. De lo que recibe cada partido,
el 20 por ciento va para la cabeza nacional de la fuerza y el resto se
divide entre los diferentes comités provinciales, de acuerdo a
la importancia de cada distrito.
Según cifras oficiales del Ministerio del Interior, durante los
últimos años de menemismo el Fondo que distribuía
Carlos Corach era de 21 millones. En el 2000, el primer año de
gobierno de la Alianza, se presupuestó la misma cantidad pero se
ejecutó la mitad: 10.230.000 pesos. Para este año, las partidas
que maneja César Martucci, subsecretario de Interior y hombre de
confianza de Federico Storani, llegan a los 19.030.000 pesos. Aunque la
cifra duplica los recursos del año anterior, lo cierto es que deberán
volcarse a saldar deudas acumuladas: 4 millones de aportes por voto y
19 millones de impresión de boletas, a lo que debería sumarse
el costo estimado de boletas para este año: 900.000. El total adeudado
es 23.900.000 pesos, lo que excede largamente los recursos previstos.
Prácticamente desde que asumió, Storani viene reclamando
al Ministerio de Economía que se ponga al día. Es que, aunque
las cifras pueden parecer grandes, son bastante reducidas para el tamaño
y el despliegue de los partidos políticos argentinos. Un ejemplo:
el Frepaso de la Capital, que triunfa cómodamente en el distrito
desde hace años, recibe unos 10 mil pesos por mes.
Mientras tanto, los sucesivos recortes obligan a los dirigentes a ajustar
sus presupuestos. En el Comité Nacional del radicalismo que preside
Alfonsín suspendieron celulares, se cuidan con los gastos en comunicaciones
y restringieron los horarios de sus empleados, cuestión de ahorrar
luz y horas extras. Para colmo, Alfonsín heredó una intimación
para pagar una deuda de 300 mil pesos, un gasto de la campaña de
1995 contraída por el entonces candidato presidencial Horacio Massaccesi.
En el resto de las sucursales de la UCR ocurre algo similar. Estamos
desesperados. Nos está llegando sólo un tercio de lo que
corresponde, se quejaron en el poderoso Comité bonaerense
que dirige Leopoldo Moreau.
Un ejemplo ilustra la penuria que se vive en las oficinas radicales: por
primera vez en muchos años, en la última reunión
de la Convención Nacional que se desarrolló en Paraná
el partido no pagó los pasajes de los dirigentes. Cada convencional
tuvo que arreglárselas como pudo y el resultado fue un número
inédito de ausencias.
La segunda fuente de financiamiento público de la política
es la Ley de Partidos sancionada en 1985. A diferencia del Fondo Permanente,
destinado a las actividades operativas, la ley está orientada a
sostener la campañaselectorales. Los fondos se depositan en las
cuentas de cada fuerza política 60 días antes de la elección,
en tres cuotas mensuales. El cálculo es sencillo: los recursos
se distribuyen de acuerdo a los votos que obtuvo en los últimos
comicios. Aunque la norma contempla un aporte de 0,5 centavos de austral
por voto, con el tiempo se fue actualizando: en los últimos años
osciló entre 1 y 2,5 pesos por sufragio.
Pero el Presupuesto del 2001 no contempla estos recursos. El proyecto
original del Ejecutivo reducía el aporte que había regido
en la última elección, de tres pesos a un peso por voto.
En diciembre del año pasado, cuando llegó a la Cámara
de Diputados, algunos legisladores provinciales y del PJ pidieron volver
a la cifra anterior. La Alianza se opuso y, en una sesión confusa,
se terminó votando en contra del artículo. Pensaron
que si se quitaba este punto iban a quedar los mismos fondos que el año
pasado. Se equivocaron: si la ley no lo contempla, las partidas no se
ejecutan, explicó un legislador aliancista.
Así, por primera vez desde la vuelta de la democracia, el Estado
no tiene previsto recursos de ningún tipo para financiar las campañas.
Lo que hizo el Congreso fue una carrera demagógica. Después,
los mismos que votaron en contra se desesperan y vienen a pedirnos que
hagamos algo para restablecer los recursos, protestan en el Ministerio
del Interior.
Cansado de recibir quejas, Storani ya mantuvo algunos contactos tentativos
con el Ministerio de Economía para que habilite los fondos. Su
objetivo es volver a la idea original de un peso por voto, para lo que
requeriría 18.513.613 pesos. No será fácil, sobre
todo si se tiene en cuenta la voluntad podadora de José Luis Machinea,
pero se puede resolver: el jefe de Gabinete tiene la posibilidad de reasignar
partidas sin necesidad de recurrir a una ley.
Cualquiera sea el resultado final, es evidente que la falta de voluntad
del Gobierno (que recorta los fondos) y del resto de los partidos (que
no votaron los recursos para las campañas) marca un contraste con
los discursos y los proyectos de los políticos. En el Congreso
hay al menos 50 iniciativas de reforma política, que coinciden
en que los aportes del Estado son la principal forma de evitar las donaciones
privadas. El año pasado, luego de una trabajosa negociación,
el Gobierno redactó un proyecto consensuado: establece un tope
de 40 mil pesos para los aportes de personas y de 200 mil para las empresas;
limita la duración de las campañas a los 90 días
previos a la elección; y fija un límite de un peso por elector
para los gastos de cada partido.
Aunque la idea es que comience a regir para las elecciones de octubre,
hasta ahora el Congreso no se dignó a votar la norma. Una demora
notable, que no sólo revela una contradicción de la clase
política argentina: en su artículo 38, la Constitución
Nacional establece que los partidos políticos son instituciones
fundamentales del sistema democrático y que el Estado
contribuye al sostenimiento económico de sus actividades y a la
capacitación de sus dirigentes.
Todos
quieren más plata, pero no comparten la forma de conseguirla
Por
Romina Calderaro
El
panorama para este año es negro. Las empresas privatizadas no ponen
más plata y a las que pasaron a manos extranjeras no les sacás
un mango, dijo a Página/12 un hombre del PJ con varias campañas
encima. Y agregó: Como la política está tan
desprestigiada, nadie se anima a plantear el tema, pero el Estado tendría
que aportar más porque la televisión se lleva mucha plata.
Sin embargo, a la hora de hablar de financiamiento, las aguas están
divididas. El legislador Jorge Srur, de Nueva Dirigencia, explicó
así la postura del partido de Gustavo Beliz: Está
bien lo que aporta el Estado. Lo que hay que eliminar es la publicidad
en televisión, que es costosa y no aporta. Domingo Cavallo,
por su parte, todavía debe 6 millones de pesos de sus últimas
dos campañas, pero no cree que el Estado tenga que hacer algo al
respecto: el ex ministro piensa que la clave de la economía de
los partidos deberían ser los aportes privados. Para Jorge Altamira,
titular del Partido Obrero, el problema es que a los grandes partidos
los financian las multinacionales y el principal desafío
es democratizar los medios de comunicación.
Todos los partidos quieren tener más plata para funcionar, pero
las diferencias surgen a la hora de pensar en cómo obtenerla. En
Matheu al 100 funciona la sede nacional del Partido Justicialista. Allí
trabajan a sueldo 16 personas. El que más gana, se lleva 1800 pesos.
La sede se usa para hacer reuniones del partido y, últimamente,
para recibir a Carlos Menem. Los gastos se pagan con el dinero que aporta
mensualmente el Estado por los votos obtenidos en la última elección.
Y no hay mayores problemas. El gasto grande es el preelectoral,
explicó un experimentado recaudador. Por ejemplo, la
elección legislativa de 1997, ésa en la que Chiche Duhalde
perdió con Graciela Fernández Meijide, costó 14 millones
de pesos. Es que un segundo en lo de Marcelo Tinelli costaba 1200
pesos y en lo de Susana un poquito menos, contó el infidente.
Otro dirigente del PJ explicó con una anécdota el nivel
de obsesión que puede despertar el dinero. Sucede, reveló,
que en campaña los operadores de los diferentes partidos se hablan
por teléfono para hablar de plata. ¿A vos te llamó
tal empresario?, es la pregunta. Y aunque no nos decimos cuánta
guita puso, si hay alguno que se está haciendo el difícil,
lo apretamos un poco entre todos, dijo.
La misma persona explicó que el financiamiento tiene dos caras,
una blanca y una negra. Y la oscura tiene que ver con la evasión.
Los empresarios no te dan todo en blanco. Te dan una parte en blanco
y otra en negro y si no, no te dan nada. También hay una ingeniería
electoral que es negra. Cuando vas a contratar micros para un acto, si
pedís una factura te dicen que vayas a ver a otro. El que te hace
los escenarios, el de los afiches, es lo mismo, dijo. La campaña
sucia también es negra. Los otros pintan carteles de la Juventud
Peronista que no eran tales y nosotros de la Juventud Radical también
truchos. Para eso no dábamos facturas, explicó.
Domingo Cavallo, se sabe, cada vez que puede pontifica sobre la necesidad
de achicar el Estado. Y no hace una excepción a la hora de hablar
del financiamiento de su propio partido. El líder de Acción
por la República cree que el desafío de los
partidos es conseguir aportes privados de personas físicas
y no de empresas, aunque hasta ahora no haya logrado buenos resultados
con su prédica. Entre la elección de 1999, en la que fue
candidato a presidente, y la del 2000, en la que peleó para gobernar
la ciudad, el ex ministro de Economía supo acumular una deuda de
6 millones de pesos que está pagando como puede. Cavallo cree que
una forma de achicar los gastos es que las campañas sean cortas.
La posición más categórica en esta discusión
la expresa Nueva Dirigencia. El gasto del Estado está bien
y podría ser aún menor, disparó Jorge Srur,
legislador de Nueva Dirigencia. Para Srur, la clave está en terminar
con la publicidad televisiva. Habría que prohibirla porque
es el cascabel del gato. Si se elimina, los partidos no tendríantanto
problema para mantenerse, opinó. Srur también comparte
la importancia de los aportes privados. Y cree que los mismos candidatos
podrían ser los aportantes. En la penúltima campaña,
los candidatos de Nueva Dirigencia hicimos aportes personales y algunos
hasta sacamos créditos, explicó.
Para Jorge Altamira, del Partido Obrero, este individualismo no sólo
no es una solución sino buena parte del problema. Hay una
tendencia a privatizar el control de los gastos de los partidos,
dijo. Nosotros creemos que eso no debe ser así porque es
una expropiación de los derechos políticos que debe ejercer
la ciudadanía. Altamira no está en contra de los aportes
de empresas, pero aclaró que los ciudadanos tienen derecho
a saber quiénes y cuánto aportaron. Es que a los grandes
partidos los financian las grandes corporaciones. Para el líder
del PO, otra cuestión es que los medios de comunicación
ejercen una discriminación ideológica y económica
muy profunda. Económica, porque si uno no tiene el dinero, no puede
hacer publicidad. E ideológica, porque si uno tiene posiciones
socialistas, hay una tendencia natural al rechazo.
opinion
Por Martín Granovsky
¿Cómo
hacen para pedir?
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Quizá
sea impopular decirlo, pero no importa: está bien que los
partidos políticos reciban dinero del Estado; y está
perfecto que, ante un atraso o, peor, frente a la chance de un futuro
miserable, lo reclamen. Por eso, el problema de la política
argentina no es que los partidos necesitan dinero. Es que no pueden
pedirlo.
Si los políticos pidieran dinero, escucharían cosas
como éstas:
- Mejor que no lo consigan, así aprenden lo que es
no tener plata.
- Son todos ladrones, que devuelvan lo que se llevaron.
- Viven mejor que Donald Trump.
- ¿Por qué justo yo tengo que mantenerlos?.
- Si no existieran, todo andaría mejor.
- No hacen nada por la gente.
- Cuando hay campaña se acuerdan de vos, y cuando suben
se olvidan.
Muchas de esas frases son primitivas, como la vieja Piove,
governo ladro (llueve, el gobierno es ladrón) de la
tradición italiana, y algunas revelan ese típico pensamiento
fascista de los que se ilusionan con una sociedad sin partidos ni
políticos. Pero a menudo son producto de una irritación
de bases sólidas, que mezcla frustración e incertidumbre
económica con actitudes ostentosas o corruptas de la clase
política. Esa combinación antipática es la
que impide a los dirigentes ser creíbles cuando defienden
el financiamiento público de la política con argumentos
como el constitucional (la última Constitución da
rango superior a los partidos), el democrático (un régimen
sin partidos quebraría las formas de representación)
y el republicano (si solo hicieran política los que tienen
recursos propios, la política quedaría reservada solo
a los ricos).
La historia tampoco ayuda a los políticos. Igual que en Italia,
aquí el financiamiento de la política quedó
asociado a los contratos con el Estado el proveedor de servicios
paga un retorno a quien le garantiza la concesión, con lo
cual infla costos que caen sobre el ciudadano y la percepción
popular es amarga: muchos están convencidos de que el dinero
público primero financió a los partidos, después
a los dirigentes, más tarde a sus familias y, al fin, será
tan caudaloso que permitirá vivir bien a sus tataranietos.
Como cualquier absoluto, la percepción es errónea
si apunta a todos los políticos. Sin embargo, como toda percepción,
cuando se arraiga termina siendo un dato de la realidad.
A corto plazo, los políticos tienen escaso margen de maniobra.
Sin duda deberían bajar parejamente los costos de campaña,
que hoy en el mundo son televisivos en un 90 por ciento, y dar nitidez
a los opacos aportes empresarios. Pero además, sin ningún
fundamentalismo, sin purezas de cruzado que suelen alimentar las
hogueras, tendrían que transparentar la relación entre
política y dinero. El Gobierno tuvo una buena oportunidad
de hacerlo frente al escándalo de coimas en el Senado, pero
el Presidente Fernando de la Rúa prefirió irritarse
ante las sospechas sobre Fernando de Santibañes y eligió
judicializar la política: en lugar de renovar políticamente
el Senado con medidas profundas, optó por esperar que la
Justicia resolviera la crisis. Si cuando la Justicia funciona la
política no puede agotarse en el despacho de un juez, cuando
no funciona esa vía es aún menos justificable. Judicializar
la política se convierte, entonces, en un subterfugio para
dotar a algunos políticos de impunidad, que es el peor modo
de hacerlos creíbles y la mejor forma de evitar que todos,
incluso los más honestos, puedan explicar sin ruborizarse
las legítimas necesidades de financiamiento público.
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opinion
Por Christian Gruenberg *
Los
gastos dejan rastros
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A la hora
de mejorar la transparencia en el financiamiento de las campañas
políticas es necesario tener en cuenta un dato clave de la
economía argentina: la evasión impositiva. En la Argentina,
según un estudio de FIEL, se evade anualmente del 45 al 50
por ciento del impuesto a las ganancias y el 35 del IVA. Tomando
en cuenta estos porcentajes, podemos hablar de más de 10.000
millones de pesos convertidos cada año en plata negra,
listos para financiar cualquier campaña política en
busca de favores posteriores. Paradójicamente, los sistemas
que regulan el financiamiento de las campañas electorales
en el país ignoran este dato de la realidad y confían
en los balances oficiales presentados por los partidos políticos.
Para resolver este problema, la Fundación Poder Ciudadano
diseñó un modelo de monitoreo cívico que consiste
en controlar el gasto de los partidos políticos. El monitoreo
se concentra básicamente en la compra a precio de lista de
segundos en TV, minutos en radio, centímetros en gráfica
y carteles en vía pública. De este modo, siguiendo
el rastro de los gastos pudimos comprobar en las elecciones del
2000 para la jefatura de la Ciudad de Buenos Aires, que los tres
principales partidos habían gastado en publicidad un 60 por
ciento más de lo que declararon. Si a este 60 por ciento
le restamos el 30 o 40 por ciento de descuento que hacen normalmente
los medios, nos queda todavía un 20 a un 30 por ciento de
diferencia que los partidos nunca explicaron cómo gastaron
ni quién financió.
Faltando menos de 10 meses para las próximas elecciones legislativas,
la Fundación Poder Ciudadano se prepara para un nuevo monitoreo
cívico con la esperanza de poder contar con información
confiable y completa por parte de los partidos. Si otra vez no lo
hacen, los gastos volverán a hablar por ellos.
* Director del Programa Anti-corrupción de Poder Ciudadano,
Capítulo argentino de Transparencia Internacional.
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