Si nos gusta
el rugby de siete que le gusta a la gente, es probable que de alguna
manera nos gratifiquemos más con lo que Australia, Fidji
y de algún modo también Los Pumas mostraron
en el mundial de Seven que terminó el domingo en Mar del
Plata, que con lo que hicieron los All Blacks neocelandeses, aunque
hayan sido los de negro los campeones.
De todas maneras, es prioritario puntualizar que el rugby de siete
por lado es definitivamente otro juego. Ni reglamentariamente las
conversiones de los tries, por ejemplo, deben obligatoriamente patearse
a los palos de drop (sobrepique), ni mucho menos en la dinámica
puede decirse que el seven sea solamente una reducción del
rugby de quince, aunque muchos de los mejores del mundo en el deporte
convencional -inclusive varios argentinos lo sean también
en esta modalidad. Se trata de otra cosa. Así, aparecen wings
tres-cuartos de equipos de quince, jugando de delanteros en el seven,
como el caso del neocelandés Lomu, pilar en los scrums fijos
de tres contra tres en el certamen marplatense, pero muchas veces
o casi siempre fuera de las formaciones en el juego suelto o en
los agrupamientos espontáneos. Se trata de una variación
impensable, por lo menos sistematizada, en el mucho más rígido
rugby de quince.
Pese a las dudas previas al viernes 26, la organización apareció
sin fisuras ni mayores deficiencias. Los horarios se cumplieron
con británica puntualidad y la gente acompañó
la fiesta tan multicolor como bulliciosa y cordial.
Quizá los reparos pasen a la hora de detectar ciertas innecesarias
policromías y la colonización cultural que supone
sobreimprimir por televisión absolutamente todo en inglés:
desde los nombres de los países -England, New Zealand, Russia
(sic: con dos eses) hasta las especificaciones estadísticas
second try in this tournament (segundo try en
este campeonato) dejando un mensaje que, sin remedos setentistas,
implica una exasperante dependencia.
En cuanto a los coloridos casi desconcertantes de algunas indumentarias,
vale para la reflexión que las grandes potencias del mundo,
por historia y por vigencia Nueva Zelanda, Africa del Sur,
Australia, Inglaterra, por caso preservaron casi inmutables
los colores legendarios de sus camisetas, pantalones y medias. Y
son superprofesionales y están superesponsorizados. Pero
con los colores del equipo nacional no se jode. Otros países,
de menor potencial rugbístico Chile, por caso,
parecieron dejar de lado su camiseta roja con pantalón azul
de siempre por algo más o menos parecido en colores pero
bien diferente en diseño y combinación. Tampoco aquí
parece que los poderosos pierdan ciertas identidades, que justamente
los preservan como tales.
En cuanto al juego, es sabido que ganaron los All Blacks. Porque
fueron los mejores, los más fuertes y los más efectivos.
Pero el disfrute -pasiones aparte por la excelencia de lo hecho
por Argentina pasó más por Fidji y por Australia
que por los neocelandeses.
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