Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira

KIOSCO12

OPINION

Definitivamente, es otro juego

Por Diego Bonadeo

Si nos gusta el rugby de siete que le gusta a la gente, es probable que de alguna manera nos gratifiquemos más con lo que Australia, Fidji y –de algún modo también– Los Pumas mostraron en el mundial de Seven que terminó el domingo en Mar del Plata, que con lo que hicieron los All Blacks neocelandeses, aunque hayan sido los de negro los campeones.
De todas maneras, es prioritario puntualizar que el rugby de siete por lado es definitivamente otro juego. Ni reglamentariamente –las conversiones de los tries, por ejemplo, deben obligatoriamente patearse a los palos de drop (sobrepique)–, ni mucho menos en la dinámica puede decirse que el seven sea solamente una reducción del rugby de quince, aunque muchos de los mejores del mundo en el deporte convencional -inclusive varios argentinos– lo sean también en esta modalidad. Se trata de otra cosa. Así, aparecen wings tres-cuartos de equipos de quince, jugando de delanteros en el seven, como el caso del neocelandés Lomu, pilar en los scrums fijos de tres contra tres en el certamen marplatense, pero muchas veces o casi siempre fuera de las formaciones en el juego suelto o en los agrupamientos espontáneos. Se trata de una variación impensable, por lo menos sistematizada, en el mucho más rígido rugby de quince.
Pese a las dudas previas al viernes 26, la organización apareció sin fisuras ni mayores deficiencias. Los horarios se cumplieron con británica puntualidad y la gente acompañó la fiesta tan multicolor como bulliciosa y cordial.
Quizá los reparos pasen a la hora de detectar ciertas innecesarias policromías y la colonización cultural que supone sobreimprimir por televisión absolutamente todo en inglés: desde los nombres de los países -England, New Zealand, Russia (sic: con dos eses)– hasta las especificaciones estadísticas –”second try in this tournament” (segundo try en este campeonato)– dejando un mensaje que, sin remedos setentistas, implica una exasperante dependencia.
En cuanto a los coloridos casi desconcertantes de algunas indumentarias, vale para la reflexión que las grandes potencias del mundo, por historia y por vigencia –Nueva Zelanda, Africa del Sur, Australia, Inglaterra, por caso– preservaron casi inmutables los colores legendarios de sus camisetas, pantalones y medias. Y son superprofesionales y están superesponsorizados. Pero con los colores del equipo nacional no se jode. Otros países, de menor potencial rugbístico –Chile, por caso–, parecieron dejar de lado su camiseta roja con pantalón azul de siempre por algo más o menos parecido en colores pero bien diferente en diseño y combinación. Tampoco aquí parece que los poderosos pierdan ciertas identidades, que justamente los preservan como tales.
En cuanto al juego, es sabido que ganaron los All Blacks. Porque fueron los mejores, los más fuertes y los más efectivos. Pero el disfrute -pasiones aparte por la excelencia de lo hecho por Argentina– pasó más por Fidji y por Australia que por los neocelandeses.


 

PRINCIPAL