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FINALIZO DAVOS TRAS SEIS DIAS DE CRITICAS Y POLEMICAS
El viejo temor al desborde social

Los directivos de las más grandes empresas planetarias reconocieron las desigualdades que creó la globalización neoliberal y mostraron preocupación por la inestabilidad que generan.

Líderes religiosos junto al presidente del Foro, Klaus Schwab.

Por Eduardo Febbro
Desde Davos

“Un hombre debe poder comer antes de poder ponerse a pensar”, dijo el presidente sudafricano Thabo Mbeki a un impertinente ecologista que tuvo la mala idea de afirmar que la tierra no puede dar de comer a todo el mundo porque los pobres “son una necesidad de la naturaleza”. Más allá de la anécdota, nada resume mejor el desarrollo del trigésimo primer Foro Económico de Davos que concluyó ayer como la frase de Mbeki. Transformada en una fortaleza protegida por centenas de militares, la ciudad alpina de Davos no pudo impedir que las críticas de los opositores a la globalización invadieran todas las discusiones.
Los seis días de debates estuvieron bajo la masiva influencia de los antagonistas que, desde Porto Alegre o desde los mismos paneles del Foro, dieron un sentido poco usual a una reunión a la que asistió la elite económica y política del mundo. Mientras la edición 2000 del Foro fue una suerte de celebración orgiástica de la nueva economía y sus promesas, la del 2001 resultó una misa en la que los pontífices de las finanzas parecieron dudar de los beneficios de su fe.
A lo largo de muchas de las 313 cesiones del Foro, los responsables económicos se vieron literalmente asaltados por el cuestionamiento en torno de las demandas sociales y los férreos reclamos formulados por los representantes de los países pobres y emergentes. Signo de que el patronato teme “una revolución universal” –la frase de un sindicalista norteamericano–, Bill Gates no vino a exponer su enfoque del futuro con Microsoft e Internet hasta en la sopa sino a interpelar a los banqueros y empresarios para que se movilicen contra los desastres que el sida o la malaria provocan en los países pobres.
Seguramente el gran capital no cambiará su Biblia por El Capital de Marx, pero resulta obvio que el temor a que la acciones de las ONGs antimundialización les hagan perder clientes llevó a los popes de las finanzas a conceder cierta atención a problemas como la ecología, la igualdad o la miseria social. Jean Marie Messier, director de la multinacional Vivendi Universal, advirtió que “no podemos ignorar las protestas” mientras que Carleton Fiorina, presidenta de Hewlett-Packard, señaló que “los intereses de las empresas van a ser sacrificados si no logramos que las desigualdades sociales disminuyan”.
El canciller argentino Rodríguez Giavarini exigió en todos los tonos la apertura de los mercados y, al igual que el ministro brasileño de Agricultura, Marcos Vintius Pratini, impugnó las subvenciones agrícolas del norte, que “alcanzan un billón de dólares por día”. El muro proteccionista que el Norte levanta en sus fronteras ha ocasionado “miles de millones de déficits comerciales en nuestro países”, denunció Pratini.
Las subvenciones agrícolas y los métodos de producción agrícola fueron objeto de una batería de ataques inédita hasta hoy. Los alemanes advirtieron que dramas como el de la enfermedad de las vacas locas eran producto de esa locura que es “la fábrica agrícola”, al tiempo que el número dos del FMI, Stanley Fischer, reconoció “el escándalo mundial de la agricultura”. El ministro indio de Finanzas, Yaswant Sinha, marcó el tono del discurso del Sur emergente cuando acotó que “las ventajas de la mundialización son evidentes, pero el problema es que el proceso de la globalización está controlado por el Norte y de una manera muy poco equitativa”. Sinha recordó aquella dolorosa paradoja que desencantó a muchos gobernantes de países intermedios que abrieron sus mercados y liberalizaron la economía según los preceptos del Norte y se encontraron luego con que el mundo desarrollado conservó intactas sus barreras protectoras en campos tan esenciales como el textil y la agricultura.
El mismo responsable político puso de relieve el costo exorbitante de la fuga de cerebros hacia el Norte. Según Sinha, el 30% de los ingenieros informático que operan en Microsoft provienen de la India. Así, la educación y la capacitación, presentadas como la “clave” del desarrollo del Sur, se ven al final desviadas en provecho de las multinacionales sin que éstas hayan pagado un centavo para formar a los cerebros que emplean. Después del robo universal de las materias primas, el Norte inauguró una nueva forma de expoliación: el robo de la materia gris.
Entre tantos cantos a la igualdad y a la responsabilidad de las empresas frente al abismo social, entre tantas críticas y llamados a corregir los “desarreglos” de la globalización, la voz del presidente mexicano, Vicente Fox, vino a recordar que la caridad y la hipocresía no son una doctrina política de largo aliento. En una reunión cuya meta era precisamente ver cómo subsanar los excesos de la globalización, Fox les dijo a los líderes del mundo que “proclamar que la mundialización debe tener un rostro más humano no es suficiente”.

 


 

OLIVEIRO TOSCANI, EX FOTOGRAFO DE BENETTON
“Acá sólo vienen a hacer negocios”

Por E. F.

El último día del Foro estuvo “marcado” por un agitado panel que contó con la inconciliable presencia de los dos patrones de McDonald’s y Monsanto, que se enfrentaron a los dirigentes de Greenpeace, Amnistía Internacional y Save the Children. La idea parece seguir una lógica visible desde la jornada inaugural cuando se proyectó una película sobre los puntos más extremos de pobreza contrapuestos con los picos más altos de la tecnología y la riqueza. Su autor, Oliveiro Toscani, el polémico y ex fotógrafo de Benetton, explica en esta entrevista con Página/12 por qué los poderosos de la tierra se prestan a ese juego de auto flagelación.
–¿Abrir un foro mundial de economía con una película que muestra los crímenes que se cometen en nombre de esa economía es una provocación o una culpa asumida públicamente?
–Lo que se vio en la película es una realidad de la que esos señores deberían hablar. Pero esos problemas no les interesan, lo único que quieren es ser cada vez más poderosos y ricos. Los pobres no les importan. Cuando mostré la película nadie pudo decirme que lo que estaban viendo era mentira. Lo terrible no es la película sino la situación mundial. El mundo es terrible y quise mostrarlo así.
–¿Pero por qué eligió estar en Davos y no en Porto Alegre?
–Creo que con esta película soy un emisario de Porto Alegre. No vine acá para trabajar para la gente del Foro de Davos sino para la de Porto Alegre. En Davos soy como el caballo de Troya. Por eso la gente no aplaudió al final de la proyección, toda ese gente tiene miedo a la pobreza, le tienen miedo al mundo que construyeron, al sistema económico, a la dictadura económica que edificaron.
–¿Tras seis días de debate siente acaso que los dirigentes del mundo económico salen convencidos de que hay que hacer algo por los pobres?
–Acá, nadie piensa en los demás, sólo en su negocio. La gente viene a Davos para hacer negocios. Van a hacer algo por los pobres, si les conviene. Van a vender más computadoras pero no para ayudar a los pobres. Van a vender más aparatos para que la gente compre productos a través de Internet. La lógica es simple: los pobres deben gastar su plata para que los ricos sea más ricos.

 

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