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LOS QUE PASAN LA NOCHE EN LA PLAYA
Un colchón de arena

Con la oscuridad, la playa marplatense cambia de fisonomía. En carpas de todo tipo, o en bolsas de dormir, adolescentes, y no tanto, que pasan la noche a la intemperie. Que es gratis.

Muchos salieron del conurbano a dedo, o en tren.

Por Alejandra Dandan
Desde Mar del Plata

La arena es una gran sábana abierta, oscura sobre la línea del mar. La luna anaranjada se recorta entre dos cuerpos, pero ellos no la miran. Para los dos es una imagen repetida, como la marcha obligada por el frío cuando en la arena empieza a clarear. “¿Dónde van a ranchar?”, pregunta uno, y del otro lado una mujer responde que otra vez estarán bajo el puente. Es el muelle de los pescadores, el puente nombrado entre los habitantes nocturnos de la Bristol como Brooklyn. Es un refugio de la lluvia para los que ahora duermen enrollados y tranquilos en esas carpas levantadas frente al agua. Las carpas son más cuando avanzan las horas. Es noche tarde y la playa se vuelve a poblar. Aquí duermen artesanos, pero también adolescentes iniciando la ceremonia del verano. Y en todos lados están los que escapan, los que salieron del conurbano a dedo y en tren para tocar acá, bien cerca y por primera vez, el mar.
El puesto de guardavida es una estructura de madera blanquísima y vacía dibujada sobre el fondo oscuro del mar. Sandro Quirico está de pie, mojado. Abajo, en la arena, puso una esterilla abierta hasta el bolso que esta noche hará de almohada. Hace unos días, cuando Burzaco se calentaba por el sol, salió a esa misma ruta que ahora, metros más allá, quedó desdibujada en la memoria de Matías: “No se ni dónde estoy, pero está todo bien, aprendés a calcular”.
Esta noche, la línea de carpas en la arena llega hasta el muelle. “Esto va a ser un camping”, augura alguien en el camino, mientras Luis, del puesto de seguridad, se ríe por los chicos del iglú naranja, acampantes desde el día de tormenta: “Y no sé cómo no se volaron, porque la carpa se les inundó toda”. Algunos son de la zona; otros llegan de Capital. Juegan a marcar como propio un pedazo de terreno para pasar la temporada sobre el mar. “Y cuando llueve –dice ahora Lucas, uno de los artesanos, a dos carpas más–: nos vamos abajo del puente, como en Brooklyn”.
Hay porciones de sombras más densas codiciadas aquí, para evitar la mañana. “Ayer casi no dormí; el sol te da en todos lados, acá prácticamente te despierta el sol”. Sandro tiene calor. En la arena hay demasiada de esa gente que no duerme en la playa. “Ahora me voy a tirar”. Lo hace. No tiene miedo a los robos, dice, ni a la inseguridad. Sólo le molestan los que el otro día, con trajes de uniformados, le patearon el termo y el mate que, por suerte, pudo recuperar. Se lo regalaron los de las carpas. No las que tiene al lado, los que están de día, esos entre los que Sandro consiguió monedas después de cuidar tanto coche y pasarle trapos finos.
Está contento. No porque duerme en esta arena que lo deja todo duro a la mañana, cuando se levanta colorado por el sol. Está contento porque es la primera vez que mira el mar. Tiene 24 años y es mecánico en Burzaco. Miró todos los clasificados cuando llegó acá, pero trabajo no hay. Sólo las changas que están buenas, dice, porque al final le dejan estar al lado del mar. Tardó treinta horas en llegar. Caminó desde Burzaco hasta Mosconi, después paró cuando lo subió el camión. Avanzó doscientos kilómetros y volvió a caminar. Al final, llegó en la ciudad.
–¿Qué fue lo primero que hiciste?
–Busqué qué comer.
Conoció la calle Luro, sabe que está a seis cuadras del puente de guardavida, donde está Mauro dormido. Matías tiene una entrada para ir gratis a bailar ahí y por eso le dice al amigo que se levante, porque al menos allá se pasa la noche sin tanto frío. Son de Liniers, llegaron hace dos días.
–Nos para la poli –dice uno.
–Dos veces –suaviza el amigo–: no es nada.
–Pero dos veces en un día... Después te quedás un mes y fuiste.
No tienen más de quince y hasta hace un rato eran dueños, al menos, de los restos del único billete de 50 pesos traído para las vacaciones.
“Acá son todos recaretas, pero yo voy a venir otro año con plata y así es de diez.” Se vuelve difícil ponerle números a lo que llevan caminado. Repiten el recorrido desde La Serena hasta el lugar que, entre los que paran aquí, se ha convertido en la zona más concurrida. Es “Un, dos, tres out”, la emisión del programa en vivo con mejor rating entre los buscadores de dormitorios en la arena. Por eso Matías ahora abre grandes los ojos, porque así son las prendas, dice, para ganarse algo. Y ese algo puede ser cualquier cosa.
Están de vacaciones pegadísimos al mar. Duermen debajo del puente donde Mar del Plata no cobra estadía para parar.

 

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