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ESTRENOS DE LA SEMANA

“LIMITE VERTICAL”, CON CHRIS O’DONNELL Y BILL PAXTON
Colgados de la cuerda floja

Mientras en el film de Martin Campbell un grupo de alpinistas se esfuerza por llegar a una cima inaccesible, en �24 / siete� Bob Hoskins y sus aprendices de boxeadores la emprenden contra el neoconservadurismo.

Como en el prólogo de “Misión imposible 2”, todo en “Límite
vertical” sucede en la cornisa.

Por Martín Pérez

Una de las escenas más recordadas de la última Misión imposible es aquella en la que se puede ver a Tom Cruise aferrándose a una montaña con sólo una mano. Pese a la supuesta tensión, la versión del alpinismo que ofrece el film es tan irreal que tal vez ningún espectador se sorprendería si el buen Tom sostuviese un martini en la mano que le queda libre. Y eso no sólo es porque Cruise es más Bond que otra cosa en el film de Woo, sino también porque esa escena claramente no se refiere a nada parecido al alpinismo. Sin embargo, especialmente para quienes hayan confundido las prioridades, Límite vertical reescribe aquella escena más fantástica que alpina desde su contundente y dramático prólogo.
El film del neocelandés Martin Campbell (GoldenEye y La máscara del Zorro) comienza casi en la misma ladera rocosa, empinada y estadounidense de la que colgaba Cruise. Sólo que esta vez no hay guantes ni tiza, sino una familia de alpinistas con sus tanzas, cuerdas y demás. Incluso una cámara de fotos con la que persiguen a un águila mientras cantan canciones de los Eagles. Semejante clima publicitario es quebrado por un breve y fatal drama que perseguirá a los jóvenes sobrevivientes durante el resto del film, cuyo escenario –tres años más tarde– cambiará la aridez del desierto norteamericano por la gélida cordillera Karakoram, ubicada en Pakistán. Allí es donde se encuentra el monte Godwin–Austen –más conocido como K2–, la segunda montaña más alta del mundo, pero cuya conquista es considerada dentro del mundo del alpinismo mucho más complicada que la del Everest.
Más allá del drama de los hermanos Peter (Chris O’Donnell) y Annie (Robin Tunney) Garrett, la historia que cuenta Límite vertical es la de una nueva conquista del K2, liderada por un multimillonario (encarnado por Bill Paxton) que aspira a llegar a la cima como un truco publicitario para uno de sus emprendimientos. Manejando muy bien la presentación de ambientes y personajes, Campbell alcanza a construir en la primera mitad de su film el escenario perfecto para una aventura llena de tensión y dilemas morales como es cualquier deporte, y más uno de riesgo como el alpinismo. Como muy buena compañía para el rostro de bueno de O’Donnell y la carita de chica Pol–Ka de Tunney, aparecen en la historia brillantes personajes secundarios como el intrigante Montgomery Wick (Scott Glenn), el gran personaje dramático del film. O los australianos hermanos Bench, dedicados a tomar sol desnudos, destilar alcohol y hacer flamear la bandera rasta en Pakistán. También hace su aparición la ex chica Bond Izabella Scorpuco, que interpreta a Monique, una chica de carácter. “No le hagas caso”, le dicen los hermanos Bench a Peter con respecto a ella. “Es franco–canadiense. Los días que es canadiense es encantadora, pero cuando se despierta francesa no hay quién la aguante.”
Aprovechando la mini–Naciones Unidas que es cualquier campamento de alpinismo, Campbell no deja de ajustar pintorescas cuentas con el Commonwealth británico en cada una de las pequeñas referencia sinternacionales del film, y al mismo tiempo no deja de hacer un guiño cinéfilo hacia el clásico El salario del miedo cuando llega el momento del rescate que es el centro dramático del film. Sin embargo, a pesar de haber tensado con propiedad cada uno de los nervios dramáticos de la trama, es a partir de que comienza la verdadera acción cuando queda en claro el límite del cine del Hollywood actual. Lejos de confiar en la tensión de cada de los recovecos humanos de un guión construido con cierto cuidado y habilidad, comienzan las explosiones, caídas y derrumbes que sólo retrasan y sobrecargan un desenlace que no necesitaba tanto circo, cuando podía dejar que las cosas se deslizasen bajo su propio peso. Pero los ejecutivos no confían ni en el cine ni en su público. Sólo en los efectos especiales. Algo que sabe muy bien el espectacular Woo, que con su tiza y sus guantecitos al menos puede vanagloriarse que –entre otras cosas– sabe recorrer hasta el final cada uno de los caminos que va construyendo.

 

Para Bocca no hay Colón

El realizador Alberto Lecchi decidió no hacer la película que iba a protagonizar Julio Bocca ante la dificultad de filmar en el Teatro Colón, que iba a ser el principal escenario. El film se iba a llamar Danza bajo la piel, Oneguín e iba ser un policial ambientado en el mundo del baile. El director de Apariencias y Nueces para el amor tenía planeado comenzar a filmar en febrero la historia con Bocca, Enrique Pinti, Norma Aleandro, Valentina Bassi, Nicolás Pauls y el Ballet Argentino. Un comunicado de la productora Zarlek indicó que el rodaje se suspendió “a pesar de ser un proyecto de interés para el INCAA” y “a pesar de tener un elenco prestigioso y de figuras con trascendencia internacional”. Según dijeron los productores, los trámites y negociaciones con el Colón se habían iniciado en abril de 2000, pero “a ocho días de iniciar la filmación no había certeza de contar con los días y lugares necesarios en el teatro ni de los costos que supondrían. Esto incrementó los riesgos y la incertidumbre de finalizar con éxito el rodaje. Además, hay que tener en cuenta que el Colón era un decorado fundamental en la historia y que toda la película estaba diseñada en base a ello”, dijeron en la productora.

 

“DUELO DE TITANES”, OTRO FILM “DE DEPORTES”
La redención de los racistas

Por Horacio Bernades

¿Puede haber, en Hollywood y alrededores, algo más convencional que una película de deportes? Desde que el cine es cine, ya se trate de béisbol, box, golf, básquet o hockey, tengan o no a Kevin Costner por protagonista, todos los deportes son buenos a la hora de buscar una metáfora para ese camino condenado al éxito que es el american dream. Después de que Oliver Stone viera en él un equivalente moderno de la lucha grecorromana en Un día cualquiera, el fútbol americano simboliza ahora la integración racial, la solidaridad a toda prueba y el espíritu de equipo, en Duelo de titanes, producción “modesta” para los estándares que suele manejar Jerry Bruckheimer, factotum de La roca, Armaggedon y 60 minutos.
“Basada en una historia real”, dice el consabido cartel del comienzo, confirmando que, en Hollywood, las historias reales son sospechosamente iguales a las de ficción. Todo transcurre en Virginia, a comienzos de los ‘70, cuando allá en el sur la mera palabra integración podía sonar a insulto. Es de imaginar el “agrado” con que la población blanca de Alexandría recibe a Herman Boone (Denzel Washington, una vez más símbolo de corrección política), nuevo entrenador de los Titans, el equipo del lugar. Algunos quieren lincharlo. Los más moderados, mandarlo de vuelta a Carolina del Sur, de donde viene precedido por un aura de éxito. Entre estos, Bill Yoast (Will Patton), que tiene razones bien concretas para odiar al recién llegado. Como que es el entrenador histórico de los Titanes, desplazado por esa Gran Esperanza Negra. Como esta es una producción Disney, no es difícil adivinar que hasta los más recalcitrantes terminarán idolatrando a Boone y que la comprensión y tolerancia terminarán por imponerse.
En verdad, no hay nada que no pueda adivinarse en Duelo de titanes, una película que rehúye toda sorpresa. Ante la primera rencilla entre jugadores blancos y negros, puede apostarse que, unas escenas más adelante, unos y otros se reconciliarán, constituyendo todo un modelo de convivencia democrática. Tampoco se requiere ser clarividente para anticipar que lo mismo sucederá entre ambos coaches y sus respectivas familias. El hijo de uno de los grandes racistas del lugar terminará amando a su contracara, un morocho desconfiado, evitándole a éste toda posible simpatía con los Panteras Negras. Y que no venga ningún malpensado a sospechar alguna otra clase de vinculación amorosa entre ambos: ésta es, se recuerda, una producción Disney para toda la familia.
No por Disney poco aggiornada, como demuestra la presencia de una niña, mujer moderna ya a los diez años, por ende fanática de ese deporte lleno de brutales choques y fracturas. Y ojo, que si Boone muestra una veta demasiado militarista en su concepción de la disciplina, ahí está su otro Yoast, flexible y democrático, para hacer de él un émulo de Sidney Poitier. Cuando la máxima estrella del equipo sufre un tremendo accidente, ¿habrá alguien que ignore el surgimiento de un hombre providencial que llevará a los Titanes la gloria? Boaz Yakin, que con su ópera prima,Fresh, había hecho abrigar esperanzas a más de uno hace unos años, se ocupa de recordar cuál es el destino que la industria del cine reserva a nueve de cada diez realizadores “independientes”.

 


 

Pegando golpes a ciegas contra Margaret Thatcher


En el film, Bob Hoskins pone en
acción un viejo club de box.

Por Luciano Monteagudo

Son las veinticuatro horas al día, los siete días de la semana que esos muchachones, recién salidos de la adolescencia, desperdician su vida, sin tener la más mínima idea de qué hacer con ella. Corren los tristes, grises años 80 en una pequeña localidad de provincia de Inglaterra y el peso de la administración Thatcher y su política neoconservadora se hace sentir con fuerza: desocupación, desesperanza, abandono... Pareciera que nadie es capaz de hacer algo por esa gente, pero allí está Alan Darcy (Bob Hoskins) que –quizás porque alguna vez, no hace tanto, fue como ellos– siente que no se puede quedar cruzado de brazos y que vale la pena hacer un esfuerzo. Es así como se empeña en hacer renacer de sus cenizas el viejo club de box del pueblo, allí donde él aprendió al menos cierto sentido del compañerismo. La realidad cotidiana no se la hace fácil, pero él al menos está dispuesto a dar batalla.
En su primer largometraje después de dos muy elogiados cortos –Where’s the money Ronnie? y Smalltime, favoritos del circuito de festivales–, el joven director Shane Meadows (25 años cuando filmó 24/siete) decidió internarse en un paisaje asiduamente transitado por el cine británico de los últimos años, el de los suburbios industriales, golpeados por la indiferencia y el cinismo de las políticas liberales al uso, con la clase trabajadora despojada no sólo de sus empleos sino también de su dignidad. Ese es el marco –que revisaron films tan dispares como Como caídos del cielo, Tocando el viento o The Full Monty– en el que se empeña el bueno de Darcy por sacar adelante algo positivo de sus chicos, dándoles al menos un lugar en el que puedan canalizar su furia contenida, en el que tengan la posibilidad de compartir un sentido de pertenencia a algo, aunque más no sea el ring de un club.
Casi a la manera de algún viejo film de la Warner con James Cagney, en el que el box se convertía en un camino hacia la redención, en 24/siete también hay personajes arquetípicos, casi estereotipados, como un padre embrutecido por el alcohol, o un pequeño gangster de barrio, acompañado por su sumisa muñeca de satén. No falta tampoco un match que se convierte en una barahúnda generalizada o algún infructuoso romance del protagonista (Hoskins, siempre excelente). Pero esos viejos lugares comunes están matizados aquí por nuevos lugares comunes, como una excursión del grupo a una localidad cercana, contada a la manera del más convencional de los videoclips de MTV.
Parece difícil encontrar, más allá de Darcy, personajes con peso propio en la trama, algo a lo que no contribuye tampoco un uso fragmentario de los tiempos narrativos, que a veces no hace sino interrumpir el discurso. Por el contrario, la sutil, cuidada fotografía en blanco y negro de Ahsley Rowe es capaz de darle al film una cierta identidad muy particular, entroncada en la British New Wave de los años 60, como si 24/siete se hubiera propuesto reencontrarse con el espíritu rebelde de otros tiempos, pero se hubiera quedado apenas en la superficie.

 

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