Por Rocío Ayuso
Desde Los Angeles
Lo conocían como el
rey de Hollywood o como un hombre entre los hombres,
pero hoy Clark Gable hubiera sido el centenario del cine, ya que cumpliría
cien años. Sus orejas eran demasiado grandes, su piel demasiado
arrugada y su bigote algo ridículo, incluso para su tiempo, pero
a través de sus 92 películas Gable se los ganó a
todos.
Nacido en Cádiz (Ohio, EE.UU.), se convirtió en menos de
tres décadas en uno de los actores más populares de todos
los tiempos, el hombre con el que las mujeres querían estar, al
que los hombres admiraban y al que los niños idolatraban como un
héroe. Aquellos que llegaron a tratarlo subrayan la humanidad que
imbuía a sus papeles y el magnetismo que le permitía hacerlos
interesantes, aun cuando muchos de ellos, en la piel de otros actores,
no hubiesen despertado interés alguno. Puede haber sido simplemente
ángel, o carisma, esos dos atributos difíciles
de definir, pero que sin ninguna duda abonaron el camino de Gable hacia
el estrellato, acompañados por esos ojos grises, fruncidos hasta
casi desaparecer en medio de una amplia sonrisa con toques de pícaro.
Lo único que me ha mantenido como una gran estrella en todos
estos años fueron los reestrenos de Lo que el viento se llevó,
declaró Gable en una ocasión, en referencia al gran éxito
de una carrera que se vio truncada con la muerte el 20 de marzo de 1961.
Cada vez que la película se reestrena, una nueva generación
de jóvenes aficionados al cine se interesa en mi obra, agregó.
Y era cierto. Su personaje como Rhett Butler en este épico film
sobre la Guerra Civil de los Estados Unidos se ha convertido en uno de
los clásicos imperecederos del cine, como lo fue su frase Frankly
my dear, I dont give a damm (Francamente, querida, eso
ya no me importa).
Sin embargo, la popularidad alcanzada a partir de este papel no era algo
que Gable hubiese estado buscando obsesivamente. De hecho, el actor lo
rechazó en varias ocasiones, a pesar de que el productor, David
O. Selznick, y la autora de la novela correspondiente, Margaret Mitchell,
estaban convencidos de que Gable y ningún otro debía hacerse
cargo de éste. Esta indecisión fue habitual en la carrera
de este hijo de perforadores de petróleo, al que su primera esposa,
Josephine Dillon, le metió en el cuerpo el gusto por la interpretación.
Esta profesora de actuación, catorce años mayor que él,
fue quien le consiguió sus primeros papeles en el cine mudo. Desde
el primer día que vino a clases de interpretación supe que
era un gran actor, además de un caballero de primera clase.
Logró conquistarlo y, además, cimentó una carrera
inolvidable. Este aire de galantería, unido al toque de hombre
peligroso que le dieron sus primeros papeles como gangster, es el que
le proporcionó esa ambigua fama de tipo duro aunque amable con
las mujeres, dualidad del espíritu que Hollywood siempre ha sabido
encontrar en sus estrellas masculinas.
El reconocimiento artístico le llegó con una comedia, Lo
que sucedió aquella noche, film que no sólo creó
su imagen de persona dotada con rápidos reflejos para dar ingeniosas
respuestas sino que además le consiguió su único
Oscar, galardón al que también aspiraría por Lo que
el viento se llevó y El motín del Bounty. Si los premios
no dejaron en claro la popularidad de Gable entre su audiencia, otros
detalles así lo certificaron. Por ejemplo, la guerra que el público
masculino tuvo contra las camisetas después de ver que el actor
no llevaba ropa interior cuando se desnudaba en una escena de Lo que sucedió
aquella noche.
La vida sentimental de Gable también contribuyó a su fama.
Se casó cinco veces, la mayoría de ellas con mujeres mayores
que él. Sin embargo, sólo su tercera esposa, Carole Lombard,
se convirtió en el amor de su vida, quizá por la tragedia
de perderla en 1942 en un accidente de avión. A Gable, la muerte,
ocurrida a raíz de un problema cardíaco, se le presentó
antes del estreno de Los descastados, y semanas antes del nacimiento de
su único hijo, John Clark Gable. Como ocurre siempre en estos casos,
su fallecimiento prematuro avivó su leyenda y no faltó quien,
sacando a la luz los rumores que se habían generado en el aquelarre
romántico de Hollywood, le dio centimetraje a la pasión
que le generó su compañera de rodaje, la también
legendaria Marilyn Monroe.
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