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PANORAMA POLITICO
Por Luis Bruschtein

Con el agua hasta el cuello

El diluvio universal fue pensado por Dios para lavar los pecados de la humanidad. El agua es uno de los cuatro elementos primordiales y los humanos la han incorporado desde los orígenes de su historia, emparejada con la idea de la pureza y la limpieza. Hasta una catástrofe como el diluvio, donde desapareció toda la humanidad, menos Noé y su familia, está relacionada con el tema de la purificación.
Aunque el jefe de Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Aníbal Ibarra, tuvo en cuenta estos antecedentes místicos al asegurar que la responsabilidad por la inundación era de Dios, los vecinos de Belgrano afectados por el meteoro tuvieron reflexiones menos religiosas que la autoridad.
Desde un extremo y otro, finalmente vecinos y autoridades confluyeron al igual que las aguas en el cauce del río, en la esquina de Blanco Encalada y Cabildo, a una cuadra de donde la ciudad estuvo sumergida durante un día. El Gobierno de la ciudad se instaló en esa esquina y afrontó la indignación de los comerciantes inundados.
La inundación fue como una bendición para los medios en la búsqueda desesperada de información fuerte en un verano donde la actividad política cayó sensiblemente y donde se han producido hechos escasos que convocaran el interés. La lluvia cayó cuando las pantallas y las primeras planas estaban hambrientas y necesitadas. La cobertura fue aplastante. El primer día las autoridades no estaban disponibles y ese vacío fue reemplazado por las expresiones de los vecinos sobre ellas.
Al mismo tiempo que Belgrano se inundaba, la Alianza estaba haciendo agua. La imagen de Graciela Fernández Meijide aparecía desdibujada desde el Ministerio de Acción Social y Chacho Alvarez soportaba una fuerte andanada por su renuncia a la vicepresidencia y su pelea por el Senado. Así, la administración de Ibarra en Buenos Aires aparecía como uno de los pocos soportes del Frepaso para demostrar su capacidad de gestión.
La cobertura de la inundación que hicieron los medios en ese contexto fue visualizada desde dos ángulos distintos. Para algunos hubo una intención conspirativa contra el Frepaso o contra la unidad de la Alianza. Desde otro ángulo, muchos confirmaron ese lugar asimétrico que se asigna a los medios como justicieros en reemplazo de los gobernantes, los políticos y los jueces.
Los dos enfoques constituyen un lugar común en la Argentina de las dos últimas décadas. Y en este caso sería lo mismo decir un error común. Y un error peligroso, donde los políticos pueden achacar sus propios errores a conspiraciones mediáticas, por un lado, o que los jueces se tienten a aceptar como propio el juicio de los medios, por el otro, como ha sucedido en causas que se han dirimido más en los medios que en los tribunales, sobre todo cuando intervienen personajes famosos.
Pero la actividad de los medios está más relacionada con pantallas hambrientas y primeras planas necesitadas que con la conspiración o la justicia. Y en realidad la cobertura mediática de la inundación no fue conspirativa ni justiciera. Podría decirse, por el contrario, que fue amarillista, efectista, confusa, poco informada y hasta demagógica en los primeros días. Porque muchas veces la dinámica de los medios obedece a una ley parecida a la del “ascenso a los extremos” que enuncia Klausewitz con relación a la guerra. La exigencia del mercado es que la información tiene que ser efectista, vibrante, llamativa, convocante, gritona o sensiblera, con lo cual difícilmente pueda ser equilibrada o reflexiva. Si hay carencias en la política y en la Justicia, también las hay en la actividad mediática, aunque a veces aparezcan disfrazadas con ese halo justiciero, que también exige el mercado.
A pesar de todo, esa información tuvo un mérito importante que corresponde más a la función específica de los medios que a las presiones del mercado o a los atributos equívocos que se les asignan. Ese mérito fue el de haber amplificado los reclamos de los vecinos. Y en este punto no importa estar a favor o en contra de esos reclamos sino recogerlos y difundirlos, es decir, comunicar. Los vecinos y las autoridades establecerán por dónde pasa el fiel de la balanza.
La ciudad de Buenos Aires fue fundada sobre un gran lodazal, un pantano barroso y extendido junto al Río de la Plata. Las crónicas de la colonia hablan de calles embarradas y malolientes, donde los habitantes quedaban a veces sitiados días enteros en sus casas a causa de las lluvias. La ciudad fue creciendo, pero mantuvo esa característica al abarcar las zonas de desborde de muchos de los afluentes al Río de la Plata. El tema del agua siempre fue problemático para la ciudad, no es un tema nuevo y lo lógico hubiera sido que se realizara una acción permanente en ese sentido. Sin embargo, desde 1942 hasta 1998 no se hizo nada en infraestructura sobre este problema.
En esos años, la única respuesta fue la resignación de la gente y la solidaridad entre los mismos vecinos con los inundados. La Boca se inundaba dos o tres veces por año con cualquier sudestada. La gente tenía botes en sus casas, levantaba defensas y se resignaba, formaba parte de sus vidas.
Pero esta vez no hubo resignación, los vecinos reclamaron enérgicamente la intervención del gobierno. Esta es la diferencia importante de la que se hicieron eco los medios. Los flujos y reflujos de una gimnasia democrática sostenida, aun con las limitaciones de todos estos años, y el desgaste de una actitud “delegativa” hacia los políticos, han ido creando una conciencia ciudadana distinta. No se trata solamente de castigar con el voto –que es lo que prefieren los políticos– sino de comprometerse con sus reclamos.
La idea de castigar con el voto ya es relativa porque los partidos pueden usar grandes campañas mediáticas, listas sábana, falsas opciones, terrorismo ideológico o alianzas de oportunidad. Pero cuando la gente se compromete con los reclamos y participa en su resolución, democratiza la democracia y abandona esa actitud delegativa por otra participativa. Y así, a los políticos más formados en este mecanismo que los autonomiza de quienes los votaron, las manos no les quedan tan libres.
Es difícil saber si al Gobierno de la ciudad le quedaba otra opción o si el hecho de haber quedado inerte durante las primeras 24 horas de la inundación lo llevó a tomar medidas drásticas. Lo cierto es que el reclamo fue lo suficientemente fuerte como para que el secretario de Obras Públicas, Abel Fatala, se instalara en la zona de los hechos, para atender a los vecinos y soportar la bronca lógica de la gente.
Sería demagógico asegurar que todo lo que reclaman los vecinos es legítimo. Los reclamos pueden ser exagerados, interesados, parciales y hasta injustos para otros vecinos. Pero nadie puede negarles el derecho a reclamar. Y el Gobierno de la ciudad puede dar la explicación que quiera, pero tiene la obligación de escuchar, proponer y concretar soluciones. Es cierto que el gobierno no tiene responsabilidad por una lluvia cuya intensidad no tiene antecedentes en más de 100 años. Pero el gobierno sí tiene responsabilidad por la calidad de vida comunitaria.
La discusión, en el móvil estacionado en Cabildo y Blanco Encalada, entre los vecinos con Ibarra y Fatala fue más rica que si se hubiera realizado en los salones del Palacio Municipal. Los vecinos, que tenían diferencias entre los comerciantes de la calle Monroe y los de Blanco Encalada, tuvieron que limar asperezas para llevar un planteo conjunto ante las autoridades. De esas reuniones, algunas bastante agitadas, salieron proyectos que el Gobierno de la ciudad deberá llevar adelante y cuyo cumplimiento por parte de la empresa constructora estará fiscalizado por los mismos vecinos. Se dio un salto en la calidad democrática que redundará en la calidad de vida.
Como en los relatos bíblicos, la inundación termina siendo un cataclismo con significados esclarecedores, aunque sería un poco más llevadero llegar a las mismas conclusiones sin tanta catástrofe. O sea: que la idea departicipar y hacer participar no tiene por qué esperar el próximo meteoro.


 

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