La paz, o lo que pasa por ella en Colombia, no morirá todavía.
Confrontado con la amenaza del presidente Andrés Pastrana de quitarle
mañana la cesión de la zona desmilitarizada
de 42.000 km2, ayer el líder de las Fuerzas Armadas Revolucionarias
de Colombia (FARC) aceptó la propuesta presidencial de una cumbre
para desbloquear las negociaciones de paz. Pero Manuel Marulanda Vélez
(Tirofijo) estableció condiciones propias. En principio,
aseveró que el 8 de febrero (el jueves que viene) era lo más
temprano que podía realizar el encuentro, lo que significa que
Pastrana deberá prolongar (nuevamente) su ultimátum de aceptar
la oferta guerrillera. Además, la cumbre no sólo no será
el comienzo de nuevas negociaciones de paz, sino que además tal
posibilidad sólo se discutirá después de otros asuntos
incluidos en una agenda que difundió ayer el mando guerrillero.
Y, por último, las FARC insistieron en que no creían que
el gobierno había hecho suficiente para combatir a los paramilitares,
la causa inicial de que congelaran las negociaciones en noviembre.
Pese a que todo esto es bastante menos de lo que estableció como
condiciones mínimas, es altamente improbable que Pastrana rechace
encontrarse con Tirofijo. Sus alternativas son muy limitadas y las FARC
lo saben. Si bien algunos de sus generales hablan de retomar Farclandia
en 24 horas, nadie cree realmente que los cerca de 10.000 hombres que
concentró el Ejército podrán retomar un territorio
selvático del tamaño de Suiza que ha sido extensamente fortificado
por la guerrilla en los dos años que la ocuparon. Según
los habitantes de la capital de la zona desmilitarizada, San
Vicente del Caguán, la presencia de las FARC en las calles disminuyó
mucho en las últimas semanas. Algunos lo interpretaron como una
señal de que se han retirado completamente de la zona,
pero lo más probable es que simplemente se hayan desplegado en
sus búnkeres y trincheras a la espera del ejército. Aun
si el mando colombiano está urdiendo una reconquista a sangre y
fuego de la zona, es razonable estimar que esperarán hasta que
la campaña antidrogas en las zonas cocaleras del sur que
supuestamente ya habría destruido cerca de un cuarto de los cultivos
debilite la base financiera de unas FARC que actualmente están
en el apogeo de su poder. Con asesores militares que no pueden ofrecerle
un plan de victoria y su propia apuesta política y personal a la
negociación, Pastrana deberá aceptar casi cualquier cosa
que pueda revivir el proceso de paz.
Eso explica que la guerrilla se viera en la posición de imponer
condiciones y desafiar tácitamente el ultimátum del presidente.
El encargado de hacer pública la posición de las FARC fue
Alfonso Cano, quien leyó a los periodistas en San Vicente del Caguán
una carta que Tirofijo habría enviado a Pastrana. El tono era respetuoso.
El jefe guerrillero coincidía con el presidente en la necesidad
de una cumbre personal, pero sugería, por la necesidad de consultar
a los comandantes, que fuera el 8 de febrero. La reanudación
del proceso de paz estaría incluida en la agenda, claro, pero se
hablaría paralelamente de otros puntos: la lucha contra los paramilitares,
el intercambio de prisioneros y el Plan Colombia que apoya Estados Unidos.
Tirofijo concluyó manifestándose confiado de que nuestro
próximo encuentro jalonará el proceso de reconciliación
de la familia colombiana. Una vez leída la casi papal misiva
de Tirofijo, Alfonso Cano asumió el papel del policía malo
y disparó que el gobierno no había hecho nada para retomar
las negociaciones. Pastrana nos dijo en 1998 que era su deber constitucional
acabar con el paramilitarismo. Eso fue inverso a lo que sucedió:
yo no veo lucha, sólo veo más masacres, muertos y más
muertos, subrayó, rechazando la argumentación del
gobierno que hay más paramilitares que guerrilleros en las cárceles.
Y es verdad que las FARC están muy presionadas por el despliegue
de las Autodefensas Unidas de Colombia en el sur colombiano, lo que multiplica
el efecto de los batallones antidrogas del Plan Colombia. Esta realidad
detrás de la posición guerrillera no es un buen preludio
para un eventual encuentro el jueves.
Claves
El líder de
las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) aceptó
ayer la propuesta del presidente Andrés Pastrana de una cumbre
para desbloquear el proceso de paz. Pastrana había amenazado
con no prorrogar el decreto que les cede a las FARC los 42.000 km2
de la zona desmilitarizada.
Pero el compromiso que
ofrecieron las FARC fue menos de lo que exigía el gobierno.
Tirofijo afirmó que, por motivos logísticos y de seguridad,
el encuentro no podía ser antes del jueves que viene. Esto
significa que si el gobierno acepta deberá ignorar su propia
fecha límite del domingo. Además, la agenda que presentó
el mando guerrillero no tiene como único objetivo retomar
las negociaciones, sino que tratará paralelamente otros temas,
como el Plan Colombia y el intercambio de prisioneros.
Y el líder guerrillero
Alfonso Cano recalcó que el gobierno no había hecho
nada para acabar con los grupos paramilitares, la queja central
que presentaron las FARC cuando congelaron las negociaciones en
noviembre.
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OPINION
Por M. A. Bastenier
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¿Ultimátum o rogativa?
Los jefes de Estado ¿ordenan o suplican?; ¿pronuncian
ultimatos o hacen rogativas? El presidente colombiano Andrés
Pastrana había accedido a prorrogar una vez más, pero
en esta ocasión sólo desde el pasado 31 de enero a
este próximo domingo, la llamada zona de despeje, reconocida
en usufructo a la guerrilla de las FARC en 1998, como paga y señal
para que las huestes de Manuel Marulanda se decidieran a negociar
en serio. La declaración del presidente conservador resultó,
sin embargo, un pasable misterio, al menos en cuanto a la intención
que encerraban sus palabras. Hay motivos para colegir que su anuncio
podía ser tanto un ultimátum envuelto en sedas, como
una rogativa fieramente expresada.
Si nos atenemos a los problemas de Pastrana, con una guerrilla a
la que ha mimado, defendido a capa y espada en el mundo entero,
financiado viajes de estudio a Europa, y querido como a nadie se
ha querido, a cambio de lo que no ha recibido más que desaires,
malhumores, omisiones y hasta el descaro reciente de suspender unas
conversaciones que no habían llegado ni siquiera a iniciarse,
sus palabras deberían haber equivalido a una exigencia de
hierro, de cuyo incumplimiento debieran seguirse las más
drásticas consecuencias. Si atendemos, de otro lado, a los
medios materiales de que dispone para ajustarle las cuentas al viejo
de la montaña, deberíamos pensar que el trueno era
sólo un fenómeno climatológico y que figuraba
en su discurso exclusivamente para hacer ruido.
Pero hay otros factores externos que hacen relativamente irrelevantes
las mejores intenciones del valeroso y entregado líder colombiano.
Esos factores son el Plan Colombia y la actitud del ejército
nacional de Bogotá.
El Plan es una especie de sinapismo de ya imposible financiación
internacional, en el que se incluye un capítulo de algo menos
de 1000 millones de dólares en pertrechos militares, sufragado
por Estados Unidos, que ya tiene unos cientos de hombres sobre el
terreno. Lo más espectacular de la armería que ahora
se le viene encima a Colombia son 65 helicópteros, state
of the art, que, sin duda, tienen la capacidad mortífera
subida, pero cuyo único problema de uso es que para lapidar
guerrilleros en la selva, primero hay que encontrarlos.
El ejército colombiano, más acuciante aún que
el Plan Colombia en su presión sobre el presidente, entiende,
por su parte, que la guerrilla ya ha demostrado fehacientemente
que no quiere la paz, y pide pista, si no para derrotar a las FARC,
que, seguramente sabe que eso no entra en sus escuetas posibilidades,
sí, cuando menos, para salvar la cara ante el país
con una acción más decidida, echando mano de los helicópteros
que sea menester. Nadie habla de amenazas de golpe, duro o blando,
que en Colombia esas cosas ya no pasan; pero el hecho de que Pastrana
hubiera dado una última prórroga tan homeopática
parecía indicar que el ejército le ha estado soltando
de un tiempo a esta parte el aliento en el cogote.
En otras latitudes, deberíamos albergar la razonable certeza
de que Marulanda, para no complicarse innecesariamente la vida,
debería sentarse a negociar. Incluso cabría pensar
que Pastrana supiera de antemano que las FARC no le iban a dejar
mal, y, por ello, que su ultimátum-rogativa hubiera sido
un tanto de cara a la galería. Pero la palabra certeza no
es de fácil acuñación en el bello hablar del
colombiano.
Lo que en último término parece que expresa la declaración
presidencial es una situación de bloqueo casi perfecto al
que apenas cabe verle la salida, entre una paz remota y una guerra
próxima, que es verdad que existe desde siempre pero que
puede empeorar todavía mucho más, si se extiende a
países limítrofes como el Ecuador.
Eso explica el crecimiento de opciones musculosas como la del liberal
Alvaro Uribe Vélez, que propone armar a un millón
de hombres para ganaresa guerra tan esquiva. El fracaso de Pastrana
en su actual tentativa de encarrilar la paz le daría a la
nueva gran esperanza (blanca, desde luego) de Colombia, una oportunidad
para alcanzar la presidencia en las elecciones del 2001. Entonces
sí que harían falta todos los helicópteros
que le sobren al Pentágono.
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