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Una “road movie” escrita, dirigida,
producida y actuada por indios

�Señales de humo� es un film que, con humor, demitifica la tradicional imagen de los aborígenes en el cine norteamericano.

“Señales de humo” fue lanzada en el Festival de Sundance.
Ahora llega directamente a video, sin pasar por los cines.

Por Horacio Bernades

“Esta puede llegar a ser una edad de oro para el cine de las naciones indias”, proclamaba el catálogo 1998 editado por el Festival de Sundance, en lo que constituía una virtual convocatoria para cineastas de las distintas “naciones” (nombre con que los indios nativos de Estados Unidos designan a sus pueblos). La convocatoria tenía su sustento, ya que en esa misma edición del que está considerado el evento más importante para el cine independiente estadounidense se presentaba, en competencia, la primera película producida, escrita, dirigida y actuada por indios. Se trataba de Smoke Signals, film apadrinado por el instituto que preside Robert Redford y que terminó llevándose dos premios: el de la audiencia y el de Mejor Dirección.
Tomada en distribución por Miramax, la más poderosa de las compañías independientes, y jamás estrenada en cines argentinos, Smoke Signals se conoce ahora en video. En los próximos días, el sello Gativideo la hará llegar a los videoclubes, con el título, literal, de Señales de humo. Basada en relatos del escritor nativo Sherman Alexie (que él mismo adaptó para la película) y dirigida por el debutante Chris Eyre, Señales de humo es básicamente una road movie, en la que dos jóvenes miembros de la reserva de Coeur D’Alene, en Idaho, viajan hasta Phoenix, Arizona, para disponer de las cenizas del padre de uno de ellos. En verdad, el film responde también al esquema de lo que se conoce como buddy movies, esas películas en la que dos personajes muy disímiles se ven obligados a convivir, hasta hacerse amigos. En este caso, esos personajes comparten –aunque no lo sepan todavía– un mismo trauma de origen, el incendio en el que, siendo niños, uno de ellos perdió a sus padres, para ser adoptado por los padres del otro. Por una astucia del guión, ese incendio tiene lugar en la fecha en que los Estados Unidos del hombre blanco celebran su bicentenario, el 4 de julio de 1976.
En medio del incendio, el pequeño Tomás Quien Enciende el Fuego es rescatado por su vecino Arnold Joseph (encarnado por el robusto Gary Farmer, el indio de Dead Man, de Jim Jarmusch). Poco más tarde, Arnold, dado a la bebida, abandonará mujer e hijo, radicándose en Phoenix. Enterado de su muerte, su hijo, Víctor, partirá hacia allí, en compañía de Tomás. Ambos tienen ahora unos veinte años y poco parece unirlos. El atlético Víctor prefiere el basquet antes que soportar a Tomás, cuyas trenzas, gruesos anteojos y manía por los largos relatos inventados lo sacan de las casillas. Pero no le quedará más remedio que aguantarlo durante el viaje, ya que es Tomás quien ofrece correr con los gastos, para lo cual anda de aquí para allá con los dólares que lleva en un frasco. “¿Por qué no la terminás con la mística? Parecés salido de Danza con lobos”, se lo saca de encima Víctor a Tomás, que parece encarnar en sí las figuras del tonto y el poeta. Danza con salmones debió haberse llamado esa película, porque esos indios nunca se dedicaron a la caza, sino a la pesca”, reprocha por elevación Víctor a Kevin Costner.
Hay un bienvenido humor e ironía en Señales de humo, que tanto sirven para demitificar la imagen del indio en el cine estadounidense (“Hay una sola cosa más patética que un indio en una película de blancos, y son los indios que miran esas películas”, se burla Tomás cuando encuentra a su amigo viendo un western en la tele) como esa misma imagen, asumida por los propios indios (“Tenés que mostrarte duro y estoico”, quiere enseñarle Víctor al desgarbado Tomás, como si hubiera visto demasiadas veces Gerónimo). Aunque resulta evidente la decisión de contar una historia sin mayores subrayados, Eyre y Alexie no logran despojarse del todo de la tentación de darles a sus personajes una autoconciencia que por momentos puede resultar excesiva, con permanentes alusiones al general Custer y la derrota histórica frente al hombre blanco. En esos momentos, Señales de humo parece buscar en demasía la complicidad del espectador, como si sus responsables se hubieran planteado hacer “una película de indios que guste a los blancos”. Conviene tener en cuenta que, cuando era sólo un proyecto cinematográfico, Señales de humo participó del laboratorio de guión auspiciado por el Instituto Sundance, una fase creativa en la que la asesoría, la supervisión y el “modelado” final son instancias que pueden llegar a confundirse. Y la propia idea de cine hecho por indios, pasar de ser una conquista cultural a mero slogan promocional.

 

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