Por Raúl Kollmann
Nos prometieron dinero
y unas joyas que iban a estar en una tumba, ahí nomás, debajo
de la lápida, no dentro del cajón. En total fuimos nueve
los que entramos al cementerio. Hicimos unas pintadas, rompimos tumbas
y nos fuimos. Las joyas no estaban, con eso nos engañaron. A mí
me dijeron que el que pagó todo eso fue (Rubén) Beraja a
través de una persona que debía entregar el dinero en una
sucursal del Banco Mayo de Barracas. No sé, era como una interna
dentro de los judíos. Yo mucho no entendí, porque también
me dijeron que era alguien que quería perjudicar a Beraja.
Fernando R., un neonazi que integró el Partido Nuevo Orden Social
Patriótico, reconoció así, ante una persona que participó
de la investigación del libro Sombras de Hitler, su intervención
en la más violenta de las profanaciones ocurridas en la Argentina.
Era la primera vez que un profanador confesaba. Lo que no dijo fue que
el operativo para destruir y violar tumbas había sido montado por
policías y que él mismo había sido contactado por
integrantes de la Bonaerense para hacer el trabajo. Por el contrario,
como todo buen nazi, se inventó rápidamente la historia
de que la profanación había sido una interna de los judíos.
Lo mismo dicen los nazis sobre el atentado contra la AMIA.
Como ocurre invariablemente frente a una atentado contra un objetivo judío,
los policías no estaban y, si estaban, no escucharon ruido alguno.
Hubo violentos mazazos, rotura de vidrios y tres disparos efectuados por
los vigiladores. Sin embargo, la policía no vio ni escuchó
nada. Como en los atentados contra la embajada de Israel y la AMIA.
Las primeras noticias sobre la participación de Fernando R. En
la profanación del 19 de octubre de 1996 surgieron de un diálogo
con Hugo, que en esa época revistaba en las más altas jerarquías
del PNOSP:
¿Participaron militantes de ustedes en alguna de las profanaciones
de cementerios judíos?
Que yo sepa, sólo en una. Hay un pibe, al que le dicen el
Cabezas o el Munra. Es de Ciudad Evita y tiene un tío que es subcomisario
o algo así en la Policía Bonaerense. Ese tío fue
el que lo llevó a la profanación. El PNOSP no tuvo nada
que ver. El Munra fue sólo porque lo llevó el tío.
Las primeras averiguaciones, a partir del padrón electoral, permitieron
verificar que efectivamente había un Fernando R. con domicilio
en Ciudad Evita. No sólo se confirmó que tenía un
tío en la Bonaerense sino además que tenía otro que
había sido exonerado de la misma fuerza. El tercer dato que se
corroboró fue que al tal Fernando R. le decían el Cabezas.
Finalmente sin saber que estábamos investigándolo,
Fernando R. admitió por primera vez su participación en
los hechos.
La Policía Bonaerense, con recursos y estructura varias veces superiores
a la de un pequeño grupo de periodistas, nada pudo averiguar. Sabían
que detrás de la profanación había policías
y es conocido el principio de que policía no investiga policía.
El hombre que quedó a cargo de la pesquisa de la profanación
no fue otro que el comisario Angel Salguero, despedido poco tiempo antes
de la investigación del atentado contra la AMIA. El juez Juan José
Galeano había comenzado a sospechar que Salguero jugaba a
dos puntas en esa causa.
A Salguero la profanación le venía como anillo al dedo:
no era responsable de la custodia del cementerio de eso se ocupaba
la Unidad Regional y podría mejorar su dañada imagen
en la Policía y ante la comunidad judía esclareciendo
el caso de las rotura de tumbas.
La maniobra
La operación policial más espectacular, la que delata
la trama oculta detrás de la destrucción de tumbas, se produjo
una semana después de la profanación.
Cristian Durán tenía entonces 18 años. Es morocho,
flaco y usa el pelo largo. En el brazo izquierdo muestra un tatuaje y
cortes cicatrizados de vieja data. El y su amigo Mario Urquiola vivían
en un barrio muy humilde de Gregorio de Laferrère y ninguno de
los dos tenía trabajo fijo. Por eso les cayó del cielo la
oferta de Tony y Pablo.
Ese dúo les fue presentado por Waldo, un amigo de un amigo de ellos.
Al principio, por el pelo corto y el porte, los pibes se asustaron un
poco pensando que Tony y Pablo eran policías, pero cuando los escucharon
hablar se tranquilizaron: les parecieron locos sueltos, es
decir, ladrones. Por eso aceptaron una invitación a comer en la
casa de Waldo, en Ituzaingó.
Fueron hasta allí en un Ford amarillo. La madre y la hermana también
estaban en la casa y hubo un pequeño incidente. Tony molestó
a la hermana de Waldo y ella le gritó enojada: Vos sos ortiba,
estás con los canas. El incidente llamó la atención
de Durán y Urquiola, pero la oferta que recibieron era suficientemente
tentadora como para que pasaran por alto los detalles.
El trabajito parecía fácil: unas pintadas relacionadas con
política en un paredón, por lo que cobrarían de inmediato
cien pesos cada uno. Por esa plata, Durán y Urquiola estaban dispuestos
a pintar lo que les mandaran, incluso unos cincuenta símbolos parecidos
a una cruz, que ellos no sabían que se llamaba esvástica.
En la casa de Ituzaingó, el pacto quedó sellado.
Veinticuatro horas más tarde, efectivamente Tony y Pablo volvieron
a aparecer, esta vez en un Ford Falcon negro. Sin más trámite
llevaron a Durán y Urquiola hasta un paredón lindante con
el cementerio de La Tablada. Como habían convenido, les entregaron
un aerosol a cada uno y les enseñaron cómo pintar esas cruces
raras. A Durán, por de pronto, le salían al revés.
Pocos minutos después, Tony les dijo que se apartaría con
el auto hacia el otro extremo del paredón para pintar desde allí,
Pero lo cierto es que el vehículo fue alejándose. Casi al
mismo tiempo llegó la Policía Bonaerense.
¿De dónde vienen, muchachos? preguntó
el oficial Rodolfo Romero.
De jugar al fútbol.
A ver, muestren las manos ordenó el suboficial Gabriel
Guerrero.
Era evidente que los policías sabían lo que buscaban. Las
manos de Durán estaban limpias, pero las de Urquiola tenían
manchas de pintura. Sin más trámite, los detuvieron.
Como se ve, los hombres de la Bonaerense gozaron de una maravillosa capacidad
de adivinación: buscaron gente con las manos sucias de pintura
roja en una calle contigua al cementerio. Los policías consignaron
en el acta de detención que encontraron también un bolso
que contenía una maza .que sirve, por ejemplo, para destruir tumbas,
un recorte de diario sobre la profanación de la semana anterior,
un revólver, una chapa de pecho de un policía bonaerense
y dos aerosoles color rojo como los usados siete días antes en
las pintadas dentro del cementerio, especialmente en las palabras Hitler,
Holocausto o el símbolo 666, el Anticristo.
La conclusión estaba cantada: estos chicos eran culpables de la
profanación. Usaron esa maza y llevaban encima el recorte para
recordar sus proezas. El arma evidenciaba su peligrosidad. Habían
robado la chapa de un policía, prueba de que estaban en contra
de la Bonaerense y, como frutilla del postre, tenían aerosoles
supuestamente similares a los usados la semana anterior. Y eran tan pero
tan nazis que volvieron a pintar más cruces esvásticas.
El armado policial era tan grotesco que fue cayéndose a pedazos.
Durán y Urquiola negaron haber tenido alguna vez ese bolso, en
lo que fueronrespaldados por dos testigos -.Luis y Diego Bertolin,
quienes aseguraron que el bolso fue bajado del automóvil de los
policías. El efectivo de la Bonaerense a quien correspondía
la chapa negó que ésta hubiera salido de su poder. La maza
era una prueba inverosímil: ¿para qué la querían
si sólo iban a pintar esvásticas. Por último, nadie
puede creerse que los autores de un delito lleven encima un recorte periodístico
que los incrimine tan nítidamente con un delito anterior, es decir,
con la profanación.
El mismo día 26 declaró ante el juez el comisario Salguero:
Ya en la Brigada de Investigaciones se interioriza sobre el procedimiento
por los inculpados, Urquiola y Durán, quienes habían sido
contratados por dos desconocidos. Según lo declarado, Salguero
mantiene una conversación con el suboficial Guerrero y el agente
Romero y advierte contradicciones en cuanto al desarrollo de los hechos.
Al profundizar sobre el tema logra el sinceramiento de ellos (de Guerrero
y Romero), que reconocen haber mantenido contacto con dos informantes
(Tony y Waldo) a los cuales con el propósito de levantar
el trabajo de la dependencia, por las suyas, sin conocimiento alguno de
los superiores, les piden que trajeran a dos muchachos para endilgarles
el hecho perpetrado.
O sea que los policías reconocen que hicieron contratar a Durán
y Urquiola para pintar las esvásticas, luego los detendrían
y los acusarían por la profanación de la semana anterior.
De esa manera conseguirán un gran prestigio para la Brigada comandada
por Salguero. Todo a espaldas de éste, algo que resulta extraordinariamente
llamativo teniendo en cuenta que Guerrero llevaba nada menos que veinte
años trabajando con Salguero y era su fiel escudero en todos los
destinos en los que estuvo en la Bonaerense.
El plan original era que Durán y Urquiola se pudrieran en la cárcel
como culpables de la profanación. ¿Por qué entonces
se abortó la operación y Salguero tuvo que entregar a sus
propios hombres? La respuesta está en un comentario que hizo el
subcomisario Reynoso mano derecha de Salguero: Ojo que
esos pibes pueden llegar a la casa del buche. Traducido, significa
que los policías habían armado todo mal y, a través
de los muchachos, podían quedar al descubierto todas las conexiones
con la Bonaerense.
Resolución
En la resolución de la causa judicial interviene el juez federal
de Morón, Jorge Rodríguez, quien, según las constancias
del expediente, estaba casualmente trabajando en su despacho a la una
de la mañana junto al comisario Salguero.
A pesar de que Urquiola describiera
la casa de Ituzaingó -.donde se cerró el trato-. y la forma
de llegar a ella, la Policía no fue capaz de encontrarla.
Salguero hace su declaración
en la que reconoce que todo fue un armado, pero hecho por sus subordinados,
sin su conocimiento. El magistrado le cree.
El juez resuelve que la confesión
realizada ante Salguero no es válida porque se alimentó
de lo que le dijeron sus subordinados, Guerrero y Romero. Y como la revelación
fue hecha en la Brigada, no en el juzgado, el magistrado la invalida.
Significa que anula la confesión que fue parte de las diligencias
que el mismo Salguero hizo.
Incluso con la confesión
invalidada, el juez podría haber profundizado la investigación,
ubicando a Waldo, Tony y Pablo. En su resolución no dice nada de
esto.
El juez no procesa a nadie.
Los chicos son sobreseídos,
porque era evidente que habían sido engañados.
El caso se cierra. En resumen:
no hay culpables y, sobre todo, no se busca la casa ni la gente que organizó
la pintada de esvásticas y que intentó culpar a los chicos
de la profanación. En verdad, no se habría querido averiguar
nada porque al final del túnel estaban los policías, quienes
habrían sido los que verdaderamente organizaron la gran profanación,
los que destrozaron tumbas y, ayudados por un neonazi, pintaron con aerosoles
rojos el nombre de Hitler en las sepulturas judías.
El grupo de periodistas que participó de la investigación
para este libro resolvió poner manos a la obra para buscar la casa
donde los informantes de la Policía arreglaron la trampa contra
Durán y Urquiola. No contó con un aparato de inteligencia
ni con confidentes y mucho menos personal uniformado. Sin embargo, después
de una ardua tarea, aquí está el resultado: la casa donde
fueron contratados Durán y Urquiola para ir a pintar esvásticas,
la casa en la que les tendieron la trampa, está situada en Schweitzer
2631, entre Portugal y Tel Aviv, en el barrio San Alberto de Ituzaingó.
En ella efectivamente vive Waldo, el que contrató a los pibes.
La confesión de Fernando R. y los datos que se aportan sobre la
maniobra policial demuestran que es posible investigar. Pero, igual que
en este relato que acabamos de concluir, la cadena de encubrimiento, la
forma en la que se ocultaron las pruebas, desborda cualquier capacidad
de asombro. La razón por la que no aparecen los culpables de las
profanaciones es, sencillamente, porque nadie los busca en serio.
LOS
TRUCOS DEL PNSOP PARA PODER LEGALIZARSE
Firmas truchas se aceptan
Gran parte de la actividad cotidiana
del Partido Nuevo Orden Social Patriótico, que conduce Alejandro
Franze, consiste en salir a reunir las adhesiones necesarias para su reconocimiento
como partido legal y poder presentar candidatos para las elecciones.
Para conseguir la legalización en la Capital Federal hacen falta
3500 adherentes, lo cual significa que aquellos ciudadanos que respaldan
al nuevo partido tienen que llenar una planilla y estampar la firma.
En este aspecto, el Partido Nuevo Triunfo, que dirige Alejandro Biondini,
parece haber tirado la toalla: sólo presentó algo más
de trescientas adhesiones y desde 1991 no ha entregado ninguna a la Justicia
Electoral. En cambio el PNOSP tiene aprobadas tres mil cien firmas y se
mantiene en constante actividad para concretar el sueño de participar
en las elecciones. En Alto Palermo, Acoyte y Rivadavia, o Plaza Flores,
un grupo de militantes instala una mesita y pide la firma y los datos
a los transeúntes.
La investigación realizada para Sombras de Hitler mostró
que la gran mayoría de las 3100 firmas aceptadas por la Justicia
son fraudulentas. No se trata de la autenticidad de las firmas sino de
las maniobras desplegadas para conseguirlas. El equipo de investigación
tomó una muestra de cien ciudadanos firmantes de la adhesión
al partido nazi y se los buscó, uno a uno.
El resultado fue contundente: ni una sola de las personas consultadas
tenía idea de que había firmado una adhesión al partido
nazi. Varias expresaron enfáticamente su indignación, con
dichos como: Me quedo helada. Ahora no sé cómo voy
a arreglar esta macana (Marisol Anello); Yo soy judío
y tengo ideas de izquierda. No puedo creer lo que me está diciendo
(Sebastián Cohen), Yo no le firmo a ningún partido,
porque todos prometen, pero cuando suben hacen lo contrario (Rosa
Ferro); Yo soy católica, apostólica y romana. Lo que
más respeto es la vida humana y rechazo a los nazis (Felicia
Díaz); Me da bronca quedar pegada con ellos (Silvia
Naya).
Algunas personas dijeron no haber firmado nunca nada. La mayoría
sí recordaba haberlo en alguna de las esquinas mencionadas, pero
aseguraron que les habían pedido la firma para diversas cuestiones:
para que les aumentaran a los jubilados, para que se hicieran internas
abiertas, contra la venta del país, contra el aumento de tarifas,
para que paguen a los maestros, para la juventud de la Alianza, en apoyo
a los actores por su conflicto con los canales de televisión, contra
el trabajo de las prostitutas en la calle y contra los travestis. Este
último es, efectivamente, un eje de campaña del PNOSP y
el único caso en que los recolectores de firmas recurrieron a uno
de sus postulados. Pero omitieron informar a quienes prestaron sus datos
que estaban apoyando la formación de un partido.
De todas las personas localizadas, una sola aseguró conocer al
PNOSP, pero también aclaró que de ninguna manera compartía
sus posiciones.
EL
UNICO PROCESADO EN EL CASO ES EL PERIODISTA
El profanador soy yo
Por R. K.
En la madrugada del 18 de setiembre
de 1999 ingresé en el cementerio judío de La Tablada. En
la oscuridad de la noche, profané 63 tumbas. Un día antes,
la Policía Bonaerense había matado a dos rehenes y a un
delincuente en Villa Ramallo. La sociedad repudió de manera absoluta
la actuación de la Policía, lo cual fue aprovechado por
varios ex comisarios que amasaron fortunas dentro de la fuerza y que estaban
interesados en aumentar el caos reinante con la intención de demostrar
que debían ser nuevamente convocados, ya que supuestamente
sólo ellos podían dirigir en forma eficaz a la Policía
de la provincia de Buenos Aires.
Las profanaciones suponían caos, les venían bien a los ex
jefes, y, por eso, al día siguiente de la profanación, la
mayoría de los medios acusó tácitamente a la Bonaerense
por el destrozo de las tumbas. Sin embargo, la principal hipótesis
de la Policía y la Justicia consistía en que se trataba
de una organización que, con el fin de sacar provecho económico,
profana tumbas y realiza actos hostiles a la comunidad judía.
Esta organización estaría integrada por un policía
retirado, un confidente policial y yo, el periodista Colman (sic). Para
alcanzar nuestros siniestros objetivos, habríamos contado con el
apoyo de dos reconocidos abogados, León Zimmerman, dirigente de
la Coordinadora contra la Represión Policial e Institucional (CORREPI),
y Ciro Anichiarico, que defiende a los familiares de las víctimas
de la Masacre de Wilde, un triple asesinato perpetrado por efectivos de
la Bonaerense.
Un anónimo, entregado por la Policía Bonaerense a la Justicia
y que contiene la acusación referida, constituye la primera página
(ver foto) de una voluminosa investigación de cuatrocientas carillas
ordenada por el juez federal de Morón Omar Criscuolo para esclarecer
las últimas profanaciones en cementerios judíos. En la práctica,
es la única investigación en curso sobre el destrozo de
tumbas de setiembre de 1999 en La Tablada y Ciudadela.
Además del anónimo, las 400 páginas restantes incluyen
relatos sobre seguimientos, pinchaduras de teléfonos y otros movimientos
con los cuales como era de esperar no se logró avanzar
ni un milímetro en el esclarecimiento de las profanaciones. Los
nazis y profanadores, agradecidos.
Dos denuncias judiciales
El Centro Simon Wiesenthal se presentará ante el Consejo
de la Magistratura para pedir que investigue la actuación
del juez federal de Morón, Jorge Rodríguez, en el
caso de las profanaciones de tumbas. La base de la presentación
es la denuncia del libro Sombras de Hitler. Al mismo tiempo, se
entregará la dirección y las fotos de la casa de la
calle Schweitzer que ni la policía ni el juez buscaron
donde se pactó la trampa policial tendida a dos jóvenes
para involucrarlos en esa profanación. El autor del libro
entregará el nombre y los datos de Fernando R., el neonazi
que confesó haber participado de la profanación de
mayor envergadura. Esta misma semana también se le pedirá
a la jueza María Servini de Cubría que investigue
la forma fraudulenta en la que el PNOSP, que conduce Alejandro Franze,
consiguió la mayor parte de las firmas y fichas de respaldo
que entregó a la Justicia con el objetivo de conseguir la
legalidad como partido y presentar candidatos a las elecciones.
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