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LA TRAMA SECRETA DE COMO LA BONAERENSE
CONTRATO A LOS ATACANTES DEL CEMENTERIO JUDIO
Profanaciones, pintadas, policías y neonazis

Detrás de cada profanación de tumbas judías aparece la sombra de la policía, tanto en la organización de los ataques como en su ejecución. En el libro �Sombras de Hitler�, su exhaustiva investigación sobre la vida secreta de las bandas neonazis, que esta semana llegará a las librerías, el periodista de Página/12 Raúl Kollmann pudo identificar a uno de los protagonistas del mayor ataque a un cementerio judío y su insólita relación con la bonaerense.

La investigación de la profanación fue una farsa: sospechosos alquilados y un periodista investigado.

Por Raúl Kollmann

“Nos prometieron dinero y unas joyas que iban a estar en una tumba, ahí nomás, debajo de la lápida, no dentro del cajón. En total fuimos nueve los que entramos al cementerio. Hicimos unas pintadas, rompimos tumbas y nos fuimos. Las joyas no estaban, con eso nos engañaron. A mí me dijeron que el que pagó todo eso fue (Rubén) Beraja a través de una persona que debía entregar el dinero en una sucursal del Banco Mayo de Barracas. No sé, era como una interna dentro de los judíos. Yo mucho no entendí, porque también me dijeron que era alguien que quería perjudicar a Beraja.” Fernando R., un neonazi que integró el Partido Nuevo Orden Social Patriótico, reconoció así, ante una persona que participó de la investigación del libro Sombras de Hitler, su intervención en la más violenta de las profanaciones ocurridas en la Argentina. Era la primera vez que un profanador confesaba. Lo que no dijo fue que el operativo para destruir y violar tumbas había sido montado por policías y que él mismo había sido contactado por integrantes de la Bonaerense para hacer el trabajo. Por el contrario, como todo buen nazi, se inventó rápidamente la historia de que la profanación había sido una interna de los judíos. Lo mismo dicen los nazis sobre el atentado contra la AMIA.
Como ocurre invariablemente frente a una atentado contra un objetivo judío, los policías no estaban y, si estaban, no escucharon ruido alguno. Hubo violentos mazazos, rotura de vidrios y tres disparos efectuados por los vigiladores. Sin embargo, la policía no vio ni escuchó nada. Como en los atentados contra la embajada de Israel y la AMIA.
Las primeras noticias sobre la participación de Fernando R. En la profanación del 19 de octubre de 1996 surgieron de un diálogo con Hugo, que en esa época revistaba en las más altas jerarquías del PNOSP:
–¿Participaron militantes de ustedes en alguna de las profanaciones de cementerios judíos?
–Que yo sepa, sólo en una. Hay un pibe, al que le dicen el Cabezas o el Munra. Es de Ciudad Evita y tiene un tío que es subcomisario o algo así en la Policía Bonaerense. Ese tío fue el que lo llevó a la profanación. El PNOSP no tuvo nada que ver. El Munra fue sólo porque lo llevó el tío.
Las primeras averiguaciones, a partir del padrón electoral, permitieron verificar que efectivamente había un Fernando R. con domicilio en Ciudad Evita. No sólo se confirmó que tenía un tío en la Bonaerense sino además que tenía otro que había sido exonerado de la misma fuerza. El tercer dato que se corroboró fue que al tal Fernando R. le decían el Cabezas. Finalmente –sin saber que estábamos investigándolo–, Fernando R. admitió por primera vez su participación en los hechos.
La Policía Bonaerense, con recursos y estructura varias veces superiores a la de un pequeño grupo de periodistas, nada pudo averiguar. Sabían que detrás de la profanación había policías y es conocido el principio de que policía no investiga policía.
El hombre que quedó a cargo de la pesquisa de la profanación no fue otro que el comisario Angel Salguero, despedido poco tiempo antes de la investigación del atentado contra la AMIA. El juez Juan José Galeano había comenzado a sospechar que Salguero jugaba “a dos puntas” en esa causa.
A Salguero la profanación le venía como anillo al dedo: no era responsable de la custodia del cementerio –de eso se ocupaba la Unidad Regional– y podría mejorar su dañada imagen en la Policía y ante la comunidad judía “esclareciendo” el caso de las rotura de tumbas.

La maniobra

La operación policial más espectacular, la que delata la trama oculta detrás de la destrucción de tumbas, se produjo una semana después de la profanación.
Cristian Durán tenía entonces 18 años. Es morocho, flaco y usa el pelo largo. En el brazo izquierdo muestra un tatuaje y cortes cicatrizados de vieja data. El y su amigo Mario Urquiola vivían en un barrio muy humilde de Gregorio de Laferrère y ninguno de los dos tenía trabajo fijo. Por eso les cayó del cielo la oferta de Tony y Pablo.
Ese dúo les fue presentado por Waldo, un amigo de un amigo de ellos. Al principio, por el pelo corto y el porte, los pibes se asustaron un poco pensando que Tony y Pablo eran policías, pero cuando los escucharon hablar se tranquilizaron: les parecieron “locos sueltos”, es decir, ladrones. Por eso aceptaron una invitación a comer en la casa de Waldo, en Ituzaingó.
Fueron hasta allí en un Ford amarillo. La madre y la hermana también estaban en la casa y hubo un pequeño incidente. Tony molestó a la hermana de Waldo y ella le gritó enojada: “Vos sos ortiba, estás con los canas”. El incidente llamó la atención de Durán y Urquiola, pero la oferta que recibieron era suficientemente tentadora como para que pasaran por alto los detalles.
El trabajito parecía fácil: unas pintadas relacionadas con política en un paredón, por lo que cobrarían de inmediato cien pesos cada uno. Por esa plata, Durán y Urquiola estaban dispuestos a pintar lo que les mandaran, incluso unos cincuenta símbolos parecidos a una cruz, que ellos no sabían que se llamaba esvástica. En la casa de Ituzaingó, el pacto quedó sellado.
Veinticuatro horas más tarde, efectivamente Tony y Pablo volvieron a aparecer, esta vez en un Ford Falcon negro. Sin más trámite llevaron a Durán y Urquiola hasta un paredón lindante con el cementerio de La Tablada. Como habían convenido, les entregaron un aerosol a cada uno y les enseñaron cómo pintar esas cruces raras. A Durán, por de pronto, le salían al revés.
Pocos minutos después, Tony les dijo que se apartaría con el auto hacia el otro extremo del paredón para pintar desde allí, Pero lo cierto es que el vehículo fue alejándose. Casi al mismo tiempo llegó la Policía Bonaerense.
–¿De dónde vienen, muchachos? –preguntó el oficial Rodolfo Romero.
–De jugar al fútbol.
–A ver, muestren las manos –ordenó el suboficial Gabriel Guerrero.
Era evidente que los policías sabían lo que buscaban. Las manos de Durán estaban limpias, pero las de Urquiola tenían manchas de pintura. Sin más trámite, los detuvieron.
Como se ve, los hombres de la Bonaerense gozaron de una maravillosa capacidad de adivinación: buscaron gente con las manos sucias de pintura roja en una calle contigua al cementerio. Los policías consignaron en el acta de detención que encontraron también un bolso que contenía una maza .que sirve, por ejemplo, para destruir tumbas–, un recorte de diario sobre la profanación de la semana anterior, un revólver, una chapa de pecho de un policía bonaerense y dos aerosoles color rojo como los usados siete días antes en las pintadas dentro del cementerio, especialmente en las palabras “Hitler”, “Holocausto” o el símbolo 666, el Anticristo.
La conclusión estaba cantada: estos chicos eran culpables de la profanación. Usaron esa maza y llevaban encima el recorte para recordar sus proezas. El arma evidenciaba su peligrosidad. Habían robado la chapa de un policía, prueba de que estaban en contra de la Bonaerense y, como frutilla del postre, tenían aerosoles supuestamente similares a los usados la semana anterior. Y eran tan pero tan nazis que volvieron a pintar más cruces esvásticas.
El armado policial era tan grotesco que fue cayéndose a pedazos. Durán y Urquiola negaron haber tenido alguna vez ese bolso, en lo que fueronrespaldados por dos testigos -.Luis y Diego Bertolin–, quienes aseguraron que el bolso fue bajado del automóvil de los policías. El efectivo de la Bonaerense a quien correspondía la chapa negó que ésta hubiera salido de su poder. La maza era una prueba inverosímil: ¿para qué la querían si sólo iban a pintar esvásticas. Por último, nadie puede creerse que los autores de un delito lleven encima un recorte periodístico que los incrimine tan nítidamente con un delito anterior, es decir, con la profanación.
El mismo día 26 declaró ante el juez el comisario Salguero: “Ya en la Brigada de Investigaciones se interioriza sobre el procedimiento por los inculpados, Urquiola y Durán, quienes habían sido contratados por dos desconocidos”. Según lo declarado, “Salguero mantiene una conversación con el suboficial Guerrero y el agente Romero y advierte contradicciones en cuanto al desarrollo de los hechos. Al profundizar sobre el tema logra el sinceramiento de ellos (de Guerrero y Romero), que reconocen haber mantenido contacto con dos informantes (Tony y Waldo) a los cuales con el propósito de ‘levantar’ el trabajo de la dependencia, por las suyas, sin conocimiento alguno de los superiores, les piden que trajeran a dos muchachos para endilgarles el hecho perpetrado.”
O sea que los policías reconocen que hicieron contratar a Durán y Urquiola para pintar las esvásticas, luego los detendrían y los acusarían por la profanación de la semana anterior. De esa manera conseguirán un gran prestigio para la Brigada comandada por Salguero. Todo a espaldas de éste, algo que resulta extraordinariamente llamativo teniendo en cuenta que Guerrero llevaba nada menos que veinte años trabajando con Salguero y era su fiel escudero en todos los destinos en los que estuvo en la Bonaerense.
El plan original era que Durán y Urquiola se pudrieran en la cárcel como culpables de la profanación. ¿Por qué entonces se abortó la operación y Salguero tuvo que entregar a sus propios hombres? La respuesta está en un comentario que hizo el subcomisario Reynoso –mano derecha de Salguero–: “Ojo que esos pibes pueden llegar a la casa del buche”. Traducido, significa que los policías habían armado todo mal y, a través de los muchachos, podían quedar al descubierto todas las conexiones con la Bonaerense.

Resolución

En la resolución de la causa judicial interviene el juez federal de Morón, Jorge Rodríguez, quien, según las constancias del expediente, estaba casualmente trabajando en su despacho a la una de la mañana junto al comisario Salguero.
A pesar de que Urquiola describiera la casa de Ituzaingó -.donde se cerró el trato-. y la forma de llegar a ella, la Policía no fue capaz de encontrarla.
Salguero hace su declaración en la que reconoce que todo fue un armado, pero hecho por sus subordinados, sin su conocimiento. El magistrado le cree.
El juez resuelve que la confesión realizada ante Salguero no es válida porque se alimentó de lo que le dijeron sus subordinados, Guerrero y Romero. Y como la revelación fue hecha en la Brigada, no en el juzgado, el magistrado la invalida. Significa que anula la confesión que fue parte de las diligencias que el mismo Salguero hizo.
Incluso con la confesión invalidada, el juez podría haber profundizado la investigación, ubicando a Waldo, Tony y Pablo. En su resolución no dice nada de esto.
El juez no procesa a nadie.
Los chicos son sobreseídos, porque era evidente que habían sido engañados.
El caso se cierra. En resumen: no hay culpables y, sobre todo, no se busca la casa ni la gente que organizó la pintada de esvásticas y que intentó culpar a los chicos de la profanación. En verdad, no se habría querido averiguar nada porque al final del túnel estaban los policías, quienes habrían sido los que verdaderamente organizaron la gran profanación, los que destrozaron tumbas y, ayudados por un neonazi, pintaron con aerosoles rojos el nombre de Hitler en las sepulturas judías.
El grupo de periodistas que participó de la investigación para este libro resolvió poner manos a la obra para buscar la casa donde los informantes de la Policía arreglaron la trampa contra Durán y Urquiola. No contó con un aparato de inteligencia ni con confidentes y mucho menos personal uniformado. Sin embargo, después de una ardua tarea, aquí está el resultado: la casa donde fueron contratados Durán y Urquiola para ir a pintar esvásticas, la casa en la que les tendieron la trampa, está situada en Schweitzer 2631, entre Portugal y Tel Aviv, en el barrio San Alberto de Ituzaingó. En ella efectivamente vive Waldo, el que contrató a los pibes.
La confesión de Fernando R. y los datos que se aportan sobre la maniobra policial demuestran que es posible investigar. Pero, igual que en este relato que acabamos de concluir, la cadena de encubrimiento, la forma en la que se ocultaron las pruebas, desborda cualquier capacidad de asombro. La razón por la que no aparecen los culpables de las profanaciones es, sencillamente, porque nadie los busca en serio.

 


 

LOS TRUCOS DEL PNSOP PARA PODER LEGALIZARSE
Firmas truchas se aceptan

Gran parte de la actividad cotidiana del Partido Nuevo Orden Social Patriótico, que conduce Alejandro Franze, consiste en salir a reunir las adhesiones necesarias para su reconocimiento como partido legal y poder presentar candidatos para las elecciones.
Para conseguir la legalización en la Capital Federal hacen falta 3500 adherentes, lo cual significa que aquellos ciudadanos que respaldan al nuevo partido tienen que llenar una planilla y estampar la firma.
En este aspecto, el Partido Nuevo Triunfo, que dirige Alejandro Biondini, parece haber tirado la toalla: sólo presentó algo más de trescientas adhesiones y desde 1991 no ha entregado ninguna a la Justicia Electoral. En cambio el PNOSP tiene aprobadas tres mil cien firmas y se mantiene en constante actividad para concretar el sueño de participar en las elecciones. En Alto Palermo, Acoyte y Rivadavia, o Plaza Flores, un grupo de militantes instala una mesita y pide la firma y los datos a los transeúntes.
La investigación realizada para Sombras de Hitler mostró que la gran mayoría de las 3100 firmas aceptadas por la Justicia son fraudulentas. No se trata de la autenticidad de las firmas sino de las maniobras desplegadas para conseguirlas. El equipo de investigación tomó una muestra de cien ciudadanos firmantes de la adhesión al partido nazi y se los buscó, uno a uno.
El resultado fue contundente: ni una sola de las personas consultadas tenía idea de que había firmado una adhesión al partido nazi. Varias expresaron enfáticamente su indignación, con dichos como: “Me quedo helada. Ahora no sé cómo voy a arreglar esta macana” (Marisol Anello); “Yo soy judío y tengo ideas de izquierda. No puedo creer lo que me está diciendo” (Sebastián Cohen), “Yo no le firmo a ningún partido, porque todos prometen, pero cuando suben hacen lo contrario” (Rosa Ferro); “Yo soy católica, apostólica y romana. Lo que más respeto es la vida humana y rechazo a los nazis” (Felicia Díaz); “Me da bronca quedar pegada con ellos” (Silvia Naya).
Algunas personas dijeron no haber firmado nunca nada. La mayoría sí recordaba haberlo en alguna de las esquinas mencionadas, pero aseguraron que les habían pedido la firma para diversas cuestiones: “para que les aumentaran a los jubilados, para que se hicieran internas abiertas, contra la venta del país, contra el aumento de tarifas, para que paguen a los maestros, para la juventud de la Alianza, en apoyo a los actores por su conflicto con los canales de televisión, contra el trabajo de las prostitutas en la calle y contra los travestis. Este último es, efectivamente, un eje de campaña del PNOSP y el único caso en que los recolectores de firmas recurrieron a uno de sus postulados. Pero omitieron informar a quienes prestaron sus datos que estaban apoyando la formación de un partido.
De todas las personas localizadas, una sola aseguró conocer al PNOSP, pero también aclaró que de ninguna manera compartía sus posiciones.

 


 

EL UNICO PROCESADO EN EL CASO ES EL PERIODISTA
El profanador soy yo

Por R. K.

En la madrugada del 18 de setiembre de 1999 ingresé en el cementerio judío de La Tablada. En la oscuridad de la noche, profané 63 tumbas. Un día antes, la Policía Bonaerense había matado a dos rehenes y a un delincuente en Villa Ramallo. La sociedad repudió de manera absoluta la actuación de la Policía, lo cual fue aprovechado por varios ex comisarios que amasaron fortunas dentro de la fuerza y que estaban interesados en aumentar el caos reinante con la intención de demostrar que debían ser nuevamente convocados, ya que –supuestamente– sólo ellos podían dirigir en forma eficaz a la Policía de la provincia de Buenos Aires.
Las profanaciones suponían caos, les venían bien a los ex jefes, y, por eso, al día siguiente de la profanación, la mayoría de los medios acusó tácitamente a la Bonaerense por el destrozo de las tumbas. Sin embargo, la principal hipótesis de la Policía y la Justicia consistía en que se trataba de una organización que, “con el fin de sacar provecho económico, profana tumbas y realiza actos hostiles a la comunidad judía”. Esta organización estaría integrada por un policía retirado, un confidente policial y yo, el periodista Colman (sic). Para alcanzar nuestros siniestros objetivos, habríamos contado con el apoyo de dos reconocidos abogados, León Zimmerman, dirigente de la Coordinadora contra la Represión Policial e Institucional (CORREPI), y Ciro Anichiarico, que defiende a los familiares de las víctimas de la Masacre de Wilde, un triple asesinato perpetrado por efectivos de la Bonaerense.
Un anónimo, entregado por la Policía Bonaerense a la Justicia y que contiene la acusación referida, constituye la primera página (ver foto) de una voluminosa investigación de cuatrocientas carillas ordenada por el juez federal de Morón Omar Criscuolo para esclarecer las últimas profanaciones en cementerios judíos. En la práctica, es la única investigación en curso sobre el destrozo de tumbas de setiembre de 1999 en La Tablada y Ciudadela.
Además del anónimo, las 400 páginas restantes incluyen relatos sobre seguimientos, pinchaduras de teléfonos y otros movimientos con los cuales –como era de esperar– no se logró avanzar ni un milímetro en el esclarecimiento de las profanaciones. Los nazis y profanadores, agradecidos.

 

Dos denuncias judiciales

El Centro Simon Wiesenthal se presentará ante el Consejo de la Magistratura para pedir que investigue la actuación del juez federal de Morón, Jorge Rodríguez, en el caso de las profanaciones de tumbas. La base de la presentación es la denuncia del libro Sombras de Hitler. Al mismo tiempo, se entregará la dirección y las fotos de la casa de la
calle Schweitzer –que ni la policía ni el juez buscaron– donde se pactó la trampa policial tendida a dos jóvenes para involucrarlos en esa profanación. El autor del libro entregará el nombre y los datos de Fernando R., el neonazi que confesó haber participado de la profanación de mayor envergadura. Esta misma semana también se le pedirá a la jueza María Servini de Cubría que investigue la forma fraudulenta en la que el PNOSP, que conduce Alejandro Franze, consiguió la mayor parte de las firmas y fichas de respaldo que entregó a la Justicia con el objetivo de conseguir la legalidad como partido y presentar candidatos a las elecciones.

 

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