Por Irina Hauser
Los rumores sobre la potencial
renuncia del juez Carlos Liporaci, perseguido por la sombra de su posible
destitución por supuesto enriquecimiento ilícito, obligaron
a los miembros del Consejo de la Magistratura a despabilarse y ponerse
a trabajar recién llegados de vacaciones. La primera actividad
del cuerpo será tomar declaración mañana a tres testigos
que propuso el magistrado cuestionado el mismísimo que dictó
la falta de mérito de los 11 senadores acusados en la causa de
los sobornos en el Senado para que hablen a su favor. Pero la intención
de los consejeros es terminar de una vez con el expediente y el martes
13 consensuar en la Comisión de Acusación el dictamen que
embarcaría a Liporaci en el proceso de juicio político al
que hasta ahora sólo se opondría la menemista Lelia Chaya.
Aunque Liporaci las desmiente, las versiones sobre su renuncia suenan
fuerte en tribunales y señalan que esperaría a cambio garantía
de inmunidad y algún carguito a futuro. Por empezar,
si deja su sillón de juez el proceso de destitución quedará
automáticamente abortado y hasta podría darse el lujo de
pensar en cobrar su jubilación como viejo miembro de la familia
judicial, un sistema que hasta ahora pocos consejeros han cuestionado.
Claro que la estrategia de irse antes de que los echen ya ha sido aplicada
por otros magistrados acusados (ver aparte).
En cuanto al juez de los sobornos, los testigos aportados por él
declararán mañana a la tarde y, con ellos, probablemente
se ponga punto final a la pesquisa a menos que surja la necesidad imperiosa
de oír a alguien más. La mayoría de los integrantes
de la Comisión de Acusación, que es la que ha estudiado
el caso, suponen que los nuevos testimonios no cambiarán el rumbo
del dictamen con que ya los consejeros Pablo Fernández y Fermín
Garrote llamaron a Liporaci para interrogarlo señalando las inexactitudes,
omisiones y contradicciones del patrimonio declarado en relación
a los ingresos familiares y su nivel de gastos.
Como la principal fuente de sospecha sobre el incremento de la fortuna
del juez es la compra de la mansión donde vive ahora en Vicente
López que los tasadores de la Corte Suprema estimaron que
cuesta entre 950 mil y 1.120.000 dólares y que difícilmente
haya podido pagar sólo con su sueldo del Poder Judicial uno
de sus testigos será Guido Torrisi, un prestamista privado que
le facilitó parte de la plata para pagarla. Pero también
dará su testimonio Emilio Ongaro, un supuesto amigo de Liporaci
que alegaría haberle pagado el alquiler cercano a los 2000 pesos
de una casa en el sofisticado country Golfers durante varios meses,
un gasto que fue revelado por Página/12. Por último, hablará
Patricia Baulan, la contadora que justificó el flujo de fondos
y los posibles pagos del juez.
Según pudo saber este diario, Pablo Fernández (Alianza)
ya tendría parte de un borrador de dictamen acusatorio elaborado.
Y todo indica que lo podrían apoyar los consejeros Mario Gersenobitz,
Fermín Garrote y Carlos Maestro (Alianza). El menemista Miguel
Pichetto también tenía hacia fin de año una posición
contraria al juez. La única que se abstendría o votaría
contra la acusación sería Chaya, quien actualmente preside
el cuerpo de Acusación. Augusto Alasino (PJ) está apartado
del caso por haber estado implicado en la causa del supuesto pago de sobornos
a senadores para que votaran la reforma laboral. De todos modos, éste
constituiría sólo el comienzo del juicio político,
ya que el paso siguiente sería la votación en el plenario
donde, según creen funcionarios de tribunales, Liporaci podría
gozar de mayor protección.
Lo cierto es que buena parte de la información de la que dispone
el Consejo surgió de un expediente penal contra Liporaci, por el
mismo tema, que está a cargo del juez Gabriel Cavallo y del fiscal
Pablo Recchini. Allegados a la investigación señalaron que
ya existirían suficientes pruebas de que el magistrado logró
abultar su fortuna en forma ilegítima y que Cavallo le requerirá
que justifique el origen de su patrimonio en cuanto los peritos le devuelvan
el expediente, algo que debería ocurrir a más tardar a fines
de este mes según los plazos judiciales. Después, para contestar
el requerimiento el imputado tendrá entre 30 y 45 días.
Luego, podría ser indagado como sospechoso.
Mientras tanto, la Justicia analizará otro tema adelantado por
este diario: la denuncia de un ex secretario de Liporaci, Guillermo Gowland,
quien dijo que el juez le pagó 20 mil dólares a José
Levy, el dueño de la financiera Cofiarsa, para que le fraguara
un crédito que nunca existió pero que le habría permitido
explicar parte de la compra de su vivienda millonaria. Gowland, Levy y
el abogado Isaac Damsky, apoderado de Cofiarsa, serían llamados
a declarar.
Más allá de las buenas intenciones y las ganas de hacer
justicia, el dictamen con que los fiscales Eduardo Freiler y Federico
Delgado objetaron esta semana la falta de mérito con que Liporaci
favoreció a los senadores involucrados en la causa de las coimas
evidencia un intento de despegarse de la figura y los actos de ese juez.
En el Consejo de la Magistratura piden por favor que nadie mezcle la causa
de los sobornos con la cuestión del juicio político. Pero
parece inevitable, al menos para el imaginario colectivo. Si ahora Liporaci
renuncia o no es algo que está por verse. En los últimos
años se ha mostrado bastante hábil para ubicar a su esposa
en la Cámara de Diputados, a su hija Carolina en el Senado, a su
hija María Florencia en la Auditoría Gene-ral de la Nación
y a su hija Clarisa en el Poder Judicial. Con la suerte de perdón
que concedió a senadores peronistas y aliancistas, seguramente
tendrá varios nuevos amigos.
El viejo truco de
renunciar
Huir antes de que los echen es la estrategia que han utilizado
varios ex jueces para no pasar por la tensión y el papelón
de tener que sentarse frente al jurado de enjuiciamiento. Es lo
que hicieron la ex jueza de Morón, Raquel Morris Dloogatz,
acusada de integrar una banda con policías bonaerenses que
recaudaban coimas en el Mercado Central; Ricardo Ferrer, ex magistrado
federal de La Plata, acusado de haber pedido una coima para favorecer
a la empresa Torneos y Competencias en una causa en la que se disputaba
la televisación de partidos de fútbol; Luis Torres,
ex juez en lo correccional de Capital Federal, cuestionado por cajonear
expedientes; y Pablo Belisario Bruno, acusado de haber presenciado
y avalado torturas en una comisaría. Más aún,
Bruno actualmente es director de Asuntos Internos de la Secretaría
de Inteligencia de Estado (SIDE).
Esto explica aunque sólo en parte que en los
dos años que lleva de funcionamiento el Consejo de la Magistratura
sólo hayan pasado por el proceso de juicio político
dos jueces, a saber, Víctor Brusa y Ricardo Bustos Fierro.
El consejero Fermín Garrote presentó en 1999 y el
año pasado pedidos ante la presidencia del Jurado de Enjuiciamiento,
ante el ex ministro de Justicia Ricardo Gil Lavedra y el presidente
Fernando de la Rúa, proyectos para modificar los reglamentos
correspondientes de manera que la renuncia de los jueces que están
cuestionados ante el Consejo o el jury no sea aceptada por
el Poder Ejecutivo, básicamente porque ello trunca el proceso
de responsabilidad política que se le sigue (...) como contribución
imprescindible a la transparencia que este Gobierno postula...
El titular del Juzgado de Enjuiciamiento, Eduardo Moliné
OConnor, contestó el 2 de setiembre de 1999 que los
señores miembros de este Jurado no han advertido razones
que justifiquen una modificación al reglamento vigente.
El Gobierno, por su parte, dijo el 27 de junio de 2000 que la
pertinencia de la propuesta sería analizada,
pero nunca expresó nada más.
El consejero Mario Gersenobitz expresó coincidencia y presagió:
Si a Liporaci la Comisión de Acusación efectivamente
lo acusa, es probable que también renuncie.
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