Un esqueleto en el
ropero
Hay un dicho del idioma inglés, que cualquier lector de
novelas policiales conoce: tener un esqueleto en el ropero.
Alude a un pasado insepulto, sin saldar. A culpas, secretos, delitos
o pecados que están latentes, pasibles de reaparecer en el
momento menos pensado. Y de arruinar el estofado mejor preparado.
El esqueleto en el armario de la Alianza es el affaire de las coimas
senatoriales. El que detonó la fenomenal crisis de setiembre
y octubre, eyectó del gobierno a dos hombres de plena confianza
del Presidente (Fernando de Santibañes y Alberto Flamarique)
como módica compensación a la renuncia del vicepresidente
Carlos Alvarez, que los aborrecía.
La crisis derivó de una larga sucesión de silencios,
de sobreentendidos errados, de una incapacidad para hablar difícil
de comprender y de transmitir. Ningún profano puede imaginar
qué poco y qué mal dialogaron (por así decirlo)
Fernando de la Rúa y Chacho Alvarez. Y hasta los que conocen
los vericuetos palaciegos se asombran. No hablan comenta,
exagerando apenas pero acertando en la descripción, Carlos
Corach que de eso algo sabe.
La política, la democrática en especial, es diálogo,
negociación, seducción. Mucha, mucha saliva. Siempre
lo es y debería serlo especialmente en una coalición
que anhela sobrevivir. Pero nada de eso ocurre entre quienes integraron
la fórmula presidencial. Por diferentes vertientes personales,
ambos son esquivos para poner las cartas sobre la mesa, para decir
ya no todo una parte importante de lo que piensan y
de lo que reclaman.
Un lector exigente podría encabritarse ante lo que parece
un relato psicologista de la historia. Quizá no haya tal:
cuando faltan colectivos poderosos, cuando los partidos son meras
maquinarias electorales, cuando la Alianza es un logo (y un anhelo
colectivo) carente de estructuras que lo bajen a tierra, las individualidades
propenden a potenciar su (dis)valor. Si no hay banderas, programas,
identidades, ámbitos más o menos vinculantes, instituciones,
los seres humanos tienden a caer presos de sus tendencias personales,
a parecerse a caricaturas de sí mismos. También a
replegarse a su intimidad o su círculo personal más
estrecho. Alvarez maquinó su renuncia hablando solo con su
mujer. De la Rúa comandó todo el escándalo
conversando con su círculo familiar más íntimo
que según es fama integran sus hijos y De Santibañes.
Precisamente cuando ambos hacen gala de intentar superar esa metodología,
tan amateur como asombrosa, cuando se arma un grupo de trabajo,
la apelación de los fiscales Freiler y Delgado opera una
recidiva del escándalo. Reabre heridas que jamás cicatrizaron,
resucita discusiones jamás saldadas.
Vencedores y vencidos
El radicalismo
como partido no se tomó en serio la transparencia como parte
del contrato electoral. Actuó morosamente en el Senado.
De la Rúa
perdió una gran oportunidad de liderazgo político
al no encabezar el proceso de transparencia. La tenía más
a la mano que la solución económica.
La renuncia de
Alvarez fue un gesto ético valioso. Marcó un alto
grado de desprendimiento y dio testimonio de la conversión
del Senado en un sistema mafioso. El Senado quedó como la
institución más penosa de la Argentina. (Pero)...
La renuncia fue
un gesto político equivocado.
Chacho agitó
temas pero no organizó a la Alianza en torno de ellos. De
la Rúa no agitó ni organizó.
Las citas corresponden al libro El divorcio del periodista
Martín Granovsky y dan inmejorable y breve cuenta
de algunos datos insoslayables del terremoto que sufrió (que
autogeneró) la Alianza. La dimisión de Alvarez se
añadió a otros datos de los que nadie habla pero cuyas
consecuencias perduran. Recordemos algunos:
El Frepaso perdió
un Ministerio en el Gabinete Nacional. Esto es, se debilitó
tras las denuncias de Alvarez.
El hermano del Presidente
fue nombrado Ministro de Justicia y por ende jefe mediato de la
Oficina Anticorrupción (OA). Jorge de la Rúa es abogado
y un jurista de mediano nivel, esos son los hechos que invoca el
Presidente para justificar su designación. Pero lo cierto
es que sus pergaminos previos no eran los de un ministeriable para
cualquier Ejecutivo cuyo titular no fuese el actual. Y que llegó
a abogado superadas las dos décadas de vida y a jurista superadas
las tres. Mientras que es hermano del Presidente desde mucho antes.
La sangre es más espesa que el agua y tiene razones que hacen
engordar las venas y trabajan la moral y hasta el inconsciente.
En suma, que el hermano del Presidente en el Ministerio que entre
otras tareas debería poner la lupa sobre su mejor amigo,
a la sazón ex jefe de la SIDE, es una fuerte señal.
Políticamente,
el esqueleto del Senado se colocó en el ropero. Alvarez bajó
la guardia y desescaló su ofensiva. El radicalismo respiró
aliviado.
Redondeando el cuadro de situación. Octubre de 2000 terminó
con vencedores y vencidos al interior de la coalición de
gobierno. Un punto de partida respecto del que a futuro
pueden intentarse muchas cosas: compensar los desequilibrios, acentuarlos,
terminar de matar al herido, buscar reconciliarse con él
o contenerlo. Lo imposible, lo irrealizable es ignorarlo.
Tareas a futuro
Mas, por ahora, en el grupo de trabajo de eso no se habla. O se
habla a medias, lo que es lo mismo. De cualquier forma los asistentes
de uno y otro partido consideraron satisfactoria la reunión
del miércoles. Se ventilaron temas operativos, se propusieron
cosas concretas. Sin ir más lejos:
La reforma política
motorizada por el ministro del Interior, Federico Storani, que incluye
impulsar un acuerdo con legisladores de provincia para reducir sus
dietas y sus gastos.
El nuevo Senado que insta
Alvarez, con menos comisiones, menos empleados, menos plata
para la política.
La Agencia que unifique
las políticas sociales, que podría permitir incluso
la creación de un salario ciudadano.
Una herramienta formidable que bien podría haber sido
tenido su puntapié inicial un año atrás
que Alvarez imagina con un valor agregado: recuperar presencia y
protagonismo frepasista en el Gabinete. Protagonismo a la hora de
promover políticas públicas y a la de participar en
las decisiones. Flamarique consiguió lo último pero
dejó de ser confiable para Alvarez. Graciela Fernández
Meijide no logró ninguno de los dos cometidos. Su ausencia
en el grupo de trabajo es todo un dato acerca de su actual posicionamiento
político, de su predicamento dentro del Gobierno y del Frepaso.
Es un secreto a voces que Alvarez piensa que debe ser otro frepasista,
de su círculo más confiable quien deba encabezar la
Agencia. Claro que como ocurría durante el epicentro
de la crisis Alvarez no ventila ante De la Rúa sus
objetivos. Y éste suele no enterarse de los secretos a voces.
Entre tanto, radicales y frepasistas salieron conformes del primer
cónclave. Una alta fuente del gobierno, protagonista de la
reunión, deslizó a Página/12 una lectura que
parece sensata: fue un encuentro franco, menos tenso que el
asado de la semana pasada. Se propusieron tareas y acciones de gobierno.
Es un avance. Claro que queda mucho por hacer. Y falta que, en algún
momento, De la Rúa y Alvarez pongan sus diferencias en negro
sobre blanco y se digan lo que tienen que decirse. Sería
toda una novedad.
Pressing sobre los
fiscales
Tal como reseñó esta columna la semana pasada, hubo
un momento indigesto en el asado de esos días. De la Rúa
le cuestionó a Alvarez sus críticas sobre la falta
de voluntad del gobierno para investigar al Senado. El Presidente
se preció de los esfuerzos oficialistas y blandió
la amenaza de una conferencia de prensa de su hermano Jorge haciendo
públicas todas las acciones gubernamentales. Cumplió
su promesa con un cambio menor: fue él mismo quien difundió
carpetas de la OA. Lo hizo en una reunión de Gabinete- conferencia
de prensa en la que con mucha más voluntad que naturalidad
el Presidente y los ministros desempeñaron sus roles (cada
uno caracterizado de sí mismo) para los canales de noticias.
Fue un mensaje, de los tantos que proliferaron en la semana.
El Frepaso y la UCR fueron dejando constancia de sus posturas ante
los medios. La oposición de Chacho a la reelección
de senadores cuestionados. La respuesta del radicalismo defendiendo
su derecho a nominar candidatos. Una forma elegante de decir que
el bochorno senatorial no sería tomado en cuenta a la hora
de repartir los porotos.
En la crisis de primavera Alvarez se enfrentaba a algunos radicales,
pero otros mediaban: especialmente Federico Storani y Raúl
Alfonsín. Ocurre que aquel conflicto ofrecía dos fusibles
afines a De la Rúa y ajenos a la UCR: De Santibañes
y Flamarique. También es real que por entonces el diálogo
entre los radicales más progresistas y Alvarez era más
asiduo y confiado que lo que es hoy. Lo cierto es que en estos días
Alfonsín y Storani se pusieron a la vanguardia a la hora
de disparar contra los fiscales que osaron apelar el fallo absolutorio
de Carlos Liporaci. Storani cree ver una mano negra política
detrás de los funcionarios judiciales, pero aunque
tuviera razón es difícil no traducir como presión
que el Gobierno, incluido el Presidente y el ministro del Interior,
haya lanzado munición gruesa contra dos fiscales. Le pegaron
a uno más chiquito, desproporción que se hace más
patente si se compara con el silencio que guardaron cuando Liporaci
zafó a todos los senadores. Falta de cautela del Ejecutivo,
que frisa en violación de la división de poderes.
Algo de cajón: el hermano del Presidente, en ésta,
estuvo pintado.
La sinrazón esencial de Storani, De la Rúa y Alfonsín
(todos ellos abogados) admite una razón parcial: los fundamentos
de la apelación son francamente precarios y tienen más
que ver con la lectura de diarios o con un análisis político
(eso sí, fácil de compartir) que con un escrito judicial.
Pero el dictamen cumple un cometido importante para el expediente
y para el sistema democrático que es mantener viva
la investigación. El Gobierno debería festejarlo.
Las medidas de prueba pedidas por Freiler y Delgado son pertinentes
y su omisión por parte de Liporaci todo un detalle. El juicio
y la transparencia está mejor tras la apelación
que antes, aunque las reacciones oficiales induzcan a hacer creer
lo contrario.
Climas
Darío Alessandro tomó la palabra en la reunión
de Gabinete: ya hicimos todo para el establishment. Es hora
de que empecemos a hacer algo para la gente. Dos ministros
radicales asintieron ostensiblemente y recordaron la frase ante
Página/12 como prueba de la apertura de una nueva etapa,
de cometidos más progresistas o más populares. También
como muestra de la actitud constructiva del Frepaso que a
su ver también campeó en el debut del grupo
de trabajo.
También cunde el entusiasmo cuando se piensa en el blindaje.
El entusiasmo aumenta hasta asemejarse riesgosamente a la euforia
en la medida que alguien se acerca al círculo íntimo
de Fernando de la Rúa. Algunos ya descuentan la victoria
electoral y fantasean un nuevo Senado con equilibrio de fuerzas
en relación al PJ. Hay quien sopla al oído del Presidente
alquimias para dejar al Frepaso bien afuera de ese Senado. Son voces
conocidas, familiares.
Los climas de Palacio son extraños, a menudo distintos a
los de la calle. Desde afuera las cosas parecen no haber cambiado
tanto. El Gobierno aún no se ha puesto en marcha. La macroeconomía
no es alimento cotidiano de la gente del común. Y el oficialismo
ha cambiado sideralmente su estado de ánimo pero no ha roto
su tendencia al silencio y sigue teniendo un esqueleto en el ropero.
|