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OPINION
Por Mario Wainfeld

Un esqueleto en el ropero

Hay un dicho del idioma inglés, que cualquier lector de novelas policiales conoce: “tener un esqueleto en el ropero”. Alude a un pasado insepulto, sin saldar. A culpas, secretos, delitos o pecados que están latentes, pasibles de reaparecer en el momento menos pensado. Y de arruinar el estofado mejor preparado.
El esqueleto en el armario de la Alianza es el affaire de las coimas senatoriales. El que detonó la fenomenal crisis de setiembre y octubre, eyectó del gobierno a dos hombres de plena confianza del Presidente (Fernando de Santibañes y Alberto Flamarique) como módica compensación a la renuncia del vicepresidente Carlos Alvarez, que los aborrecía.
La crisis derivó de una larga sucesión de silencios, de sobreentendidos errados, de una incapacidad para hablar difícil de comprender y de transmitir. Ningún profano puede imaginar qué poco y qué mal dialogaron (por así decirlo) Fernando de la Rúa y Chacho Alvarez. Y hasta los que conocen los vericuetos palaciegos se asombran. “No hablan” comenta, exagerando apenas pero acertando en la descripción, Carlos Corach que de eso algo sabe.
La política, la democrática en especial, es diálogo, negociación, seducción. Mucha, mucha saliva. Siempre lo es y debería serlo especialmente en una coalición que anhela sobrevivir. Pero nada de eso ocurre entre quienes integraron la fórmula presidencial. Por diferentes vertientes personales, ambos son esquivos para poner las cartas sobre la mesa, para decir –ya no todo– una parte importante de lo que piensan y de lo que reclaman.
Un lector exigente podría encabritarse ante lo que parece un relato psicologista de la historia. Quizá no haya tal: cuando faltan colectivos poderosos, cuando los partidos son meras maquinarias electorales, cuando la Alianza es un logo (y un anhelo colectivo) carente de estructuras que lo bajen a tierra, las individualidades propenden a potenciar su (dis)valor. Si no hay banderas, programas, identidades, ámbitos más o menos vinculantes, instituciones, los seres humanos tienden a caer presos de sus tendencias personales, a parecerse a caricaturas de sí mismos. También a replegarse a su intimidad o su círculo personal más estrecho. Alvarez maquinó su renuncia hablando solo con su mujer. De la Rúa comandó todo el escándalo conversando con su círculo familiar más íntimo que –según es fama– integran sus hijos y De Santibañes.
Precisamente cuando ambos hacen gala de intentar superar esa metodología, tan amateur como asombrosa, cuando se arma un grupo de trabajo, la apelación de los fiscales Freiler y Delgado opera una recidiva del escándalo. Reabre heridas que jamás cicatrizaron, resucita discusiones jamás saldadas.

Vencedores y vencidos

“El radicalismo como partido no se tomó en serio la transparencia como parte del contrato electoral. Actuó morosamente en el Senado.”
“De la Rúa perdió una gran oportunidad de liderazgo político al no encabezar el proceso de transparencia. La tenía más a la mano que la solución económica.”
“La renuncia de Alvarez fue un gesto ético valioso. Marcó un alto grado de desprendimiento y dio testimonio de la conversión del Senado en un sistema mafioso. El Senado quedó como la institución más penosa de la Argentina. (Pero)...”
“La renuncia fue un gesto político equivocado.”
“Chacho agitó temas pero no organizó a la Alianza en torno de ellos. De la Rúa no agitó ni organizó.”
Las citas corresponden al libro “El divorcio” del periodista Martín Granovsky y dan inmejorable –y breve– cuenta de algunos datos insoslayables del terremoto que sufrió (que autogeneró) la Alianza. La dimisión de Alvarez se añadió a otros datos de los que nadie habla pero cuyas consecuencias perduran. Recordemos algunos:
El Frepaso perdió un Ministerio en el Gabinete Nacional. Esto es, se debilitó tras las denuncias de Alvarez.
El hermano del Presidente fue nombrado Ministro de Justicia y por ende jefe mediato de la Oficina Anticorrupción (OA). Jorge de la Rúa es abogado y un jurista de mediano nivel, esos son los hechos que invoca el Presidente para justificar su designación. Pero lo cierto es que sus pergaminos previos no eran los de un ministeriable para cualquier Ejecutivo cuyo titular no fuese el actual. Y que llegó a abogado superadas las dos décadas de vida y a jurista superadas las tres. Mientras que es hermano del Presidente desde mucho antes. La sangre es más espesa que el agua y tiene razones que hacen engordar las venas y trabajan la moral y hasta el inconsciente. En suma, que el hermano del Presidente en el Ministerio que –entre otras tareas– debería poner la lupa sobre su mejor amigo, a la sazón ex jefe de la SIDE, es una fuerte señal.
Políticamente, el esqueleto del Senado se colocó en el ropero. Alvarez bajó la guardia y desescaló su ofensiva. El radicalismo respiró aliviado.
Redondeando el cuadro de situación. Octubre de 2000 terminó con vencedores y vencidos al interior de la coalición de gobierno. Un punto de partida respecto del que –a futuro– pueden intentarse muchas cosas: compensar los desequilibrios, acentuarlos, terminar de matar al herido, buscar reconciliarse con él o contenerlo. Lo imposible, lo irrealizable es ignorarlo.

Tareas a futuro

Mas, por ahora, en el grupo de trabajo de eso no se habla. O se habla a medias, lo que es lo mismo. De cualquier forma los asistentes de uno y otro partido consideraron satisfactoria la reunión del miércoles. Se ventilaron temas operativos, se propusieron cosas concretas. Sin ir más lejos:
La reforma política motorizada por el ministro del Interior, Federico Storani, que incluye impulsar un acuerdo con legisladores de provincia para reducir sus dietas y sus gastos.
El nuevo Senado que insta Alvarez, con menos comisiones, menos empleados, menos “plata para la política”.
La Agencia que unifique las políticas sociales, que podría permitir incluso la creación de un salario ciudadano.
Una herramienta formidable –que bien podría haber sido tenido su puntapié inicial un año atrás– que Alvarez imagina con un valor agregado: recuperar presencia y protagonismo frepasista en el Gabinete. Protagonismo a la hora de promover políticas públicas y a la de participar en las decisiones. Flamarique consiguió lo último pero dejó de ser confiable para Alvarez. Graciela Fernández Meijide no logró ninguno de los dos cometidos. Su ausencia en el grupo de trabajo es todo un dato acerca de su actual posicionamiento político, de su predicamento dentro del Gobierno y del Frepaso. Es un secreto a voces que Alvarez piensa que debe ser otro frepasista, de su círculo más confiable quien deba encabezar la Agencia. Claro que –como ocurría durante el epicentro de la crisis– Alvarez no ventila ante De la Rúa sus objetivos. Y éste suele no enterarse de los secretos a voces.
Entre tanto, radicales y frepasistas salieron conformes del primer cónclave. Una alta fuente del gobierno, protagonista de la reunión, deslizó a Página/12 una lectura que parece sensata: “fue un encuentro franco, menos tenso que el asado de la semana pasada. Se propusieron tareas y acciones de gobierno. Es un avance. Claro que queda mucho por hacer. Y falta que, en algún momento, De la Rúa y Alvarez pongan sus diferencias en negro sobre blanco y se digan lo que tienen que decirse”. Sería toda una novedad.

Pressing sobre los fiscales

Tal como reseñó esta columna la semana pasada, hubo un momento indigesto en el asado de esos días. De la Rúa le cuestionó a Alvarez sus críticas sobre la falta de voluntad del gobierno para investigar al Senado. El Presidente se preció de los esfuerzos oficialistas y blandió la amenaza de una conferencia de prensa de su hermano Jorge haciendo públicas todas las acciones gubernamentales. Cumplió su promesa con un cambio menor: fue él mismo quien difundió carpetas de la OA. Lo hizo en una reunión de Gabinete- conferencia de prensa en la que –con mucha más voluntad que naturalidad– el Presidente y los ministros desempeñaron sus roles (cada uno caracterizado de sí mismo) para los canales de noticias. Fue un mensaje, de los tantos que proliferaron en la semana.
El Frepaso y la UCR fueron dejando constancia de sus posturas ante los medios. La oposición de Chacho a la reelección de senadores cuestionados. La respuesta del radicalismo defendiendo su derecho a nominar candidatos. Una forma elegante de decir que el bochorno senatorial no sería tomado en cuenta a la hora de repartir los porotos.
En la crisis de primavera Alvarez se enfrentaba a algunos radicales, pero otros mediaban: especialmente Federico Storani y Raúl Alfonsín. Ocurre que aquel conflicto ofrecía dos fusibles afines a De la Rúa y ajenos a la UCR: De Santibañes y Flamarique. También es real que por entonces el diálogo entre los radicales más progresistas y Alvarez era más asiduo y confiado que lo que es hoy. Lo cierto es que en estos días Alfonsín y Storani se pusieron a la vanguardia a la hora de disparar contra los fiscales que osaron apelar el fallo absolutorio de Carlos Liporaci. Storani cree ver una mano negra política detrás de los funcionarios judiciales, pero –aunque tuviera razón– es difícil no traducir como presión que el Gobierno, incluido el Presidente y el ministro del Interior, haya lanzado munición gruesa contra dos fiscales. Le pegaron a uno más chiquito, desproporción que se hace más patente si se compara con el silencio que guardaron cuando Liporaci zafó a todos los senadores. Falta de cautela del Ejecutivo, que frisa en violación de la división de poderes. Algo de cajón: el hermano del Presidente, en ésta, estuvo pintado.
La sinrazón esencial de Storani, De la Rúa y Alfonsín (todos ellos abogados) admite una razón parcial: los fundamentos de la apelación son francamente precarios y tienen más que ver con la lectura de diarios o con un análisis político (eso sí, fácil de compartir) que con un escrito judicial. Pero el dictamen cumple un cometido importante –para el expediente y para el sistema democrático– que es mantener viva la investigación. El Gobierno debería festejarlo. Las medidas de prueba pedidas por Freiler y Delgado son pertinentes y su omisión por parte de Liporaci todo un detalle. El juicio –y la transparencia– está mejor tras la apelación que antes, aunque las reacciones oficiales induzcan a hacer creer lo contrario.

Climas

Darío Alessandro tomó la palabra en la reunión de Gabinete: “ya hicimos todo para el establishment. Es hora de que empecemos a hacer algo para la gente”. Dos ministros radicales asintieron ostensiblemente y recordaron la frase ante Página/12 como prueba de la apertura de una nueva etapa, de cometidos más progresistas o más populares. También como muestra de la actitud constructiva del Frepaso que –a su ver– también campeó en el debut del grupo de trabajo.
También cunde el entusiasmo cuando se piensa en el blindaje. El entusiasmo aumenta hasta asemejarse riesgosamente a la euforia en la medida que alguien se acerca al círculo íntimo de Fernando de la Rúa. Algunos ya descuentan la victoria electoral y fantasean un nuevo Senado con equilibrio de fuerzas en relación al PJ. Hay quien sopla al oído del Presidente alquimias para dejar al Frepaso bien afuera de ese Senado. Son voces conocidas, familiares.
Los climas de Palacio son extraños, a menudo distintos a los de la calle. Desde afuera las cosas parecen no haber cambiado tanto. El Gobierno aún no se ha puesto en marcha. La macroeconomía no es alimento cotidiano de la gente del común. Y el oficialismo ha cambiado sideralmente su estado de ánimo pero no ha roto su tendencia al silencio y sigue teniendo un esqueleto en el ropero.


 

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