�Que tiemblen los
represores�
A los 47 años, Jorge Castañeda es uno de los intelectuales
más brillantes de América latina. Hijo de un canciller
mexicano, antiguo militante de izquierda, profesor universitario
en su país y en los Estados Unidos, pocos como él
combinan un conocimiento tan directo de todo el continente y una
percepción tan clara de los vínculos regionales con
Washington. Polémico, Castañeda escribió una
biografía iconoclasta del Che Guevara y un libro muy interesante
sin duda mucho más interesante que el anterior
sobre la izquierda y la democracia, La utopía desarmada.
Al historiar críticamente la complicada relación de
una con otra dijo: Su sospecha (la de la izquierda) y desdén
por el régimen democrático formal emana
por lo menos tanto de la familiaridad histórica de la región
con los límites reales de la democracia como de la crítica
leninista a la `democracia burguesa`. Pero la decisión
más polémica de Castañeda fue su incorporación
a la campaña del conservador Vicente Fox y el diseño
de una estrategia para comerle votos al Partido Revolucionario Democrático
y traspasárselos a Fox formando una coalición de hecho
para ganarle al Partido Revolucionario Institucional, cosa que efectivamente
ocurrió y tuvo, para Castañeda, un apetecido resultado
personal: Fox lo nombró canciller.
¿Es Fox la forma de romper el PRI y, así, terminar
la tarea de desarticular México iniciada por el priista Carlos
Salinas de Gortari, con el agregado de un conservadurismo integrista?
¿O marca el comienzo de una etapa de democratización
que después dejará abiertas posibilidades múltiples,
cerradas antes por la hegemonía indestructible del PRI?
Mis amigos de la Argentina me critican, pero ésta también
es una alianza, con sectores diferentes, y ya verán las sorpresas
que vamos a dar, comentó Castañeda el año
pasado, de paso por Buenos Aires, mientras negaba la primera interpretación.
Pronosticar el futuro mexicano es tan imposible como acertar con
el argentino. Pero algo es seguro: el último viernes Castañeda
fue el gestor de una sorpresa extraordinaria, de esas que alegran
el corazón y reivindican un fulgurante destello de lucidez
para la clase política. Tarde en la noche, a esa hora de
los viernes en que todo México se prepara para beber hasta
la madrugada del sábado, firmó una resolución
de la Cancillería apoyando la decisión judicial de
extraditar a España al represor argentino Ricardo Miguel
Cavallo. Por primera vez un país decidía encarnar
lo más avanzado del derecho internacional de los derechos
humanos consagrando a fondo la extraterritorialidad de la Justicia
para crímenes contra la humanidad. Si los jueces desestiman
la apelación de Cavallo, el criminal de un tercer país
que no es México ni España sino la Argentina, deberá
ser enviado a Madrid para que lo juzgue un magistrado por delitos
cometidos en Buenos Aires.
Para Castañeda, que está casado con una chilena antipinochetista,
la decisión debe haber tenido el sabor de un gran desafío
personal y político. Pasará a la historia con una
sorpresa a favor de los derechos humanos. Para Fox la extradición
es muy útil: queda como un presidente mexicano distinto sin
necesidad de hacer demasiada teoría. Y ambos aparecen nimbados
con un aura de apego a la democracia y al derecho más moderno.
Los cuestionamientos, ahora, son previsibles. Cualquiera podrá
decir que, para Fox, es más fácil quedar bien con
Garzón y los dirigentes de derechos humanos del exterior
que investigar, por ejemplo, la masacre de estudiantes en Tlatelolco,
en 1968. O argumentar que el derecho internacional de los derechos
humanos representa la variante presentable de la globalización
y el atropello a los Estados nacionales.
Pero la realidad es más sencilla. ¿Por qué
una causa noble como la de los derechos humanos debería despreciar
la conveniencia política ajena? ¿Por qué debería
basarse solo en una serie de actitudes impolutas,coherentes e ideológicamente
puras y, sobre todo, coincidentes ciento por ciento con las
propias por parte de los gobiernos? ¿Desde cuándo
los partidarios inteligentes de un objetivo maravilloso como la
persecución de los crímenes de las dictaduras deben
ser bobos incapaces de apreciar una nueva tendencia internacional?
Volviendo al Castañeda de La utopía desarmada, ¿por
qué desconfiar de la democracia?
En el fondo del proceso de extradición de Cavallo se halla
un dato vigoroso de la realidad: el derecho internacional de los
derechos humanos es el derecho de las víctimas y sus familiares
no pertenece a los victimarios, ni siquiera en primer lugar
a los Estados y avanza desparejamente. Lo impulsan dirigentes
humanitarios. Lo aceptan funcionarios y jueces a veces por conveniencia
propia, otras por convicción personal y a menudo por ambas
a la vez. Por eso la decisión mexicana no se opone a la realidad
argentina sino que la complementa. Aquí, la sociedad empujó
desde 1985 el juzgamiento del pasado, y volvió a empujarlo
en los últimos años, hasta lograr la cárcel
para Jorge Videla o Emilio Massera por el robo de bebés,
aunque ambos habían sido indultados por sus delitos de homicidio
y torturas. Sin esta realidad tan fuerte en la Argentina, sin la
admirable tenacidad de los organismos de derechos humanos y la constancia
de un abogado como Carlos Slepoy en España, no habría
hoy un Baltasar Garzón ni un Jorge Castañeda, y tampoco
un juez Juan Guzmán Tapia en Chile, pero sin un Garzón
o un Castañeda todo sería más duro, aquí
y en Santiago.
No es que cualquier delito pueda ser juzgado, de aquí en
adelante, con criterio extraterritorial, o sea, fuera del sitio
donde se cometió. Es que así ocurre con los crímenes
contra la humanidad como el genocidio. (Dicho sea de paso, la decisión
mexicana de incluir el delito de genocidio entre las razones para
la extradición de Cavallo da por cierta la interpretación
de un juez de México, receptivo a la idea de Garzón,
según la cual en la Argentina la dictadura se propuso la
supresión de un grupo nacional completo, el de los disidentes
con el régimen militar.) No es que la Justicia de un país
débil como la Argentina dejó el último viernes
de ser soberana. Es que no hay principio mayor que el respeto al
derecho de un ciudadano por encima de cualquier otra cosa. La soberanía
argentina no ha sido humillada por México y España.
Es al revés: la soberanía popular de los argentinos,
que nunca estuvieron de acuerdo con el final para la persecución
penal de los criminales, se continúa en Madrid del mismo
modo que ocurre en tribunales de todo el país.
Para los argentinos, la decisión de México tiene además
la satisfacción de una segunda vuelta. Hace muy poco, una
corte italiana decretó irresponsablemente la libertad del
represor Jorge Olivera, detenido en Roma y reclamado por Francia.
El de Olivera podría haber sido el primer caso de Justicia
extraterritorial con procesamiento del condenado en su presencia,
subiendo un escalón respecto de los juicios en ausencia como
los que llevaron al juzgamiento de Alfredo Astiz en Francia y Carlos
Guillermo Suárez Mason en Italia. Pero no fue así,
y hubo que esperar hasta el desenlace del caso Cavallo, que ojalá
concluya en las cortes de Madrid.
Lo dijo ayer Juan Gelman en México, con solo cuatro palabras:
Que tiemblen los represores.
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