Por Jose Pablo Feinmann.
Un monólogo
de Drácula
Un tipo que se define como el Drácula argentino
algo sabe sobre la fascinación del Mal. Difícil mensurar
si Galimberti está a la altura del Conde de Transilvania,
pero si hoy ponemos en una librería la novela de Bram Stoker
y la biografía del Galimba que escribieron Marcelo Larraquy
y Roberto Caballero, gana el Galimba, un monstruo de nuestros días.
Parte del mérito es el trabajo de investigación que
hicieron los dos periodistas de Noticias. Y el resto lo pone esa
fascinación que ejercen los personajes malditos, secretos,
esos tipos de los que siempre se habla y siempre se sabe poco. Conjeturo
que muchos sospechan -.con acierto lo que sigue: Galimberti
es un Che Guevara en clave negativa. Reúne las condiciones
del guerrero, del revolucionario, del político y del aventurero
que conjuraba el Che. Pero no las del mártir. Ha sido todo
eso y -.como si fuera poco le ha añadido un toque fashion:
no es un perdedor, no se murió derrotado en una escuelita
boliviana, en medio de la nada, solo, acribillado por un sargento
de tez oscura y bigotes sudamericanos. No, él, hoy, es un
exitoso, un fanfarrón, un desbocado, un impecable traidor
sólo traicionado por su infinita jactancia.
Tiene dos grandes momentos el libro de Larraquy y Caballero: el
Prólogo y el Epílogo, condición nada desdeñable,
ya que no todos los libros empiezan y terminan bien. El Prólogo
-.que no logra las alturas del Epílogo, lo mejor del libro
se llama Viendo a Drácula. Aquí es donde
el Galimba se define como el Drácula argentino. Y aquí
es donde dice la primera de sus frases definitivas: Yo soy
mucho mejor de lo que ustedes piensan y peor de lo que imaginan.
Es, en rigor, una frase que pudo pertenecer a Drácula. ¿Cómo
habría un vampiro de defenderse, amenazando? Uno piensa que
Drácula es malo. Piensa que encarna el Mal. Piensa que es
una de las manifestaciones del Demonio. Uno, en suma, piensa lo
peor de Drácula. Pensarlo así provoca miedo. Si ese
ser es tan maligno como lo pensamos, ¿no habrá de
castigarnos por pensar así de él? Esto ya no lo pensamos,
lo imaginamos. Lo que el vampiro podría hacernos por pensar
mal de él ya no forma parte del pensamiento, sino de las
fantasías, del temor al castigo, a la represalia. Lo que
el vampiro nos hará lo imaginamos. De aquí la perfección
de la defensa-amenaza de Galimberti. Se defiende y dice: Soy
mejor de lo que piensan. O sea, es injusto que piensen así
de mí, que piensen tan mal de mí, que me piensen como
lo peor. Soy mejor de lo que piensan. Pero, al saber
que no dejaremos de pensar mal de él, el vampiro amenaza:
Soy peor de lo que imaginan. O sea, voy más allá
de sus terrores, no hay modo de imaginar la vastedad de mi venganza,
de mi represalia, la vastedad de mi castigo, porque soy aún
peor de lo que imaginan, porque mi maldad es inimaginable.
El Epílogo es un monólogo interior del Drácula
galimbertiano. Un satánico fluir de la conciencia por donde
desfilan los horrores de la Argentina; el monólogo afiebrado
de un guerrero insomne. Un guerrero a quien los fantasmas y delirios
de las guerras que cree haber protagonizado han quitado el sueño
para siempre, acaso porque delirar sobre la guerra es el único
y último modo de entregarle un sentido a su vida.
Parte, el guerrero-vampiro, de una certeza: quienes no hicieron
la guerra jamás podrán comprenderla. Esa guerra
(dice) ustedes no la pueden entender. No habrá de sorprendernos
-.en cambio que un guerrero-vampiro entienda a otro, lo explicite
tan hondamente. De Massera, dice Galimberti: Mandaba secuestrar
a los tipos para hablar con ellos. Es una visión letal (...)
Era la acumulación política sobre la base de la detención.
Hasta es posible ver a Massera en acción: Quiero
hablar con Fulano: secuéstrenlo, tortúrenlo y después
me lo traen. Lo de la tortura -.para Galimberti es un
dato irrelevante, menor: La tortura es una anécdota.
Cualquiera es capaz de torturar en una situación extrema.
Es una objeción pelotuda. Si ellos peleaban con el Código
bajo el brazo, como decía el general Corbetta, perdían
la guerra. Primer acuerdo entre Galimberti ylos generales:
1) hubo una guerra; 2) las guerras no se hacen con códigos.
Las guerras son sucias.
Si a la tortura le resta importancia, lo que habrá de indignarlo
es el asesinato de prisioneros indefensos. Dice: No
tienen perdón de Dios. Y eso los va a perseguir hasta el
día en que se mueran. Fue absolutamente innecesario, producto
del terror que ellos tenían. Un miedo espantoso, porque la
única razón por la que asesinás a un opositor
rendido es porque tenés miedo. Segundo acuerdo entre
Galimberti y los generales: 1) los detenidos por el Estado terrorista
eran prisioneros; 2) los opositores detenidos no eran
opositores políticos, eran opositores rendidos,
es decir, soldados, guerreros que se habían rendido. Este
segundo acuerdo es consecuencia del primero y fundante acuerdo:
hubo una guerra.
Se desahoga contra diversos personajes que odia. Los odia -.siempre,
porque no son o no fueron guerreros. Así, con inabarcable
desdén, dirá de Miguel Bonasso: Lo único
que ha derramado en su vida es tinta. Posiblemente. Ocurre
que ésa es la diferencia entre un escritor y
un vampiro. Ocurre que por esa diferencia muchos comemos
con Bonasso y no comeríamos ni una escuálida medialuna
con Galimberti. Aun cuando .comiendo con Bonasso y hasta acaso comiendo
para hablar con él de estas cosas le digamos: No
fue una guerra, Miguel. Eso, dejá que lo crea Galimberti.
Fue, insisto, una masiva acción terrorista del Estado militar
contra todos quienes podían oponerse al plan económico-político
que instrumentaban. Fue, así, una masacre. Cito la Carta
de Walsh a la Junta: Estos hechos que sacuden la conciencia
del mundo civilizado no son sin embargo los mayores sufrimientos
que han traído al pueblo argentino ni las peores violaciones
a los derechos humanos en que ustedes incurren. En la política
económica de ese gobierno debe buscarse no sólo la
explicación de sus crímenes sino una atrocidad mayor
que castiga a millones de seres humanos con la miseria planificada.
Es posible -.de un modo realista y acaso atroz dibujar la
historia argentina desde 1976 hasta hoy: para que se consiga lo
que se ha conseguido, es decir, la miseria planificada, los militares
imponen la paz social en tanto paz de los cementerios, aniquilan
toda divergencia por medio del terror y de la permanencia del terror
.como pesadilla siempre recurrente en la sociedad civil, luego
se busca la consolidación del marco democrático con
Alfonsín, quien es derrocado por no ser apto (debido, ante
todo, por su debilidad ante el poder sindical cautivo del peronismo)
para liderar la parte económica del proceso (dije bien, del
proceso), luego se recurre a Menem y al populismo peronista para
imponer los ajustes neoliberales, sofocar a los sindicatos y manipular
las posibles protestas populares y luego... ya está. Vivimos
los tiempos de la miseria planificada. Y -.convengamos pocas
miserias han sido tan laboriosa y sangrientamente planificadas como
la miseria argentina. Ganaron los vampiros.
Galimberti -.en medio de su insomne monólogo guerrero
sigue reprochando a sus enemigos el asesinato de prisioneros.
Recuerda entonces una venerable leyenda sobre el caudillo federal
Angel Vicente Peñaloza. Así, narra que un capitán
de Sarmiento, me parece que es Sander (no, es Ambrosio
Sandes), se encuentra con Peñaloza para hacer la paz. Peñaloza
entrega sus prisioneros. Sandes no puede entregarlos porque los
asesinó. El Drácula vernáculo se indigna: No
jodamos. Cuando vos terminás una guerra irregular y cometiste
ilícitos como los que cometimos nosotros, devolvés
los prisioneros, devolvés la guita y se acabó.
Sugerimos algunas diferencias que obliteran la pretensión
galimbertiana de identificarse con Peñaloza. El Chacho devolvió
prisioneros, pero no devolvió la guita porque,
sencillamente, no había robado. El Chacho cabalgaba al frente
de un ejército de gauchos, él era un gaucho más
y su ejército era popular por su masividad y por la condición
social de quienes lo componían. La contienda, para Peñaloza,
el hecho de armas, formabaparte de una insurrección de las
provincias mediterráneas: los fierros tenían su anclaje
en las masas y eran expresión de un pueblo desesperado ante
la extrema agresión del mitrismo porteño. Ningún
Rodolfo Walsh le había dicho al Chacho (como Walsh le dijo
a la conducción de Montoneros) que la persistencia en la
lucha armada era un error (Walsh, El violento oficio de escribir,
p. 413). De haber existido ese Walsh, y de haber tenido razón
en ese caso particular, el gaucho Peñaloza lo hubiese escuchado.
Pero los guerreros viven para la guerra, no para la política.
Viven para la muerte, no para la vida. Viven para matar y para que
los maten. Para la gloria o para el martirio. Tanto desean la guerra
que no pueden imaginar la vida sin ella. La vida sin guerra (piensan
de una y mil formas diferentes) es una mariconada. Cosa de flojos,
de blandos, de humanistas. De tipos, en suma, que pretenden
ignorar los aspectos sombríos e insalvables de la condición
humana, tendientes -.todos a decir: el hombre es el lobo del
hombre, toda paz es una tregua, lo permanente, lo fundante es la
violencia, la guerra. Así, el guerrero insomne habrá
de entregarse a los ardores y asperezas de su monólogo infinito:
La guerra es lo más fuerte que existe. Lo que construye
los lazos más serios entre los seres humanos. No es sólo
la miseria, el sufrimiento físico, la impiedad, la crueldad,
la guerra. También es la solidaridad, el afecto, el amor
a los que están con vos... La guerra es el acto de amor más
grande que existe (...) La guerra no es un combate policial. Es
el contacto con la masacre propia, con los tipos tuyos que se mueren
todos los días de una manera espantosa y con los muertos
del enemigo. No es casual que la guerra tenga tan buena prensa.
Hasta el Galimba, bajo su inspiración, puede semejar un poeta
satánico. Salvo cuando dice: Lo que yo digo es la destrucción
física, es decir, la cabeza reventada, empezás a ver
tipos como si fueran corte de vacuno, ¿viste un tipo cuando
lo abrís? Es igual a una vaca. Salvo, en fin, cuando
detrás del poeta satánico, del Drácula ostentoso,
aparece el último y verdadero rostro de la guerra, ya no
el del soldado, sino el del carnicero.
|