Por Alfredo Grieco
y Bavio
A las tres de la madrugada
del 28 de noviembre de 1999, el presidente del gobierno español
José María Aznar fue despertado por un colaborador. En el
Palacio de La Moncloa se acababa de recibir ese domingo la noticia más
alarmante de Europa Occidental: la organización armada independentista
vasca ETA había anunciado, tras 14 meses, el final de su tregua
unilateral. Y proclamaba que, a partir del viernes siguiente, el 3 de
diciembre, volvía a la ofensiva. Desde entonces, ETA ha cumplido
su promesa.
Cada día, los diarios de España registran puntualmente éxitos
y fracasos de ETA y las columnas de opinión injurian a los etarras
con reiterativos insultos. Tal vez menor haya sido la reflexión
sobre qué cambió si cambió ETA tras la
tregua y por qué el gobernante Partido Popular, a pesar de sus
también repetitivas jactancias de definitivos descabezamientos
de temibles comandos, ha fallado en todos los modos, no ya de diálogo,
sino de enfrentamiento con el independentismo.
El diario vasco Gara publicó íntegro el comunicado por el
que la organización armada anunciaba la ruptura de la tregua. Pero
no resulta difícil resumirlo. Es nítido como un silogismo.
El proceso que comenzó el año pasado está sufriendo
un claro bloqueo y se está pudriendo, es la premisa mayor,
en alusión a la estrategia de las fuerzas nacionalistas firmantes
del llamado Pacto de Lizarra de buscar la autodeterminación del
País Vasco por la vía política. La conclusión
llega pronto: Y, en este contexto, ETA ha tomado la decisión
de reactivar la lucha armada respondiendo al compromiso tomado en defensa
de Euskal Herria.
La posición ideológica actual de ETA es la que expresó
en el manifiesto. Y es, también, la clave del éxito de su
continuidad. La atmósfera que se respira en el País Vasco
en los últimos 25 años no ha hecho disminuir las demandas
nacionalistas, sino que por el contrario las ha acrecentado en los sectores
más radicales. Otro tanto ocurre con la crecida prosperidad de
Euskal Herria: el independentismo vasco, como el catalán, el del
Norte de Italia, el esloveno en Yugoslavia o el flamenco en Bélgica
es un separatismo de ricos contra pobres.
Todas las restricciones que el franquismo había impuesto a la mitología
local, paisajista, folclórica, rural, tradicionalista, lingüística
vasca fueron levantadas; lo prohibido se convirtió en obligatorio.
Hasta el punto que existe una reacción en el interior mismo del
País Vasco. En la provincia de Alava, la más heterogénea
desde el punto de vista de su población de las que integran la
comunidad autónoma vasca, ha crecido durante la última década
el partido Unidad Alavesa (UA), hostil al nacionalismo y a la imposición
del euzkera a la población hispanófona. UA defiende la secesión
de Alava, una de las tres provincias vascas, y la creación de una
nueva autonomía foral similar a la que goza la vecina comunidad
de Navarra.
El manifiesto de ETA que sólo publicó Gara puede compararse
con otro que difundieron todos los medios, incluida la Televisión
Española, y que lo antedataba sólo un par de años.
Es el del centenario del Partido Nacionalista Vasco (PNV), la primera
fuerza política en Euskal Herria. En el documento se lee que los
vascos de los seis territorios constituimos un mismo pueblo por su origen
y su voluntad. Los seis territorios incluyen a Navarra además
de Vizcaya, Guipúzcoa y Alava y a las provincias vascas en Francia.
Es difícil olvidar que ETA se formó gracias a los jóvenes
que en 1959 se desprendieron del PNV por la renuencia de éste a
la lucha armada y por su carácter confesional católico.
Pero si los jóvenes bajo la dictadura de Franco podían comprender
la moderación de sus mayores que estaban en la oposición,
de ningún modo pueden admitirlo ahora que son gobierno. Todoslas
habitantes del País Vasco viven en un ambiente vasquizado como
era impensable hace un cuarto de siglo, sólo que entienden
los etarras y sus simpatizantes los moderados no se atreven a reclamar
lo que es suyo. Desde la perspectiva de la juventud etarra, la cobardía
es hoy mayor y menos justificable. Porque el ideal de los partidos nacionalistas
vascos sigue siendo la independencia (aunque relativa) antes que la autonomía
(aunque absoluta).
Todos los análisis coinciden en que la tregua unilateral sirvió
a ETA para rearmar sus cuadros, favoreciendo a los militantes jóvenes,
no fichados. También para crear una nueva red logística,
encontrando el apoyo efectivo y episódico de simpatizantes más
o menos calurosos. En cierto modo, se trata de una desprofesionalización.
La ETA del siglo XXI promete tener cada vez más militantes part-time,
más colaboradores espontáneos, una mayor y más sabia
división del trabajo y una extensión peninsular completa.
Incluso, puede aumentar la comunicación con otras organizaciones,
como prueba el asalto de los independentistas bretones en la francesa
Bretaña a una fábrica de explosivos que ahora ETA hace detonar
en España.
No es casual que el mejor organizado de los comandos etarras, cuya existencia
ha sido negada con más ceguera por el gobierno y cuyas muertes
han sido más espectacularizadas por la prensa, sea el de Cataluña,
la otra nacionalidad más rica, la Suiza española. La todavía
marxista ETA, en el marco de la Unión Europea posterior a los acuerdos
de Niza, cumple en el interior de España la función de opción
populista, centrífuga ante los dictados de Bruselas y Estrasburgo,
que en otros países desempeñan diversas derechas. El caso
más estentóreo es el llamado neonazismo de Haider en Austria;
no faltan quienes llaman nazis a los etarras. Ante las blanduras socialdemócratas,
convertirse en etarra es una solución segura a cualquier anomia.
El gobierno y la sociedad enfrentan, dialogan y aun piensan a ETA de formas
cada vez más impacientes y menos imaginativas. La única
vez que el gobierno fue imaginativo con ETA fue la peor. Fue cuando intentó
la vía irlandesa: combatir al independentismo armado con el terrorismo
de Estado. La creación de los comandos GAL (Grupos Antiterroristas
de Liberación), cuyo turbio tramado y sus asesinatos investigó
el juez Baltasar Garzón, costó las elecciones al gobierno
socialista. Pero si este fue el costo en dimensiones españolas,
en el País Vasco fue mayor. Se confirmaba algo que todos los nacionalismos
enseñan: mientras los GAL secuestraban impunemente ciudadanos franceses
y rapiñaban con gusto fondos estatales reservados, los etarras
pueden cobrar impuestos revolucionarios que después
gastan, desinteresada, escrupulosamente, en armas, explosivos y otros
artículos del mismo catálogo. El ministerio del Interior
socialista se había encargado, para edificación de todos,
en confirmar con la realidad los arquetipos del etarra puro y el corrupto
agente de Madrid.
Xabier Arzalluz, presidente del PNV, reprocha al jefe del ejecutivo central
apostar sólo por la vía policial. Aznar lo que preconiza
es que esto es puro bandidaje y que no hay más camino que el de
la Guardia Civil. El gobierno no acepta negociar con ETA y no acepta que
exista un problema político de fondo, sintetiza. Tal vez
la sociedad española haya sido aún menos imaginativa que
el gobierno popular que siguió al defenestrado socialista. No sólo
se niega, como sería esperable, cualquier legitimidad a la lucha
armada. Lo más notable es que el énfasis parece puesto sobre
el repudio de la legitimidad de las aspiraciones de ETA (y de muchos vascos).
La sacrosanta Constitución española (de sólo veinticinco
años), acuerdos firmados con la UE, la resolución 2625 de
la ONU (que no autoriza menoscabar la integridad territorial de
Estados Soberanos) se oponen como limitaciones a la autodeterminación
del País Vasco (fundada, si de títulos jurídicos
se trata, en fueros varias veces centenarios). Como sicon estos argumentos
se pudiera callar para siempre toda discusión, como si quien los
contradijera fuese el equivalente vasco del fundamentalismo islámico
u otro selecto enemigo del progreso.
El himno del independentismo de Québec es Je me souviens (Yo me
acuerdo), una canción que recuerda la derrota militar sufrida por
obra de los ingleses dos siglos y medio atrás. En las derrotas
hay a veces más potencial nacionalista que en las victorias, como
demuestra la batalla de Kosovo que los serbios perdieron ante los turcos
en 1389 y hoy está en el origen de la guerra que la OTAN pierde
todos los días en la ex-provincia yugoslava. La respuesta de los
racionalistas, como el filósofo donastiarra Fernando Savater, es
Olvídense de una buena vez! Bienvenidos a la modernidad,
a la ciudadanía universal!. Hay que decir que la invitación
a los derechos individuales de las personas y a la vida democrática
es razonable. Tan razonable, que no sería razonable esperar que
sea aceptada algún día. Los vascos, los que acaso deploran
las acciones de ETA pero nunca las condenan, no olvidan lo que a los filósofos
puede parecer muy olvidable. Así es el amor: no siempre pone bombas,
pero jamás sabe sobrevivir a lo que ama.
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