Ya pasó el shabbat y la campaña electoral israelí
entró en la etapa más caliente. Sobre todo porque es muy
concentrada: las elecciones son pasado mañana. Y curiosamente se
invierten los términos. Ariel Sharon, el candidato del derechista
Likud, es el favorito para ganar los comicios, y fue quien propuso a su
rival la formación de un gobierno de unidad nacional. El rival,
Ehud Barak, actual premier renunciante y 20 puntos debajo de Sharon en
las encuestas, es quien tiene que remontar una pendiente casi imposible,
y fue quien escuchó de refilón la propuesta y la rechazó,
aduciendo que su rival no tiene ninguna propuesta de paz.
Quizás Barak especule con una cantidad de indecisos (casi el 25
por ciento en los sondeos) que supone a su favor. Quizás, más
bien, piense en la fragilidad de cualquier vencedor en las actuales condiciones
(ver nota aparte) y en el terremoto al interior de su Partido Laborista
en caso de que acepte semejante propuesta. La violencia continúa:
dos palestinos murieron, uno por heridas de días pasados, y otro
por intentar pasar a Israel.
Si gano, y estoy seguro de que ganaré, llamaré la
misma noche a Barak y a su partido para que se sumen a un gobierno de
unidad nacional, declaró Sharon al canal de televisión
ruso RTR. El premier rechazó la propuesta y se lanzó a conquistar
los votos que, según las encuestas, no tiene y es poco probable
que obtenga en sólo dos días. Ayer por la tarde, apenas
terminado el shabbat, Barak asistió primero a un acto en Kyriat
Shmona, muy cerca de la frontera con el Líbano, una zona favorable
a su candidatura ya que durante su gestión, y como pedían
la mayoría de los habitantes del norte israelí, el Estado
hebreo se retiró del sur del Líbano. Después, el
premier renunciante se desplazó a una región cercana a Tel
Aviv, otra de las ciudades donde tiene sus bazas. Pero lo que parece animar
a Barak es la consolidación de votos que alguna vez fueron seguros
hacia él, pero que ahora se le vuelven esquivos: los votos de los
árabes, que constituyen el 18 por ciento del electorado israelí.
Los árabes israelíes tienen que comparar entre un
gobierno de derecha que actúa contra la paz y uno que actúa
a favor y que, creo, les resulta más favorable.
A tal punto Barak está jugado a seducir a los árabes israelíes,
que admitió en esa misma entrevista para la televisión de
Emiratos Arabes Unidos que buscará una solución de
compromiso al tema de los refugiados palestinos, uno de los obstáculos
en el actual proceso de paz, pero siguió considerando que el
derecho al retorno de los refugiados de 1948 no es aceptable para los
israelíes. El premier también llamó por teléfono
al presidente ruso Vladimir Putin, para informarle de la situación
en Israel. Suena extraño, pero no lo es: los inmigrantes
rusos en el Estado hebreo representan casi el 20 por ciento del electorado.
Sin embargo, Natan Sharansky, líder del partido de la inmigración
rusa Israel Be Aliya, dio ayer su apoyo explícito a la candidatura
de Sharon. El Partido del Judaísmo Unido de la Torah también
apoyó ayer a Sharon, lo que lo deja a priori con una frágil
mayoría parlamentaria de 58 sobre 120.
Otro de los frentes que se inclina por Barak es el pacifista. Alrededor
de 3000 personas, convocadas por el movimiento Paz Ahora, se concentraron
en la Plaza Sión de Jerusalén con el lema Paz sí,
Sharon no. El grupo se encontró de pronto con simpatizantes
de Sharon, que les lanzaron agua, pero la cosa no pasó a mayores.
Ante esta ofensiva, la campaña de Sharon hace un despliegue menor.
En parte, por el perfil de su candidato, que suele irse de boca en las
entrevistas. Sin embargo, Sharon quiere mostrar algún perfil de
paz para asegurarse un triunfo que hasta hoy figura como altamente probable.
Según la segunda cadena de la televisión israelí,
el candidato del Likud habría designado como su emisario ante el
líder palestino Yasser Arafat al ex presidente Ezer Weizman, considerado
una paloma. Weizman anunció que votará por Sharon
porque el país necesita orden.
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