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el Kiosco de Página/12

Madre e hija

Por Enrique Medina

Blanco y negro: Lindo Las primeras películas fueron en blanco y negro, y pantalla chica. No era necesario que en el afiche se especificara que la película era en “blanco y negro”; no imaginábamos otra posibilidad. Era lindo ese cine. Había diferencia en los precios. La platea tenía un precio y la pullman otro. Lo mismo que la sección matinée y la noche. Y era más lindo ir a la platea que a la pullman. Nunca, en la época de oro del cine argentino, ni un actor ni ninguna actriz fue enfocado por los reflectores subiendo la escalera hacia la pullman. No. Los reflectores apuntaban para abajo, al jol de entrada donde estaban las estrellas de la película, y el público, desde el jol alto unos y apoyados en la baranda de la escalinata otros, vivaban a las estrellas, a los elegidos. Y se los aplaudía con alegría, y callada envidia. Era un tiempo muy lindo el del cine argentino pintado de blanco y negro. Sí, hija, era un tiempo lindo. Pero vino la primera película en colores y a partir de ahí cambió todo.

En colores o a color: Felicidad Nuestra madre patria: Hollywood, ya nos extasiaba vibrando en tonificantes colores y música exultante cuando la primera película argentina intentó empañar nuestro espejismo. No recuerdo el título, creo que era algo del diablo, no recuerdo bien. El gaucho y el diablo, puede ser. Trabajaba Juan José Míguez y el día de estreno los colores salieron alterados. Fue un sordo escándalo. Se acusó a los laboratorios. Se dijo que los empresarios de las salas boicotearon la película por intereses mezquinos. Pero a pesar del desconcierto de los colores, fijate que los caballos salían verdes, fue la época de la felicidad. Es decir, pasábamos de lo lindo del blanco y negro al desconcierto del color alterado, pero felices. Esa fue nuestra primera evidencia de subdesarrollados. Siempre es difícil que la iniciativa y la eficiencia vayan juntas, aquí.

Technicolor: Gloria En cambio allá sí iban juntos; tanto que no se conformaron con el color a secas. Inventaron el technicolor; se supuso que hasta ahí llegábamos, que era lo máximo, que ya no habría más. Y fue la gloria. Hollywood era la meta: Fernando Lamas tuvo más suerte con Lana Turner que Carlos Thompson con Ivonne de Carlo. Pero llegaron a la meta. Sin que tuviéramos tiempo de definirlas, se sucedieron distinas etapas: cinemascope; metrocolor; warnercolor; cine tridimensional que veíamos con anteojos de cartón, una luna roja y la otra azul; sonido ampliado; cinerama; imágenes con olor... Sí, era la gloria.

Televisión: blanco y negro Todo el adelanto tecnológico del cine sólo era para detener el avance de la televisión que, irónicamente, se desarrollaba con las primeras armas del cine: en blanco y negro. Y aunque el mundo siempre ha sido la misma cosa, recién con la televisión comenzamos a verlo con propiedad, verdaderamente. Porque la televisión era una mezcla de la foto de los diarios con las noticias al instante de las radios, en formato cine, por supuesto. Fue otro tipo de ilusión. Tramposa. Y como, además de blanco y negro, también era en vivo y en directo, fue sencillo detectar los forúnculos y pestilencias que no supimos captar en el cine. Sucedía que el cine venía editado, nos mostraban sólo lo que ellos querían; y nosotros aceptábamos las reglas del juego sin chistar. Por esto, la televisión en blanco y negro fue la etapa del desenmascaramiento.

Televisión: en coloresPara terminar de derrotar al cine, la televisión se disfrazó de color y empezó a editarse, en un intento de volver a ilusionarnos. Así fue que agrandaron las pantallas como medianeras, digitalizaron los controles, amarraron los edificios con cables interminables y porfiados, inventaron divas y divos como en el cine, regalaron autos, dinero, y nos entramparon en la guerra del reitin. Esta etapa es la del cáncer.

AgradablePor eso, hija, para no contaminarnos vivimos en esta ciudad policroma, agradable, donde se conjuga lo lindo, la felicidad y la gloria. Si esta ciudad, pueblo, aldea, lo que sea, es agradable, la vida espiritual no puede ser diferente. Combinar un blanco sobre un fondo negro puede ser elegante, pero no necesariamente agradable. Agradable es disfrutar los colores; fundamentalmente el verde de los árboles y jardines, el rojo de muros de ladrillo y techos de tejas. Y blanco para enmarcar. Esto es agradable, porque es refugio. Pero muchas veces las cosas no salen como una quiere. Y una, que cree que nunca se contaminará, puede equivocarse. Es que socialmente ya estamos emponzoñados por defecto, ese pecado venial de la computadora y la Internet. Por eso vemos, muy nítidamente en la pantalla del televisor, el comportamiento del ser humano dentro de sus circunstancias: fusilamientos, encerronas, asesinatos de rehenes, rutas cortadas, hinchas de fútbol enajenados hasta la aberración, una bomba atada al cuello de una mujer que estalla matando también al soldado que intentaba desactivarla; niños que juegan sin brazos y sin piernas porque el bando triunfante dio castigo ejemplar a los vencidos cortándoselos, justiciero que asesina, presidente al que le vuelan los sesos, francotirador que balea desconociendo a las víctimas, ejecutores que masacran a su familia, comunidades que buscan tozudamente el suicidio colectivo, automóviles que atropellan niños y justicia que deja libre a los conductores criminales, falta de trabajo, generaciones de analfabetos mal alimentados... Hija, es la etapa del sida la que estamos viviendo, la misma que muchos llaman globalización. A ver si me explico: es el mismo verso de los rastreros que aún siguen diciendo “proceso de reorganización nacional” a lo que simplemente fue “tiranía militar”. Bien, a pesar de saber que he sido explícita, no creo que hayas entendido lo que te quise decir, por eso mejor te coloco una bolsa de polietileno en la cabeza y con el cable del televisor te anudo el cuello y aprieto fuerte. Es porque te quiero, hija.

 

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