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SUBCOMANDANTE MARCOS, LIDER DEL EJERCITO ZAPATISTA DE LIBERACION NACIONAL
“Nuestra pobreza es un instrumento de lucha”

Después de pasar una eternidad gobernado por el PRI, México estrenó nuevo régimen. El zapatismo se prepara a negociar lo que puede ser una paz definitiva y una nueva era para los indígenas o una desilusión más. En este reportaje, el líder y vocero del EZLN explica qué considera ganado, qué ideas hay detrás de la negociación y qué esperanzas tiene.

Por Carlos Monsivais

–Creo que una de las grandes aportaciones del movimiento zapatista es introducir a la discusión el tema del racismo como una característica nacional innegable. Cuando la primera delegación del EZLN fue al DF, creo que se dio la primera manifestación antirracista en la historia de México. Es una aportación muy notable. Al mismo tiempo, hay quienes dicen que el EZLN no mejoró la condición de los indígenas en Chiapas ni en el resto del país; que empeoraron.
–Para nosotros la historia no ha acabado. Hoy todos reconocen, incluso los racistas vergonzantes, que la situación de las comunidades indígenas es insostenible. Allí se pueden producir guerrilleros, delincuentes, pero no su desaparición como indígenas. Se ha tratado de hacerles eso durante 500 años y no han podido. El EZLN no puede simular una solución o terminar en el espectáculo de sus dirigentes ocupando cargos, dando conferencias magistrales, firmando libros, o lo que sea el futuro para cada uno de ellos –una gubernatura, la dirección de comunicación social de algún nuevo régimen...–, mientras que para el resto de la población todo sigue igual, con una tienda o una clínica más, sabiendo que se volverá a lo mismo. En estas condiciones de pobreza queremos suplir el arma, convertir nuestra pobreza en un instrumento en la lucha por la libertad y por la democracia. Queremos que esto cambie, no que nos den caridad. Queremos construir la paz, tenemos capacidad para hacerlo. Podemos construir una sociedad plural, con todo lo que de por sí queremos hacer, sin las armas. En este lapso, frente a nosotros, se creó una amenaza armada que no sólo es el ejército federal, también los grupos paramilitares, guardias blancas o como les quieran llamar. Allí el EZLN no tiene otra opción o lucha...
–Yo iba a otra cosa. A ustedes los responsabilizan de desatar la catástrofe en Chiapas, del hostigamiento de las comunidades, de la situación de oprobio que hemos visto en estos años. ¿Qué dicen a esta acusación, que todo sería mejor en Chiapas sin los izquierdistas?
–Que no es cierto, ni se sustenta en términos estadísticos, de economía social, ni en la cuenta de muertes de niños menores de cinco años. Que las condiciones no son las que debieran ser después de un campanazo, como el del 1º de enero del ‘94, eso es cierto. Pero no son peores que antes. El asunto está en la agenda nacional e internacional como punto a resolver. Si estos siete años no hubieran transcurrido, el rubro pueblos indígenas estaría archivado en la “P” de pendientes, y de otras cosas. “Lo veremos después, ya les dimos, ya la libramos”. Así ha operado la clase política. Sentimos, créeme, que tenemos una deuda. Luego de todas las expectativas que se generaron, dentro de nosotros y en un buen sector de la sociedad, no podemos hacer como que no pasó nada y reducir el 1º de enero a un acto mediático, a una plataforma para un mediano escritor y peor orador, como se ha dicho, o para una cierta elite de dirigentes indígenas de cuatro o siete etnias y ya, lo demás sigue igual. No, no podemos hacerlo, no sería ético ni honesto ni consecuente. Y de las pocas cosas que nos enorgullecemos son de esas tres cosas: de ser éticos, honestos y consecuentes.
–Estamos hablando del cambio de la percepción de lo indígena en el país, en las agendas estatales, en los recursos, las inversiones. ¿Pero qué ha pasado con los indígenas en estos años? ¿En qué está ahora el movimiento indígena nacional, cómo han reaccionado los pueblos, qué se espera de ellos ante los últimos cambios?
–Otro 1º de enero, pero sin guerra. Antes del 1º de enero del ‘94, los que siempre ganan ganaban, y parecía que nada se podía hacer al respecto. Ahora sucede algo similar: los que ganaron parece que van a seguir ganando y que no queda nada por hacer contra ellos. Salvo uno que otro llanero solitario que anda por allí combatiendo. Pero el resto de la masa pensante o actuante, en términos de eficacia política, de posesión del mando, acepta que así es y “vámonos todos por la cargada”. Aunque el régimen hayacambiado, finalmente es una cargada. El escepticismo, la desesperanza, la inmovilidad se mezclan con eso de que “ya no son los mismos y a lo mejor va a cambiar”, que también produce inmovilidad. El movimiento indígena puede decir: “Aquí estamos, todavía seguimos, resistimos”. No quiero usar mucho esta pista o consigna porque al rato lo agarra un publicista y lo usa sin pagar regalías. Durante siete años hemos insistido. ¡Aquí estamos! Ha sido el subtítulo de la cada Declaración de la Selva Lacandona después de la primera. No es momento de escepticismo o cinismo, “ni modo, así llegó y ahora vámonos con éstos, porque los azules mandan donde estaban los tricolores”. Para nosotros, el espacio está abierto. Y el que puede empujar para llenarlo no es el EZLN, es el movimiento indígena con demandas muy concretas. Y el que puede empujar para llenarlo no es el EZLN, es el movimiento indígena con demandas muy concretas. No se plantea el asalto al Palacio de Invierno ni el derrocamiento del poder ni el fin del tirano, sino un vuelco, no sólo de los términos políticos-militares de la primera declaración. Tenemos la historia de la que forman parte estos siete años. Queremos que esta nación asuma legalmente que nos reconoce, que no es sólo un sentimiento moral acallable según el manejo en los medios, que diga: “Legalmente reconozco que estos que son diferentes tienen estos derechos y son parte mía”. No es otro el papel de la Constitución, la carta magna que encuadra todo, aunque ahora no tiene mucho prestigio, igual juran una cosa que otra. Para nosotros es muy importante que la nación diga: “Lo asumo y lo pongo por escrito; lo hago historia. Reconozco que todo lo que había pasado antes no estaba bien. No sólo reconozco, sino que voy a hacer el esfuerzo, a comprometerme para que no vuelva a ocurrir”. ¿Estoy siendo utópico? Pues tal vez, pero creo que en torno de eso se van a generar muchas cosas. Vemos con preocupación al vacío, el marasmo, el escepticismo, el hecho de que sólo unas cuantas plumas, por hablar del sector intelectual, estén desentrañando las cosas. A lo mejor es todavía la borrachera del fin del régimen priísta y las cosas se van a acomodar, la gente verá cuál es su tarea; a lo mejor no. Pero entre que sí y entre que no, está pendiente. El movimiento indígena puede ser el detonador de una iniciativa muy incluyente; a diferencia de la guerra, que es muy excluyente: están los soldados propios, están los soldados enemigos, y el resto en medio.
–¿Diría que el “nunca más un México sin nosotros”, en los términos legales que se está planteando, será “nunca más un México contra sí mismo”?
–Sí. Podría ser la puerta para que se reconozcan otros Méxicos excluidos. No es sólo racismo lo que carga la sociedad mexicana. La nación dice: “No más, ya no quiero ser así”. Y eso se debe aplicar a otros sectores minoritarios y no minoritarios: mujeres, jóvenes, homosexuales, lesbianas y transgéneros. Pienso que el fin de siglo y de milenio debiera reportar dentro de los movimientos progresistas o de izquierda, como le quieras llamar, también un movimiento que plantea el fin de las luchas por la hegemonía, sea de izquierda o de derecha. Finalmente, la izquierda o la derecha tradicionales lo que quieren es hegemonizar: “yo soy la vanguardia (de derecha o de izquierda); todos los que sean iguales a mí valen, y todos los que sean diferentes a mí no valen, son enemigos, contrarrevolucionarios, provocadores, agentes del ‘imperialismo’ soviético o estadounidense, según fuera el rubro”. Este debe ser el siglo de las diferencias y sobre ésas no sólo se pueden reconstruir naciones sino también realidades, el mundo. Y de ahí nos vamos a soñar, no nos apena.
–Perdón, pero si se conservan las costumbres pasadas, se dificulta muchísimo la reconstrucción de una sociedad nacional, en el caso del machismo, la segregación de las mujeres, el alcoholismo y el caciquismo. Ahí sí no hay vuelta, esos usos y costumbres deben ser irretornables. ¿Hay comunidades indígenas que los reivindiquen todavía?
–No. Estoy de acuerdo, hay que eliminar el alcoholismo, la venta de mujeres, la violencia en el hogar. En las comunidades zapatistas, y nosólo zapatistas, hay movimientos de resistencia que cambian esa situación. Pero en términos jurídicos y políticos, lo que viene a ser novedad, la remoción de la autoridad, el rendir cuentas, continuo, la vigilancia del gobernado sobre el gobernante, eso sí viene de antes, no de ahora. También la aplicación de la justicia cuando se comete un delito. En lugar de la cárcel, el reponer el daño hecho. Cuando hay un asesinato, ¿qué hacemos? ¿Hacemos dos viudas, la del asesinado y la del asesino? ¿O el asesino tiene que pagar su debe a la viuda además de cumplir con su castigo? No es lo mismo que llegue alguien y que te diga: “Vengo a libertarlas a ustedes, mujeres oprimidas”, a que el propio movimiento que se genera provoque esto en las mujeres indígenas. No es lo mismo que una feminista de ciudad diga: “las mujeres indígenas tienen derechos”, a que las mujeres indígenas digan, como lo acaban de hacer las de Xi Nich y Las Abejas, en el Monumento de la Independencia: “Además, tenemos nuestras demandas como género. Nosotras queremos una paz con justicia y dignidad. No queremos la paz del pasado”. Esto ya está ocurriendo y los resultados son irregulares, pero créeme que las soluciones no vendrán de afuera. De afuera vendrá una rectificación contra eso: “las mujeres no deben usar la falda arriba del huesito”. Aplaudirían, por ejemplo, una cosa que me parece absurda en La Realidad, que es un centro internacional porque llega gente de todos lados. Aquí todavía está prohibido que las mujeres se quiten la ropa para bañarse. Lo tienen que hacer con fondo, creo que se pueden quitar el brasier, ni siquiera los calzones. Aunque sean puras mujeres, no se puede. Esto es lo que quieren recuperar, los lastres del movimiento indígena: el machismo, el alcoholismo, el conservadurismo. Las comunidades rebeldes son las que prohíben el alcohol. No queremos aislarlos. Queremos relacionarnos con el otro mundo, sin que signifique una imposición.
–Estos cambios en los pueblos indígenas son perceptibles también fuera de las comunidades en resistencia. ¿Hay avances, o sigue habiendo un enquistamiento de los pueblos en relación con este pasado indeseable?
–No lo sabemos. No conocíamos al movimiento indígena antes de enero de 1994. Si vemos a lo largo, no sabemos si así estaba, por ejemplo, que las representaciones del Congreso Nacional Indígena, que reconocemos como el movimiento indígena nacional independiente, incorpora cada vez más representación de mujeres. Al principio no era así; había unos cuantos muy elocuentes en su verbo y en su fundamentalismo, pero varones, y digamos que de tres o cuatro años a la fecha, y de forma más manifiesta ahora, dentro de esta estructura donde participamos, pero que no nos pertenece, vemos crecer la participación de las mujeres. Me atrevería a decir que esa lucha por el lugar, por el género, en el caso de la mujer indígena, no es sólo de las comunidades zapatistas. No sé si es producto de las comunidades en resistencia, pero ya no es nada más de ellas. Sobre todo en la franja centro-sur del país (Oaxaca, Jalisco, la sierra Tarahumara, Hidalgo, Veracruz, Puebla...), las compañeras participan de los espacios de dirección como mujeres y como indígenas. Es como lo vemos, no es que nos manden una carta las mujeres que están por allá. No sé si antes del ‘93 así era, pero sí que en el ‘94 y los primeros años nuestra interlocución con el movimiento indígena era estrictamente masculina.
–Después de siete años de militarización y cerco, ¿en qué ha cambiado la situación de los pueblos de Chiapas?
–El cambio fundamental ha sido para bien: hay esperanza. No la había antes de 1994. Las condiciones de miseria pueden ser iguales o peor, pero no había esperanza. La única expectativa para el indígena, su horizonte político, cultural y social, era la Iglesia, ni siquiera la escuela. La Iglesia como centro comunitario, la milpa, el camión –si es que había una carretera– o el camino real y hasta ahí. Y eso le significó su aislamiento, era una sentencia de muerte, pues. El país iba creciendo y dejaba un sector en la prehistoria, que acabaría desapareciendo por las enfermedades, por las bombas que no tienen plomo, que no suenan, pero son iguales de efectivas. O les tocaba resistir.
–Te pediría un ejercicio de priorización. ¿Cuáles son para ti los momentos fundamentales de estos siete años?
–Uno, es el período propiamente de la guerra del 1º al 6 de enero del ‘94, que finalmente ya ha sido olvidado. ¿No decía este cuate, Fox, que el EZLN nada más había estado el 1º de enero? Todo lo que pudo ser muerte y destrucción, no sólo material, sino también moral y ética del tejido social dentro de las comunidades; eso duró poco, afortunadamente, aunque los enfrentamientos luego se hayan repetido o larvado. Luego viene el parteaguas, el diálogo de Catedral de febrero al 1º de marzo de 1994. Sigue un largo período de encuentros y desencuentros, que pasan por la Convención Nacional Democrática (CND) y la consulta del ‘95. Luego el intento de aterrizar las expectativas. La CND ocurre en esta etapa de encuentros y desencuentros posterior al diálogo de Catedral. Allí nos dimos cuenta de la realidad, empezamos a buscarnos y topamos con muchos despropósitos. Vino el intento de aterrizaje de nuestra propuesta: queremos salir, queremos dejar de ser lo que somos. Ya no sólo discursos o comunicados, sino también construir una pista de aterrizaje con los diálogos. El aspecto fundamental de los diálogos es que rompen el esquema de ventanilla, se abren a los lados y se construyen respuestas. Y por último...
–Un elemento subjetivo de innegable fuerza. Existe una persona, el Subcomandante Marcos, que ha detentado por siete años una posición central en el EZLN. ¿Cómo describirías la trayectoria de esa persona llamada Marcos?
–Hablando honestamente, lo que pasa con Marcos y con el resto del EZLN es que no estaban preparados para el 2 de enero del ‘94. En un primer momento, se conjuntan una serie de factores que magnifican su figura; no es indígena, finalmente. Y actúan todos los referentes culturales sobre la combinación de indios y blancos, algo como Danza con lobos, y todas las películas mexicanas desde La noche de los mayas, más las leyendas. Y se empieza a llenar un arsenal, un bunker, que le da una carga especial a la interlocución política, aunque en términos organizativos tenga el mismo impacto hablar con Tacho o David, que son dirigentes. En términos mediáticos, porque la política es un fenómeno mediático, no es lo mismo que hablar con Marcos. Esa carga política mete mucho vicio. Vicia el quehacer político más rudimentario, pero más concreto, que necesita el EZLN. No es lo mismo que llegues y digas “quiero hablar con los zapatistas” y estés pensando en Marcos, a que estés pensando en un zapatista al que le toca hablar contigo porque eres obrero, colono o lo que sea. Eso se vicia sobre ese lado. Y también sirve de blanco predilecto al régimen. No sólo para la bala, pero también para la bala. Porque no es lo mismo que eliminemos a Marcos que a Tacho. O una bala o el desprestigio. Y la campaña también se concentra por ese lado. Esto me lleva a la disyuntiva, porque vemos que también ayuda al movimiento, a que se entienda más. A fin de cuentas soy el vocero. Y a veces sirve también como pararrayos, porque se concentra tanto la campaña gubernamental contra la figura de M., que deja suelto al resto del movimiento. “Allí está el malo con los engañados”. Pero luego les permite hablar con otros; tendrían más problemas para una interlocución directa con el movimiento indígena. Yo creo que el balance de mi papel está por hacerse.
–¿Cómo esperan que se organice la sociedad para su salida y para las demandas que ustedes han planteado?
–Nuestro problema es que, dado el aislamiento físico, luego afuera algunos quieren decir: “Yo soy el interlocutor del EZLN, el teléfono rojo”. Y al decir “yo soy”, dejan afuera a muchos. Queremos evitar eso, los teléfonos rojos, las comisiones organizadoras. Que la gente participe de uno a otro extremos. La que está organizada en el PRD o en el PT, la gente no tiene organización, la que está en organizaciones sociales o políticas, más o menos radicales, más o menos reformistas, y sobre todo la gente que no está en nada. En ese sentido, cualquier forma organizativa dela gente tendrá su lugar, no va a existir el monopolio del diálogo con la delegación que va a salir ni con la movilización por las tres demandas. Se trata de que haya lugar para todos. Ya tenemos la experiencia de antes; ha sido un error que sobre un solo grupo no recarguemos y ese grupo selecciona, filtra o es un obstáculo para otros. Por eso decimos que, para la movilización, el EZLN se va a encargar directamente. La consulta fue un paso importante en ese sentido; se hizo tan flexible que hubo muchas organizaciones espontáneas de quienes nunca se habían organizado. Eso va a ocurrir con la movilización por las tres demandas y con la salida de la delegación. Nosotros decimos: “bueno, topamos con paredes, tenemos que abrir la interlocución por otro lado”. Ese fue el intento de la salida de los mil 111 y la consulta. “Sí, seguimos con el compromiso”, le dijimos a la gente. “Aquél no quiere, pero aquí lo vamos a seguir y ahora la salida es ésta”. Si sobrevivimos los siete años, no fue por nuestra capacidad militar –que la tenemos–, no fue por nuestra capacidad política y la organización social en las comunidades, que también las tenemos. Fue, sobre todo, porque de una u otra forma ahí permanecimos con la gente, estamos en su agenda, en su pensamiento, y cada tanto lo confirmábamos. Cada tanto se decía: “ya están acabados, están divididos”. No sé cuántas veces me han matado o tomado preso a Tacho. A veces lo tomo preso yo a él, a veces me toman preso a mí. Y cada vez que decíamos: “no, pues sí, a lo mejor a la gente ya no le importa, ya pasamos de moda, ya me estoy repitiendo en los comunicados, pero Chiapas sigue siendo Chiapas...”.
–¿La reactivación cíclica de la memoria es una estrategia muy definida?
–Sí, y no te tengo que decir que salimos y resulta que sí nos recuerdan. Pero créeme que no queremos ser una pastilla fiel de la memoria, no queremos volver o que otros tengan que regresar por nosotros. A la gente le tenemos toda la confianza, a lo mejor ése es nuestro error.
–A eso iba. ¿No ha habido una mitificación por parte del EZLN de la sociedad civil?
–Pensamos que no. Todas las veces que hemos apelado a ella, ha respondido. Hay mucha gente que dice: “aquí estás”. Si llamaran los partidos políticos consecuentes con el ideal de la revolución, la gente diría: “aquí no estoy, no me está llamando a mí o a todos los que quieren y aman...”. Mucha gente se ha sentido incluida y dice: “soy yo la sociedad civil; es una etiqueta tan amplia en la que quepo y funciona sobre todo por reconocimiento: no soy de un partido político, no soy de una organización social, soy una ama de casa, soy un joven, un colono, un campesino, un indígena, no tengo estructura, pero éstos me dan un lugar a cambio de nada. No me piden ni que me afilie ni que me registre ni que vote ni nada, y puedo hacer algo”. Y creo que sí hemos podido construir ese sentimiento de que están participando con y no detrás de.

POR QUE EL SUBCOMANDANTE MARCOS

Por Carlos Monsivais

El gran interlocutor

El Ejército Zapatista de Liberación Nacional y Marcos, su líder, merecen el adjetivo de
históricos. ¿Es esto suficiente? No, desde luego que lo histórico en sí mismo no lleva carga positiva o negativa. Pero si en lo histórico interviene la capacidad de iluminar vívidamente un gran tema, un conjunto de tradiciones y oposiciones, la aportación de estos rebeldes es considerable. Antes del primero de enero de 1994, jamás se había problematizado en México la cuestión indígena con el entusiasmo, la producción de textos históricos, el debate múltiple y la acumulación de conocimiento de estos años.
La breve toma de San Cristóbal, ese primero de enero de hace siete años, afectó el imaginario colectivo de México y, sectorialmente, de otros países. Y los medios nacionales e internacionales se lanzaron en pos de lo impensable tras la caída del socialismo real: una guerrilla a la antigua, con máscara, pasamontaña o, según los zapatistas, capuchones.
Fueron días de furia y muertos, de imágenes estremecedoras en los diarios y la televisión, del mensaje altanero y rígido del presidente Carlos Salinas de Gortari, de obvia debilidad militar de los alzados... y de pronto la sorpresa: la opinión pública, el movimiento de voces y tendencias, se opone al aplastamiento de los rebeldes. No se cree en la lucha armada, pero importan las causas de la desesperación.
A la recepción polémica del EZLN contribuye extraordinariamente su vocero, un personaje dúctil, inteligente, con facilidad de escritura y sentido del humor. Con el pasamontañas agregado a su identidad, Marcos produce sin cesar cartas y documentos, se deja entrevistar, dialoga con distintos sectores de la sociedad. El revolucionario cede el sitio a un símbolo aislado de la modernidad, o algo semejante que permita hablar, sin base, de la guerrilla “posmoderna”.

 

 

 

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