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OPINION

Medicamentos para ricos y para pobres

Por Silvia Quadrelli*

Cuando el ministro Machinea pide la venta de genéricos como la manera de abaratar medicamentos, le pide a la Argentina lo que no tiene. Porque en la Argentina prácticamente no hay genéricos.
La legislación argentina permite que la industria farmacéutica comercialice medicamentos que no son de desarrollo propio, bajo la forma de “medicamento similar” (una “copia”). Para ello es necesario un certificado de la Administración Nacional de Medicamentos, Alimentos y Tecnologías Médicas (Anmat), lo cual requiere solamente pruebas de equivalencia farmacéutica (pruebas de laboratorio, pero no en seres vivos). Esta legislación no contemplaba la realización de pruebas de equivalencia terapéutica (bioequivalencia y biodisponibilidad), que son pruebas en organismos vivos que aseguran que la “copia” tiene el mismo efecto terapéutico que el original.
Recién en 1999, la Anmat –a través de la disposición 3185– resolvió someter a algunas drogas (las consideradas de alto riesgo sanitario) a este tipo de pruebas. Un medicamento genérico (a diferencia de una copia) es aquel que ya ha sido sometido satisfactoriamente a estas pruebas. La diferencia, obviamente, no es semántica. Sólo estos últimos tienen controles en humanos que garantizan que su efectividad es la misma. En la Argentina, apenas 4 o 5 drogas han iniciado esta fase y todavía no han sido probadas.
Todos los médicos saben que existen decenas de nombres comerciales para una misma droga. Pero también saben por la experiencia diaria o por los reportes de farmacovigilancia, que no todas tienen las misma efectividad ni la misma incidencia de efectos adversos. Esto no debiera ser así si el Estado garantizara que toda droga que sale al mercado es realmente tan efectiva como la original. Pero no lo hace.
Un claro ejemplo son las drogas para el tratamiento de pacientes infectados por HIV. El Ministerio de Salud de la Nación, según lo indica la Ley de Contabilidad, debe comprar en licitación pública la oferta más conveniente, lo que no necesariamente se debe interpretar como el menor precio. Desde que el Estado provee antirretrovirales, ha surgido en el mercado una amplia gama de productos similares, muchos de los cuales sólo son ofrecidos al ministerio. Esto preocupó y preocupa a algunos funcionarios y técnicos del Gobierno y ha sido el principal reclamo de las organizaciones comunitarias que trabajan con personas positivas, por entender que el ministerio, al no exigir las pruebas de equivalencia terapéutica de los medicamentos, no está en condiciones de garantizar la calidad de los que compra y distribuye a más de quince mil personas con VIH.
Actualmente, muchas obras sociales han implementado vademecums en los cuales sólo incluyen las formas comerciales más económicas de una droga. Si bien esto es teóricamente racional, la realidad es que obligan a sus afiliados a consumir exclusivamente drogas que muchas veces tienen manifiestamente menos actividad. Y que, seguramente, no son las que eligen los funcionarios del Estado a la hora de comprar medicamentos para consumo propio.
El costo es una variable muy importante, pero no la única. El análisis del tema conlleva habitualmente una involuntaria hipocresía, ya que es antipático reconocer que muchas veces, sólo unas pocas empresas (en muchas ocasiones multinacionales) pueden garantizar probadamente la eficacia terapéutica de lo que vende. Y porque la idea de los genéricos es atractiva ya que evitaría un desagradable mercado de “estímulos” poco éticos implementados por los laboratorios farmacéuticos sobre el cuerpo médico para inclinarse a indicar determinadas formas comerciales y no otras.
Sin embargo, la utilización de genéricos requiere primero que el Estado sea capaz de garantizar que todo lo que se vende es apto y de evitar que esos mismos “estímulos” aplicados por sectores de la industria en ciertosniveles de la burocracia estatal puedan acelerar la aprobación de determinadas formas comerciales.
La disminución de la proporción del gasto en salud que significan los medicamentos es un reclamo de todos los sectores comprometidos con la comunidad. Pero tomar serias medidas al respecto puede afectar a uno de los lobbies más poderosos de la salud argentina que factura varios miles de millones por año y que probablemente gasta una fracción de éstos en subsidiar partidos políticos, aceitar los dictámenes de funcionarios y técnicos de entes reguladores y ganarse la amistad de parlamentarios. Este lobby tiene suficiente fuerza como para entorpecer la carrera de cualquier funcionario que insista demasiado en aplicar las normativas existentes -aun sin crear otras nuevas– sobre el funcionamiento del mercado de medicamentos, su calidad farmacológica y su precio.
Los argentinos consumimos medicamentos caros y malos. Aprobar los genéricos sin garantizar su calidad ayudaría a consumir medicamentos más baratos. Pero seguiría ampliando la brecha entre ricos y pobres, que se amplía cada día más en nuestro sistema de salud, siguiendo este modelo en que el Estado ha decidido dejar librada la salud a los códigos del mercado. Los pobres comprarán los genéricos más baratos y consumirán drogas con menos efecto. Y los ricos (incluidos los funcionarios) comprarán, bien aconsejados, los medicamentos más caros y que saben que son realmente efectivos.

* Doctora en el Instituto de Investigaciones Médicas Alfredo LanariUniversidad de Buenos Aires. Presidenta de Médicos del Mundo Argentina.


 

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