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OPINION

Apuesta a los extremos

Por Claudio Uriarte

Un triunfo del halcón ultranacionalista Ariel Sharon en las elecciones israelíes de mañana para primer ministro no significará, pese a las declaraciones del portentoso candidato del Likud, la muerte de los acuerdos de Oslo. Vale decir: el agresivo, imprevisible y díscolo general retirado, arquitecto de la invasión al Líbano en 1982, no va a reconquistar a sangre y fuego las zonas de Cisjordania y Gaza que ya se entregaron a los palestinos, aunque la política israelí de incursionar militarmente en ellos para acciones selectivas probablemente se endurecerá. Esto no se debe al legalismo o el pacifismo de Sharon sino a su realismo: incorporar de vuelta a Israel una población extranjera y rebelde no sirve. La inutilidad del planteo se deriva de la experiencia: si la represión no operó durante los años de la primera Intifada, no se sabe por qué puede tener éxito ahora, además del hecho de que Oslo está integrado firmemente al centro de la trama que mantiene a Israel dentro del complejo sistema de relaciones internacionales. Todavía más lejana está la posibilidad de una “solución final” antipalestina: a lo sumo continuará –con diferencias de grado– la guerra de baja intensidad que ya se desarrolla entre Israel y la Autoridad Palestina.
Con respecto a la estabilidad de un gobierno de Sharon, nos encontramos en materia opinable. Por un lado, las fuerzas que apoyan a Sharon tienen sólo 58 de las 120 bancas de la Knesset, parlamento israelí. Pero, por otro lado, Sharon brilla hoy para muchos israelíes como una roca de estabilidad después del confuso y caótico gobierno del laborista Ehud Barak, que lanzó las propuestas de paz más generosas posibles a los palestinos sólo para ser recompensado por una nueva Intifada. Frente a este panorama, incluso la debilidad parlamentaria de Sharon tiende a relativizarse: no hay que olvidarse de que Benjamin Netanyahu, el último primer ministro en provenir del Likud, sobrevivió mucho tiempo con la delgada mayoría parlamentaria de un solo voto, y que la actual coalición pacifista hace mucho que está en minoría.
Paradójicamente, la probabilidad de un triunfo de Sharon alivia al liderazgo palestino de la necesidad de asumir concesiones difíciles para lograr la paz. En los últimos tiempos, pareció que incluso favorecían el triunfo de Sharon en la expectativa de poner presión internacional sobre Israel. Como se verá, esta apuesta a los extremos es una ilusión.


 

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