Un triunfo
del halcón ultranacionalista Ariel Sharon en las elecciones
israelíes de mañana para primer ministro no significará,
pese a las declaraciones del portentoso candidato del Likud, la
muerte de los acuerdos de Oslo. Vale decir: el agresivo, imprevisible
y díscolo general retirado, arquitecto de la invasión
al Líbano en 1982, no va a reconquistar a sangre y fuego
las zonas de Cisjordania y Gaza que ya se entregaron a los palestinos,
aunque la política israelí de incursionar militarmente
en ellos para acciones selectivas probablemente se endurecerá.
Esto no se debe al legalismo o el pacifismo de Sharon sino a su
realismo: incorporar de vuelta a Israel una población extranjera
y rebelde no sirve. La inutilidad del planteo se deriva de la experiencia:
si la represión no operó durante los años de
la primera Intifada, no se sabe por qué puede tener éxito
ahora, además del hecho de que Oslo está integrado
firmemente al centro de la trama que mantiene a Israel dentro del
complejo sistema de relaciones internacionales. Todavía más
lejana está la posibilidad de una solución final
antipalestina: a lo sumo continuará con diferencias
de grado la guerra de baja intensidad que ya se desarrolla
entre Israel y la Autoridad Palestina.
Con respecto a la estabilidad de un gobierno de Sharon, nos encontramos
en materia opinable. Por un lado, las fuerzas que apoyan a Sharon
tienen sólo 58 de las 120 bancas de la Knesset, parlamento
israelí. Pero, por otro lado, Sharon brilla hoy para muchos
israelíes como una roca de estabilidad después del
confuso y caótico gobierno del laborista Ehud Barak, que
lanzó las propuestas de paz más generosas posibles
a los palestinos sólo para ser recompensado por una nueva
Intifada. Frente a este panorama, incluso la debilidad parlamentaria
de Sharon tiende a relativizarse: no hay que olvidarse de que Benjamin
Netanyahu, el último primer ministro en provenir del Likud,
sobrevivió mucho tiempo con la delgada mayoría parlamentaria
de un solo voto, y que la actual coalición pacifista hace
mucho que está en minoría.
Paradójicamente, la probabilidad de un triunfo de Sharon
alivia al liderazgo palestino de la necesidad de asumir concesiones
difíciles para lograr la paz. En los últimos tiempos,
pareció que incluso favorecían el triunfo de Sharon
en la expectativa de poner presión internacional sobre Israel.
Como se verá, esta apuesta a los extremos es una ilusión.
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