La
vaca cuerda
Por
Pedro Lipcovich
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Anécdota
de redacción.
Dos encantadoras periodistas solicitan auxilio al que firma estas líneas,
a quien suponen experto en vacas locas. Las chicas han recibido un regalo
exquisito, una bolsa de chocolatines suizos, pero dudan: ¿no será
riesgoso comerlos? ¿Trasmitirá, quizás, el mal de
la vaca loca, que hace estragos en Europa?
El consultado empieza por retener un chocolatín, como retribución
anticipada, pero vacila ante una respuesta definitiva. El sabe que las
autoridades sanitarias argentinas, como las internacionales, no objetan
el consumo de un chocolate suizo adecuadamente certificado. Las proteínas
causantes del mal de la vaca loca están en el sistema nervioso
del animal: pueden pasar a una hamburguesa, según cómo haya
sido preparada ésta, pero no tendrían por qué llegar
a la leche que se integra en el chocolate. El riesgo es despreciable,
concluyen las autoridades sanitarias.
Sí, el riesgo es estadísticamente despreciable pero, ¿lo
es, necesariamente, para estas jóvenes que están poniendo
su vida en manos del consultado? En todo caso, éste retrocede farfullando
bromas y ambigüedades. Ha llevado consigo el inmerecido chocolatín
pero no tiene ganas de comerlo ahora; lo guarda en su cajón, para
después.
El sábado 3 de febrero, el consultado encuentra la respuesta, oblicua,
a sus vacilaciones. Se entera de que dos productores de papa argentinos
han solicitado a la Justicia que no permita al rompehielos británico
Endurance abandonar el puerto de Mar del Plata hasta tanto
el Estado británico abone la indemnización de 251,5 millones
de pesos que un juez fijó. El caso se originó en 1980, cuando
los productores Armando Beltrán Louge y Enrique Best importaron
de Gran Bretaña semillas de papa que resultaron estar infectadas
con el virus Mop Top. Las semillas habían sido certificadas como
libres de toda enfermedad por el organismo sanitario del Reino Unido,
que admitió su error pero negó toda compensación
a los agricultores. Estos iniciaron la primera acción judicial
contra el Estado británico ante un tribunal argentino, y el juez
José Luis Tresguerras ordenó a la empresa Commonwealth Development
Corporation, propiedad de ese Estado, pagar una indemnización de
171,5 millones, más 80 millones de intereses y costas.
Es obvio que el barco zarpará riendo a carcajadas por sus chimeneas,
pero el episodio suscita o ratifica conclusiones que no debieran olvidarse.
La función de control
sanitario del Estado también es falible en los países
avanzados. Precisamente el mal de la vaca loca surgió por
desaprensión de los organismos de control británicos, y
se expandió en Europa por deficiencias de control en países
como Alemania y Francia. En la Argentina, por decreto del Poder Ejecutivo,
la ANMAT (Administración Nacional de Medicamentos, Alimentos y
Tecnología Médica) otorga aprobación automática
a los medicamentos autorizados en países que se suponen de alta
tecnología, entre ellos Gran Bretaña. Ese organismo participa,
junto con el SENASA (Servicio Nacional de Sanidad Animal) en la determinación
de criterios de control de la enfermedad de la vaca loca.
Lo distinto, sin duda, en los
países avanzados, es la capacidad y disposición
del Estado para defender sus intereses en eventuales conflictos con otras
naciones. Gran Bretaña no se asusta de que le aumente el riesgo-país
por no pagar la indemnización que fijó un juez argentino,
mientras que a la Argentina ese riesgo le subiría gravemente si
pretendiera impedir la salida del Endurance, ya que por
lo menos en su empleo ideológico-mediático nociones
pretendidamente técnicas como riesgo-país son
en realidad políticas y aun militares.
Bueno, pero, ¿y los chocolates suizos? El consultado mira el chocolatín
intacto en su cajón y se levanta para ofrecer a sus jóvenes
colegas la respuesta exacta: mejor, por las dudas, no aceptar golosinas
de extraños.
REP
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