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OPINION

Corrupción o caos

Por James Neilson

Imaginemos por un momento que resulta que Carlos “Chacho” Alvarez y los fiscales Eduardo Freiler y Federico Delgado no sólo tienen razón sino que también logran probarlo para que no quedara la más mínima duda de que el Gobierno compró la reforma laboral a los senadores pagándoles vaya a saber cuántos millones de dólares. ¿Podría continuar siendo presidente Fernando de la Rúa? De funcionar tal como es debido los mecanismos politicojurídicos formales, claro que no: sería necesario someterlo a un juicio político de desenlace previsible. ¿Lo reemplazaría alguien que, además de estar en condiciones de formar un gobierno viable, estuviera resuelto a meter entre rejas a todos los corruptos? Nadie lo cree. Es que una vez que se ha institucionalizado la corrupción, combatirla exigiría una operación quirúrgica tan traumática que la mayoría preferirá tolerarla, conformándose con el linchamiento periódico de alguno que otro “emblemático”, discursos conmovedores sobre lo espléndida que es la ética y la esperanza, forzosamente vana, de que un día de estos paren de robar.
En comparación con el problema planteado por lo que Chacho llama “prácticas humillantes para los ciudadanos”, el ocasionado por una dictadura que pisotee los derechos humanos es relativamente sencillo en buena medida porque, siempre y cuando la sociedad se haya democratizado, es escasa la posibilidad de que los asesinos regresen al poder para continuar provocando estragos. En cambio, marginar a los corruptos es casi imposible: les resulta sumamente fácil adaptarse a circunstancias nuevas, disfrazándose de honestos, con la seguridad de que es poco probable que sean obligados a devolver el botín acumulado. ¿Quién podría tirarles la primera piedra? Aquí, abundan los jueces y los políticos que están comprometidos con el orden imperante y que por lo tanto harán cuanto pueden para defenderlo.
Para que la corrupción quedara reducida a niveles escandinavos, la sociedad en su conjunto tendría que comenzar la limpieza dando la espalda a los partidos tradicionales al votar por otros que todavía no hayan sido cooptados por el sistema. Sin embargo, aún no hay señales de que el electorado esté preparándose para echar a los representantes de una cultura política que casi todos creen podrida pero inmodificable, de suerte que es de prever que por un rato el país seguirá prefiriendo la tesis de que la corrupción está por replegarse, aunque entiende muy bien que se trata de una ficción, porque la alternativa de tomar al pie de la letra lo que sabe es la verdad podría tener consecuencias devastadoras.


 

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