Por
Pablo Rodríguez
El
Frente Amplio uruguayo cumplió ayer 30 años. Es muy joven,
si se lo compara con otros grandes partidos de izquierda en Latinoamérica,
pero así de joven es de potente. El Frente Amplio es, junto al
Partido de los Trabajadores brasileño, el mayor movimiento de izquierda
de la región. Simplemente, porque hace años que abandonó
el confinamiento electoral de la izquierda desde la vuelta de los países
del Cono Sur a la democracia para convertirse en una opción real
de gobierno nacional, por no hablar de una intendencia de Montevideo que
retiene cómodamente desde hace once años. No suele
ser frecuente que una fuerza política que nació apenas en
1971 y que sufrió situaciones de opresión como las que sufrimos
durante la dictadura, se convierta en la principal fuerza política
de un país. Esto nos llena de satisfacción y abre una esperanza
para toda Latinoamérica, sintetizó en diálogo
con Página/12 Mariano Arana, intendente reelecto de la capital
uruguaya. Luego de varias manifestaciones a lo largo del día, el
Frente Amplio festejó con un acto que tuvo como orador central
el principal responsable del crecimiento del Frente: Tabaré Vázquez.
Algunos podrán esgrimir una cuestión de escala (un gran
movimiento en un país pequeño como Uruguay no es un gran
movimiento en la región) o una cuestión de ideología
(hasta dónde el Frente Amplio es de izquierda) para poner en duda
la importancia de esta coalición progresista. Pero
las dos objeciones no ocultan el increíble trabajo que hizo el
Frente Amplio para admitir diversas tendencias en su estructura manteniendo
su cohesión, reconocer el mapa político de cada etapa en
estos 30 años y actuar en consecuencia sin por ello bandearse a
la derecha. Y este trabajo no se puede ocultar; sencillamente, porque
ninguna otra fuerza que se dice de izquierda puede exhibirlo.
El Frente Amplio es obra y gracia del general Líber Seregni, que
el 5 de febrero de 1971 se decidió a unir a todas las fuerzas de
izquierda y centroizquierda que en los 60 se habían acercado
y distanciado alternativamente, desde el Partido Comunista al Demócrata
Cristiano y desde el Socialista a ex grupos nacionalistas desprendidos
de los dos partidos tradicionales uruguayos, el Nacional (Blanco) y el
Colorado. No deja de ser una curiosidad (de las muchas que presenta Uruguay)
que la formación de una coalición de izquierda que se proponga
alcanzar el poder por las urnas se haya dado en una década en la
que la izquierda se inclinaba más por una revolución por
las armas.
Ese mismo año, el Frente Amplio se convirtió en la tercera
fuerza nacional. Comenzaba una etapa de crecimiento ininterrumpido, cuyo
fin era terminar con el binomio colorado-blanco que había gobernado
Uruguay durante toda su existencia de nación independiente. Pero
a los dos años el presidente Juan María Bordaberry abría
las puertas de la dictadura, que fue larga (de 1973 a 1985) y que diezmó
al Frente Amplio con desapariciones y encarcelamientos. En 1984, Líber
Seregni salió de la cárcel para participar de las negociaciones
con blancos, colorados y los mismos militares que derivarían en
el retorno de la democracia.
En lo que quedaba de la década del 80, el Frente Amplio se
dedicó efectivamente a reorganizarse y afianzarse como tercera
fuerza a nivel nacional. En 1989 llegaría una crisis muy fuerte:
el Frente Amplio resolvió incorporar al Movimiento de Liberación
Nacional-Tupamaros (MLN-T), que se había convertido en partido
político luego de que, en los 70, encarnaran justamente una
vía opuesta a la del Frente Amplio para alcanzar el poder. La incorporación
de los Tupamaros derivó en la salida de los grupos moderados, como
el Partido por el Gobierno del Pueblo (PGP) y el Partido Demócrata
Cristiano, que justamente habían llevado la mayoría de los
votos para el Frente en las presidenciales de 1984.
Dicen que las crisis son oportunidades de cambio y así fue para
el Frente Amplio. El mismo año de este terremoto interno, Tabaré
Vázquez ganaba la intendencia de Montevideo e inició el
ciclo de crecimiento constante de la coalición de izquierda durante
los 90. Este crecimiento habla en números: 21,23 por ciento
en las presidenciales de 1989, 30 por ciento en 1994 (más la elección
de Mariano Arana en Montevideo en reemplazo de Tabaré Vázquez),
40 por ciento en la primera vuelta de 1999 y 45,9 por ciento en el ballottage,
y casi el 60 por ciento de los votos para Arana en su reelección
como intendente de Montevideo, en mayo pasado. El crecimiento también
habla en movidas políticas. Transformada en tercera fuerza en ascenso,
colorados y blancos debieron aliarse en varios aspectos durante el segundo
mandato de Luis María Sanguinetti (1995-2000) y sancionaron una
reforma constitucional creando el ballottage para evitar el ascenso de
la derecha. Les hizo falta, porque Tabaré ganó la primera
vuelta en 1999 y perdió la segunda por una diferencia de nueve
puntos ante la alianza blanqui-colorada detrás del actual presidente
Jorge Batlle. O sea, el Frente Amplio pasó de ser el convidado
de piedra a dividir el país en tres tercios iguales, y de allí
a partirlo en dos mitades.
Hay cosas que hemos cambiado para crecer. Pero en los lineamientos
estratégicos básicos, los que trazamos en 1971 respecto
a la vocación de libertad, democracia e igualdad social, seguimos
siendo los mismos. Somos consecuentes con nuestro pasado y lo hemos demostrado
en nuestra asistencia al Foro Social Mundial, en Porto Alegre, dice
a este diario Arana, quizá la figura más importante del
Frente después de Tabaré. ¿Qué queda, entonces,
para ser gobierno en el 2005 sin bajar alguna de estas banderas, en esta
época que antepone la estabilidad al cambio y el orden al progreso?
Seguir debatiendo ideas, seguir discutiendo para no quedar presos
del pensamiento único. Hemos cometido errores, y los seguiremos
cometiendo. Ninguna corriente progresista se considera a sí misma
infalible porque aquí no hay soberbia: hay autocrítica.
Simplemente, debemos seguir superándonos.
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