Principal RADAR NO Turismo Libros Futuro CASH Sátira
KIOSCO12


ADRIANA AIZENBERG PROTAGONIZA UNA NUEVA PUESTA DE “VENECIA”, DE JORGE ACCAME
“Es un juego que debemos hacer creíble”

La obra, que actualmente se presenta en el Payró y en la costa, acaba de cumplir una gira por España en la que �el público parecía un poco desconcertado, pero enseguida se emocionaba�. La actriz analiza su papel de madama ciega, el mundo de la TV y el cine y sus comienzos en la escuela Fray Mocho de Oscar Ferrigno.

Por Hilda Cabrera

La vieja madama gringa de un prostíbulo jujeño, que por cuarta temporada protagoniza la actriz Adriana Aizenberg, no llega a Venecia viajando sobre el papel. Es ciega y pobre, y sus guías no son los escritores que, tentados por rescatar rostros y mapas exóticos (y no tanto), acercan a sus lectores mundos fascinantes, convirtiéndolos en náufragos o pájaros. La madama que compone la actriz en Venecia, la celebrada pieza de Jorge Accame que se repuso en el teatro Payró (San Martín 766) después de una fructífera gira por España, realiza su periplo a través de las voces de las pupilas que, a su manera, le describen aquello que ven en un libro de geografía que olvidó un cliente. “Alguien tan enamorado de mí –según dice una de las chicas– que se olvidó los útiles.” El propósito es ayudar a la madama a cumplir un sueño: reencontrarse con aquel adorador italiano al que amó y esquilmó en su juventud.
Actriz de teatro (La señorita de Tacna, Las pequeñas patriotas y Nenucha, la envenenadora de Montserrat, entre otras piezas), cine (Plata dulce, Mundo grúa) y televisión, donde trabajó junto a Antonio Gasalla, Norman Brisky y en “Poliladron”), Aizenberg dejó siendo muy joven su Santa Fe natal para estudiar en Buenos Aires arquitectura y teatro. Cuando tuvo que elegir se quedó con la escena, y siguió su entrenamiento en la escuela del Teatro Fray Mocho, fundado en junio de 1951 por el grupo independiente que entonces conducía Oscar Ferrigno. Allí adquirió la ductilidad que la caracteriza: “Hacíamos de todo”, cuenta ahora en diálogo con Página/12. Limpiábamos los baños y el escenario, nos cosíamos la ropa y aprendíamos a poner las luces. Se aventuró a componer en todos los estilos: “Gauchesco, clásico, de vanguardia”. A los 20 años se metió en el papel de “la madre de una chica mayor que yo” en Los pequeños burgueses, de Máximo Gorki. Esto significa que sabe cómo transmutarse apelando a un gesto o un sencillo cambio de vestuario. Transformación que en su caso no implica “mentir”, como opina de su trabajo en la Venecia de Accame (el mismo de Chingoil Compani), con la que emprenderá una nueva gira europea.
Estrenada en junio del ‘98 en el Teatro del Pueblo, con María Rosa Fugazot en el papel de madama (Aizenberg la reemplazó en noviembre de ese año), la obra se sostuvo, aunque con algún intervalo, desde entonces hasta hoy. Actualmente puede verse tanto en el Payró (los fines de semana) como en el teatro Alberdi de Mar del Plata (los miércoles y jueves). Junto a Aizenberg actúan Anahí Martella, Elvira Massa, Gonzalo Morales, Marina Vázquez y Alejandro Viola, dirigidos por Helena Tritek.
–¿Mantienen la atmósfera original?
–Sí, porque las modificaciones que introduce Tritek se relacionan con las peculiaridades de cada intérprete, pero no con la ambientación ni con la idiosincrasia de la gente del norte del país, tan “guardada” y de poca gestualidad. Las chicas que arman este viaje junto a un cliente son prostitutas de cinco pesos. Este es un juego que nosotros necesitamos hacer creíble. Tritek pone el acento en la ingenuidad, que no significa tontería sino frescura.
–El desafío es que también lo entienda así el público. ¿Cómo fue la experiencia en las giras?
–Nos invitaron a varios festivales y siempre funcionó. En el de Cádiz y el de Otoño de Madrid tuvimos nuestra “barrita”. Nos vinieron a ver Federico Luppi, que estaba filmando allí, y el Beto Brandoni. La gira por España fue buena, como las presentaciones en Chile, Bolivia y Brasil, donde recibimos varios besucones. Al comienzo el público parecía un poco desconcertado. No entendía esto de Venecia, pero enseguida entraba en la obra, la comprendía y se emocionaba.
–¿Improvisan?
–No, solamente en los ensayos, y muy a fondo. No hacemos rebarba en el texto. Tritek es muy rigurosa en ese sentido. En los ensayos mi personajeobliga a que las chicas le hagan creíble el viaje, que no jueguen a una broma. A esta madama no se la puede engrupir: es ciega, no tonta. Este esfuerzo, creo, ayuda a que el público entre en la ficción. Tampoco nosotros como actores queremos engrupir al público. La intención no es contar una anécdota sino transmitir sentimientos, entrever la posibilidad de concretar sueños. Creo que si la obra no se hace de esta manera pierde sentido. Mi madama se enamora realmente de ese italiano que en la obra aparece trajeado de blanco impecable, luciendo su camisa y su chalina de seda natural.
–¿Cómo influye el humor en sus composiciones?
–Todo intérprete debe tener humor. Ayuda a ver la realidad a través de una lente de aumento. Una ve “cositas” que a los que no lo poseen se les escapan. No soy humorista al estilo de Gasalla o Pinti, pero algo escribí. Con Norma Aleandro armé el texto de Las pequeñas patriotas (otro espectáculo que dirigió Tritek). Ahí hacíamos de nenas de ocho años. Las dos somos medio caraduras. Esos eran recuerdos de colegio, sin ningún valor literario, pero divertidos, creo. Tengo buena memoria, y me acordaba hasta del escondido que bailábamos en la escuela, del “pala pala pulpero”...
–¿Y la experiencia con Antonio Gasalla?
–Antonio me llamó en el ‘81 para hacer teatro. Le daba el pie, nada más. Hicimos muchos personajes, y un año me llevó al Festival Latino de Nueva York. Estuve también con él en el primer ciclo que se hizo en Canal 7. Fue muy importante: trabajaban Juana Molina, Carlitos Parrilla, Atilio Veronelli, Norma Pons... Las situaciones de humor se “juegan” en serio. Me gusta recordar una escena de Carlitos Chaplin, ésa en la que el personaje pisa una cáscara de banana, cae y lo pasa muy mal, pero la gente se ríe. A veces también el actor lo pasa mal y sin embargo puede hacer reír. A mí la vida me llevó por este camino, siempre hice piruetas, me gustaba tocar las castañuelas, bailar, me metí en coros...
–¿Qué pasa hoy con el cine?
–Ahí sucedió algo que me produjo una gran sorpresa y mucha alegría. Fue con la película Mundo grúa, de Pablo Trapero, por la que recibí el premio a la mejor actriz. Pablo, que es compañero de mi hijo, Rodrigo Moreno, también director de cine, convocó a gente de barrio, de San Justo. Como se sabe, el personaje de El Rulo está hecho por Luis Margani, un hombre que tiene un taller mecánico a dos cuadras de la casa de Pablo, a quien conoce desde chiquito. Cuando Pablo me llamó le dije que no, que era mejor que el papel de la quiosquera lo hiciera su mamá. Porque así trabajan ellos: mi hijo, en su última película, El descanso, puso a la mucama de mi casa, que también lo conoce desde chico, a bailar un mambo. Ellos buscan “personas”. Yo me resistí a Pablo porque pensaba que me iba a resultar difícil hacer una escena con alguien que no era actor. Había que poner demasiada energía, y yo no estaba bien de salud. Además, ¿cómo iba a componer a una quiosquera justamente yo, que soy una actriz de formación universitaria, que leí a Ezra Pound, a James Joyce...? Pero al final me convenció. Yo deseaba que ese hombre que hacía de Rulo no me conociera. Y Pablo me tranquilizó: “No te conoce. No va al teatro, y por televisión ve fútbol”. Eso me animó. Me vestí entonces como una quiosquera de barrio y fui a filmar. Pablo planteó la situación y empezamos el diálogo. Cuando terminamos la escena y me alejé del lugar, este señor Luis le comentó: “¡Bien la piba, eh! ¡Ojo! ¡No se quedó callada nunca!”.

 

 

PRINCIPAL