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LOS RETRATOS DEL FOTOGRAFO YOUSUF KARSH (1908)
Las máscaras del poder

 

Uno de los envíos notables de la Bienal del Museo de Bellas Artes ha sido el de Canadá, con los retratos de Yousuf Karsh.

 

Por Ann Thomas *

Los inicios del daguerrotipo hacia 1839-1840 marcan también el nacimiento del retrato fotográfico. En el siglo XIX David Octavius Hill y Robert Adamson, Eduard Biewend, Etienne Carjat (retrato de Baudelaire circa 1863) marcaron las bases del retrato moderno. August Sander fue uno de los primeros que rompió con los cánones del clasicismo en el retrato fotográfico. Las escenografías recargadas, los decorados a la italiana, las balaustradas desplazables, la iluminación al estilo Rembrandt transformaban “a una cocinera en una dama elegante y a un simple soldado en un general”, según el propio Sander. A partir de ese momento comienza una nueva corriente que intenta mostrar a los retratados en un ambiente acorde con su personalidad.
En el libro Karsh: L’art du portrait (catálogo de la exposición retrospectiva de la obra de Karsh realizada en la National Gallery de Ottawa en 1989), Estelle Jussim analiza el arte del retrato psicológico y se pregunta de qué psicología se trata en realidad: ¿es la psicología del sujeto o la del fotógrafo la que está en cuestión? Tal vez se trate de ambas. Entonces, dice, “¿los fotógrafos retratistas observan profundamente a los sujetos que fotografían?”. Jussim nos recuerda las palabras de Susan Sontag al respecto: “Las fotografías, incapaces de explicar nada por sí mismas, son todas invitaciones a la deducción, a la especulación, a las fantasías de la imaginación”.
El agudo análisis de Estelle Jussim subraya la importancia de no perder jamás de vista el fin que persigue un retrato y por qué ha sido concebido: un pedido particular, un trabajo comisionado por una revista, una foto para figurar en la tapa de algún libro o, simplemente, para exhibirla enmarcada sobre un escritorio. En suma, un retrato que asegure la inmortalidad. Además, por el hecho de recibir dinero del comitente, el fotógrafo siente la obligación de complacerlo con su trabajo (ya sea este último la persona retratada o el editor de alguna publicación).
¿Podemos, llegados a este punto, dar crédito aun a las palabras de John Pope-Hennessy, para quien el arte del retrato es la descripción del individuo según su propia naturaleza? Jussim no olvida la pertinente opinión de Harold Rosenberg al respecto: “Un conflicto surge entre el retratista y su modelo –no solamente la resistencia del material con el cual el artista se expresa, sino el enfrentamiento de las voluntades y de la imaginación de dos seres humanos–”.
Consciente de la máscara que todo ser humano lleva puesta siempre, Karsh intenta atrapar el momento fugaz e imprevisible del desenmascaramiento. Es la intuición del instante preciso, el verdadero don del artista que sabe esperar y observar porque busca atrapar la grandeza del alma. La sutil manifestación del yo verdadero que se esconde tras la máscara pública queda al descubierto. Un segundo más tarde las apariencias se tornan engañosas nuevamente, pero el retrato psicológico ya ha sido inmortalizado en un gesto, en una pose, en una mirada. Indicios, apenas, de psicologías complejas capturadas en el preciso instante en que se abandonan ante un devenir inexorable.
Nietzsche decía que detrás de toda máscara hay un vacío y que todo fundamento es, en realidad, un abismo. ¿El abismo de la propia existencia? ¿Y quién podrá tener una mirada lo suficientemente profunda como para no perderse en nuestro interior? No es una afirmación ingenua la de Karsh al decir que “el corazón y el espíritu son los verdaderos objetivos de mi cámara”, sino la expresión de un optimismo entusiasta hacia el género humano. Sus palabras son a la vez una muestra de compasión por la igualdad que no somos y de admiración por la extraña distancia que nos une.
¿Y es que el tiempo nos separa? Nos podríamos preguntar, tal vez incesantemente, acerca de la contemporaneidad del arte. ¿Cuál es el”ahora” de una creación artística? ¿Acaso las manos de la Pietà de Miguel Angel, el gesto triunfante del Perseo de Cellini, la metanarratividad de Las Meninas de Velázquez pertenecen a un pasado remoto? El arte no se dice en tiempo pretérito, ni presente, ni futuro. El arte es siempre infinitivo porque marca el punto de inflexión a partir del cual se consolida una existencia constantemente renovada, renaciendo con cada mirada que el mundo deposita sobre una determinada obra.
A principios de este año Annemarie Heinrich, quien también ha sabido ver nuestro mundo a través de los ojos que ha retratado, declaró que Karsh “utiliza la luz en sus obras con la maestría de un pincel y sus ojos y oídos son sensores tan perceptivos como su propia cámara”. Así habla el arte de sí mismo, así se contempla el arte a sí mismo. No como parte de una tradición, tampoco como perteneciendo a una u otra corriente artística, sino en el “ahora” mismo en que el ojo lo descubre.

* Curadora de fotografía de la National Gallery de Canadá.

Itinerarios de Karsh

“Siempre he buscado un secreto: la fuerza interior que se esconde detrás de la máscara de cada uno”, dice Karsh, que de joven trabajó como aprendiz de John Garo, en Boston, entre 1928 y 1931. Desde entonces quería retratar a las personalidades más importantes de su tiempo en el campo de las artes, la política y la ciencia. En los años treinta Karsh consolidó su reputación como retratista y en 1936 expuso algunas de sus obras en el Salón de la Fotografía de Londres. El año 1941 marcó un hito importantísimo en su carrera al realizar el retrato de Winston Churchill. Dos años más tarde viaja a Londres y en un lapso de dos meses fotografía más de 40 celebridades –entre ellos el rey Jorge VI, el rey Haakon de Noruega, Lord Louis Mountbatten, H. G. Wells, George Bernard Shaw y Noël Coward–. Al volver de su viaje organiza una exposición en Ottawa. Como resultado, la revista Life lo comisiona para fotografiar a unos 70 dignatarios en Washington entre marzo y mayo de 1944. En abril y mayo del siguiente año viaja a San Francisco, nuevamente por pedido de la revista Life, para fotografiar a los delegados de la Conferencia de San Francisco (la reunión de fundación de las Naciones Unidas). El libro Faces of Destiny, publicado en 1946, es el resultado de estos tres viajes y la primera obra editada de Yousuf Karsh.
Desde 1934 la fotografía ocupa un lugar de privilegio en la National Gallery. En 1960 se realiza allí la primera exposición de la obra de Yousuf Karsh. Hacia 1967 el museo comienza a formar una importante colección de fotografías gracias al asesoramiento de James Borcoman (conservador de la colección de fotografía de la National Gallery). En 1989 se presenta la muestra Karsh: L’art du portrait. La muestra del MNBA incluye las obras adquiridas por la National Gallery en 1987 y casi un centenar de fotografías donadas por el propio artista.

 

 

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