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el Kiosco de Página/12

Ganga
Por Antonio Dal Masetto

Reviso la alacena, me quedan medio paquete de arroz, una calabaza, un cuarto de lata de aceite de oliva. Oigo que arañan la puerta y estoy seguro que es la miseria tratando de entrar. Necesito otro trabajo urgente. Lo visito al licenciado Almayer, que siempre tiene soluciones brillantes para todo. Me recibe con toga y peluca como los magistrados ingleses. Acaba de inaugurar la empresa Dura Lex.
–Vino al lugar indicado –me dice–. Hágase juez.
–Pero si ni siquiera soy abogado.
–Nuestra empresa está relacionada con una universidad privada de matrícula muy accesible donde se recibe de abogado en seis meses. Con un pequeño plus puede diplomarse con medalla de oro. Apenas tenga el título, Dura Lex le garantiza el nombramiento de juez federal en 48 horas. En poco tiempo más puede llegar a camarista. Y después, con un poquito de suerte, eso ya no es tan rápido, miembro de la Corte Suprema de Justicia.
–¿En serio le parece que puedo llegar a camarista y miembro de la Corte Suprema?
–Le contesto con las palabras de Napoleón: Todos los soldados franceses llevan el bastón de mariscal en su mochila. Todos los alumnos de mi empresa llevan el sello de miembro de la Corte de Justicia en el maletín.
–¿El sueldo es bueno?
–No se preocupe por eso.
–Y una vez que sea juez, ¿qué hago? No sé cómo trabaja un juez.
–Lo va a ir aprendiendo sobre la marcha. Lo que importa es tener un aspecto respetable y hablar siempre con voz tonante y solemne, para que parezca que a través suyo está hablando la Justicia. Le daremos un curso de locución.
–Yo tengo bastante buena voz.
–También lo vamos a instruir sobre algunas sutilezas del cargo: cómo cajonear los expedientes para que duerman el sueño de los justos, cómo moverlos rápido para despertar la generosidad de los interesados, a quienes debe tocar para que las denuncias interesantes sean presentadas en su juzgado, educar el instinto para saber cuándo hay que llamar o no llamar a los testigos, convocarlos e interrogarlos sobre bueyes perdidos, hacer esperar a los abogados hasta que se pongan mustios (con los abogados la premisa es: a los dadivosos todo, a los tacaños nada, que junten pis). El trabajo de juez tiene algo de gastronomía, picar fino, separar, cocinar a fuego fuerte o lento, hervir, aligerar, espesar, mantener a baño de María, sazonar, agregar líquido para evitar que se seque, reservar para agregar después y presentar el plato de acuerdo a cada circunstancia. El curso viene con un CD donde está todo.
–¿Y el sueldo?
–Ya vamos a hablar de ese tema. Hay una cosa que debe saber, no se le ocurra por nada del mundo y bajo ningún concepto citar a ningún funcionario con cargo de director general para arriba. Ni para testigo ni para nada. Cuando tenga que juzgar a algún juez de rango superior al suyo, ni se le ocurra declararse competente. Otra regla sagrada: no se endulce demasiado rápido con la vida nocturna y la farándula, porque siempre andan dando vuelta los paparazzi, que son una peste. Evite las entrevistas en revistas de actualidad, no olvide nunca que los jueces hablan por sus sentencias. Haga buenas migas con los muchachos de la SIDE, que son habilísimos en pinchar teléfonos y cubrirlo si llega a meter la pata. Lo vamos a entrenar para que aprenda a hacer gauchadas a quienes corresponda, por si a alguien se le ocurre la peregrina idea de iniciarle un juicio político.
–Discúlpeme que insista: ¿el sueldo es bueno?
–Lo importante no es el sueldo, lo que importa son las gangas.
–¿Y me van a decir Su Señoría?
–Eso cayó un poco en desuso, lo van a tratar de señor juez.
–Qué lástima. Otra cosa que me preocupa es cómo voy a hacer para dictar sentencias.
–Las hacen sus subalternos, usted les echa un vistazo y las firma. Inclusive puede autorizar a su secretario, si es de confianza, para que le imite la rúbrica.
–Si todos pueden llegar rápido como yo, ¿no seremos muchos los jueces?
–Hay lugar para todos. Cuando un juez ha hecho su fortuna no quiere más dolores de cabeza, eso de ir todos los días una hora a Tribunales es un plomazo. Se retira y va dejando espacio.
–¿Cuánto me costaría el curso completo y el nombramiento de juez? Porque en este momento estoy un poco corto de divisas.
–Nosotros le financiamos la carrera. ¿Posee alguna propiedad?
–Mi departamento de dos ambientes.
–Bueno, hacemos una hipotequita sobre el inmueble. En poco tiempo salda todo, deja el departamento y se muda a una casa de un millón de dólares, con pileta olímpica para el verano. Todo lo que le ofrece Dura Lex está garantizado ante escribano público. Cuando usted quiera firmamos.
Me despido. La verdad es que la idea es tentadora y me vendría muy bien. Lo único que no me convence mucho es el asunto de que me hipotequen el bulín. Lo voy a consultar con la almohada.

REP

 

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