Por Suzanne Goldenberg
*
Desde
Jerusalén
Los votantes israelíes
cedieron ayer al profundo temor desatado por la Intifada palestina y en
una elección histórica confiaron su futuro a Ariel Sharon,
un hombre famoso como guerrero. Las primeras bocas de urna difundidas
por la televisión israelí luego de que cerraran las mesas
le daban a Sharon una victoria aplastante con el 61 por ciento del voto
popular. El ahora ex premier Ehud Barak se precipitaba a una humillante
derrota con el 38,9 por ciento. La elección fue vista como la más
increíble en la historia del país. Marca un rechazo masivo
del pueblo israelí contra el proceso de paz de ocho años
que iniciaron los Acuerdos de Oslo. En la sede del partido Likud, los
partidarios de Sharon no tenían dudas: Es el fin del proceso
de paz, coreaban.
Al dar la espalda al proceso de paz que Barak impulsó hasta los
últimos momentos de su gobierno, los votantes israelíes
eligieron como su nuevo líder a un veterano guerrero cuya victoria
era impensable hace tan sólo meses. Aunque tradicionalmente la
asistencia en las elecciones israelíes ronda el 80 por ciento,
ayer fue históricamente baja llegando a apenas un 62 por ciento
de los 4,5 millones de votantes registrados en el padrón. Pero,
a pesar del ausentismo y la indiferencia que marcaron la campaña
electoral, el voto de ayer podría ser un punto de inflexión.
El ministro de Información palestino, Yasser Abed Rabbo, describió
la victoria de Sharon como el suceso más estúpido
en la historia de Israel. Predijo que las políticas duras
de Sharon enterrarían al proceso de paz. Ha acabado la era
de la moderación en Medio Oriente, concordó Asher
Arian, un analista del Instituto para la Democracia israelí. Sharon,
un ex general de 72 años detestado en el mundo árabe como
criminal de guerra, juró que no negociaría con los palestinos
mientras la Intifada siga derramando sangre judía. Esta línea
dura ganó el apoyo abrumador del electorado israelí. Antes
no hablábamos con los árabes y todo estaba tranquilo: cuando
peleamos nos escuchan y cuando hablamos se nos vienen encima; nos disparan
y nos matan y seguimos hablando, exclamó Ariel-Regev Harari,
un artista de Jerusalén que votó a Sharon tras años
de apoyar el laborismo.
Mientras los votantes llegaban de a poco a las urnas, Barak lanzó
advertencias apocalípticas de que una victoria del Likud arrastraría
al país a la guerra total con los palestinos. Su equipo intentó
desesperadamente revertir el boicot de los 500.000 votantes árabes-israelíes,
llamando a miles de ellos con un mensaje grabado de Shimon Peres, uno
de los pocos laboristas que todavía respetan. Pero al final la
actitud árabe-israelí parece haber sido decisiva en poner
fin al breve gobierno de Barak: la asistencia en las ciudades árabes
de Galilea del norte fue de un mínimo 10 por ciento. Barak también
fue castigado por la izquierda y los pacifistas, que se abstuvieron o
votaron en blanco en protesta por su a veces brutal represión de
la Intifada. Era la humillación más absoluta para quien
hace apenas 20 meses llegó al poder con una abrumadora mayoría
popular. Inevitablemente, ayer Barak renunció como líder
del laborismo y a su banca en el parlamento.
Para los palestinos, la victoria de Sharon es muy inquietante por su notoria
reputación de duro con los árabes y su promesa de ignorar
todas las concesiones del último mes de negociaciones. Mientras
que Barak estaba dispuesto a abandonar un 95 por ciento de Cisjordania
para lograr un acuerdo de paz, Sharon se niega a ceder ni un centímetro
de territorio ocupado. Algunos funcionarios palestinos ya calificaron
esta actitud como una declaración de guerra, e incluso
los más cautos creen que la llegada de Sharon podría significar
la muerte del proceso de paz. Ayer la Autoridad Palestina de Yasser Arafat
aseguró que negociaría con cualquier premier israelí
y que seguía comprometida con la paz. Pero, subrayó el negociador
Nabil Shaath, si Sharon se sigue comportando como en el pasado,
las cosas no van a ser buenas, me temo. Por lo pronto, el Día
de Ira palestino de ayer dejó más de 40 heridos, incluyendo
tres soldados israelíes y el Ejército israelí se
vio forzado a clausurar la carretera que conecta a Jerusalén con
el bloque de asentamientos judíos de Gush Etzion. Cisjordania y
Gaza ya habían amanecido selladas herméticamente por las
fuerzas israelíes.
Anoche la política futura de Sharon seguía siendo un misterio.
Su tarea más urgente es armar una coalición en el fragmentado
Parlamento (Knesset) que le deja Barak. Ayer reiteró su oferta
de una coalición con el laborismo: Hoy llamaré, como
lo he hecho muchas veces, a la formación de un gobierno de unidad
nacional, anunció durante un mitin. Si bien Sharon y Barak
parecen favorecer una coalición, las principales figuras del laborismo
podrían resistir sumarse a un gobierno que desecharía la
piedra angular de los últimos siete años de negociación:
ceder tierra por paz. La única alternativa para Sharon sería
un estrecho gobierno de derecha, con socios que podrían ser aun
más duros que él. En todo caso, los analistas predicen que
le será difícil formar un gobierno estable.
* De The Guardian de Gran Bretaña, especial para Página/12.
Traducción: G.A.U.
Dos
visiones contrastantes de un premier
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Sharon es un
oportunista
Por Abraham Diskin *.
La mayor parte del mundo árabe sigue creyendo que la existencia
de Israel es una injusticia. Los palestinos, en su mayoría,
sólo conocen la vida bajo la ocupación israelí,
con lo que ello implica de humillaciones, de cárceles, de
pérdida de sus seres queridos. Su herencia es la ira. Sin
embargo, no soy pesimista. Todos sabemos que vamos a morir algún
día. Con los palestinos pasa lo mismo. Hay problemas para
los que se pueden encontrar soluciones, otros con los que hay que
vivir. Soy realista. Tengo mucha simpatía por la causa palestina,
mi corazón se quiebra cuando pienso en todo lo que se les
hizo soportar. Pienso realmente que la situación puede mejorarse
de manera considerable entre los dos pueblos, pero en una solución
ideal ya no creo más.
Incluso si Shimon Peres se hubiera presentado como candidato en
lugar de Ehud Barak, los laboristas no hubieran ganado a Ariel Sharon.
Desde el mes de setiembre, cerca de 50 israelíes murieron.
Día tras día, declaraciones más guerreras que
las del día anterior inflaman la región. Así,
la responsable palestina Hanan Ashrawi declarando que Barak debe
ser juzgado por crímenes de guerra o Saddam Hussein convocando
a bombardear Israel. Y entonces la reacción es puramente
emocional. La retirada del Líbano fue uno de los mayores
errores de Barak. Lo que vivimos hoy es el resultado directo. Desde
el punto de vista árabe, Líbano fue una guerra de
desgaste que ganaron a los israelíes y que hoy sirve de ejemplo
a los palestinos.
No conozco nadie en la derecha que sueñe aún con un
Gran Israel. Todos entendieron que debían admitir la existencia
de un Estado palestino. De la misma manera, estoy seguro de que
todos entendieron que no hay otra posibilidad más que desmantelar
las colonias. Incluso Sharon no tendrá otra opción.
No hay que olvidar tampoco que fue Sharon el que dio el visto bueno
a Begin para retirar las colonias del Sinaí. Nunca pensé
que Sharon fuera extremista, es sólo un oportunista que se
mueve al viento como una veleta. Con el tiempo, se volvió
más realista. Durante años, la derecha fue ciega.
Hoy resulta evidente el enceguecimiento de la izquierda. Por lo
demás, no creo que las diferencias entre Barak y Sharon sean
tan grandes. Sobre lo que vendrá, pienso que Arafat se dio
cuenta de que ha exprimido el limón israelí hasta
la última gota y que ya no puede sacar más. Hoy no
tiene más que dos opciones: aceptar lo que le proponen y
abandonar su gran sueño o esperar a las próximas administraciones
norteamericanas e israelíes. Después de todo, alrededor
del nuevo presidente de Estados Unidos hay muchas personalidades
muy críticas con respecto a Israel. Los palestinos pueden
llevar a Israel al borde del abismo combinando presión demográfica
y guerra de desgaste.
* Profesor de Ciencias Políticas en la Universidad Hebrea
de Jerusalén. Declaraciones publicadas en Libération.
Sharon es un
criminal
Por Paul Aarts y otros *.
Los suscriptos reclamamos que Ariel Sharon sea incriminado y procesado.
Como oficial israelí y ministro de Defensa, Ariel Sharon
fue responsable de homicidio, crímenes de guerra, graves
violaciones de la IV Convención de Ginebra y crímenes
contra la humanidad, y provocó la muerte y heridas de miles
de civiles palestinos y libaneses.
Como ministro de Defensa y arquitecto de la brutal invasión
del Líbano en 1982, sus acciones primero y su falta de intervención
después facilitaron la masacre de al menos 800 pero
según otros de 3000 palestinos, libaneses y otros civiles
en los campamentos para refugiados de Sabra y Shatila en Beirut
en setiembre de 1982. Tres décadas antes, como joven oficial
del ejército, Ariel Sharon había tenido bajo su mando
una formación de élite israelí, la Unidad 101,
que conducía brutales raids contra la población palestina.
El mejor conocido de éstos quizá sea la masacre del
pueblo de Qibya en Cisjordania, el 14 de octubre de 1953. La unidad
de Sharon hizo destruir 45 casas y mató a 69 civiles, dos
tercios de los cuales eran mujeres y niños, según
lo que refiere el historiador israelí Avi Shlaim en su reciente
libro The Iron Wall. Las autoridades judiciales del Estado de Israel
no asumieron jamás sus responsabilidades legales, y consecuentemente
no interrogaron a fondo ni incriminaron a Ariel Sharon por estas
masacres ni por otros crímenes del mismo tipo.
Según nuestra opinión, la falta de acción por
parte del sistema jurídico israelí obliga a las naciones
que son partes de la Convención de Ginebra a considerar responsable
a Sharon, con independencia del hecho de que sea un particular israelí,
un ministro del gobierno o el jefe de Gobierno. El artículo
146 de la Convención de Ginebra sobre los civiles en tiempo
de guerra establece que todas las partes firmantes tendrán
la obligación de perseguir a las personas que cometieron
o que se supone que cometieron graves violaciones a la Convención,
con prescindencia de su nacionalidad.
El artículo 147 establece que las graves violaciones a las
que hace referencia el artículo 146 comprenden el homicidio
intencional, tortura o tratos inhumanos, el hecho de causar intencionalmente
grandes sufrimientos o graves daños físicos o mentales,
la deportación, la toma de rehenes y la destrucción
y apropiación de bienes, no justificada por necesidades militares.
Desarrollos recientes en el sistema emergente de justicia internacional
comprendidos los casos de Augusto Pinochet, Slobodan Milosevic,
los genocidas de Ruanda y otros proveen precedentes jurisprudenciales
convincentes para poner fin a la impunidad de la que hasta ahora
ha gozado Ariel Sharon.
* Paul Aarts es profesor de Ciencia Política en la Universidad
de Amsterdam (Holanda). Firman entre otros Francis Boyle, profesor
de Derecho de la Universidad de Illinois, el escritor iraquí
Isam al Khafaji, y juristas en Estados Unidos, Egipto y Líbano.
Publicado en Il Manifesto
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OPINION
Por Claudio Uriarte
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El candidato de Yasser
Arafat
Israel, Medio Oriente y gran parte del mundo que depende de la
cotización diaria del precio del petróleo parecen
asomarse a un precipicio: Ariel Sharon, ultranacionalista candidato
de la guerra, ganó las elecciones para primer ministro
del Estado hebreo; Ehud Barak, candidato de una paz
que no pudo concretar durante sus erráticos 20 meses de gobierno,
las perdió precisamente por eso. Además, y pese a
la actual fragilidad del dominio de la derecha sobre el Parlamento,
el contexto nacional, regional e internacional sugieren que Sharon
puede haber llegado para quedarse, y por bastante tiempo.
A primera vista, este cuadro invita a dos simplificaciones: una,
que la paz falló porque Israel no quiso lograrla; otra, que,
como Sharon es el candidato de la guerra, Medio Oriente se dirige
hacia una cuarta gran conflagración regional (después
de las de 1948, 1967 y 1973), o bien a una campaña de exterminio
y de limpieza étnica contra los palestinos (lo que podría
disparar esa gran guerra regional). La evidencia, sin embargo, corre
en sentido contrario. Ante todo, Israel no gira a la derecha después
de haber sido intransigente sino al revés: el voto por Sharon
es la protesta contra un gobierno que ofreció a los palestinos
las mayores concesiones posibles para cualquier gobierno del Estado
de Israel, y sólo logró a cambio Intifada, sangre
y terror. Y hacia adelante, la perspectiva que abre Sharon no es
tanto la de una confrontación mayor (salvo, quizá,
que los regímenes de Egipto, Siria, Líbano o Jordania
sucumban a manos del fundamentalismo islámico) sino la continuación
endurecida de la larga guerra de baja intensidad que ya existe.
Ya que el Gran Elector ayer en Israel fue Yasser Arafat, titular
de la Autoridad Palestina. Sin duda, Barak fue en muchas ocasiones
un líder inseguro y decepcionante, que subordinó siempre
las posibilidades de una paz definitiva con los palestinos a la
minucia coyuntural de sus equilibrios internos; también es
cierto que, al permitir la provocativa visita de Sharon en setiembre
del año pasado a la Explanada de las Mezquitas uno
de los puntos más sensibles de la negociación,
abrió la posibilidad para que se disparara la segunda Intifada,
que ha causado hasta hoy más de 400 muertos. Sin embargo,
en sus últimos meses, y bajo la amenaza de su defenestración,
el ex primer ministro puso sobre la mesa de negociación un
principio de plan de paz que equivalía para Israel a un enorme
desbloqueo histórico y psicológico, al renunciar a
la mayoría de los resultados territoriales de la guerra de
1967 y también a las aspiraciones redentoristas y expansionistas
de muchos de los habitantes y fundadores del Estado (como la noción
de Jerusalén como su capital indivisible y eterna).
Ventrilocuizado por Bill Clinton (para deflectar la virulencia de
las críticas internas), el ex jefe de Estado Mayor del Ejército
israelí ofreció a los palestinos un Estado sobre 95
por ciento de Cisjordania y 100 por ciento de la Franja de Gaza,
con capital palestina en Jerusalén Oriental. Sobre la Ciudad
Vieja sede de los Lugares Santos de tres religiones
habría una soberanía compartida. Las concesiones requeridas
de los palestinos eran relativamente mínimas: el 5 por ciento
cisjordano poblado por las colonias israelíes más
próximas a los límites del Estado sería anexado,
pero a cambio de eso Arafat recibiría tierras israelíes
en el desierto de Negev, y las colonias israelíes enclavadas
en el territorio palestino serían evacuadas. Otras condiciones:
la evacuación sería gradual, e Israel retendría
por cinco años el dominio de rutas y enclaves de seguridad
en el estratégico valle del Jordán, aunque se habilitarían
rutas para garantizar cierta contiguidad geográfica del nuevo
Estado Palestino.
A primera vista, este paquete parecía imposible de rechazar
para una parte derrotada. Quebraba, por un lado, el tabú
nacionalista de Jerusalén como capital indivisible del Estado,
concedía a los palestinos la mayor parte de los territorios
que habitaban y, por si fuera poco, no era el acuerdo definitivo,
sino sólo un marco dentro del cual se podía negociar.
Arafat, sin embargo, rechazó la oferta, al insistir en el
intento de cruzar lo que probablemente es la más firme de
las líneas rojas de unidad en Israel: el derecho
al retorno al Estado judío de los 4 millones de refugiados
palestinos en Líbano, Siria y Jordania y la propia Autoridad
Palestina, gran parte de ellos descendientes de los expulsados por
Israel en la guerra de independencia antiárabe y antibritánica
que terminó en 1948. La guerra puede haber sido injusta o
no, pero la demanda de Arafat era inverosímil para alguien
que la ha perdido: incorporar 4 millones de palestinos a una nación
de 6 millones de habitantes donde 1 millón ya es palestino
implicaría desvirtuar el carácter de Israel como Estado
judío. Si Oslo se basaba en una solución de dos Estados
uno judío, el otro árabe, la exigencia
de Arafat se traducía en construir dos nuevos Estados árabes.
Al mismo tiempo, la Intifada y los atentados siguieron. La derecha
israelí se fortaleció, y la izquierda y el pacifismo
entraron en crisis.
No es fácil deducir los móviles de Arafat al favorecer
indirectamente el triunfo de Sharon que proclama que sólo
entregará a los palestinos un 42 por ciento de Cisjordania,
y nada de Jerusalén Oriental contra Barak que
ofrecía el 95 por ciento, y casi toda Jerusalén Oriental.
Ya que Sharon, pese a la minoría que sus fuerzas detentan
en el Parlamento, se encuentra prospectivamente en una situación
de pura ganancia: si los palestinos paran o amortiguan la violencia,
podrá reivindicar el hecho como resultado de su ascenso;
si la siguen, podrá seguir cristalizando a la nación
en torno a su propia, reconfortante figura de candidato de
la guerra que garantiza la paz o por lo menos la seguridad,
como una especie de Churchill israelí.
Un posible motivo para la estrategia de Arafat sugerido por
las declaraciones de muchos palestinos se basaría en
una combinación de ascenso a los extremos y confianza
en la vieja superstición de que Israel es un títere
norteamericano, y que Estados Unidos, cuando Sharon masacre a los
palestinos por TV, actuará contra Israel, en una intervención
humanitaria en el estilo de las de Somalía, Haití,
Bosnia y Kosovo. El ascenso a la presidencia de George W. Bush refuerza
esta esperanza, ya que se trata de un petrolero y, por consiguiente,
un amigo de los árabes. Con Sharon vamos a estar mejor
decía hace unos días el alcalde palestino de
Jericó. A (Benjamin) Netanyahu (el anterior primer
ministro del Likud), toda la comunidad internacional lo criticaba;
a Barak, porque negocia, no le dicen nada.
Sin embargo, hay otra posibilidad, y es que Arafat sea demasiado
débil para firmar la paz. Y no sólo por sus fuerzas
radicalizadas como el Tanzim de Marwan Barghouti o por
su oposición islamista como Hamas o Jihad islámica
sino por el formato colegiado del liderazgo de su propia Organización
para la Liberación de Palestina, una especie de Parlamento
armado cuyo Comité Ejecutivo tiene 200 miembros que
representan diferentes intereses y feudos.
A los ojos de muchos de ellos, firmar cualquier paz con la entidad
sionista significa alta traición. Y quizás Arafat
no quiere morir ahora desprestigiado y de un balazo
sino mañana, en su cama, dentro de 10 años y consagrado
como un prócer. Aquí, sin embargo, está lo
verdaderamente preocupante, ya que fuera de Arafat ningún
lider palestino tiene la legitimidad para firmar la paz.
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