Por Julián Gorodischer
Una ambición recorre
cada tramo de Sushi con champagne: decir y mostrar algo verdaderamente
nuevo. Por momentos, esa vocación naufraga. Pero hay otros, pocos
minutos, que justifican el programa, en los cuales algo extraño
sucede en ese piso futurista, que a veces está atravesado por curvas
que se entrecruzan, y otras se llena de burbujas de acrílico. Es
la rareza de ver bailando a los dibujos animados con el rostro de políticos
(Menem, De la Rúa) con Verónica Lozano, al ritmo de la cumbia,
movidos por un paso un poco torpe pero coordinado. Es la novedad que va
más allá de un alarde técnico, e inaugura una nueva
convivencia entre personas y criaturas animadas.
Quizá sea ese instante del baile el que defina lo mejor del programa
(que se emite por América, los lunes a las 22): es un tramo que
no intenta justificarse con remates forzados ni se puebla de frases hechas
en su desarrollo; es sólo el ritmo sensual que guía
la torpeza del dibujo. Es un transcurrir que se va convirtiendo en un
sello: cierra los bloques, es un momento esperado, un gag al que todos
desde una trastienda que no se ve pero se escucha piden prolongar
por unos minutos más. En el turno de Fernando de la Rúa,
la escena se convierte en la de un gaste moderado. No se trata de la burla
implacable del presi de Tinelli (en El show de Videomatch),
sino del chiste a mitad de camino de Diego Pérez (estrenando rol
de conductor). Cuando el dibujo llega al piso, y se instala en la escenografía
¿futurista?, el guión no ayuda: es el lugar común
de los reproches en tono de comedia, ese hábito del pase de facturas
atenuado por la carcajada que, aquí, es siempre forzada por una
claque. Pero la imagen es, en este caso, lo que en realidad importa: una
anatomía prolijamente construida que reproduce el porte rígido
del Presidente, y luego se convulsiona para representar un acceso de diarrea.
Se estremece, más tarde, cuando Lozano acepta otorgarle una pieza
y se mueve con dificultad para seguirle el paso. La novedad del dibujo
de última generación compensa las palabras de poco ingenio.
Cuando el clima empieza a decaer, la llegada del dibujo es esperada como
la de una estrella. En el turno de Menem, la tribuna aúlla. El
dibujo entra, saluda con una dicción y un tono de un parecido
notable al del ex presidente y pide hablar a solas con Pérez.
El conductor cambia de rol: de gastador a confidente. Es el numerito de
la complicidad entre donjuanes, que idean estrategias para levantarse
a Lozano. El dibujo sólo quiere que lo dejen bailar, una acción
concebida como descarga sensual, la aspiración máxima de
la caricatura. La conquista, para el dibujo, es acceder a una pieza con
Lozano, y ella siempre dice que sí. El ritmo, en este caso, tiene
reminiscencias árabes, y la pareja trata de curvar la cintura.
Para ella es fácil; no para él, que se mueve con la dificultad
de un novato. ¿Acaso no es esa caricatura torpe una crítica
feroz al político en ridículo? Menem es parodiado como el
seductor fallido, el que baila en la pista con la más linda, pero
es apenas un menos que humano.
Sushi con champagne es una creación de la misma productora
de Televisión registrada, que confirma -.en ambos casos
una habilidad especial para el manejo de las animaciones. Señor
Gómez, otro de los personajes del programa, es un nerd que
nunca abandona el rol de perdedor. Conquista una chica por teléfono
y resulta ser una anciana postrada; sus amigos le desconfían; su
rutina es asfixiante. Como en los mejores dibujos (con algunos rasgos
de Dilbert y Daria), Señor Gómez
es gracioso, pero deja un sabor a la pequeña tragedia del excluido.
Conseguir esa dupla en tres minutos no parece una misión fácil.
En otro fragmento, La banda parodia mediante la animación
a un grupo de criminales conformado por Chupete, Patiya
y El rengo: el dibujo habilita un editorial crítico
sobre la actualidad. Los políticos aludidos son ladrones y secuestradores,
se manejan en una ilegalidad que reditúa. Alegría,
que siga la fiesta,dicen en sus ratos libres, entre un robo y otro.
Después, el plano vuelve al estudio, donde el rictus fijo en una
sonrisa de los conductores neutraliza la fuerza del dibujo. Allí
donde el pum para arriba baja los decibeles, Pérez
y Lozano despliegan su propia fiesta. Es apenas una espera que concluye
unos minutos después, cuando dosificados con mesura- reaparecen
los dibujos.
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