Por Martín Pérez
Años antes de ser nominado
al Oscar por Jerry Maguire y años antes también de
comenzar su carrera como director cinematográfico con esa joya
generacional llamada Digan lo que quieran, que prácticamente le
permitió inventarse a John Cusack, Cameron Crowe fue periodista
de rock. Y no sólo eso: fue el periodista de rock más joven
de la revista Rolling Stone. Con quince años, Crowe se fue de gira
con grupos como The Allman Brothers o Led Zeppelin, y escribió
todo lo que vio sobre ellos. O, al menos, todo lo que vio con sus ojos
de fan. Y de joven que está aprendiendo a creer en la vida y en
el mundo y en todo lo que vendría después de esas experiencias
con rockers pelilargos, engreídos y tal vez aún más
ingenuos e idealistas y reventados, por supuesto que él.
Una vez que comenzó su carrera como director de cine, Crowe fantaseó
muchas veces con que aquellos recuerdos podían ser una película.
Dos décadas y 150 millones de dólares, los que recaudó
su nominado film con Cruise más tarde, aquel aprendizaje
de Crowe finalmente se convirtió en el film que se merece el que
tal vez sea el director del más puro Hollywood que más (y
mejor) cree en el afecto especial antes que en los efectos
especiales. Y, al mismo tiempo, es una película que cree en el
cine con la misma ingenuidad e idealismo con el que Crowe supo creer en
el rocknroll. Narrando efectivamente la historia de un adolescente
de quince años que cubre la gira de una banda en ascenso para la
revista Rolling Stone, Casi famosos es en realidad un film sobre el gran
circo del rock. Pero visto desde el punto de vista de un converso, dispuesto
a poner todo de sí para tener espíritu crítico, pero
incapaz de darle la espalda a la que es la razón de su vida. La
música.
De esta manera, más que un film de iniciación, de una extraña
manera Casi famosos es una obra de antiiniciación. Perseguido
por las advertencias tanto de su madre (una profesora universitaria que
desconfía del rock, al que considera un instrumento de marketing
y una poesía sobre drogas y promiscuidad) como de un
periodista que es su mentor que le dice que, lisa y llanamente,
el rock ha muerto, el joven William Miller sale a enfrentarse cara
a cara con su pasión. Y he aquí una de las maravillas
del film pese a que Crowe mantiene al público durante todo
su metraje esperando que el pequeño Miller finalmente crezca y
vea la supuesta verdad sobre la música, tanto él como los
espectadores terminan dándose cuenta que no hay ninguna oscura
verdad por descubrir, que todo está a la vista: tanto la madre
de William como su mentor periodístico tienen razón, pero
a pesar de todo el rock sigue siendo una buena razón para seguir
viviendo.
Porque la verdadera historia de iniciación es la que Crowe guarda
para el prólogo del film, casi un cortometraje (protagonizado por
el encantador Michael Angarano en el papel de un aún más
joven William) en el que es posible sentir como pocas veces antes lo ha
hecho el cine hay que remontarse a la escena del vinilo en Velvet
goldmine el poder evangelizador (y didáctico, dionisícamente
hablando) del rock. Lo que viene después es simplemente un historia
de aprendizaje, no de iniciación. Bajo la forma de una película
encantadora, entrañable y tan excitante como el espíritu
del rock que intenta abarcar. Una película habitada por personajes
casi tan perfectos como sus intérpretes. Y con parlamentos memorables.
Como el repetitivo No tomes drogas con el que la madre de
William (interpretada por Frances McDormand) enloquece a quienes acompañan
a su hijo. O el Este es tu hogar que Penny Lane la groupie
que hace brillar de manera consagratoria Kate Hudson le revela a
William cuándo la gira se prolonga demasiado.
Contradictoria de una manera en la que ni siquiera Jerry Maguire con
su obsesión por venderse (o no) se había atrevido
a ser, y por momentos tierna casi hasta el borde de la cursilería,
Casi famosos es un film que se entrega totalmente a su tema, y así
es como desarrolla la historia del extraño vínculo entre
el joven periodista (al que el grupo llama el enemigo), la
estrella en ascenso y la groupie, motor de la historia hasta el final.
Algún día tendrás onda, le dice la hermana
de William al huir de su casa, escapando de su madre sobreprotectora.
Yo te conozco, vos no tenés onda, le recuerda a William
su mentor periodístico, al tiempo que en el mejor argumento
a favor del público y no de las estrellas de rock aclara:
En este mundo corrupto y en bancarrota, la única moneda que
tiene valor es la que compartís cuando no tenés onda.
Tal vez uno de los mejores elogios que se le puedan hacer a un film como
Casi famosos es que, lejos de hacer de sus más fanáticos
espectadores futuras estrellas de rock, invita a que se hagan fanáticos
del género. Sabiendo que, con fanáticos sinceros con
o sin máquina de escribir delante y capaces de ser honestos
e implacables, ese espíritu rocker que ha salvado tantas vidas
seguirá siendo capaz de cambiar el mundo antes que ayudar a venderlo
al mejor postor.
Los
Hermanos Marx, con flequillo beatle y todo el mundo
a sus pies
The Beatles
en su esplendor pop, risa fácil y canciones inolvidables.
El film de Lester retrata el espíritu de 1964 como
si fuera hoy.
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Por Horacio Bernades
Cuatro chicos huyen de una tropilla
de fans que los persiguen, frenéticas, entre intentos de tackles,
gritos y aullidos. Dos de ellos se llevan por delante, se caen y luego
se ríen del propio tropezón. No son risas de cine, sino
unas bien reales, de esas que no hay cómo fingir. Los chicos están
felices, tienen ganas de divertirse, y se nota. En el célebre comienzo
de Anochecer de un día agitado, que hoy se reestrena en Argentina
como parte de su relanzamiento internacional, queda sintetizado, de modo
inmejorable, qué es lo que hace que la primera película
de Los Beatles no tenga otro tiempo o edad que los de una adolescencia
eterna y feliz.
Anochecer de un día agitado evoca inevitablemente ese experimento
reciente en que unos científicos lograron detener la velocidad
de la luz: basta soltarla para que esa fuente de energía concentrada
se dispare, a máxima potencia. En el momento en que la película
empieza a rodar, ya no importa el tiempo transcurrido, se suspenden hasta
nuevo aviso el envejecimiento y la muerte. Anochecer de un día
agitado conoce un solo tiempo, y ese tiempo es hoy, ahora, ya. Entonces,
era 1964. Los Beatles (el mundo) tenían poco más de veinte,
las mejores canciones, todo por delante. Richard Lester, estadounidense
radicado en Londres, supo percibirlo y les dio la libertad necesaria para
que eso aflorara. A comienzos de los 60, uno de los nombres posibles de
la libertad era Nouvelle Vague, y Lester lo sabía. Por eso filma
la primera y definitiva película beatle en blanco y negro, con
actores que no son actores, una cámara lista para todas las urgencias
y un espacio cinematográfico liberado de argumentos, tramas, géneros
y otras ataduras.
John, Paul, George y Ringo hacen aquí de John, Paul, George y Ringo.
El mundo está a sus pies; las chicas los persiguen; ellos huyen,
paran para tocar I should know better o Love me do,
le toman el pelo a cualquier ciudadano normal, se ríen
de agentes de imagen, falsos idólatras y burócratas, van
a cócteles de presentación, dan respuestas absurdas a las
tontas preguntas de los periodistas... Hacen, en una palabra, lo que Los
Beatles hacían. En plena eclosión del cinéma-verité,
Lester (que nunca más recuperaría esta juventud; al lado
de Anochecer..., Help parece vieja) filma un falso documental sobre
Los Beatles que termina siendo un verdadero documental sobre Los
Beatles. O, más precisamente, sobre ese algo inaprensible que podría
llamarse espíritu Beatle. Su fórmula jamás
escrita prescribe partes iguales de despreocupación, irreverencia
y burla al mundo adulto, juegos de palabras y sinsentido a la Lewis Carroll,
una buena pizca de acidez y fabulosas canciones. Y una total alegría.
Si huele a espíritu adolescente, es porque está bañada
en él. Pero Anochecer de un día agitado no es sólo
un documental falso-verdadero. La película de Lester y Los Beatles
anticipa el videoclip (ver la escena inicial en el tren o la filmación
aérea de (Money) cant buy me love) y cruza las
influencias más diversas, desde la tradición británica
del nonsense hasta el Truffaut de Disparen sobre el pianista, pasando
por el op-art y el aire del swinging London. Le suma, a todo eso, la tradiciónentera
de la comedia cinematográfica, en todas sus variantes. Empezando
por la comedia de corridas y tropezones, allà Mack Sennett, con
Keystone Cops incluidos. Ante una risotada tonta de Ringo, el tropezón
de George, las muecas de John y Paul, ¿cómo no ver a los
Fabulosos Cuatro como Los cuatro chiflados? Y toda esa energía
anárquica, ese desafío a la lógica, no es la de unos
Hermanos Marx redivivos? Con Lennon como Groucho, claro, sacándoles
punta a los aforismos que el guionista Alun Owen cocina en la mejor tradición
de humor inglés.
Claro que si hay un personaje cómico en Anochecer de un día
agitado, no es, llamativamente, ninguno de Los Beatles, sino un viejito
a quien en las primeras escenas se dedican a verduguear y más tarde
terminará revelándose como mil veces más asocial
que todos ellos juntos. Se trata de John McCartney, abuelo
de Paul, verdadero protopunk de calva y aspecto de gentleman (increíble
Wilfrid Brambell). Pero a no reírse tanto: hay un paseo de Ringo
que es de una súbita melancolía, en medio del furor. Allí
es como si la película abriera, sin aviso ni explicación,
una ventanita que lleva directo al corazón más íntimo
de la celebridad. La ventanita quedará arrasada en la siguiente
correría, cuando los cuatro flequilludos vuelvan a imponer sobre
el film, sobre el mundo, una irresponsable dictadura llamada Libertad
Absoluta.
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