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el Kiosco de Página/12

¡Cielos!
Por Rodrigo Fresán

UNO De entre las enfermedades modernas, la más moderna de todas parece ser el llamado Síndrome de la Clase Turista (S.C.T.) porque, para contraerla, primero hay que subirse a un avión y después ese avión tiene que subirse al cielo. Entonces, una vez ahí, bien arriba, repetir despacio y todos juntos y bien apretaditos e incómodos: “trombosis venosa profunda por inmovilidad”. Así es: parece ser que el quedarse demasiado tiempo quieto y en esos asientos donde cada centímetro vale oro produce –puede llegar a producir– coágulos en las piernas que, después y enseguida, pueden volar hasta el corazón, los pulmones o el cerebro y causar lesiones irreversibles. O, ya que estamos, mortales.
Esto puedo ocurrir en el mismísimo aire, a la hora de recoger el equipaje o semanas después, en tierra firme, en Tokio o Australia, en esos aeropuertos lejanos, de ida o de vuelta, con la sonrisa en el rostro de quien se alegra de que el avión no se haya estrellado y ni sospecha de que es él mismo quien cae en picada do not smoke y fasten seat belt. En el cielo las espinas y en el medio de mi pecho el exceso de equipaje de una tremenda embolia pulmonar o un ataque cardíaco duty free o, un poquito más arriba, un derrame cerebral con millas frequent flyer. Gracias por morir volando con nosotros.

DOS Así es, ahora a las azafatas con aires de zarinas derrocadas, a la mala comida, a las peores películas, al baño siempre ocupado, al imbécil de al lado que no para de recitarnos la saga de su familia y al ocasional efecto especial de las turbulencias hay que agregarle este nuevo azote que ya había sido advertido y legitimado por las páginas de la prestigiosa y confiable revista médica The Lancet en 1968 y que amenaza con cambiar varias cosas ante la inminencia de una tormenta de demandas a varias compañías aéreas por desidia e irresponsabilidad a la hora de investigar sobre el asunto. Estas últimas, para hacer tiempo, han comenzado a advertir sobre el asunto y ofrecer recomendaciones junto con la ubicación de las salidas de emergencia y los usos del chaleco salvavidas: caminar y moverse durante el vuelo (lo que le dará a ese imbécil hiperkinético que patrulla los pasillos como un general pasando revista la coartada perfecta para sentirse el más inteligente de todos), tomar una aspirina antes del despegue, evitar el uso de somníferos y consumo de alcohol y ese clásico: beber mucha agua. Lo que contribuirá a ir al baño cada cinco minutos y, por lo tanto, moverse mucho, convirtiendo a todo el avión en una especie de banco en día de cobro o pago, da igual. Los escépticos hablan –relacionando el síndrome con el mal de las vacas locas, el temor al calentamiento global, la psicosis de los fumadores pasivos o el pánico a la comida transgénica– de una nueva raza de “riesgos virtuales” alimentados por manías colectivas, leyendas urbanas y terrores milenaristas a algo que “no es del todo real y sobre lo que los científicos y especialistas todavía no se han pronunciado a fondo”. Mientras tanto y hasta entonces, un informe del aeropuerto de Tokio responsabiliza al S.C.T. de veinticinco fallecimientos in situ en ocho años y Heathrow-Londres computa por lo menos una muerte al mes en vuelos superiores a seis horas. Partir es morir un poco, bastante, demasiado...

TRES La cosa se pone rara: El pasado octubre The Lancet publicó un nuevo artículo negando todo el asunto y un par de meses más tarde la misma revista explicaba que sí, que era todo cierto. La clave y el crimen están claros, se esconde en esos vuelos baratos, esas condiciones cada vez más inhumanas, ese espacio entre asientos que se va reduciendo, esa sensación de estar viajando en un ataúd con audífonos. El pasajero cada vez más parecido a su valija. La puesta en marcha de la construcción de una especie de Mega-Jumbo no ofrece demasiado consuelo: más espacio donde meter más gente. Eso es todo. Los cielos también pueden ser un infierno y, parece, una extraña forma de progreso que recuerda un poco al viaje ya y pague a la vuelta de ciertas agencias de viaje: hasta no hace mucho había que morirse antes para recién entonces acceder a las alturas del Paraíso. Ahora se sube al cielo primero. Y se muere después.

REP

 

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