Por Rodrigo
Fresán
Si el perro es desde la prehistoria el mejor amigo del hombre, también
puede serlo del astronauta y, ya que estamos recordar los almíbares
de E.T de Spielberg del extraterrestre aunque, recuerden, Alien
prefería al gato de Ripley.
En cualquier caso, los canes parecen tener un rol importante en la ciencia-ficción.
Recordar el súper perro en el Sirio de Olaf Stapledon o los perros
mutantes que fascinan a los neoyorquinos y salen en la tapa de Vanity
Fair en Life of the Monster Dogs de Kirsten Bakis.
En 1952, el norteamericano Clifford D. Simak publicó Ciudad, cumbre
de la ciencia-ficción estilo dogui donde se narra el paisaje futuro
de una Tierra abandonada por los hombres con excepción de
la ermitaña familia Webster y el robot Jenkins y heredada
por perros inteligentes ocupados en la escritura legendaria de una nueva
religión que los entienda y los justifique. Una serie de relatos
de los que en las próximas páginas se publican su
prefacio del editor donde se interpreta, por los rumbos
del mito, aquello que pudo haber ocurrido en un planeta súbitamente
ladrado por los perros. Más cerca, ahora mismo, leo que las mascotas
básicamente los perros ocupan la posición más
privilegiada dentro de la sociedad y que los antropólogos teorizan
que nuestro cada vez mayor amor por los animales domésticos no
es más que la proyección de un sentimiento muy primitivo
y que nos regocija vivir acompañados de organismos vivos ajenos
a nuestras leyes y obligaciones. De ahí que sean cada vez más
los terapeutas que prescriban mascotas a víctimas de diferentes
enfermedades que van de la depresión y el estrés al cáncer
y el sida. En 1980 se probó que las personas con problemas cardíacos
se recuperaban más rápido si tenían perros. ¡Guau!
Y ya hay hoteles, geriátricos y cementerios para perros. ¡Guau,
guau! Y para los que deseen lo mejor de ambos mundos eficiencia
y cariño acaba de salir a la venta la nueva generación
del perrobot Sony AIBO ERS-210 que por poco menos de 2000 dólares
y según el folleto es capaz de expresar más
emociones y establecer una comunicación más estrecha con
las personas. Puede mover las dos orejas y tiene sensores táctiles
en cabeza, hocico y lomo que le permiten expresar alegría y enfado.
Para aumentar su capacidad de comunicación se ha perfeccionado
la tecnología que le da autonomía y que le permite reaccionar
ante estímulos externos y tomar decisiones. Incluye la posibilidad
de memorizar su nombre y reconocer la voz de su amo. Se vende mucho
y, guau, lo mejor de todo: no hay que sacarlo a cagar.
Ciudad
El
perro mutante y telepático de Watchers (1988), basado en la novela
de Dean Koontz.
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Por Clifford
d. Simak
Prefacio
del editor. Estas son las historias que cuentan los perros, cuando las
llamas arden vivamente y el viento sopla del norte. Entonces la familia
se agrupa junto al hogar, y los cachorros escuchan en silencio, y cuando
el cuento ha acabado hacen muchas preguntas.
¿Qué es un hombre?
¿Qué es una ciudad?
¿Qué es una guerra?
No hay respuesta exacta para esas preguntas. Hay suposiciones y teorías
y conjeturas, pero no hay respuestas.
En esos grupos familiares más de un narrador ha tenido que explicar
que sólo se trata de un cuento, que no existen cosas tales como
una ciudad o un hombre, que en los cuentos, que no pretenden más
que entretener, no hay que buscar una verdad.
Explicaciones semejantes, que pueden servir para los cachorros, no son
explicaciones. Aun en unos cuentos tan simples hay que buscar la verdad.
La leyenda, que consta de ocho cuentos, ha sido narrada durante siglos
y siglos. Hasta donde puede saberse, no tuvo un comienzo definido, y el
más minucioso de los estudios no podría explicar su desarrollo.
Es indudable que en el curso de muchas narraciones la leyenda ha ido estilizándose,
pero no hay modo de estudiar el proceso de esa estilización.
Que es antigua y, como sostienen algunos escritores, quizás en
parte de origen no perruno, se deduce de las abundantes incongruencias
que salpican los cuentos; palabras y frases (y peor que todo, ideas) que
no tienen actualmente ningún significado, y que quizá no
lo han tenido nunca. A través de repetidas narraciones, estas palabras
y frases han sido al fin aceptadas y, por el sentido del contexto, se
les ha asignado un cierto valor arbitrario. Pero no es posible saber si
estos valores se aproximan o no al sentido original.
Esta edición no intentará inmiscuirse en las discusiones
técnicas sobre la existencia o no existencia del hombre, o el problema
de la ciudad, o las varias teorías acerca de la guerra, o las otras
muchas cuestiones que asaltan a quien busca en la leyenda un fundamento
histórico u objetivo.
El propósito de esta edición es sólo el de dar el
texto actual de la leyenda, completo e inexpurgado. Las notas que preceden
a los capítulos señalan los puntos más importantes
y discutibles, pero no pretenden sacar conclusiones. Aquellos que deseen
una mayor comprensión de los cuentos, o de las diversas consideraciones
que han inspirado, pueden recurrir a otros libros, escritos por perros
más competentes que el presente editor.
El reciente hallazgo de varios fragmentos de lo que fue sin duda una obra
bastante extensa, ha sido considerado argumento definitivo en pro de la
atribución de al menos parte de la leyenda al mitológico
(y discutido) hombre, y no a los perros. Pero hasta que pueda probarse
que el hombre existió realmente, la opinión de que él
fue el autor de estos fragmentos es de muy escaso valor.
Particularmente significativo, o perturbador (todo depende del punto de
vista), es el hecho de que el título aparente de los fragmentos
sea igual al de una de las historias que aquí presentamos. La palabra
en sí, como es natural, no tiene ningún sentido.
La primera pregunta, por supuesto, es la de si alguna vez ha existido
una criatura llamada hombre. Por el momento, ante la ausencia de pruebas
positivas, lo más razonable es opinar que no; que el hombre, tal
como se lo presenta en la leyenda, es obra de la imaginación folklórica.
El hombre debe de haber aparecido en los primitivos días de la
cultura perruna como un ser imaginario, un dios racial, invocado por los
perros en los momentos de apuro, y al que recurrían cuando necesitaban
ayuda.
Sin embargo, a pesar de estas mesuradas conclusiones, hay aún algunos
que ven en el hombre un antiguo dios, un viajero procedente de alguna
tierra mística o de otra dimensión, que vino a este mundo,
se quedó entre nosotros, y nos ayudó y volvió al
fin a su lugar de origen.
Hay aun otros que creen que el hombre y el perro pueden haberse desarrollado
juntos, ayudándose mutuamente, completándose en el desenvolvimiento
de una cultura, y que en un punto perdido en el tiempo tomaron distintos
caminos.
El elemento más inquietante de estos cuentos (y los elementos inquietantes
son muy numerosos) es la reverencia con que se trata a los hombres. Es
difícil para el lector común aceptar esa reverencia como
algo simplemente imaginario. Va más allá de esa adoración
superficial que se rinde al dios de la tribu; uno nota, casi instintivamente,
que esa reverencia debe hundir sus raíces en alguna creencia olvidada
o rito prehistórico.
Hay por ahora pocas esperanzas, naturalmente, de que algunos de estos
temas de controversia puedan ser solucionados.
Aquí están, pues, los cuentos, para que ustedes los lean
a su gusto; sólo por placer o en busca de algún significado
histórico u oculto. Nuestro mejor consejo al lector común:
no los tomen muy en serio, pues la confusión más completa,
si no la locura, acecha a lo largo del camino.
Se
reproduce aquí por gentileza de Ediciones Minotauro.
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