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VERANO | 12
Los mejores amigos

Digby u otro de los horrores marca Disney (1973).

Por Rodrigo Fresán

Si el perro es desde la prehistoria el mejor amigo del hombre, también puede serlo del astronauta y, ya que estamos –recordar los almíbares de E.T de Spielberg– del extraterrestre aunque, recuerden, Alien prefería al gato de Ripley.
En cualquier caso, los canes parecen tener un rol importante en la ciencia-ficción. Recordar el súper perro en el Sirio de Olaf Stapledon o los perros mutantes que fascinan a los neoyorquinos y salen en la tapa de Vanity Fair en Life of the Monster Dogs de Kirsten Bakis.
En 1952, el norteamericano Clifford D. Simak publicó Ciudad, cumbre de la ciencia-ficción estilo dogui donde se narra el paisaje futuro de una Tierra abandonada por los hombres –con excepción de la ermitaña familia Webster y el robot Jenkins– y heredada por perros inteligentes ocupados en la escritura legendaria de una nueva religión que los entienda y los justifique. Una serie de relatos –de los que en las próximas páginas se publican su “prefacio del editor”– donde se interpreta, por los rumbos del mito, aquello que pudo haber ocurrido en un planeta súbitamente ladrado por los perros. Más cerca, ahora mismo, leo que las mascotas –básicamente los perros– ocupan la posición más privilegiada dentro de la sociedad y que los antropólogos teorizan que nuestro cada vez mayor amor por los animales domésticos no es más que la proyección de un sentimiento muy primitivo y que nos regocija vivir acompañados de organismos vivos ajenos a nuestras leyes y obligaciones. De ahí que sean cada vez más los terapeutas que prescriban mascotas a víctimas de diferentes enfermedades que van de la depresión y el estrés al cáncer y el sida. En 1980 se probó que las personas con problemas cardíacos se recuperaban más rápido si tenían perros. ¡Guau! Y ya hay hoteles, geriátricos y cementerios para perros. ¡Guau, guau! Y para los que deseen lo mejor de ambos mundos –eficiencia y cariño– acaba de salir a la venta la nueva generación del perrobot Sony AIBO ERS-210 que –por poco menos de 2000 dólares y según el folleto– “es capaz de expresar más emociones y establecer una comunicación más estrecha con las personas. Puede mover las dos orejas y tiene sensores táctiles en cabeza, hocico y lomo que le permiten expresar alegría y enfado. Para aumentar su capacidad de comunicación se ha perfeccionado la tecnología que le da autonomía y que le permite reaccionar ante estímulos externos y tomar decisiones. Incluye la posibilidad de memorizar su nombre y reconocer la voz de su amo”. Se vende mucho y, guau, lo mejor de todo: no hay que sacarlo a cagar.

 


 

Ciudad

El perro mutante y telepático de Watchers (1988), basado en la novela de Dean Koontz.

Por Clifford d. Simak

Prefacio del editor. Estas son las historias que cuentan los perros, cuando las llamas arden vivamente y el viento sopla del norte. Entonces la familia se agrupa junto al hogar, y los cachorros escuchan en silencio, y cuando el cuento ha acabado hacen muchas preguntas.
–¿Qué es un hombre?
–¿Qué es una ciudad?
–¿Qué es una guerra?
No hay respuesta exacta para esas preguntas. Hay suposiciones y teorías y conjeturas, pero no hay respuestas.
En esos grupos familiares más de un narrador ha tenido que explicar que sólo se trata de un cuento, que no existen cosas tales como una ciudad o un hombre, que en los cuentos, que no pretenden más que entretener, no hay que buscar una verdad.
Explicaciones semejantes, que pueden servir para los cachorros, no son explicaciones. Aun en unos cuentos tan simples hay que buscar la verdad.
La leyenda, que consta de ocho cuentos, ha sido narrada durante siglos y siglos. Hasta donde puede saberse, no tuvo un comienzo definido, y el más minucioso de los estudios no podría explicar su desarrollo. Es indudable que en el curso de muchas narraciones la leyenda ha ido estilizándose, pero no hay modo de estudiar el proceso de esa estilización.
Que es antigua y, como sostienen algunos escritores, quizás en parte de origen no perruno, se deduce de las abundantes incongruencias que salpican los cuentos; palabras y frases (y peor que todo, ideas) que no tienen actualmente ningún significado, y que quizá no lo han tenido nunca. A través de repetidas narraciones, estas palabras y frases han sido al fin aceptadas y, por el sentido del contexto, se les ha asignado un cierto valor arbitrario. Pero no es posible saber si estos valores se aproximan o no al sentido original.
Esta edición no intentará inmiscuirse en las discusiones técnicas sobre la existencia o no existencia del hombre, o el problema de la ciudad, o las varias teorías acerca de la guerra, o las otras muchas cuestiones que asaltan a quien busca en la leyenda un fundamento histórico u objetivo.
El propósito de esta edición es sólo el de dar el texto actual de la leyenda, completo e inexpurgado. Las notas que preceden a los capítulos señalan los puntos más importantes y discutibles, pero no pretenden sacar conclusiones. Aquellos que deseen una mayor comprensión de los cuentos, o de las diversas consideraciones que han inspirado, pueden recurrir a otros libros, escritos por perros más competentes que el presente editor.
El reciente hallazgo de varios fragmentos de lo que fue sin duda una obra bastante extensa, ha sido considerado argumento definitivo en pro de la atribución de al menos parte de la leyenda al mitológico (y discutido) hombre, y no a los perros. Pero hasta que pueda probarse que el hombre existió realmente, la opinión de que él fue el autor de estos fragmentos es de muy escaso valor.
Particularmente significativo, o perturbador (todo depende del punto de vista), es el hecho de que el título aparente de los fragmentos sea igual al de una de las historias que aquí presentamos. La palabra en sí, como es natural, no tiene ningún sentido.
La primera pregunta, por supuesto, es la de si alguna vez ha existido una criatura llamada hombre. Por el momento, ante la ausencia de pruebas positivas, lo más razonable es opinar que no; que el hombre, tal como se lo presenta en la leyenda, es obra de la imaginación folklórica. El hombre debe de haber aparecido en los primitivos días de la cultura perruna como un ser imaginario, un dios racial, invocado por los perros en los momentos de apuro, y al que recurrían cuando necesitaban ayuda.
Sin embargo, a pesar de estas mesuradas conclusiones, hay aún algunos que ven en el hombre un antiguo dios, un viajero procedente de alguna tierra mística o de otra dimensión, que vino a este mundo, se quedó entre nosotros, y nos ayudó y volvió al fin a su lugar de origen.
Hay aun otros que creen que el hombre y el perro pueden haberse desarrollado juntos, ayudándose mutuamente, completándose en el desenvolvimiento de una cultura, y que en un punto perdido en el tiempo tomaron distintos caminos.
El elemento más inquietante de estos cuentos (y los elementos inquietantes son muy numerosos) es la reverencia con que se trata a los hombres. Es difícil para el lector común aceptar esa reverencia como algo simplemente imaginario. Va más allá de esa adoración superficial que se rinde al dios de la tribu; uno nota, casi instintivamente, que esa reverencia debe hundir sus raíces en alguna creencia olvidada o rito prehistórico.
Hay por ahora pocas esperanzas, naturalmente, de que algunos de estos temas de controversia puedan ser solucionados.
Aquí están, pues, los cuentos, para que ustedes los lean a su gusto; sólo por placer o en busca de algún significado histórico u oculto. Nuestro mejor consejo al lector común: no los tomen muy en serio, pues la confusión más completa, si no la locura, acecha a lo largo del camino.

Se reproduce aquí por gentileza de Ediciones Minotauro.

 

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