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En la escena de la muerte de los
Perel, un mensaje utilizado antes

La ya archifamosa frase dejada en un escrito junto a los cadáveres del financista y su esposa es casi idéntica a otra aparecida diez días atrás al lado de un técnico de YPF-Repsol, asesinado tras un secuestro en Ecuador. Las hipótesis posibles.

La cabaña 32, del complejo Puerto Hamlet, en Cariló, con un mensaje tomado de otro asesinato.

A primera vista parece una casualidad increíble. El 31 de enero, es decir hace apenas diez días, fue asesinado en Ecuador un técnico norteamericano llamado Ron Sander, de 55 años. Estaba secuestrado desde hace tres meses y le pegaron cinco balazos por la espalda. Lo taparon con una sábana en la que escribieron: “Soy un gringo muerto por no pagar el rescate de HP Pompeya DG”. La noticia fue publicada por Página/12 en su edición del 2 de febrero pasado. El mensaje es asombrosamente parecido al que dejaron junto a Mariano Perel: “I am a Citibank gringo collaborator killed for non payment of ransom by Citigroup Antfactory company”, o sea “Soy un gringo colaborador del Citibank, muerto por no pagar el rescate de Antfactory del Citigroup”. La increíble semejanza puede llevar a conjeturas de lo más diversas.
La muerte de Sander tiene móviles bastante diferentes de la de Perel. Sander era un especialista en tecnología petrolera y fue secuestrado junto a otros siete técnicos: cinco norteamericanos, un chileno y el argentino Juan Rodríguez. Todos trabajaban para una empresa contratista –Hewelchi & Payne– que a su vez realizaba trabajos para Repsol-YPF en Ecuador. La principal hipótesis es que los secuestradores son un grupo de disidentes de la guerrilla o los paramilitares colombianos que decidieron ponerse un negocio por su propia cuenta y piden rescates millonarios: en concreto 10 millones de dólares por cada secuestrado (ver aparte). El asesinato de Sander fue una forma de presionar para que se reanuden las negociaciones y Repsol-YPF pague una cifra cercana a los 70 millones de dólares por los siete técnicos que aún siguen cautivos. Se presume que el grupo dedicado al secuestro extorsivo los tiene ocultos en la provincia de Sucumbios, fronteriza con Colombia y casi inaccesible. Cerca de allí apareció el cadáver.
Con estos datos a la vista, está claro que los casos no son idénticos por cuanto –hasta donde se sabe– el matrimonio Perel no fue secuestrado y nadie pidió un rescate por él. Esto significa que hay sólo cuatro teorías posibles:
Si los Perel fueron asesinados, hay chances de que el asesino a sueldo haya leído sobre el caso de Ecuador y decidió dejar esa leyenda diabólica.
Si Mariano Perel mató a su esposa y después se suicidó, también es posible que haya conocido lo sucedido en el país del Norte. El financista estaba muy al tanto de los sucesos en América latina y especialmente todo lo que tuviera que ver con espionaje, seguridad, secuestros y extorsiones. Perel era un maniático de todos estos temas.
Existe la posibilidad –muy, pero muy remota– de que alguno de los integrantes del grupo colombiano que actuó en Ecuador haya llegado a la Argentina contratado como killer profesional. Es una variante descabellada, pero no puede obviarse.
Finalmente está la posibilidad de que sea una simple casualidad, lo cual también parece poco creíble. La palabra gringo es inhabitual en la Argentina, aunque Mariano Perel solía utilizarla y la extraña conformación de la frase parece calcada.
Hasta ayer en la fiscalía no sabían nada de esta insólita coincidencia. En verdad, la lógica es averiguar primero qué ocurrió en la escena de las muertes, es decir terminar las elementales pericias que no se hicieron o se hicieron mal. Recién después poner la lupa sobre una semejanza en la que se confirma otra vez que la realidad supera la ficción.

 


 

EL CASO DE LOS DIEZ SECUESTRADOS EN ECUADOR
Sin noticias del argentino

El 12 de octubre del año pasado, un grupo comando secuestró a diez empleados de la firma Repsol-YPF, entre ellos un argentino, que trabajaban en un campamento petrolífero de la localidad de Pompeya, Ecuador, a menos de 100 kilómetros de la frontera con Colombia. 109 días después, la policía ecuatoriana encontró en un barrio de la localidad de San Pedro el cadáver de Ron Sanders, un técnico norteamericano que formaba parte del grupo de rehenes. Sanders había sido ejecutado por la espalda, con cinco disparos. Su cuerpo estaba cubierto por una sábana blanca, donde podía leerse: “Soy gringo (muerto) por no pago secuestro, compañía HP, Pompeya”. En los últimos días, un rumor circula en los medios de comunicación ecuatorianos: Repsol-YPF habría recibido en sus oficinas una carta de parte de los secuestradores, donde advierten que si no se pagan los 80 millones de dólares que exigen como rescate, comenzarán a ejecutar a los otros rehenes, uno cada quince días.
La pesadilla comenzó en la madrugada de ese jueves en el bloque petrolero 16, ubicado en las cercanías del río Coca, que atraviesa la provincia ecuatoriana de Orellana. Cuarenta hombres armados con fusiles y ametralladoras, con sus rostros cubiertos, irrumpieron en el campamento. Un trabajador del bloque, que presenció el secuestro, contó que los hombres “buscaban únicamente extranjeros”. Cinco norteamericanos –entre los que se encontraba Sanders–, un neocelandés, un chileno, dos franceses y un argentino –el ingeniero mendocino Jorge Rodríguez– fueron obligados a subir a un helicóptero. La mitad del grupo comando partió con ellos; el resto se perdió en la espesura de la selva ecuatoriana.
Aunque no llevaban distintivos en su vestimenta, los secuestradores se identificaron como miembros de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). El vicepresidente ecuatoriano, Pedro Pinto, sostuvo la versión: “Las FARC reivindicaron el secuestro y dijeron que fue en represalia por el Plan Colombia”. Los líderes de la guerrilla colombiana no demoraron en responder. “Esto puede ser una maniobra de la CIA para buscar que los países de frontera se unan en torno del Plan Colombia contra los colombianos”, señaló Joaquín Gómez, líder del bloque sur de las FARC. También se especula con que podría tratarse de un grupo disidente de la guerrilla colombiana, que está actuando en territorio ecuatoriano con la complicidad de delincuentes de ese país.

 

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