Adalberto, de las
botas a la economía
Quienes el martes pasado iban entrando a la sede del Banco Interamericano
de Desarrollo en Washington para asistir a un seminario sobre la
Argentina se encontraban con grandes pilas del diario Las Américas,
un periódico editado en Miami por cubanos anticastristas
y otros hispanos de derecha. La nota de tapa se refería a
la crisis diplomática estallada entre Cuba y la Argentina,
y estaba ilustrada con una gran foto de la audiencia que Colin Powell,
el nuevo secretario de Estado norteamericano, le concedió
a su colega Adalberto Rodríguez Giavarini, quien continúa
con la política de alineamiento automático con Washington,
ya aplicada por Guido Di Tella. Cabe preguntarse si el lamebotismo
que le atribuyó Fidel Castro sigue naturalmente a su trayectoria
como economista y concuerda con sus coordenadas personales.
En FADE (Fundación Argentina para el Desarrollo con Equidad),
la craneoteca aliancista que armó José Luis Machinea
cuando era ministrable (y que por ahora logró más
bien ningún desarrollo y sí mucha inequidad) no le
tenía afecto alguno a ARG, tan ajeno al palo como podía
serlo Ricardo López Murphy. Cuando el futuro canciller participaba
de algún seminario organizado por la Fundación, los
muchachos (el actual staff de Economía) se referían
a él como un bicho neoliberal. Es posible que
en algún descuido los haya picado, contagiándoles
todas sus ideas linealmente fiscalistas y ortodoxas.
A diferencia del radical standard, que consolida su carrera política
a base de horas de comité y trenzas de aparato, ARG prefirió
forjarse un cartel de gran respetabilidad en la city, para luego
hacer valer esa chapa. Con ese mismo efecto de promoción
personal escribía frecuentes columnas, siempre de línea
aburridamente conservadora, en Ambito Financiero, El Cronista Comercial
o La Prensa. Su presencia mediática, que incluía invitaciones
a programas como Tiempo Nuevo y Hora Clave,
siempre fue muy superior a su peso específico como consultor
de empresas. Algunas lo contrataban para llenar el casillero de
economista radical, porque les interesaba tener en su red a uno
de cada color. Siempre sintonizado en la frecuencia que predominara
en el establishment, a ARG no se le conoce ninguna contribución
intelectual relevante ni original, lo cual suele ser una garantía
de éxito. Domingo Cavallo dijo de él: Tiene
cara de bueno, pero dice muchas estupideces.
Católico practicante, próximo al Opus Dei, es hombre
de oración diaria. A sus cuatro hijas las bautizó
en consecuencia: María de las Mercedes, Inés de la
Cruz, María de los Angeles y María del Rosario. Suele
participar con su familia de retiros espirituales y jornadas de
reflexión, de los que retornan a su piso de Paraná
y Juncal. Al mudarse a cada nuevo despacho no olvida colgar un enorme
crucifijo. En su adolescencia quiso conjugar la cruz con la espada.
Fue paracaidista y pasó por la academia militar de West Point,
pero después de egresar como subteniente del Colegio Militar
(como compañero de promoción de Ricardo Brinzoni,
actual jefe de Estado Mayor del Ejército) perdió la
vocación castrense, o la trasvasó a la economía,
graduándose en la Universidad de Buenos Aires.
De abuelo materno ferroviario y socialista (Luis Antonio G.), tío
abuelo que supo ser ministro de Trabajo de Perón (Alejandro
G.), hermano mayor (Manuel RG) que militó con Aldo Rico en
el Modin, pero de herencia paterna radical, ARG tuvo su etapa alfonsinista,
en la que lucía incluso una barba que le daba apariencia
de intelectual de izquierdas. Hasta secundó como subsecretario
del Tesoro a Bernardo Grinspun, quien ocupó Economía
hasta febrero de 1985. Pero ARG nunca descuidó sus maneras
atildadas ni su cortesía, ni la serenidad de sus manos largas,
de uñas prolijamente arregladas. De costumbres austeras,
viste ropa muy cara aunque discreta.
Entre 1985 y 1989 se encargó de Planeamiento en el Ministerio
de Defensa, primero con Germán López y luego con Horacio
Jaunarena, hoy secretario general de la Presidencia. Aun en tiempos
del jaqueo carapintada a Alfonsín, ARG podía jactarse
de una muy buena relación con los militares. Otro capital
que lo respalda es la simpatía de la embajada estadounidense.
Esta lo considera hoy mismo como uno de los dos únicos ministros
realmente confiables. El otro es López Murphy.
Cuando Graciela Fernández Meijide se postuló en 1999
para gobernar la provincia de Buenos Aires, ARG la llamó,
ofreciéndole su colaboración. Ella, satisfechísima,
le tomó la palabra, pero luego archivó el asunto,
quizá para no alterar a Arnaldo Bocco. En mayo de 1998, ARG
se había marchado del gobierno porteño de Fernando
de la Rúa, abandonando su cargo de secretario de Hacienda
y Finanzas, tras enfrentarse a Nicolás Gallo. Logró
acrecentar así su imagen de puro e intransigente con la corrupción,
a costa del futuro ministro de Infraestructura. De todas formas,
ARG conservó jerarquía y sueldo, ocupándose
de las relaciones financieras internacionales de la comuna.
Otro blasón lo conquistó en la Capital por haber eliminado
el déficit. Pero quienes conocen bien la contabilidad municipal
aseguran que ARG se limitó a administrar estrictamente la
caja, eliminando gastos y quitando la crema de algunos contratos,
pero que no realizó ninguna transformación estructural.
Intervino la Dirección de Rentas, finalmente para no cambiar
nada. Ni siquiera revisó la leonina privatización
de varias funciones recaudatorias, que databa de la época
de Carlos Grosso.
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