Por Gabriel A. Uriarte
Yo creo que hoy revivimos
el proceso de paz. El presidente colombiano Andrés Pastrana
no exageraba ayer al revelar el resultado de dos días de negociaciones
con Manuel Marulanda Vélez (Tirofijo), líder
de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). En el Acuerdo
de Los Pozos, la guerrilla formalmente aceptó reiniciar el
14 de febrero el proceso de paz que suspendió en noviembre. En
ese momento las FARC habían denunciado que el gobierno no hacía
suficiente en la lucha contra los paramilitares, pero ayer se contentaron
con nada más que la creación de una comisión de notables
para sugerir nuevas estrategias. Pero las FARC lograron algo mucho más
importante. Los encuentros del revivido proceso de paz se realizarán
naturalmente en la zona desmilitarizada, cuya concesión
a las FARC quedó prorrogada indefinidamente.
A diferencia del primer día de la cumbre Pastrana-Tirofijo lúgubre,
tensa y hermética, ayer el ánimo en Los Pozos era
marcadamente optimista. El tono lo marcaron los guerrilleros, lo que era
natural, ya que de ellos dependía el éxito del encuentro.
Antes de entrar a la residencia donde se realizaba el diálogo,
Tirofijo confió a los periodistas que hoy creo que va a haber
humo, y espero que sea humo del bueno, humo blanco. Tras un comienzo
tan prometedor, las próximas horas pasaron en una frustrante espera
mientras las conversaciones se desarrollaban a puerta cerrada. Cuando
trascendían datos, eran irritantemente menores, como que Pastrana
había entregado a Tirofijo una medalla del Vaticano donde aparecen
los Apóstoles bajo la consigna En la verdad está la
Paz. Para el mediodía se especulaba que el resultado del
segundo día sería idéntico al primero: más
conversaciones, ningún resultado.
Pero a las tres de la tarde todo cambió más de lo que nadie
imaginaba. Se anunció que la cumbre había terminado, y que
no sólo había un acuerdo, sino que ya se había pactado
reactivar el proceso de paz el 14 de febrero. Un documento de 13 puntos
describía cómo se había resuelto el principal problema:
los paramilitares. El Gobierno y las FARC coinciden en la importancia
de avanzar en la discusión para acabar con el paramilitarismo.
A tal efecto la mesa de negociación creará una comisión
de personalidades nacionales que le formule recomendaciones. A primera
vista, podía resultar increíble que una fórmula tan
vaga como ésta fuera suficiente para una guerrilla que poco antes
estaba pidiendo mejoras concretas, verificadas por la comunidad internacional,
antes de contemplar retomar el diálogo. Pero de ningún modo
podía decirse que la guerrilla salió perdiendo ayer. Al
contrario, podría haber logrado una clara victoria.
Todo estaba oculto en el pasmoso lenguaje del acuerdo. Por ejemplo, el
punto 8º aseguraba que la mesa de negociación, a más
tardar el 15 de febrero, creará un mecanismo que periódicamente
evalúe el cumplimiento del propósito de la zona de distensión,
es decir, crearía una comisión para investigar las denuncias
de violaciones a los derechos humanos cometidas por la guerrilla en Farclandia.
Eventualmente esto podría ser significativo, pero invita a pasar
por alto que por lo pronto las FARC lograron una concesión indefinida
sobre la zona desmilitarizada, algo nada despreciable si se considera
que antes del quiebre de las negociaciones el decreto debía ratificarse
cada seis meses. Otro punto aseguraba que las FARC no se oponen
a la sustitución de cultivos ilícitos, pero reiteran que
el proceso debe ser de común acuerdo con las comunidades,
lo que ignora el hecho que hasta ahora la única forma para que
estas comunidades estén de común acuerdo con el proceso
es mediante la amenaza de que la brigada antidrogas entrenada por Estados
Unidos fumigue sin más sus cultivos. Y Tirofijo enfatizó
ayer que estaba opuesto a este aspecto militar del Plan Colombia,
lo que presumiblemente reserva a las FARC el derecho de atacar a la brigada
si erradica demasiadas hectáreas de coca.
Ayer estos no eran más que detalles. Los protagonistas estaban
satisfechos, y tenían buenos motivos para estarlo. Pastrana había
logradorelanzar el proceso de paz al que apostó su futuro político.
Y la guerrilla obtuvo lo que siempre buscó, mediante la negociación
o el quiebre de las mismas: tiempo para desarrollar su proyecto y esperar
la maduración de unas condiciones objetivas que les son cada vez
más favorables.
Claves
Ayer, el encuentro personal
entre el presidente colombiano Andrés Pastrana y el líder
guerrillero Manuel Marulanda Vélez (Tirofijo)
logró la reanudación del proceso de paz.
Las Fuerzas Armadas Revolucionarias
de Colombia (FARC) acordaron retomar las negociaciones que habían
abandonado en noviembre en protesta por la insuficiencia de la lucha
del gobierno contra los paramilitares.
En este último
sentido, el acuerdo de ayer no les ofrece mucho: apenas la creación
de una comisión de notables para sugerir nuevas estrategias.
Pero las FARC lograron
que Pastrana les ceda indefinidamente los 42 mil km2 de la zona
desmilitarizada.
La guerrilla gana así
tiempo, pero ahora ese factor podría no jugar exclusivamente
a su favor. Ayer se supo que su principal promotor en el exterior,
Hugo Chávez, de Venezuela, se enfrentó el viernes
pasado a un amotinamiento de su ejército por 48 horas, que
protestaba, entre otras cosas, contra el apoyo chavista a las insurgencias
regionales, incluyendo las FARC.
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LOS
UNIFORMADOS SE ALIAN CON EE.UU. CONTRA LAS GUERRILLAS
El golpe que casi fue contra Chávez
Por
G. A.U.
Las bayonetas
sirven para todo menos sentarse sobre ellas, decía el canciller
austríaco Schwarzemberg. Es un lugar común que había
pasado inadvertido al presidente venezolano Hugo Chávez hasta que
el fin de semana pasado lo recordó de forma drástica: su
ejército se le acuarteló y rehusó obedecer órdenes.
Aunque el incidente fue ocultado de modo cuidadoso por el gobierno, ayer
trascendió que el viernes 2 de febrero la mayor parte de los cuarteles
provinciales se amotinaron durante más de 48 horas. Detrás
había una oscura trama con un canciller rojo, un apoyo
multimillonario a movimientos insurgentes andinos, la presión de
Estados Unidos, y unas Fuerzas Armadas hostiles a la internacional regional
que estaba armando la revolución bolivariana. Recién
ayer se conoció como el eje común de la historia: Chávez
se salvó de ser devorado por su propia revolución.
Era el tercer aniversario de su aplastante victoria electoral en febrero
de 1998, y Chávez lo celebró con un desfile militar. No
era incongruente. Golpista contra el corrupto gobierno de Carlos Andrés
Pérez en 1995, siempre fue partidario de acabar con la separación
entre las Fuerzas Armadas y las masas venezolanas. El envío de
brigadas cívico-militares a zonas carenciadas para realizar obras
daba expresión concreta a esa aspiración, de la misma manera
que su Constitución bolivariana de 1999 lo impuso con fuerza de
ley. El desfile del viernes parecía así redundante como
muestra de la adhesión militar al experimento bolivariano, pero
lo que Chávez no sabía era que en esos momentos los soldados
que pasaban bajo sus ojos bien podían ser los únicos que
todavía estaban bajo su control.
Hubo una indisciplina total a todos los niveles: de capitán
a general explicó ayer el almirante retirado Iván
Carratú. Según su versión, la revuelta comenzó
en dos cuarteles a 100 kilómetros de Caracas, y pronto se extendió
a las bases en las provincias. Por tres días hubo una irreal normalidad
en el país. La furia militar no se había derramado a las
calles de las grandes ciudades, y el gobierno se ocupó de que los
medios no oyeran nada del pronunciamiento. Finalmente, el domingo Chávez
hizo una declaración aparentemente menor en su programa radial
Aló, presidente: el general de aviación Luis
Amaya Chacón era designado como comandante de las Fuerzas Armadas.
De forma tan silenciosa como surgió, la revuelta llegó a
su fin.
Todo comenzó y terminó con José Vicente Rangel. El
18 de diciembre, el entonces canciller se había enfrentado con
el ministro de Defensa, Ismael Hurtado. Durante una violenta reunión
de gabinete, Hurtado denunció que Rangel había utilizado
cinco millones de dólares en fondos reservados para financiar a
grupos revolucionarios andinos, entre ellos las FARC colombianas. Las
acusaciones eran casi idénticas a las que había formulado
semanas antes el Departamento de Estado norteamericano. En ese momento,
Chávez no tomó ninguna acción. Pero intentó
anticiparse al descontento en la mañana del 2 de febrero, cuando
sacó a Rangel de la Cancillería para depositarlo en Defensa,
relegando a Hurtado al inocuo cargo de ministro de Infraestructura. El
resultado, casi inmediato, fue el acuartelamiento del ejército,
que sólo fue aplacado con el nombramiento de Amaya como líder
de la Fuerza Armada, cargo donde responde directamente a Chávez,
sin necesidad de ir antes a Rangel. La casa estaba en orden. Pero un Estados
Unidos que afirmó que tendría menos paciencia
con Chávez ya parecía haber ganado un aliado muy importante.
LA
SAGA DE LOS IMPLICADOS EN EL CASO RUIZ-TAGLE
Los que caen en Chile después de Pinochet
Las revelaciones
de esta semana en torno al caso Pinochet no afectan sólo al ex
dictador. Luego de que la periodista Mónica González diera
a conocer un documento donde el propio Pinochet aparece encubriendo la
muerte del ingeniero Eugenio Ruiz-Tagle una de las víctimas
de la Caravana de la Muerte en octubre de 1973, Carlos Bau, quien
fuera torturado con RuizTagle, denunció que uno de los torturadores
era un tal Gabrielli, de la Fuerza Aérea Chilena (FACH). Ayer se
supo que el general Hernán Gabrielli Rojas, miembro del Estado
Mayor de las FACH, era el candidato para reemplazar al actual
jefe del arma, general Patricio Ríos, y que de hecho fue el jefe
de las FACH mientras Ríos se recuperaba de una operación
del corazón. A partir de ahora, según analistas chilenos,
Gabrielli, que está de vacaciones y que no se sabe si regresará
para afrontar la situación, tiene la carrera truncada.
Por otra parte, el actual senador derechista Sergio Diez, uno de los testigos
en el caso Ruiz-Tagle, dijo ayer que se presentará a declarar ante
el juez Juan Guzmán ni bien tenga la citación en la mano
y a pesar de sus fueros parlamentarios. Según fuentes judiciales,
Guzmán citará a declarar a Diez, a quien era ministro de
Justicia en octubre de 1973, Gonzalo Prieto, y al abogado Gastón
Cruzat, que hizo la denuncia por la muerte de Ruiz Tagle en aquel momento.
El juez Guzmán incorporó esta documentación que inculpa
a Pinochet, al menos como encubridor, al expediente del caso. También
agregó las declaraciones del general retirado Joaquín Lagos
Osorio, que en un programa de televisión inculpó directamente
a Pinochet como autor intelectual de la Caravana de la Muerte. Ahora,
las fojas del expediente están en la sala de verano de la Corte
de Apelaciones de Santiago, que a partir del martes comenzará a
escuchar los alegatos correspondientes a la apelación que los abogados
de Pinochet presentaron contra el fallo de Guzmán de procesarlo
por los crímenes de la Caravana. Parece que la defensa de Pinochet
tendrá mucho más trabajo que la parte querellante.
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