Por Julián Gorodischer
Esta gente hace cosas raras:
se revuelcan sobre los teclados, se azotan con ramos de flores o se quedan
horas masturbándose frente a la pantalla. Creo que las computadoras
crearán una nueva sexualidad, dice alguien y la sucesión
de prácticas virtuales ya no se detiene. En Sex bytes,
el nuevo programa de sexo del Canal I-Sat, la trastienda del servicio
erótico aparece en primer plano: es una excursión al vivo
y en directo de los sitios de Internet. La red habilita lo impensado:
el sadomasoquismo extremo, el sexo payaso, los swingers virtuales,
la prostitución telefónica, todos narrados por fuera de
cualquier dimensión moral. Este, queda claro, es un territorio
que no conoce la idea de normalidad.
Sex bytes (jueves a las 23), entiende que, junto con el sexo
virtual, han nacido nuevas reglas, una jerga y expectativas. Jugar
con responsabilidad (así enunciado), es uno de los implícitos
más evidentes de prácticas que garantizan asepsia y seguridad.
Es la convicción de no estar corriendo riesgos de ningún
tipo, en tanto los encuentros no escapen al soporte cibernético.
Los casos, de eficacia narrativa, son extremos: en una escena, una pareja
está a punto de reunirse al final del día. Faltan veinte
minutos para que el novio llegue a su casa después del trabajo.
Sin embargo, no esperan. El tono subido comienza con un chat privado (que
tiende un puente entre la casa y la oficina), y se prolonga en el teléfono
durante el viaje en taxi. No improvisan, y él lo asume en un monólogo
a cámara: todo lo que dicen, cada frase, es fiel a los dictados
de un registro que miles de amantes forjaron a la distancia. Ella y él
saben cómo provocarse, aquietar las aguas y volver por más
en apenas unos minutos, mencionando lo justo y con los beneficios del
sexo sin contacto: rapidez, efectividad garantizada y sin sorpresas. Los
amantes se encuentran minutos después y deciden compartir
otros placeres menos turbulentos, como ver la tele o dormir una siesta.
El teléfono dejó sus ánimos templados.
Sex bytes es una de las apuestas más fuertes de I-Sat
en 2001, promocionado en las revistas mediante una falsa solicitada de
protesta firmada por una liga de damas pacatas, y con afiches
de sus escenas en casi todas las estaciones de subte de Buenos Aires.
Ni UK Raw, ni Sex and shopping (otros programas
del mismo canal) habían llegado a tanto. Una señorita llamada
Tina azota a Cerdo, su pareja, con la brutalidad de una experta.
Y la cámara se infiltra en su aprendizaje como ama, con el desprejuicio
que sólo la red de redes habilita: estos sadomasoquistas (que pueblan
Internet con sus imágenes) son tan explícitos en sus acciones
como sólo el uso de un nickname garantía de anonimato
podría permitirlo. Lo mismo que otros consumen tecleando solamente
con una mano, en este ciclo puede verse en su etapa de producción,
el momento en el cual actores y modelos pusieron un cuerpo real a las
situaciones que suelen multiplicar los monitores.
Quizá lo más interesante de Sex bytes sea el
permiso para la transgresión al deber ser del mundo
real que trae consigo. Sus personajes se asomaron a la red, al principio,
sólo para probar. Y se convirtieron en expertos en
lo suyo. Eso sucedió con los payasos eróticos
que se reúnen semanalmente para desplegar sus orgías con
números circenses, que ahora muestran orgullosos. Se contactaron,
alguna vez, en un chat de aprendices con vergüenza y, después
de un tiempo de intercambiar sólo palabras, se los ve exhibicionistas
de una teatralidad divertida. Una de las payasas dice que nunca antes
tuvo una sonrisa tan grande en la cara. La están pasando
bien. En el grupo hay de todo: un gordo gigante que disfruta sentándose
sobre tortas, un travesti que se hace llamar la payasita,
una desquiciada que grita y grita sin parar. Nadie la calla, porque todos
hacen lo que quieren. Conviven en el mismo tatami, dispuestos a promocionar
las bondades de su descubrimiento. Después, como otros participantes
de Sex bytes (los swingers virtuales, los fetichistas del
látex, los sumisos obedientes...) revelarán el origen: todo
empezó con una palabra poco frecuente en el buscador. Después
borraron ese sitio prohibido del historial, pero probaron de nuevo. Querían
encontrar en la red lo que el mundo real no les ofrecía. El monitor
como ventana nunca tuvo un sentido tan literal. Todos ellos
fueron aficionados al chat o al porno virtual que, un día, se descubrieron
fundando una práctica o un club para entendidos. Ahora deciden
contarlo en un programa de TV para exponer su intimidad y festejar el
cambio.
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