Por Horacio Verbitsky
El 24 de marzo próximo
se cumplirán 25 años desde la última vez que las
Fuerzas Armadas asaltaron el poder, en 1976. Un cuarto de siglo es tiempo
suficiente para reflexionar sobre el proceso histórico y evaluar
sus consecuencias. En el siglo pasado las botas allanaron un camino hacia
el poder más directo que los votos. Entre 1930 y 1983, sólo
dos presidentes elegidos completaron un período constitucional
y ambos eran generales del Ejército. Uno llegó al gobierno
mediante la proscripción del principal partido opositor y el otro
fue derrocado cuando promediaba su segundo mandato. Durante ese lapso
de más de medio siglo de ilegalidad, cada dictadura fue más
larga y sangrienta que la anterior, cada gobierno civil más breve,
inestable y problemático. Sin embargo, desde 1983 el país
ha conocido el período de estabilidad democrática más
largo de toda su historia y ha sido gobernado por tres presidentes, de
dos diferentes partidos políticos, elegidos por el voto popular.
Mientras gozamos de esta buena noticia podemos extraer de los hechos pasados
algunas lecciones útiles para el futuro.
La guerra sucia
La sociedad argentina no puede ignorar la denominada guerra sucia de
la década de 1970, ni tampoco girar en forma obsesiva en torno
de ella. En períodos de sentimientos públicos muy fuertes,
la consideración del pasado desplazó a la agenda política
del momento. Pero también hubo otros de cansancio, en los que la
cuestión resultaba insoportable y la sociedad prefería desentenderse.
Nada muy distinto sucedió en Alemania y Francia después
de la Segunda Guerra Mundial. No obstante, en la Argentina fracasaron
todos los planes concebidos a lo largo de dos décadas para impedir
que se hiciera justicia. Este fracaso debe enseñarnos algo. Antes
de entregar el poder, los militares promulgaron un decreto de autoamnistía
que prohibió futuras investigaciones sobre los horrores de su gobierno.
Pero la retirada en desorden de la dictadura, luego de la derrota frente
a Gran Bretaña en una guerra internacional, permitió que
esa amnistía fuera declarada nula. A diferencia de otros países
donde se escogió uno u otro camino, en la Argentina hubo tanto
una Comisión de la Verdad, como procesos penales en los que fueron
juzgados los máximos responsables militares de las violaciones
a los derechos humanos.
Una comisión de notables estableció los hechos básicos.
Unas treinta mil personas, en su mayoría trabajadores y estudiantes
y por lo general muy jóvenes, fueron secuestradas, torturadas en
campos de concentración y asesinadas en forma clandestina. La justicia
argentina procesó luego a nueve ex comandantes en jefe de las tres
fuerzas militares, entre ellos tres ex presidentes de facto. Dos fueron
condenados a prisión perpetua, tres a penas menores y cuatro fueron
absueltos. Esas condenas simbolizaron el fin del rol privilegiado de las
Fuerzas Armadas en la sociedad argentina. Ya no estaban por encima de
la ley sino ante ella y esto fue esencial para el tan anhelado establecimiento
del estado de derecho.
Cuando los jueces anunciaron que continuarían con el procesamiento
de los ejecutores en rangos inferiores, se produjo un alzamiento armado
contra el gobierno. Se enfrentaron entonces dos formas opuestas de legitimidad.
El gobierno no podía contar con las Fuerzas Armadas para sofocar
la rebelión, pero los rebeldes carecían de todo apoyo social.
El gobierno, que no había negociado con los ex dictadores, sí
lo hizo con los mandos medios amotinados. Envió al Congreso una
ley que presumía que todos los oficiales por debajo de la cúpula
habían actuado en cumplimiento de órdenes, cuya legalidad
o ilegalidad no podían discernir, por lo cual debían ser
absueltos. El Congreso sancionó esta ley perversa y los tribunales
dejaron en libertad a centenares de secuestradores, torturadores y asesinos.
El decaimiento de la posición castrense en el sistema político
había sentado las bases para un gobierno civil permanente. Pero
la amnistía, concedida bajo presión, fue un serio contraste
en el camino hacia una democracia liberal, inspirada por principios éticos
y por el imperio de la ley, igual para todos los ciudadanos iguales en
iguales circunstancias.
Leyes de impunidad
Hostigado por la hiperinflación y por el persistente malestar
castrense, el presidente Raúl Alfonsín fue sucedido en 1989
por el jefe del opositor partido Justicialista, Carlos Menem, quien ganó
con amplia mayoría la elección presidencial. Muy pronto
firmó el indulto a los ex dictadores y a aquellos altos oficiales
que aún seguían detenidos bajo proceso. Encuestas realizadas
en esos momentos mostraron que más del 70 por ciento del pueblo
argentino hubiera preferido que continuaran los juicios y se cumplieran
las condenas. La política de apaciguamiento de Menem no impidió
un nuevo alzamiento, pero le permitió sofocarlo en forma drástica.
Esta vez el presidente fue obedecido cuando ordenó la represión.
Menem tuvo más suerte que Alfonsín. Aunque la opinión
pública seguía objetando la impunidad, otros problemas,
como la crisis económica, atraían su atención. Después
del aplastamiento de la última rebelión, Menem también
consiguió derrotar un nuevo brote hiperinflacionario, decretando
la paridad forzosa entre el peso y el dólar estadounidense. Parecía
que después de tantos años de tensión militar e inestabilidad
económica, la sociedad argentina estaba dispuesta a aceptar una
transacción pragmática. La exigencia de que los militares
se hicieran cargo de sus actos había perdido prioridad en la agenda
colectiva. Menem pensó que el recuerdo del pasado había
desaparecido. Pero como los militares quince años antes y Alfonsín
luego, los duros hechos volverían a desmentirlo, porque olvidar
por decreto es una vana ilusión.
En 1993 Menem pidió al Senado que ascendiera a dos oficiales de
la Armada. Ambos habían participado en episodios espantosos. Entre
sus víctimas estaba el grupo inicial de las Madres de Plaza de
Mayo, secuestradas dentro de una Iglesia, y dos monjas francesas. Luego
de ser torturados, todos los miembros del grupo fueron asesinados. Cuando
publiqué en mi columna semanal en el diario Página/12 la
historia de estos oficiales, el Senado los citó para que formularan
su descargo en una audiencia pública. Uno de ellos reconoció
que la tortura había sido el arma escogida para librar una guerra
sin leyes y admitió la participación naval en el caso de
las monjas. El otro dijo que nadie pudo salir con las manos limpias, porque
todos los oficiales habían rotado por las fuerzas de tareas. El
Senado les negó el ascenso, luego de un año de intensos
debates.
Como consecuencia, un tercer oficial de la Armada involucrado en la guerra
sucia decidió contar su historia. El capitán de la Armada
Adolfo Scilingo se sentía abrumado por la culpa de haber asesinado
a treinta prisioneros a sangre fría, inyectados con una droga para
adormecerlos y arrojados aún con vida desde aviones navales a las
aguas del Atlántico Sur y aceptó que grabara su confesión.
Hasta ese momento, los militares habían negado los hechos de la
guerra sucia y sólo reconocían haber sido los salvadores
de la patria.
Mea culpa
Al mes de esta confesión el general Martín Balza reconoció
que al tomar el poder el Ejército había abandonado el sendero
de la legitimidad constitucional, que había combatido a la guerrilla
fuera de la ley y que había desatado una sombría represión.
El mea culpa del jefe del Ejército estableció que los comportamientos
criminales fueron ordenados en formavertical a través de la cadena
de comando. Dijo que para obtener información se habían
usado métodos ilegítimos e indignos y se había llegado
a privar de la vida a los cautivos. De este modo abandonó el mito
indefendible de los errores o los excesos cometidos por las jerarquías
inferiores, en el que se habían refugiado todos sus antecesores.
En el vigésimo aniversario del golpe de 1976 una gigantesca movilización
de más de cincuenta mil personas explicitó un nuevo estado
de conciencia social. La manifestación vinculó el tema de
la responsabilidad militar por los crímenes del pasado con los
problemas contemporáneos de una democracia joven y defectuosa,
como el sentimiento generalizado de impunidad y la falta de independencia
de la justicia, cuya Corte Suprema fue subordinada por el Poder Ejecutivo.
En ese nuevo clima social, en varios países de Europa se aceleraron
viejas causas contra los responsables de la desaparición de sus
ciudadanos en la Argentina y tribunales de Francia e Italia condenaron
in absentia a oficiales de la Armada y el Ejército argentinos a
penas de prisión perpetua. Argentinos radicados en España
presentaron una denuncia contra los ex dictadores en Madrid. Ese fue el
origen del proceso paralelo contra el ex dictador de Chile Augusto Pinochet.
El juez español Baltasar Garzón también pidió
la extradición de un centenar de policías y militares argentinos
para ser juzgados en Madrid según los principios de la Jurisdicción
Universal. Uno de ellos, Ricardo Miguel Cavallo, fue detenido en México,
donde un juez y luego la Cancillería se pronunciaron en favor del
pedido de Garzón. Su argumento fue que la Argentina no estaba cumpliendo
con su obligación de juzgar a los responsables de crímenes
de lesa humanidad, por lo que cualquier otro Estado podía hacerlo.
Verdad y justicia
En 1994, además, fue reformada la Constitución Nacional,
que incorporó con jerarquía superior a la de la ley los
Tratados Internacionales de Derechos Humanos, entre ellos los que prohíben
la prescripción o la amnistía de los delitos contra la humanidad,
como los que se cometieron durante la dictadura militar. Las consecuencias
de esta reforma no fueron evidentes desde el primer momento.
Invocando normas culturales que se remontan a la Edad de Piedra, varios
familiares de desaparecidos, encabezados por Emilio Mignone, pidieron
a la Justicia que declarara el derecho a la verdad y al duelo, y la obligación
del respeto por el cuerpo humano. Esto ha sido parte del patrimonio cultural
de la humanidad desde que el hombre de Neanderthal fue enterrado en una
cueva sobre un lecho de ramas y cubierto con un manto de flores. El culto
a los muertos es un signo de humanización aún más
importante que el uso de herramientas o del fuego, nos distingue del resto
del reino animal. Quienes nos niegan el derecho a sepultar a nuestros
muertos nos niegan nuestra propia condición humana, sostuvo Mignone.
La Cámara Federal de Buenos Aires reconoció esos derechos,
declaró que el Estado tenía la obligación de reconstruir
el pasado y revelar lo que sucedió con cada desaparecido. Así
comenzaron los juicios de la verdad que luego se extendieron al resto
del país. En 1998, el Congreso derogó la ley de obediencia
debida, aunque no llegó a declararla nula.
El Ejército decidió respaldar a los citados en los juicios
de la verdad escondiendo ese apoyo tras razones humanitarias. Su Jefe
de Estado Mayor declaró que esos juicios eran inútiles,
lo cual es falso. Durante las audiencias un teniente coronel todavía
en actividad fue identificado por sus víctima como la persona que
los torturó, por lo cual debieron relevarlo de un cargo operativo.
También fue descubierto un policía involucrado en la desaparición
de estudiantes secundarios, que trabajaba en el área de seguridad
de la legislatura bonaerense, de la que fue despedido. Además de
los juicios de la verdad, varios jueces están investigando un crimen
tan atroz que ni las leyes y decretos de impunidad perdonaron: el robo
de bebés. Las prisioneras embarazadas eran mantenidas con vida
en los campos clandestinos de concentración hasta que daban a luz.
Luego eran asesinadas y los recién nacidos entregados a familias
de militares estériles. Desde 1998 varios jueces ordenaron el arresto
de más de una docena de militares y policías (entre ellos
los ex dictadores Videla, Massera y Bignone) acusados de organizar esos
delitos. El jefe de una brigada del Ejército visitó todas
las unidades dependientes, reunió al personal y solicitó
que le comunicaran con sinceridad todas sus preocupaciones. La lista incluyó
los bajos salarios y las necesidades de equipamiento, pero nadie planteó
la cuestión de los arrestos por el robo de bebés. Las Abuelas
de Plaza de Mayo ya han recuperado setenta de esos chicos. Debido a su
tenaz actividad otros organismos de derechos humanos propusieron a las
Abuelas para el Premio Nobel de la Paz. Esta candidatura es tan popular,
que hasta obtuvo el apoyo de políticos derechistas, que en el pasado
apoyaron el exterminio militar y ahora postulan reprimir el delito al
margen de la ley, como el gobernador de Buenos Aires y precandidato presidencial
Carlos Rückauf.
Una Nueva Era
Los Juicios de la Verdad y el enjuiciamiento de los principales Señores
de la Guerra por el robo de bebés, las condenas de militares y
marinos argentinos en diferentes países europeos por crímenes
contra sus nacionales, el principio de la Jurisdicción Universal
reconocido por la Audiencia Nacional de Madrid, por el más alto
tribunal de justicia de la democracia más antigua y conservadora
del mundo, por un juez y por la cancillería mexicanos, demuestran
que los crímenes a los que se entregaron las dictaduras del Cono
Sur son inaceptables para el mundo civilizado. La saga de Pinochet, que
condujo a su desafuero como Senador y permitió su procesamiento
en Chile, estableció la categoría del delito permanente
de desaparición, que también reconocieron los tribunales
argentinos. La creación de los tribunales internacionales para
Rwanda y la ex Yugoslavia, el establecimiento del Tribunal Penal Internacional
en Roma y su ratificación por el ex presidente estadounidense Bill
Clinton en los últimos días de su gobierno, dieron una perspectiva
global a este nuevo horizonte que divisa la Argentina.
El Centro de Estudios Legales y Sociales considera que de este modo se
han creado las condiciones legales, morales y políticas, tanto
nacionales cuanto internacionales, para la reanudación de los juicios
penales interrumpidos en 1987 por la ley de obediencia debida. Por eso
hemos pedido a la justicia argentina que nos tenga como querellantes en
un caso en el que ya están detenidos un militar y dos policías
por el secuestro de un bebé. Una vez que fuimos aceptados como
parte en el juicio, solicitamos que la investigación y el eventual
castigo también se extienda a la desaparición y/o el asesinato
de sus padres. Si las violaciones a los derechos humanos fueron un subproducto
de la ausencia del estado de derecho, sentar en el banquillo de los acusados
a los responsables es esencial para la reconstrucción de las instituciones
políticas. Es también el único recurso para que no
se afirme la renacida tendencia castrense que procura reivindicar la dictadura.
Del Holocausto a la guerra
sucia
La ansiedad de algunos sectores sociales argentinos por forzar la denominada
reconciliación es una mera cobertura de bajos sentimientos. Su
impulsor es el actual Jefe de Estado Mayor del Ejército general
Ricardo Brinzoni, el primer funcionario político de la dictadura
que llega a la jefatura de una fuerza desde la recuperación de
la democracia. Nueve de cada diez de los oficiales que hoy prestan servicio
en las Fuerzas Armadas no tuvieron participación alguna en la guerra
sucia. En cambio, el entonces capitán Brinzoni fue secretario general
del gobierno militar en la provincia de El Chaco cuando fuerzas del Ejército
realizaron una espantosa masacre, en Margarita Belén, donde asesinaron
a 17 prisioneros pretextando un intento de fuga. Nadie ha acusado a Brinzoni
de participación activa en la masacre. Pero era una de las principales
autoridades políticas de la provincia y este siniestro episodio
marca su carrera. Ahora Brinzoni trata de involucrar en la defensa corporativa
incluso a los oficiales más jóvenes, que en aquel momento
ni siquiera habían ingresado a la carrera militar, en una solapada
defensa de la dictadura, que en realidad es su torpe autodefensa personal.
Así, procura arrastrar a toda su institución, aunque la
protección a los culpables contamine al resto. Esto no sólo
afrenta a las víctimas, también es injusto con el Ejército
de hoy, al que se le carga una pesada mochila que no le pertenece, y con
la nueva democracia argentina que quiere despegar en forma definitiva
de aquella ciénaga putrefacta.
Brinzoni cuenta con la luz verde del ministro de Defensa, Ricardo López
Murphy, un economista sin experiencia en este campo que se propone saldar
con esta viciada moneda ideológica las estrecheces presupuestarias
que su gobierno impone también a las Fuerzas Armadas. El cuñado
del presidente Fernando De la Rúa es el almirante retirado Basilio
Pertiné, quien sirvió en la Armada durante los peores años
de la dictadura. Es nieto del general Basilio Pertiné, de conocida
devoción por la Alemania Nazi en la década de 1930. A pesar
de este nexo, De la Rúa ha vacilado en apoyar la Mesa de Diálogo
que Brinzoni propuso y los organismos de derechos humanos rechazaron.
El presidente no adhiere a las posiciones políticas de sus parientes
pero es un hombre de principios conservadores y respalda la pasiva actitud
de su ministro de Defensa. Parece incongruente honrar a las víctimas
del Holocausto, como De la Rúa hizo en Suecia, y al mismo tiempo
exculpar a los autores de delitos similares en el propio país.
El general Brinzoni trató de incluir a la Iglesia Católica
Romana en sus proyectos, pero los obispos fueron más circunspectos
ahora que en 1976, cuando varios de ellos brindaron justificaciones teológicas
para la tortura, mientras los capellanes confortaban con parábolas
bíblicas sobre la separación de la paja del trigo a los
oficiales angustiados por los asesinatos que estaban cometiendo. Esta
vez la Cruz no acudió en auxilio de la Espada. Tratar de imponer
la reconciliación entre los familiares de las víctimas y
sus verdugos es sádico desde un punto de vista individual, e irrelevante
para la sociedad. La reconciliación es un concepto religioso, que
no puede inyectarse por la fuerza en la vida política secular.
Ni leyes ni decisiones políticas pueden dictar afectos y suprimir
sentimientos. Algunos conflictos suscitan emociones que durarán
por toda la vida de los contemporáneos y que deben ser respetadas.
El único cimiento sólido apropiado para construir un futuro
distinto es el compromiso de todos los ciudadanos, civiles y militares,
de subordinarse a la ley, de respetar sus procedimientos y aceptar sus
veredictos, sin recurrir a ninguna clase de trucos ni atajos. Vale la
pena recordarlo, ahora que se acerca el día del juicio.
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