Por Julio Nudler
Cuando el lunes pasado en casa
del vecino el dólar se encaramó por encima de los dos reales,
la Argentina recibió la primera mala noticia externa en bastante
tiempo. El mundo, que parecía mostrarse tan amigable últimamente,
volvía a gruñir. Y aunque el deslizamiento de la moneda
brasileña se detuvo momentáneamente, la impresión
es que va a continuar. El pronóstico se funda en el impacto emocional
que les provoca a los brasileños el déficit comercial con
que han comenzado el 2001: 560 millones de dólares en enero, contrariando
absolutamente su predicción de un superávit de 600 millones
para todo el año. Esto no quiere decir, sin embargo, que la depreciación
del real resulte tan funesta como suele creerse para la Argentina. Lo
que realmente cuenta es la tasa de crecimiento del gran país contiguo.
De ella dependen verdaderamente las exportaciones destinadas a ese mercado.
En palabras de Arturo OConnell, experto en economía internacional:
Si para crecer los brasileños necesitan devaluar, ¡bienvenido
sea!. Y todo indica que, tras crecer 3,9 por ciento en el 2000,
la economía del socio mayor del Mercosur seguirá agigantándose,
a mayor ritmo aún, este año. De todas maneras, cualquier
atisbo de desestabilización cambiaria en Brasil provoca temblores
en la Argentina.
No hay blindaje que sirva ante una crisis pronunciada de la economía
brasileña, advierte Ecolatina, la consultora de Roberto Lavagna.
Pero de inmediato se pregunta si algo anda seriamente mal en Brasil
que se esté manifestando en una incipiente corrida cambiaria,
para responder que no. De todas formas, en los primeros días
de febrero subió 25 por ciento la demanda de seguros de cambio,
y también trepó la prima de riesgo país. El jueves,
para aliviar la fiebre, resolvieron restringir las compras de dólares
por parte del Tesoro brasileño, que los necesita para cubrir los
vencimientos de la deuda. Pero tarde o temprano tendrá que salir
a adquirirlos en el mercado. Entretanto, el Banco Central se abstuvo de
intervenir para sostener el real, como confirmando la impresión
de que está dispuesto a tolerar su baja para enderezar el balance
comercial. Al enrarecimiento del clima contribuyeron las tensiones políticas,
que amenazan complicarse en los próximos meses, hasta las elecciones
parlamentarias de octubre (también allí), y pueden llegar
a afectar el ingreso de capitales. Paralelamente, continúa la puja
entre el gran lobby industrial de San Pablo y los sectores más
aperturistas.
A pesar de que sufrió la disparada del petróleo y la caída
en el precio de sus exportaciones, Brasil logró crecer un 3,9 por
ciento en el 2000, con aumento del empleo (la tasa de desocupación
promedió el 7,1 por ciento, la mitad que en la Argentina, con un
piso del 4,2% en diciembre último) y una inflación controlada
(que resultó de sólo el 6 por ciento, tres puntos inferior
a la de 1999). La expansión productiva tampoco se vio dificultada
por la severa política de ajuste fiscal, que logró cerrar
el año con un superávit primario (antes de pagar los intereses
de la deuda) equivalente a un 3,9 por ciento del PBI, mayor que la meta
comprometida con el Fondo. De todas formas, ese superávit no llegó
a cubrir ni la mitad de la factura de intereses, que significó
un 8% del Producto (poco, sin embargo, en comparación con el 13,2%
de 1999). El pasivo líquido del Estado sigue equivaliendo a un
49,5% del PBI, con lo que está lejos de haber perdido su poder
perturbador. Pero la deuda pública interna, que a mediados de 1999
vencía en promedio a los siete meses, tiene hoy un plazo medio
de vencimiento mucho más desahogado de quince meses.
Aunque fue el menor desde 1995, el déficit comercial volvió
a hacerse presente en el 2000, con cerca de 700 millones de dólares.
Pero a pesar de los precios desfavorables, las exportaciones se expandieron
un 15 por ciento, hasta superar levemente los 55 mil millones. El conjunto
de la cuenta corriente del balance de pagos, que incluye los servicios
reales y financieros, arrojó en el año un déficit
de u$s 24.600 millones, equivalente a 4,2% del Producto, próximo
a niveles que pueden considerarse críticos. En concreto, si la
brecha del déficit comercial siguieraampliándose, acercando
el rojo de la cuenta corriente a los temibles cinco puntos del Producto,
a los inversores extranjeros comenzarían a retumbarles señales
de alarma. Con los últimos datos se proyecta para el 2001 un rojo
de 26 mil millones, aunque el panorama puede ennegrecerse si Estados Unidos
cae efectivamente en recesión. Si bien no en la medida de las economías
asiáticas, la brasileña es sensible mucho más
que la argentina a los ciclos del mercado norteamericano. En todo
caso, otra notable diferencia con la Argentina es que Brasil pudo financiar
el total de su déficit externo con la afluencia de inversiones
extranjeras directas, las que en el 2000 sumaron un record de 30.500 millones
de dólares. De ese total, unos 7000 millones fueron atraídos
por las privatizaciones. Mientras la industria argentina opera con amplios
márgenes de capacidad ociosa, la brasileña está funcionando
a pleno de su capacidad instalada, y justifica así nuevas inversiones
para expandirla.
Lo cierto es que también en Brasil el crecimiento conduce a presiones
sobre el balance comercial, que se transmiten a su vez al tipo de cambio
flotante. En la medida en que la depreciación del real no cierre
la brecha, el país dependerá más del financiamiento
externo, volviéndose más susceptible al cambiante humor
de los mercados. En este sentido, podría sufrir si los capitales,
asustados por un bajón estadounidense, optaran por buscar refugio
en los títulos europeos, esquivando los riesgosos países
emergentes. Peor aún si esto ocurriera ya durante el segundo trimestre
de este año, cuando a Brasil le vencen obligaciones con el exterior
por casi 8000 millones de dólares. Habrá que ver si el Comité
de Política Monetaria, que debe reunirse esta semana, se atreverá
en las actuales condiciones a bajar nuevamente la tasa de interés
de regulación del mercado de dinero, llamada Selic, ahora fijada
en un 15,25 por ciento anual. Mantenerla sin variantes equivaldría
a un gesto de precaución, pero renunciando a un arma utilizada
en los dos últimos años para azuzar el crecimiento de la
economía.
De todos modos, mientras la Argentina sigue debatiéndose en la
duda sobre el curso futuro de la economía real, la Fundación
Capital no vacila en afirmar que Brasil ingresó ya en una etapa
de crecimiento sostenido. Para este año pronosticaba hace pocas
semanas una expansión real de 4,1 por ciento en el Producto Bruto;
una Inversión Interna Bruta equivalente al 20,7% del PBI; una inflación
minorista del 4,2%; exportaciones por 61.100 millones de dólares,
contra importaciones por 57.700 millones; un superávit fiscal primario
de 3% del PBI, y una tasa de desempleo del 6,8 por ciento. Quizás
a la luz de los nuevos datos deba retocar estos vaticinios, sobre todo
para el comercio exterior, pero es improbable que Brasil desista de cualquiera
de sus dos grandes obsesiones: crecer cuanto pueda y exportar tanto como
los mexicanos, aunque su vecino sea la Argentina y no Estados Unidos.
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