RAFAEL A. BIELSA.
Teoría del cadáver
de la Nación
La interpretación del 17 de octubre del 45 que en
su momento hizo el diario Orientación se hacina en la caricatura
de su portada: subidos sobre la caja de un camión lleno de
delincuentes, un individuo con antifaz y gorra a cuadros (que se
suponía era el general Perón), junto a una corista
de pollera con tajo y medias caladas (que representaba a Evita)
hacían molinetes con una caña de pescar en cuyo anzuelo
habían encarnado una salchicha, que le metían en la
boca a un obrero (el cabecita negra) con los ojos vendados.
Pero si ésa era la historia que escribían los que
creían que iban a ganar, eso quería decir que había
otra historia. Con infinita piedad, con recogimiento luctuoso, el
poeta Néstor Perlongher compondría más tarde
El cadáver: entre cervatillos de ojos pringosos
y anhelantes / agazapados en las chapas, torvos / dulces en su melosidad
de peronistas; así describe la marcha de la cureña
con el cadáver de Eva, con dos millones de personas detrás
a paso acongojado.
Me propongo contestar Masas y teoría revolucionaria,
el escrito de Mariano Ciafardini aparecido el domingo 4 de febrero.
La nota es original y es buena; eso sí, la parte buena no
es original, y la original no es buena. Por ello, resulta fundamental
preguntarse: ¿cuál es el debate? Como simple criterio
ordenador, propongo dividir la exposición en confusiones,
anacronismos y descalificaciones.
Acierta Ciafardini cuando afirma que el peronismo no era marxista.
Tampoco Emiliano Zapata era marxista, ni peronista siquiera, lo
que no le impidió ser un revolucionario y hacer la reforma
agraria. Se confunde, luego, cuando fija dicho requisito para movilizar
la acción de las masas.
Marxista, eso sí, fue el régimen que permitió
los gulags donde se exterminaron millones de azerbaijanos, estonios
y lituanos. Comunista, el régimen que en la plaza Tiananmen
de Beijing masacró a líderes opositores y estudiantes,
sin que hasta hoy se les haya oído una sola autocrítica,
como sí se la hicieron respecto del pase a la clandestinidad
del año 75 los disparados al infinito (al
decir de Ciaffardini) jefes montoneros Firmenich y Perdía.
Esto no niega las virtudes de las revoluciones rusa y china, sino
que habla de sus desnaturalizaciones porque no hay laboratorios
para probar la historia y reafirma que el carácter
de peronistas no les quitaba a los proletarios argentinos su condición
de masa, ni su posibilidad de ser sujeto histórico
de la transformación.
También acierta cuando cita que la cabeza de la emancipación
es la filosofía y su corazón, el proletariado. Salvo
que no hay contradicción entre esa afirmación y la
actitud del pueblo peronista, que resistió armado la sucesión
de gobiernos democráticos proscriptivos y gobiernos militares
que lo reprimían, y proscribían al radicalismo, el
otro gran partido mayoritario de la Argentina. Bella cita, pero
a los efectos para los que fue utilizada, como dijera Osvaldo Lamborghini,
emite un brillo de fraude y neón.
Finalmente, Ciafardini confunde las cuentas. Efectivamente, la clase
obrera era peronista, mal que le pese; no hay mejor prueba que recordar
que la izquierda que se sumó a la insurgencia peronista (las
FAR de Olmedo por excelencia) lo hizo precisamente buscando al proletariado.
En la elección del 11 de mayo de 1973, Cámpora-Solano
Lima sacaron el 49.53 por ciento de los votos. Los candidatos del
radicalismo (Balbín-Gammond), el 21.29 por ciento; los de
la Alianza Popular Federalista (Manrique-Martínez Raymonda),
el 14.91 por ciento, y los de la Alianza Popular Revolucionaria
(Alende-Sueldo), el 7.43 por ciento. En las del 23 de setiembre,
el peronismo (Juan Perón) sacó el 61,86 por ciento;
el radicalismo (Balbín) el 24,42 por ciento, y la Alianza
Popular (Manrique) el 12,20 porciento. Suscribir que el voto de
las fuerzas minoritarias tenía una composicióntan
popular como el peronismo o es una confusión del autor,
o es un intento de inducir a la confusión histórica.
La Unión Cívica Radical de entonces, Ciaffardini,
era un partido diferente del actual, que acepta el discurso de construcción
aliancista con el Frepaso, que no es la Alianza Popular Revolucionaria
del 73. Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos;
algunos más que otros.
Perlongher, en El cadáver, describe: en
esa noche de veinte horas / en la inmortalidad / donde ella entraba
/ por ese pasillo con olor a flores viejas / y perfumes chillones
/ esa deseada sordidez /nosotras / siguiéndola detrás
de la cureña. Luego ese cadáver de Eva sería
ultrajado, como el nombre de su esposo, durante décadas.
Seguidamente, encontramos el rubro anacronismos. ¿Vamos
a insistir en cortar el pensamiento y la experiencia con pesas y
medidas caídas en desuso? ¿No vamos a analizar los
resultados prácticos de la fraseología, prefiriendo
a ésta porque es más políticamente correcta
que aquéllos? Una cosa es analizar el pasado desde la experiencia
de hoy, cual es la propuesta fecunda, y otra muy distinta es condenarlo
hoy con el diario del lunes en la mano, y el resultado puesto.
Esos tajos de sastre estrábico sólo cortan la carne,
no el casimir, y el dolor produce odio en quienes lo padecen. Pertenecen
a un paisaje mesozoico, que nos ancla en el pasado, nos fondea y
no nos permite mirar hacia delante.
Con infinita emoción, Perlongher susurra su poema El
cadáver de la Nación: tripas de bicicletas
en manubrio, / cilicio de cilindro, al interior del país
/ adosaría su soirée, convulso, si tardes / en las
rocas bañadas o teñidas (tañidas) por / los
rizos de la espuma. Habla del cadáver, tantas veces
deshonrado, de Eva Perón. La poesía es un arma
cargada de futuro.
Y, finalmente, visitemos el escaparate de las descalificaciones,
mirándolas por su nombre. Lo que hace Ciafardini cuando dice
que ser peronista era formar parte de una masa de obreros
y empleados cuyo único deseo era ser beneficiad(a) por los
servicios sociales (como reza la propia marcha partidaria)
que estuvieron vigentes del 45 al 55 sencillamente
se llama odio de clase. Semejante descalificación, que tanto
daño hizo a esta patria, hacía años que no
era expresada de modo tan cachafaz.
Masa, machaca Ciaffardini, que ni por asomo estaba
todavía decidida a luchar (arma en mano si fuera necesario)
por el socialismo, en el sentido en el que Marx lo entendía.
Sin ninguna duda, lo que no quiere decir que no estuviese dispuesta
a rebelarse contra la opresión, con armas, piedras y hasta
tiza entre las manos, como lo demostró al poco tiempo. Creo
que nadie, hoy, en la Alianza, osaría hablar del movimiento
justicialista (al que pertenecí), con semejante desdén
e irrespeto, el único movimiento cuya lista de mártires
del 55 en adelante es interminable.
Una demasía que el autor comete en este párrafo es
negar a Darwin Passaponti, el único muerto del 17 de octubre
supliciado por un grupo comunista frente al diario Crítica,
a los centenares asesinados a bomba viva en los bombardeos de Plaza
de Mayo, a Valle, a Vallese, a los Lizaso, a Walsh. La vida
por Perón, Ciaffardini, que no figura en la marcha
partidaria, tampoco era una consigna abstracta. La otra demasía
es que les niega a los miembros de la guerrilla montonera que dieron
su vida por Perón, la condición de peronistas por
la que murieron, transformándolos en pequeño burgueses
post morten. Para mí, ya es demasiado.
Para concluir, en el comienzo de su nota, Ciafardini dice que el
debate sobre los 70 puede hacerse desde tres posiciones, y que la
propia consiste en que sigue creyendo en que hay que cambiar estructuralmente
el sistema capitalista. Esto es, habla de acción, no de ideas.
Si hablara sólo de ideas, el párrafo no hubiera merecido
réplica; desde la perspectiva de laacción, la masología
(o especialidad en masas) ha solido dar de sí
repetidos inspectores de revoluciones con domicilio fijo, esto es,
de gestas concluidas, no por abordar, adonde resulta posible concurrir
y disfrutar de combinaciones variadas de arena fina, mulatas exuberantes
y ron caribeño.
Sentado a la mesa donde se expone en todo su esplendor y en toda
su miseria el cadáver de la Nación, Ciafardini lo
sazona teóricamente con confusiones, anacronismos y descalificaciones,
pensando que triunfará cuando alguien le sirva en bandeja
y al dente la estrategia de lucha de masas.
Eso, en otras palabras, quiere decir que habrá otra historia.
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JOSE PABLO FEINMANN.
A modo de conclusiones
Toda conclusión, cuando es sensata, cuando se estructura
conociendo los límites del conocimiento, cuando sabe que
la verdad se construye por medio de uno y mil relatos diferentes,
cuando sabe -.incluso que la verdad es una conquista política,
que siempre estamos luchando por ella, toda conclusión, entonces,
es provisoria. De este modo, no hay conclusiones cerradas porque
no hay interpretaciones cerradas. Esto no nos tiene por qué
llevar al vértigo hermenéutico posmoderno -.tipo,
digamos, Vattimo, donde todo concluye en un relativismo infinito
y desapasionado, sino que tiene que volvernos personajes abiertos
a las conclusiones de los otros y a la historicidad de nuestras
propias conclusiones. Voy a ejemplificar. No hace mucho leí
una excelente nota de Susana Viau. (Nota: este texto abundará
en nombres propios y eludirá eufemismos. Si Susana Viau escribió
una nota, no será señalada como una conocida
periodista, será, como es, Susana Viau. Si la nota
de Viau polemizaba con otra del vicedirector de este diario, el
vicedirector será, como es, Martín Granovsky; si un
ideólogo de la derecha militar argentina dijo que de
la ESMA muchos salieron vivitos y coleando, ese señor
será, como es, Vicente Massott y si el gobernador de la provincia
de Buenos Aires durante el Proceso prometió hasta fusilar
a los tímidos ese señor será, como es o era,
el general Saint-Jean.)
Volvemos a la nota de Viau. Polemizaba con una defensa que Granovsky
hacía de Jacobo Timerman. Creo que, en lo concerniente a
Timerman, Viau tenía razón. Pero había un punto
discutible. Refiriéndose a la discusión sobre los
años setenta decía que ese relato -.aunque aún
no había sido escrito ya estaba escrito y se refería
a que existía una memoria que atesoraba ese relato, que lo
había ido construyendo a lo largo de los años y que,
ya, lo había construido para siempre. Creo que no es así.
Supongo que seguiremos construyendo ese relato a través de
incesantes divergencias. Supongo también que hablamos de
algo porque tiene un significado para nuestro presente. Hoy tiene
un imperioso sentido hablar de la militancia, del compromiso político,
de las estrategias de rebeldía y de la lucha armada. Temas
que laten con estridencia cuando hablamos de los años setenta.
Esta discusión, por otra parte, nos aleja del significante
único del imperio informático-comunicacional que postula,
sí, la constitución acabada de un solo relato: el
del Poder.
Sobre el tema de la lucha armada de Montoneros (que estructura el
libro de Bonasso sobre la clandestinidad o la reciente biografía
de Galimberti) será altamente aconsejable partir de la siguiente
anotación: no hubo una sola violencia que surgía de
dos extremos (la ultraizquierda y la ultraderecha) como postula
el prólogo sabatiano del Nunca más. La guerrilla de
los setenta (que se inicia con el asesinato político de Aramburu)
buscó acompañar un proceso masivo, social y político.
Fueron jóvenes de clase media ahogados por gobiernos ilegítimos,
antidemocráticos, anticonstitucionales. Sus cuadros más
lúcidos no se asumieron como vanguardia sino
en tanto brazo armado de un movimiento proscripto como
lo era el peronismo en esos años. Lograron, así, apoyo
y reconocimiento popular. Aun en su más profundo extravío
jamás pueden ser equiparados con el terrorismo de un Estado
que arremetió contra todas las conquistas sociales y políticas
de la clase obrera argentina y los sectores de izquierda que la
acompañaron. Por decirlo así: la guerrilla extravió
su rumbo, se sustantivó, se divorció de las bases,
se equivocó, pero no nació perversa. Su proyecto fue
luchar junto a las masas por la conquista de la legitimidad política
de un movimiento popular largamente proscripto. Jamás será
lo mismo un militante equivocado que un torturador, que un militar
fascista. O sea, no hubo dos demonios. No hubo dos bandos.
Hay dos proyectos y dos historias absolutamente diferenciadas. (Nota:
excluyo de esta consideración a las acciones del ERP. Al
rechazar la opción por las masas que intentó Montoneros
durante el período anterior a su sustantivación, a
su clandestinismo, todas las acciones del ERP se inscriben en el
más puro foquismo y su opción fue siempre por los
fierrosantes que por la política. El asesinato de Hermes
Quijada casi justifica la no entrega del gobierno a Héctor
Cámpora por parte de Lanusse. El almirante Mayorga dijo en
un discurso: Cuesta sustraerse a la tentación de ordenar
antes el país, y recién entregarlo después.
El ataque a la guarnición de Azul le permitió a Perón
-.calzándose el uniforme de teniente general liquidar
el gobierno de Oscar Bidegain. El ataque a Monte Chingolo selló
para siempre el destino de la política a comienzos de 1976
y fue una alfombra dorada para el golpe militar.)
Cuando presenté el libro de Bonasso dije que estaba escribiendo,
no el Diario de un clandestino como Miguel había escrito,
sino el Diario de un perejil de superficie. Los perejiles
fueron los militantes que se asombraron y hasta se indignaron con
el asesinato de Rucci. Los militantes que quedaron para las balas
fáciles de la Triple A cuando Montoneros pasa a la clandestinidad.
Los que -.por varias y complejas razones no se fueron del
país y tuvieron que vivir en medio del terror y en medio
de una guerra desatada desde el Estado y a la cual una
guerrilla solitaria, sin ningún anclaje masivo, popular o
político, entregaba un marco justificatorio.
La represión fue totalizadora. Se desató sobre todos
aquellos ubicados, por decirlo así, del centro a la izquierda.
Esta masividad represiva se expresó desde la provincia de
Buenos Aires, cuya policía, no casualmente, estaba en manos
de Ramón Camps. Es decir, fue desde la provincia de donde
provino un discurso de inusual y terrorífica sinceridad,
diferente, por ejemplo, al del cinismo masseriano que hablaba de
ganar la paz. No, los guerreros de la gran provincia
fueron claros. Hubo, así, una generalizada amenaza de muerte
que partió desde sectores militares y civiles. La Nueva Provincia
respaldó el ataque a la Universidad de Bahía Blanca
que desató el general Vilas bajo la consigna de combatir
la subversión cultural. Cualquier profesor que
hubiese puesto en la bibliografía de su materia un libro
considerado subversivo podía esperar lo peor.
El gobernador de la provincia, general Saint-Jean, lanzó
su célebre proclama que culminaba proponiendo el fusilamiento
de los tímidos, luego de los subversivos, los amigos y los
familiares de los subversivos. Y, en diciembre de 1976, recuerdo
(la memoria del miedo es infalible, se lleva eternamente en algún
lugar estremecido y lastimado de la conciencia) que el ministro
del Interior del gobernador (bajo cuyo ministerio político
funcionaba la policía de Camps) declaró -.como quien
abría una nueva etapa del Proceso de Reorganización
Nacional que la subversión había sido un movimiento
muy vasto en el que habían intervenido periodistas, escritores,
historietistas y (jamás olvidaré esta frase) profesores
de todos los niveles de la enseñanza. Concluía
pronosticando que a todos ellos irían deteniendo los
comandos de las fuerzas armadas. Ese señor se llamaba
Jaime Smart; no sé quién es, ni dónde está,
ni qué hace. Sé que jamás pude olvidar esas
palabras y que es un deber cívico (para mí, al menos,
que no las olvidé) recordarlas. Expresan lo que Theodor Adorno
llama insaciabilidad del principio persecutorio.
Apunto a señalar lo siguiente: en tanto desde el exterior
la lógica guerrera y clandestina y sustantivada y ajena a
toda política con anclaje popular de los Montoneros desataba
trágicos delirios bélicos como la contraofensiva del
79, aquí, en el masacrado territorio nacional, estábamos
en manos de la insaciabilidad persecutoria del Estado
terrorista. Y esa insaciabilidad se exasperaba, se tornaba más
insaciable ante cada acción miliciana, ante cada acción
de la guerrilla. ¿No ven? exclamaban satisfechos.
Estamos en guerra. En toda guerra mueren inocentes, hay excesos
y suciedad. El Estado militar utilizaba todo para matar la
disidencia. Si ganaban el Mundial, era para matar, es decir, para
tener mayor margen político y profundizar la represión.
Para pasar el peine fino. Para liquidar el sofisticado
aparato de superficie, la subversión cultural,
para entregar a los comandos a esos profesores de todos los
niveles de la enseñanza que habían tramado ideológicamente
a lasubversión. Las ideas trajeron hechos, escribió
un periodista de esos años. Fue Mariano Grondona y fue en
El cronista comercial.
En suma, ¿sobre qué estamos debatiendo? Sobre -.conjeturo
la inviabilidad de toda forma de lucha armada en la actualidad.
No sobre la muerte del espíritu de rebeldía, sino
sobre la desdicha de la guerra. La rebeldía es nuestro horizonte,
ya que es una inmoralidad no rebelarse ante la impiedad de un sistema
como el que nos atenaza hoy. Pero la rebeldía se vehiculiza
a través de la política, no de los fierros. Busca
la defensa y la dignificación de los oprimidos, de los marginados
y ellos no son clandestinos. Viven y sufren de cara al sol.
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