En tiempos de Kissinger y Nixon, el acercamiento EE.UU.-China era llamado
la diplomacia del ping-pong. Aunque sea por ayer, la política
exterior del presidente norteamericano George Bush podría llamarse
la condolencia del arroz. Primero, porque la Casa Blanca tuvo
que salir a pedir disculpas al gobierno japonés por el accidente
ocurrido al sur de la isla de Oahu, Hawai, donde un submarino nuclear
norteamericano chocó, aparentemente por una falla humana, a un
buque escuela japonés con 35 personas a bordo. De ellas, 26 ya
fueron rescatadas, pero las restantes nueve permanecen desaparecidas.
Y segundo, porque ayer la consejera de la Casa Blanca para la Seguridad
Nacional, Condoleezza Rice (arroz, en inglés), lanzó una
declaración provocativa: Rusia es un peligro para Occidente.
En la misma línea irritante, Bush defendió en un mensaje
radial el proyecto del Sistema de Defensa Antimisiles (NMD, por sus siglas
en inglés), resistido por Europa, Rusia y China.
La señora Arroz se preocupa hace mucho por Rusia: se hizo experta
en la Unión Soviética en la Universidad de Stanford y de
allí pasó a ser miembro del Consejo Nacional de Seguridad
desde 1988 en el gobierno de George Bush padre. Su nombramiento como asesora
de Seguridad Nacional en el área por Bush hijo hizo pensar que
la línea de la nueva Casa Blanca respecto de Rusia iba a ser dura,
ya que por eso (entre otras cosas) se la conoce a Rice. Efectivamente,
parece ser así. En declaraciones publicadas ayer por la revista
francesa Figaro Magazine, que es un extracto de una entrevista a Rice
de la revista Política Internacional, la funcionaria dijo creer
sinceramente que Rusia es una amenaza para Occidente en general
y para nuestros aliados europeos en particular. Tenemos razones para temer
eventuales transferencias de tecnología nuclear proveniente de
los rusos. La asesora de Seguridad Nacional también criticó
la política del ex presidente Bill Clinton con respecto de Rusia
y de las guerras humanitarias tan caras a su ex gestión. Somos
favorables a la intervención militar de Estados Unidos en el caso
de un peligro confirmado o potencial para nuestros aliados, pero
Rice se opuso decisivamente a cualquier participación decidida
a la ligera, so pretexto de cumplir una misión humanitaria.
Hasta las casualidades colaboran para que Estados Unidos aparezca
especialmente irritante a ojos del mundo en estos días. El accidente
en Hawai llega sólo cuatro días después de que se
conociera que Earl Haliston, comandante de las fuerzas norteamericanas
en la isla japonesa de Okinawa, calificó de idiotas
y de gallinas mojadas a funcionarios japoneses en un e-mail
enviado a sus colegas.
Según Hisao Onishi, capitán del Ehime Maru un
buque de instrucción de la Escuela Secundaria de Pesca de Uwajima,
el submarino apareció súbitamente, lo que provocó
el choque. El Pentágono no explicó las causas del accidente,
pero el testimonio de Onishi confirmaría que se trata de una falla
humana, ya que se supone que la maniobra de salida a la superficie de
un submarino debe ser antecedida por la utilización de un sonar
y de un periscopio. Buques y helicópteros de la Marina norteamericana,
incluido el propio submarino USS Greeneville, buscan a los
desaparecidos en las aguas del Pacífico, aunque son pocas las posibilidades
de encontrarlos con vida.
OPINION
Por el contraalmirante Eugene Carroll Jr. *
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Un almirante pide
ayuda contra Bush
Con la instalación de un nuevo presidente en la Casa Blanca,
estamos al borde de una prueba temprana de la relación
especial entre Gran Bretaña y Estados Unidos. El tema
en cuestión es el fuerte compromiso de George Bush al pronto
emplazamiento de un robusto sistema nacional de defensa misilística
(NMD en inglés).
La ilógica peligrosa de este compromiso es evidente en el
simultáneo llamado de Bush en favor de grandes reducciones
en las cantidades de armas nucleares estratégicas rusas y
norteamericanas. Llamar al mismo tiempo a un pronto emplazamiento
del sistema NMD y a grandes reducciones en armas nucleares sugiere
que Bush ignora que tanto Rusia como China han advertido repetidamente
que cualquier sistema NMD que viole el tratado de Misiles Antibalísticos
de 1972 (ABM) estimulará un aumento de las armas nucleares,
no su reducción. Desgraciadamente, no es difícil pensar
que Bush no tiene idea de este peligro porque carece de experiencia,
conocimientos o interés previos en temas de seguridad internacional.
Como Bush se ha rodeado de asesores de seguridad que son halcones
de la Guerra Fría provenientes del equipo del primer presidente
Bush, parece improbable que vaya a escuchar de ellos palabras de
advertencia. Lo que se necesita desesperadamente es asesoramiento
experimentado, objetivo y firme de los aliados más próximos
de Estados Unidos, que son los que sufrirán las consecuencias
de una mala decisión en Washington. Es muy fácil para
los halcones descartar las amenazas de Rusia y China, pero les será
mucho más difícil ignorar objeciones razonadas de
los mejores amigos y los socios de seguridad indispensables de Estados
Unidos.
Hoy Estados Unidos y Rusia siguen trabados en una confrontación
de Guerra Fría, con cerca de 5000 cabezas nucleares de guerra
en estado de alta alerta, listas para ser lanzadas en menos de 15
minutos. La poca estabilidad existente descansa en un frágil
entramado de acuerdos de control de armas que gradualmente han cortado
las cantidades por la mitad desde el pico de casi 25.000 armamentos
estratégicos en 1989. Ya hay conversaciones en marcha que
podrían reducir aquel total a 3000 si se acepta la propuesta
rusa de 1500 armas por cada lado. Esto no ocurrirá -no puede
ocurrir si Estados Unidos abroga el tratado ABM, que es la
base de todos los acuerdos de control de armas. Todo esfuerzo constructivo
de reducción de armas llegará a su fin. La inestabilidad
volverá, no sólo entre Estados Unidos y Rusia sino
en China, India y Pakistán.
Aún más, Rusia está enviando señales
de que tal inestabilidad la forzará a depositar un mayor
énfasis para su seguridad en su arsenal de sistemas nucleares
tácticos, de corto alcance. Estas armas no suponen una amenaza
para Estados Unidos, sólo para los vecinos de Rusia en Europa
y Asia.
Por suerte, Gran Bretaña tiene una razón importante
para pronunciarse sobre el tema, así como palancas para mover
en Washington, donde la necesidad de previsión y de sentido
común nunca ha sido mayor. Las dos palancas son Fylingdales,
la estación de radar de la Real Fuerza Aérea en Yorkshire,
en el norte de Inglaterra, y el rol futuro de la OTAN en la seguridad
europea. En una muestra de engreimiento de superpotencia, los actuales
planes norteamericanos para el sistema NMD dan por sentado el asentimiento
de Londres para poner en marcha una importante modernización
de las instalaciones de detección y seguimiento de radares
en Fylingdales. Esta modernización haría de Londres
un cómplice voluntario en la abrogación norteamericana
del tratado ABM, además de crear un importante blanco nuclear
en territorio británico. También existe la casi certeza
de que en términos políticos internos Fylingdales
se volverá otro punto de confrontación similar al
de la ex base de misiles Cruise en Greenham Common, en el oeste
de Londres. Incluso los republicanos recordarán el rol que
ese lugar jugó en la remoción de los misiles de cabeza
nuclear basados en tierra Cruise y por último a su destrucción
bajo el tratado de fuerzas nucleares de alcance medio (INF) de 1987.
Aún más importante, el respaldo británico es
esencial para que Estados Unidos logre mantener la primacía
de la OTAN sobre otros arreglos de seguridad europeos. Sin ese respaldo,
el péndulo inevitablemente se volcará en favor de
la Unión Europea y silenciará la voz dominante de
Estados Unidos en Bruselas. Puede que esto ocurra en cualquier caso,
pero Washington detestará la noción de acelerar este
proceso.
Hay un dicho norteamericano: uno no deja a los amigos que manejen
borrachos. Este es el momento para usar la relación
especial entre Gran Bretaña y Estados Unidos para decirle
a un nuevo presidente, con escasa comprensión de la política
externa, que Estados Unidos parece intoxicado con su papel de superpotencia
única.
* El contraalmirante Eugene J. Carroll integró el Estado
Mayor de Alexander Haig en Europa de 1977 a 1979 y fue director
de operaciones para las fuerzas militares norteamericanas en Europa
y Medio Oriente.
De The Guardian de Gran Bretaña,
especial para Página/12.
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