Las negociaciones de paz en Medio Oriente están suspendidas hasta
que termine la intifada palestina. Ya lo declaró el primer ministro
electo Ariel Sharon, y en Israel no hay muchos que se lo discutan tras
su aplastante victoria electoral del 6 de febrero. Era lógico entonces
que mientras el levantamiento palestino seguía ayer su curso cotidiano
(5 heridos en Gaza), Sharon se esté ocupando tranquilamente de
la formación de su gabinete y la elaboración de la futura
estrategia hacia los palestinos. Hoy el premier se reunirá con
los jefes de los servicios de inteligencia exterior (Mossad) e Interior
(Shin Bet), y anteayer ya había hablado con el jefe del Estado
Mayor, Shaul Mofaz. En consonancia con una clase política israelí
que parece haber descubierto súbitamente que Sharon no era tan
malo después de todo, Mofaz aseguró ayer que ni el premier
ni el ejército se lanzarían a una aventura militar.
Esto no debe haber tranquilizado demasiado al líder palestino Yasser
Arafat. Su situación se está tornando muy desesperada sin
que haga falta una invasión israelí. Los territorios bajo
su control están siendo estrangulados económicamente por
el bloqueo israelí, y ayer el embajador norteamericano Martin Indyk
advirtió que el colapso definitivo ocurriría en menos de
tres meses, lo que coincide con el pronóstico de la ONU. Pero Arafat
no tiene muchos medios para romper este cordón sanitario, ni por
la razón ni la fuerza. Un nuevo llamamiento suyo para retomar las
negociaciones fue directamente ignorado ayer por el gobierno israelí,
y el ex premier laborista (y posiblemente el próximo ministro de
Defensa) Ehud Barak ya le comunicó que las generosas concesiones
realizadas bajo su gobierno ya no tenían vigencia. Y no hay muchas
esperanzas de un quiebre en el frente político en Israel, donde
el mismo Shimon Peres, con quien Arafat compartió el Premio Nobel
de la Paz en 1994, se declaró dispuesto a integrar el gabinete
de Sharon, posiblemente como canciller.
Rechazado en Israel, Arafat intenta armar una contraofensiva diplomática
de la comunidad internacional. Pero hasta ahora no obtuvo muchos resultados.
La Casa Blanca de George W. Bush se mostró francamente indiferente,
afirmando que el plan de paz de Clinton ya no era política oficial
y pidiendo que se le dé una oportunidad a Sharon, con
quien el secretario de Estado Colin Powell se reunirá el 23 de
febrero. Los países árabes, mientras tanto, hacen los gestos
que exige la situación, cada uno acorde con su perfil en la región:
Siria llamó a un boicot árabe contra Israel,
Jordania pidió a Sharon que retome las negociaciones, y Egipto
advirtió al premier que si no cambiaba las posiciones que había
sostenido en su pasado como super-halcón, se generará
una situación muy grave que necesitará una reacción
árabe. En la capital jordana de Amman se creó un comité
de seguimiento de los países árabes para estudiar
los próximos pasos de Israel. Y eso fue todo.
Las otras armas de las que dispone Arafat son mínimas. Ayer Israel
retiró su cooperación a la comisión especial de la
ONU que investiga su represión de la intifada palestina. Uno de
los miembros del organismo intentó presionar al gobierno advirtiendo
que si no los ayudaba ellos no tendrían otra alternativa que consultar
a las ONGs israelíes (las mismas que denunciaron las violaciones
a los derechos humanos en la represión). Arafat no tardó
en asegurar que cooperaría del todo con la comisión, pero
a Israel nunca le importó demasiado la mala opinión de la
ONU. Al final, siempre queda la opción militar que empujan los
militantes palestinos en Cisjordania y Gaza. En una señal de que
la victoria de Sharon los está llevando a desplegar todo lo que
tienen, las milicias dispararon ayer morteros contra la colonia judía
en Netzarim. Pero hará falta mucho más poder de fuego para
quebrar la voluntad de Ariel Sharon.
LOS
KIBBUTZ FUERON LOS QUE MAS VOTARON EN CONTRA DEL LIKUD
Una isla dentro del giro a la derecha
Por Suzanne Goldenberg
*
Desde
Jerusalén
Cuando la sociedad israelí
se volcó a la derecha esta semana y eligió por mayoría
abrumadora a Ariel Sharon, solamente un grupo se quedó afuera:
los kibbutzim. El análisis detallado de los resultados del martes,
que muestran a unos kibbutz excepcionalmente leales a Ehud Barak, es la
prueba definitiva de la marginación de un movimiento que alguna
vez fuera la mayor fuerza cultural israelí: la fuente de los ideales
socialistas que inspiraron a su generación fundadora, y la cuna
de su élite militar y política.
En total, Sharon obtuvo el 63,6 por ciento de los votos en los comicios
del martes, mientras que el laborista Barak sólo llegó al
36,3 por ciento. Esta aplastante victoria superaba las divisiones tradicionales
de la sociedad israelí: los judíos ortodoxos, los inmigrantes
rusos y los israelíes oriundos del Medio Oriente se unieron a los
habitantes de las ciudades y los colonos en los solitarios asentamientos
en las colinas de Cisjordania para votar a quien siempre fue considerado
demasiado viejo y demasiado controversial como para ser electo.
Barak obtuvo el 77 por ciento del voto árabe-israelí, lo
que no le valió de mucho en medio de un boicot que redujo la asistencia
en las ciudades árabes de la región de Galilea al 14 por
ciento del padrón. El ex premier también venció a
Sharon en Tel Aviv, bastión de la elite liberal, pero por un margen
inusitadamente estrecho. Los únicos que se mantuvieron firmes y
presentes frente al embate derechista fueron los habitantes de los kibbutz,
quienes votaron a Barak en un 87,5 por ciento. Es un símbolo
de su lealtad hacia el campo de la paz que los crió y los nutrió,
dijo Asher Arian, politólogo del Instituto para la Democracia en
Israel. Pero estos lazos históricos fueron duramente golpeados
el miércoles, cuando Eli Goldschmidt, representante del movimiento
de los kibbutz en el Partido Laborista y uno de los directores de la campaña
de Barak, dijo a la televisión israelí que el partido era
una cueva de traidores, y pasó a anunciar su retiro
de la política.
El movimiento comenzó en Palestina hace aproximadamente un siglo,
inspirado en las ideas que traían los inmigrantes judíos
de Europa Oriental. Pero los resultados de las elecciones confirman que
ahora esos ideales son anacrónicos tras años en que los
kibbutz se han estado marginando dentro de la sociedad israelí.
Como nación, Israel se ha estado moviendo hacia la derecha
durante los últimos 30 años, explicó Natan
Tal, secretario del principal movimiento de kibbutz. No es una cuestión
de tendencias, ya ocurrió.
La agricultura fue alguna vez el centro de la vida en un kibbutz, en tiempos
en que sus miembros desafiaban la malaria para recobrar pantanos como
tierra fértil. Pero ahora sólo un quinto de las 116.500
personas que residen en kibbutzim trabajan como agricultores. Ahora la
labranza es realizada por trabajadores traídos de Tailandia, mientras
que los integrantes del kibbutz trabajan como oficinistas en ciudades
cercanas. Y la familia ha quebrado el colectivismo que antes unía
a todos con todos dentro de los kibbutzim. En varios de ellos ya ni siquiera
se come en el comedor comunal, en otros tiempos el foco de la vida social.
Anclado en la izquierda mientras el resto de la sociedad israelí
giraba a la derecha, el movimiento de los kibbutz también comenzó
a perder su carácter intocable en la vida nacional.
El mes pasado, por ejemplo, el diario liberal Haaretz publicó un
informe impactante sobre el crimen sexual en los kibbutz. Decía
que los centros de atención para víctimas de violaciones
recibieron centenares de llamadas de mujeres que fueron atacadas en los
días cuando los niños viven separados de sus padres. El
informe acusaba al movimiento de los kibbutz de ignorar a las víctimas
en aras de preservar la cohesión social de las comunidades. Fue
la segunda descarga reciente contra el movimiento. En setiembre, Haaretz
afirmó queaunque en teoría las granjas colectivas deben
proveer comida y alojamiento gratis a sus integrantes, un 30 por ciento
de éstos tenían tan poco dinero que ya estaban debajo de
la línea de pobreza. El diario entrevistó a algunos de más
de 40 años que fueron reducidos a hurgar los tachos de basura en
busca de zapatos viejos y a comer chalas de maíz en los campos.
El empobrecimiento es una historia de 20 años de caída de
ingreso y deserción en las comunidades. En la última década,
la población de los kibbutz de Israel fue disminuyendo constantemente
al mismo tiempo en que crecían sus deudas. Como la agricultura
ya basta como actividad económica, los kibbutz comenzaron a luchar
por encontrar caminos que les permitieran seguir existiendo. Algunos se
volcaron al turismo; otros se vieron forzados a vender tierras para la
construcción de shoppings o a vender sus bienes a inversores privados.
Yo esperaba un poco más que esto. Dimos todo lo que podíamos,
dice Yehudit Lovel, de 84 años, miembro durante 60 años
del kibbutz Ruhama. Jamas creí que sería así
como terminaríamos nuestras vidas.
* De The Guardian de Gran Bretaña. Especial para Página/12.
OPINION
Por Claudio Uriarte
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Vidas paralelas
De algún modo, las del israelí Ariel Sharon y el
norteamericano George W. Bush han empezado a ser esta semana vidas
paralelas: los dos han sido elegidos con el apoyo y necesitan
del consentimiento de la extrema derecha de sus países,
pero más aún necesitan ahora que son gobierno
acercarse al centro. La razón es el imperativo de gobernabilidad:
una alianza entre derecha y ultraderecha significa muy frecuentemente
que el programa y la práctica del gobierno caen en condición
de rehén de las exigencias extorsivas de la segunda, lo que
resulta inaceptable para el resto de la sociedad y tiene todos los
ingredientes de la inestabilidad.
En un principio, puede que Sharon recurra a formar una alianza con
los partidos de extrema derecha del Parlamento como fórmula
para un gobierno temporario que evite la convocatoria de elecciones
anticipadas dentro de unos 40 días. Una razón es que
el Parlamento está fracturado a niveles de atomización,
y el Likud, el frente de derechas que encabeza Sharon, detenta sólo
19 de sus 120 bancas. La otra razón es que la paliza electoral
de Sharon al desgastado gobierno laborista de Ehud Barak ha sido
tan feroz que el laborismo se encuentra en una tempestad interna,
y se necesitará algún tiempo antes de que las mentes
más frías prevalezcan.
Pero Sharon necesita de un gobierno de unidad nacional con los laboristas
y no de un gobierno de derecha-ultraderecha, por la simple razón
de que la reanudación de las negociaciones con los palestinos
resulta a la larga inevitable, y también porque la potencial
alianza derecha-ultraderecha es asimismo inestable y volátil,
al reunir bajo su carpa a fracciones que sólo tienen en común
su cerrada oposición a la paz, pero que difieren en cuestiones
internas explosivas como la religión. Por eso, Sharon un
derechista laico que también es un realista va a darles
un tiempo a los laboristas: hay que entender que en Israel un laborista
de derecha como Barak difiere muy poco de un miembro negociador
del Likud.
Algo parecido sucede en Estados Unidos. En su primera semana de
mandato, Bush salió a vender agresivamente su programa de
recorte de impuestos general como la panacea última para
evitar la recesión inminente. Sin embargo, en las conversaciones
recientes del presidente con los demócratas que detentan
la mitad del Congreso ha quedado claro que ese recorte no va a ser
tan general, y sus destinos serán más selectivos.
Lo mismo puede ocurrir con el escudo antimisiles, que en principio
es contradictorio con la racionalización militar ordenada
esta semana por George W.
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