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La Ley Pelé: ¿negocio bonito?

Por Gustavo Veiga

 

¿Qué cosas tiene Brasil que recrean el espíritu de los argentinos? Podría afirmarse que sus playas de aguas templadas, el samba, las garotas y el jogo bonito (cuando no lo sufrimos). Amén de sus coloridos carnavales. Desde hace un tiempo, también hay quienes intentan emular aquí las bondades que la denominada Ley Pelé le otorgó a poderosos grupos económicos de Europa y los Estados Unidos. Como si existieran modas que llegan con retraso a nuestro fútbol y nosotros acudiéramos a su encuentro con agrado. Ahí están, concebidos con problemas y transitando con muletas, los proyectos gerenciadores de Racing y San Lorenzo. Dos ejemplos de linaje criollo que ni siquiera merecieron una ley que los contemple.
Ahora bien, quienes pretenden extender la práctica de ceder los clubes a capitales foráneos, ¿conocen con detenimiento lo que ocurre hoy en Brasil en equipos poderosos como Flamengo, Vasco da Gama o Corinthians? ¿Saben qué sucedió con la panacea jurídica de los fundamentalistas del mercado futbolístico? ¿Están informados sobre la evolución de esos matrimonios por conveniencia entre las instituciones deportivas y los bancos o ciertas multinacionales?
Trataremos de explicarlo. En una serie de artículos de reciente aparición, “Pelé.Net”, la página que tiene en la web el mismísimo impulsor de las relaciones carnales con empresas como ISL o el Nations Bank, o fondos de inversión como el ya diversificado Hicks, Muse, Tate & Furst, se argumenta: “Aquello que parecía ser la salida para el caos financiero del fútbol brasileño se está revelando apenas como un problema. La mayoría de los clubes que consiguió encontrar un inversor no está satisfecha. Lo mismo pueden decir los inversores...”.
Hay dos situaciones que influyeron de manera notable para que el idilio inicial entre dirigentes y empresarios se esfumara como una voluta de humo. La primera es de índole jurídica. El 14 de julio del año pasado, fueron introducidas varias modificaciones en el texto original de la Ley Pelé (N° 9.615) del 24 de marzo de 1998, que regula todo el deporte en Brasil. Las influyentes sociedades (parcerías en portugués) que administraban casi media docena de clubes, quedaron mal paradas con respecto al texto original que había firmado la ex estrella del Santos cuando era ministro de Deportes. Por lo pronto, la ley ahora determina que el 51 por ciento del capital de una sociedad conformada entre un club y una compañía debe quedar en manos de la entidad futbolística.
El segundo factor que perturbó a los inversores es el estado generalizado de sospechas de corrupción que gobierna en el deporte que mejor juegan los brasileños. El año 2000 fue negativo por donde se lo mire. La investigación por evasión de impuestos que se le sigue a organizaciones deportivas, intermediarios, técnicos y jugadores, y que llevan adelante dos comisiones legislativas, ha puesto en jaque a la poderosa Confederación Brasileña de Fútbol (CBF). Esta –el equivalente a nuestra AFA– ha sido sancionada con el pago de 7.500.000 dólares (el 13 por ciento de una deuda global por impuestos no tributados de sus clubes entre 1993 y 1999, que llega a los 57.000.000).
Por el congreso desfilaron desde Ronaldo a Wanderley Luxemburgo –acusado por su ex secretaria de coimero y evasor– y, en noviembre del 2000, se pidió el levantamiento del secreto bancario para investigar las cuentas de Ricardo Texeira, el presidente de la CBF y de José Hawilla, propietario de la firma Traffic, socia de Torneos y Competencias en lacomercialización de los partidos por las eliminatorias del Mundial 2002. Las pesquisas de los legisladores provocaron un escándalo que hasta puso en duda la continuidad de la empresa Nike como sponsor del seleccionado. La multinacional estadounidense tiene un contrato firmado con la CBF por 400.000.000 de dólares que también está analizando el parlamento.
Además de estas serias dificultades, lo que podría denominarse el “riesgo futbolístico país”, aumentó con los graves incidentes ocurridos en la final de la Copa Joao Havelange que jugaron Vasco da Gama y San Januario. Y ni hablar de los pobres resultados deportivos que cosechó el “time” brasileño cuando lo conducía Luxemburgo. Anduvo a los tumbos en las eliminatorias y no pudo ganar ni una medalla en los Juegos Olímpicos de Sydney, su gran objetivo del 2000.
Este panorama ha contribuido a desalentar nuevas inversiones y a replantear las que ya se han realizado. El caso del Corinthians de San Pablo es elocuente. Hoy, sus directivos ironizan sobre los conocimientos de sus socios, los norteamericanos del grupo Hicks, representado en el país por Pan American Team, subsidiaria de ese fondo de inversión. “¿O que é que americano entende de futebol?”, acostumbran decir y, en parte, razón no les falta. Al equipo le fue muy mal en todos los torneos que encaró durante el año anterior.
También atraviesan zonas de gran turbulencia los emprendimientos de Flamengo y el Gremio con ISL y el Vasco da Gama con el Nations Bank, fusionado después con el Bank of America que ahora controla al club donde juega Romario. A Hicks, con la excepción del Cruzeiro le ha ido mejor con sus inversiones en los medios de comunicación.
Estos experimentos concretados al amparo de la Ley Pelé –que incluso obligaba a los clubes a convertirse en nuevas sociedades– tendrían que ser estudiados con detenimiento por los dirigentes argentinos. Desde Brasil han brindado más de un ejemplo sobre aquello que debe y no debe hacerse. Cuando aquí el Senado es investigado por corrupción, allá los senadores investigan la corrupción del fútbol. Y, mientras en Río de Janeiro o en San Pablo las sociedades futbolísticas comienzan a rediseñarse; en la Argentina hay quienes recién empiezan a enamorarse de aquello que, en nuestro país, llamamos gerenciamiento.

 

 

 

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