A lo largo
de estos años un componente clave de la hegemonía
neoliberal fue su formidable predominio ideológico. Vistos
en perspectiva sus logros en materia económica fueron mezquinos
en comparación a los que el capitalismo obtuviera en su fase
keynesiana de posguerra. Es cierto que potenció a niveles
antes desconocidos las superganancias de los oligopolios y la concentración
de la riqueza y de la renta, pero lo hizo al costo de corroer casi
irreparablemente las bases de sustentación a largo plazo
del sistema. Las expresiones políticas del neoliberalismo
fueron aún más deplorables: sus portavoces constituyen
una tenebrosa galería de salvajes dictadores, de Videla a
Pinochet, pasando por Suharto y otros de su laya; o una tragicómica
constelación de gobernantes entre los cuales sobresalen Menem,
Salinas de Gortari y Fujimori; o verdaderos espertentos como Boris
Yeltsin y su vía mafiosa al capitalismo, la más reciente
contribución a la teoría política de los ideólogos
del neoliberalismo nucleados y financiados por el Banco Mundial
y el Fondo Monetario Internacional.
Sin
embargo, fue en el terreno de la cultura y la ideología donde
el neoliberalismo obtuvo sus mejores y más duraderas victorias:
transformó el sentido común de nuestra época,
modificó significados y cristalizó prejuicios. El
resultado fue la consagración del tristemente célebre
pensamiento único. El formidable aparato propagandístico
de la gran burguesía transnacional unido a la enorme capacidad
de chantaje financiero depositada en manos del BM y el FMI a partir
del endeudamiento masivo de los países del Tercer y Cuarto
Mundo dotó a los lenguaraces del pensamiento único
de un aura de seriedad y razonabilidad que los convirtió
en intérpretes oficiales de los signos de los tiempos. De
este modo, una legión de economistas ortodoxos (consultores,
expertos, funcionarios internacionales, técnicos,
gurúes, académicos y otros charlatanes
por el estilo) se pasó veinte años asegurando que
América latina iba por el buen camino, que los números
de la macro eran robustos, que los mercados apostarían
a nuestro enorme potencial de crecimiento y un sinfín de
tonterías más. La indolencia espiritual de nuestros
grupos dirigentes más la abierta complicidad de otros hicieron
el resto. De ese modo, el Consenso de Washington pasó a ser
aceptado como las nuevas Tablas de la Ley, hundiendo cada vez más
a nuestros países en el atraso y la dependencia. No había
alternativas, y la victoria ideológica del neoliberalismo
producía aberrantes metamorfosis que agudizaban la confusión
y desorientación existentes; así, políticas
reaccionarias de desprotección laboral y ciudadana fueron
conocidas como reformas siendo en realidad feroces contrarreformas;
y los antiguos derechos a la educación, la salud y la vivienda
fueron convertidos en bienes y servicios que, como todos los demás,
debían adquirirse en el mercado.
Este lamentable éxito ideológico del neoliberalismo
nos paralizó durante casi dos décadas. Había,
aquí y allá, expresiones aisladas de protesta, pero
fue recién con la fulminante aparición del Zapatismo
que aquélla habría de adquirir una resonancia universal.
Luego vendría la rebelión de los trabajadores franceses
en el invierno boreal de 1995, la profundización de las luchas
en Argentina, Brasil, Ecuador, Perú, México y, poco
después, los levantamientos populares en Indonesia y Corea
y al malestar que se instala como una muralla frente a la mundialización
neoliberal y que adquiere dimensiones extraordinarias en noviembre
de 1999 en los Estados Unidos. Las crisis y las protestas ya no
sólo conmueven a las provincias exteriores del imperio sino
que adquieren un carácter incontrolable en la Roma de nuestros
días. Cincuenta mil manifestantes pudieron más que
el poder concentrado de todos los oligopolios e impidieron la reunión
de la OMC en Seattle. Incidentes similaresocurrieron luego en Londres,
Washington, Génova, Praga y, la semana pasada en la propia
Davos.
En este contexto, el Forum Social Mundial de Porto Alegre marcó
claramente un punto de inflexión, y esto por varias razones:
a) por su extraordinaria capacidad de convocatoria, que superó
límites que ni siquiera se atrevían a soñar
sus organizadores y que se reveló en el elevadísimo
número de organizaciones que concurrieron, casi mil, en los
veinte mil participantes y asistentes a sus centenares de talleres
y conferencias, en los casi cuatrocientos periodistas extranjeros
acreditados ante el Forum y en los 117 países que enviaron
sus representantes al evento; b) por el impacto mundial que adquirió
y que le permitió prácticamente equiparar la atención
mediática que se concentraba en Davos, algo inimaginable
hasta hace apenas unas pocas semanas atrás; c) por la diversidad
y calidad de las propuestas concretas, viables, posibles,
realistas que fueron planteándose en sus deliberaciones,
algunas de las cuales daremos a conocer en el futuro en esta misma
columna; d) finalmente, por el optimismo que por primera vez en
mucho tiempo compartíamos quienes desde Porto Alegre veíamos
cómo se modificaba radicalmente la correlación de
fuerzas en el plano ideológico y organizativo internacional.
Prueba de esto fue que los arrogantes amos del mundo
no pudieron emplear su arma predilecta: el ninguneo. El clamor de
sus críticos era universal y ya no podía ser ignorado,
descartado como los alaridos irracionales de los quejosos de siempre.
Tuvieron que aceptar ir a un debate televisivo y ser sepultados
bajo un aluvión de cifras, historias y alegatos ante los
cuales los elegantes hombres blancos de traje y corbata retrocedían
titubeantes y sin argumentos, acosados por un variopinto grupo de
mujeres y hombres del Sur que con firmeza y sensatez desnudaban
la imperdonable injusticia e inmoralidad del mundo que habían
construido en su exclusivo beneficio. Puesto a debatir, su arrogancia
se desbarató como un castillo de naipes. No les asistía
la razón sino la fuerza que les otorga su capacidad de chantaje
financiero.
Por todo esto el FSM marca el inicio de una nueva etapa: la iniciativa
está ahora en nuestras manos. El neoliberalismo se encuentra
a la defensiva. Traducir esta espectacular victoria ideológica
en el plano económico y político no será tarea
sencilla, pero nada indica que sea imposible. Los cambios ocurridos
en la última semana autorizan un cauteloso optimismo. El
potencial movilizador y organizativo de Porto Alegre ha dado un
impulso extraordinario a las luchas que, finalmente, se mundializan
en contra de la dictadura mundial de los mercados. Existe, por primera
vez en muchos años, la conciencia de que podremos salir victoriosos
en esta empresa histórica y ésta es una de las condiciones
necesarias de toda lucha. Las próximas batallas ya están
a la vista. Una se librará en Buenos Aires, en abril, cuando
se reúnan los ministros de economía e industria de
los eventuales países signatarios del ALCA, iniciativa ésta
que pretenderá asegurar para el imperialismo norteamericano
la intangibilidad de sus posesiones y prerrogativas en esta parte
del mundo poniendo coto a la derrota que el neoliberalismo está
experimentando en el plano internacional. Diversos paneles del FSM
demostraron con datos irrefutables que si llegara finalmente a constituirse
el ALCA los dos países que saldrían más gravemente
perjudicados serían la Argentina y Brasil. Estamos seguros
que el impulso que las luchas contra la mundialización neoliberal
adquirieron en Porto Alegre se hará sentir en Buenos Aires
y que habremos de evitar tan infausto desenlace.
* Sociólogo
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