Por
Eduardo Fabregat
Desde Córdoba
Hasta
no hace mucho tiempo, Córdoba representaba algo así como
una Segunda Capital del Rock. Los festivales de La Falda primero y el
Chateau Rock después concentraban lo más representativo
de la actividad rockera nacional, pero al mismo tiempo sirvieron como
ejemplo de otro de los elementos del ser rockero: una pasión por
el sectarismo musical que llevó a la intolerancia y de allí
a la inconsciencia, para finalmente desembocar en un certificado de defunción
para todo tipo de reunión multitudinaria que no perteneciera al
folklore. Córdoba, tierra del cuarteto y asentamiento imperial
de un tal Julio Mahárbiz, sufrió menos que el movimiento
capitalino, que necesita de esta clase de eventos para entrar en contacto
con el público del interior sin hundirse económicamente.
Pero el tiempo da revancha y así es como la Docta vivió
este fin de semana un reverdecimiento de sus laureles. Unos laureles,
además, que lucen mejorados: si en el pasado siempre estaba latente
el riesgo de que una mínima chispa encendiera el desastre, en esta
ocasión (por lo menos al cierre de esta edición) todo se
redujo al puro disfrute de lo que pueden ofrecer algunos de los representantes
más saludables que tiene la guardia rockera argenta.
Todo sucedió en dos polos separados por apenas 28 kilómetros,
los que van de Villa Carlos Paz a Cosquín. Y ese todo
no es poco. Los Fabulosos Cadillacs llegaron a Carlos Paz, donde los esperaba
una nueva fecha del ciclo Argentina en Vivo 2, envueltos en esa aura familiar
que los separa de la típica mística de banda on the road.
Claro que la banda de Gabriel Fernández Capello, Flavio Cianciarulo
y compañía ya tiene suficientes años en esa ruta
como para andar rindiendo honores al exceso, pero de todos modos resultaba
disfrutable observar en el hotel a toda la prole Cadillac, músicos,
esposas e hijos en relajado disfrute. Algo de eso se trasluce sobre el
escenario (más allá de los ataques de desgano que suelen
darle a Vicentico en escena), pero ante todo ver a los Cadillacs hoy permite
advertir que, si todos los músicos que trascienden se ven obligados
a crecer en público, en el caso de LFC ese crecimiento es tan notable
que los ubica a años luz de sus comienzos.
Diez
minutos antes de que Pez iniciara la jornada, la imagen del Polideportivo
Municipal de Carlos Paz producía inevitables caras de preocupación
en la organización: no más de quinientas personas se desperdigaban
en el campo. Pero para cuando el grupo de Ariel Minimal atacó el
final de Caballo loco, un adelanto de su cuarto disco, la
sensación era que alguien, en alguna parte, había abierto
una canilla de gente, que seguiría llegando aun hasta en el momento
en que los Cadillacs comenzaban a despedirse con Matador.
Una aclaración necesaria para el grupo del guitarrista Cadillac:
en su licuadora entran Frank Zappa, Carlos Santana, King Crimson, Pescado
Rabioso e Invisible, para conformar una serie de canciones a cual más
sorprendente y un show demoledor. Por eso hubo una cálida ovación
para ellos, una suba de temperatura que se fue caldeando hasta la irrupción
de Flavio en el escenario para la deformada versión de Mañana
en el abasto que últimamente abre casi todos los shows de
los Cadillacs.
A partir de allí se desató la fiesta. El tema de Sumo se
convirtió sin escalas en Carnaval toda la vida, y el
suelo de Carlos Paz comenzó a temblar. Grupo raro, que en su historia
fue derivando de la definición fácil a un presente inclasificable,
hoy los Cadillacs producen una carga de disfrute, precisión y potencia
que el público cordobés supo celebrar por todo lo alto.
Bastó ver a las 15 mil personas que conformaron la cifra final
saltando como un solo bloque en pasajes como Manuel Santillán,
el león, Demasiada presión (canción
que el público había entonado a capella, de comienzo a fin,
en la previa) o El satánico Dr. Cadillac,que Vicentico
apenas cantó, pero encontró su mejor voz en el coro general.
Pero también hubo un aire de concentrada atención en el
bloque cool que abrió con el revisionismo de Una casa con
diez pinos (Manal) y Buenas y malas, de Vox Dei, incluido
como referencia del clip que la misma banda dirigió para el film
de Argentina en Vivo 2.. Y que se coronó con Basta de llamarme
así, en una versión tan emotiva como para necesitar
que Demasiada presión levantara de nuevo a la multitud.
Para cuando los Cadillacs liquidaban la faena con los bises no programados
de Piazzolla y Yo no me sentaría a tu mesa,
Cosquín ya estaba ardiendo. Por una vez, la Plaza Próspero
Molina cambió completamente su fisonomía para darle espacio
al Cosquín Rock, y en el escenario Atahualpa Yupanqui ya no hubo
arengas al espíritu telúrico sino rock crudo y arrasador.
Catupecu Machu pudo aliviar un poco la desilusión sufrida cuando
la lluvia les impidió ser teloneros de Red Hot Chili Peppers en
Vélez, pero fueron las dos últimas bandas las que encendieron
sin remedio a las más de 9 mil personas que atestaron el lugar.
Las Pelotas ganó el escenario con la confianza que dan los años
y demostró su localía, pero no fue su pertenencia a Traslasierra
lo que provocó semejante delirio en la gente, sino un concierto
ajustadísimo y poderoso, con un cierre a todo gas a cargo de El
ojo blindado. Nada menos.
Y si el grupo de los ex Sumo consiguió convertir la plaza en un
aquelarre que rompería los nervios de cualquier folklorista, Los
Piojos le agregaron el elemento de fiesta de las tribus que los caracteriza.
Bastó que sonaran Pistolas y María y José
para que se desatara el ritual de banderas al viento y brazos en lo alto,
y el coro general, bengalas y camisetas revoleadas. Un público
permanentemente en llamas, sobre todo porque Los Piojos ya tienen un buen
acopio de canciones amadas por su gente. Movilizadoras como Ay ay
ay, dulces como Todo pasa, pícaras como Tan
solo o avasalladoras como Maradó, Morella
(nuevamente con Ricardo Mollo a cargo de la guitarra) o la versión
casi punk de Yira yira. Eran las tres de la mañana
y ellos seguían y en la plaza a nadie se le ocurría ni siquiera
mirar la salida, y la luna cordobesa coronaba una celebración rockera
como hacía mucho tiempo no se veía en estas tierras.
Al cierre de esta edición, El Otro Yo y La Bersuit (que esperaba
la presencia de La Mona Jiménez para una participación especial)
recalentaban la tradicional Próspero Molina para un final que prometía
fuegos de toda clase: Divididos, gente de fe acostumbrada a darle rosca
a la gente, el mejor epílogo para el fin de semana en el que la
provincia de Córdoba se animó a abrazar nuevamente al rock.
Y el abrazo, por suerte, promete para el futuro otro romance duradero.
Postales
de la Docta
El público que se acercó al Polideportivo (un lugar
cuyo nombre sugiere una cancha de básquet, pero era en realidad
un hermoso campo con pista de atletismo) era tan variado como puede
esperarse de un evento gratuito. Abundaban los seguidores jóvenes,
sí, pero también las familias completas y las parejas
rockeras iniciando a sus bebés en el camino del rock. La
escena más divertida, sin embargo, se dio con una pareja
que ya superaba los 50 años, y que se detuvo a ver a Pez...
durante escasos dos minutos. Su expresión al buscar la salida
era de puro espanto.
La actitud de los policías
que custodiaban la plaza Próspero Molina resultó el
mejor resumen de la ideología represiva. Con caras que no
ocultaban su asco por el material humano allí presente, los
agentes cordobeses no cacheaban: registraban con su habitual celo
hasta el último bolsillo de los jóvenes, con modales
dignos de la Gestapo.
No fueron pocos los que
en Carlos Paz mataron el tiempo mirando un juguete típico
de estos tiempos: a cuatro metros de altura, por un cable cruzaba
todo el campo, una cámara de TV se desplazaba como un tren
tomando imágenes de la gente. Aquellos responsables de cierto
olor dulzón típico del rock solían celebrar
el paso de la cámara con un entusiasmo algo excesivo.
|
|