Por
Luciano Monteagudo
Desde Berlín
Fue
aquí en la Berlinale, el año pasado, cuando Julianne Moore
llegó al festival para acompañar el lanzamiento de la que
luego sería la película ganadora, Magnolia, que se supo
después de tantas hipótesis y conjeturas que
sería ella la encargada de reemplazar a la irreemplazable Jodie
Foster como la agente especial Clarice Starling, en la esperada secuela
de El silencio de los inocentes. Y exactamente un año después,
aquí en la Berlinale está Hannibal, que de un solo bocado
canibalizó el interés de la prensa, a pesar de que la película
protagonizada por Anthony Hopkins como el feroz doctor Lecter uno
de los monstruos más celebrados que haya dado el cine en las últimas
décadas está fuera de competencia.
Desde que Thomas Harris publicó, tres años atrás,
la continuación de la novela que había dado origen a la
primera película ganadora en 1991 de cinco premios Oscar,
entre ellos al mejor director (Jonathan Demme), mejor actor (Hopkins)
y mejor actriz (Foster), las especulaciones acerca de la nueva adaptación
al cine hicieron correr ríos de tinta. Y casi de sangre. El veterano
productor italiano Dino De Laurentiis pagó 10 millones de dólares
por los derechos, para descubrir que la crítica literaria destrozaba
a dentelladas la novela de Harris; que el director Demme se retiraba del
proyecto al declararse públicamente molesto por la violencia excesiva
de la secuela; y que, peor aún, Foster salía a decir a quien
quisiera escucharla que ella también se hacía a un lado,
porque en Hannibal se traicionaba y bastardeaba a su personaje (se refería
particularmente a la parte final del libro, que ahora ya no es necesariamente
el de la película).
Como si todo eso fuera poco, el guionista original, Ted Tally (también
ganador del Oscar por El silencio de los inocentes) fue reemplazado por
el dramaturgo y cineasta David Mamet, que entregó una adaptación
que no tardó en ser rechazada, por excesivamente violenta, algo
que al parecer asustó a los financistas del proyecto aún
más que los gustos culinarios del propio Hannibal The Cannibal
Lecter. El libro entonces fue a parar a manos de Steven Zaillian (Oscar
por La lista de Schindler) y la dirección al inglés Ridley
Scott, aun antes de que Gladiator se convirtiera en el éxito comercial
que parece haber revivido su carrera, que no había dejado de hundirse
desde que alcanzó la lejana cima de Blade Runner.
Pues bien, aquí está Hannibal y lo menos que puede decirse
es que diez años después de su misteriosa desaparición,
cuando escapó de las garras del FBI mientras ayudaba a la agente
Starling a capturar a otro asesino serial el doctor Lecter sigue
con sus peculiares hábitos gastronómicos intactos, al punto
que ahora es capaz de preparar un delicado platillo de sesos, apenas saltados
en una salsa gourmet y extraídos bien frescos de la cabeza de su
invitado, a quien tiene sentado aún vivo a su lado. Es una
comida como para morirse, comenta con flema británica el
doctor Lecter.
Así es el tono, entre irónico y disparatado, que reina en
Hannibal, como si la única forma de remontar las desproporcionadas
expectativas que había provocado el personaje hubiera sido éste:
el grand guignol llevado al límite del grotesco, la autoparodia
antes de que alguien pudiera acusar al film de humor involuntario. En
esa clara dirección trabajan, al menos, el realizador Scott y su
protagonista Hopkins, que recién hace su entrada triunfal a la
media hora de película, magníficamente instalado en un soberbio
palazzo de Florencia, donde Lecter se dedica a los más altos placeres
de la cultura, rodeado de cuadros y bibliotecas, mientras ejecuta distraídamente
al piano las Variaciones Goldberg, de Bach. Con ese mismo amanerado refinamiento,
Lecter se ocupa de despachar a una de sus primeras víctimas, el
inspector Pazzi (Giancarlo Giannini), un oficial de lapolicía local
que acababa de descubrir su identidad y a quien Hannibal ejecuta de una
manera más bien académica, se diría, mientras se
dedica a citar y analizar un fragmento del infierno del Dante.
Considerando
que la película llega a Buenos Aires en pocos días más,
no conviene quizás adelantar otros detalles, pero basta con saber
que, a diferencia de lo que sucedió con El silencio de los inocentes,
no hay por qué tomarse demasiado en serio a Hannibal, porque ni
siquiera lo hacen sus principales responsables, que ayer pasaron raudos
por una multitudinaria conferencia de prensa en la Berlinale (ver aparte).
Para ellos, sólo se trató de divertirse. Al menos, a eso
se puede dedicar Hopkins, que con los 24 millones de dólares según
informó el inapelable diario británico The Times que
habría cobrado por exhumar al doctor Lecter ahora puede darse los
mismos lujos que su personaje. La paradoja es que Hopkins como aclaró
aquí en Berlín, cuando le preguntaron por el polémico
tema de la vaca loca desde hace años no prueba
ni siquiera un bocado de carne.
Sobre
estrellas y ladrones
La rueda de prensa que más interés ha despertado hasta
ahora ha sido la del escritor John Le Carré. El rey de las
novelas de espionaje acudió a la Berlinale para presentar
una película, The Tailor of Panamá (El sastre de Panamá),
basada en una novela suya. Parece que los países de
Latinoamérica están condenados a vivir siempre intervenciones
de Estados Unidos, dijo, y luego remató con una frase
no más esperanzadora: Me preocupa un mundo dirigido
por (George) Bush, (Vladimir) Putin y (Ariel) Sharon.
Unos ladrones aprovecharon
la gran afluencia de público durante el fin de semana para
llevarse el dinero de la recaudación, sin que nadie se diera
cuenta. Los muchachos no se llevaron gran cosa, tan sólo
500 marcos (unos 250 dólares) y no tocaron los codiciados
boletos por los que los berlineses son capaces de hacer cola durante
horas.
El director Philip Kaufmann
y los artistas Kate Winslet y Geoffrey Rush, quienes llegaron con
40 minutos de retraso a la presentación de su film Quills,
fueron abucheados por el público, que no parece demasiado
tolerante a los plantones de las estrellas.
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Las
ventajas del horror
¿Por
qué nos sentimos fascinados por el horror? No tengo una respuesta
definitiva a esa pregunta, pero desde los tiempos de Shakespeare
Yago, Ricardo III, Macbeth los personajes más
sangrientos son aquellos que más llaman nuestra atención.
Quizás es porque nos atrae la oscuridad de nuestras almas,
quizás porque nos gusta enfrentarnos a nuestras propias pesadillas.
Está en nuestra naturaleza asomarnos al misterio, al abismo,
dijo ayer Anthony Hopkins en la conferencia de prensa de la Berlinale,
de la que estuvo ausente el director Ridley Scott. Casi no tuvo
importancia. El legendario productor Dino De Laurentiis (81 años)
habló por él y dejó bien en claro de quién
es realmente la película. No se puede incluir en un
film de dos horas todo lo que hay en una novela de 600 páginas,
respondió enojado cuando alguien le recriminó la ausencia
de algunas situaciones y personajes. Elegimos aquello que
era mejor para el proyecto y nos concentramos en el personaje de
Hannibal, porque así finalmente se llama la novela,
afirmó el padrone. No tardó en confesar también
que, después del impresionante éxito de boletería
con el que se acaba de estrenar Hannibal en los Estados Unidos (22
millones de dólares entre el viernes y el sábado pasado),
ya están trabajando en una tercera aparición del doctor
Lecter, con el pleno consentimiento de Hopkins, por supuesto. Me
gustaría hacer una más, confesó Sir Anthony.
Y quizás sea muy pronto, el año que viene, probablemente.
Cuando alguien le preguntó si él había tenido
la palabra final en la elección de la actriz que reemplazaría
a Jodie Foster, habló maravillas de Julianne Moore, pero
dejó las cosas en claro. No, de ninguna manera, yo
confío en el productor y en el director. Soy demasiado haragán
para meterme en esas cosas. Yo soy sólo un actor: no hago
mucho salvo aprenderme el guión y después cobrar mi
cheque. Es más fácil para mí y para todos.
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