Por
Patricia Chaina
La
primera semana de abril, cuando Gran Hermano inicie su transmisión
en la pantalla de Telefé, el juego de la simulación volverá
a ser estrella de la televisión. Porque el eje en la propuesta
del ya famoso género del reality game show (juegos televisados
basados en situaciones de la vida real) es el simulacro. Allí los
protagonistas simulan no simular lo que les sucede en sus televisadas
vidas reales. Tal como en Expedición Robinson,
pero esta vez, en lugar del marco paradisíaco de una isla caribeña,
el reducto donde los doce competidores deben aguantarse y sobrevivir es
una casa. La casa de Gran hermano.
Así lo demostró el programa que a modo de presentación
ofreció Telefé. Con la conducción de Horacio Cabak,
el botón de muestra estuvo centrado en un compilado de la versión
española, más una reducida dosis de la versión italiana
y algo de la holandesa. Las dos últimas sólo en referencia
a los romances y al sexo. Porque en Gran hermano hay romance
y hay sexo. Son los condimentos que fortalecen la relación del
programa con los televidentes. El romance, el sexo y las enemistades entre
los participantes durante los 112 días del encierro mediático.
Para la versión Argentina, Telefé está construyendo
una casa en un estudio de Martínez. La dotarán para la ocasión
de 30 cámaras robóticas (no necesitan camarógrafo)
y 60 micrófonos. El registro de todo lo que suceda allí
dentro se verá cada día, en un compilado de media hora en
un horario central que podría ser el de las 20.30. Además,
habrá una edición de dos horas los sábados con las
mejores situaciones de la semana y programas especiales preparados para
los participantes que dejan el juego. Esto sucede cada 15 días
y obedece a una regla básica: entre los competidores se nomina
por voto secreto a dos integrantes del grupo para que sean eliminados.
El público vía teléfono o Internet elige de esos
dos quién se va. Pero también puede ocurrir que alguien
quiera dejar la casa por propia decisión.
Esto se vio en el ciclo español en dos oportunidades: cuando el
voto de los televidentes saca a María José del juego, Jorge,
su enamorado, con el que inició un romance dentro de la casa, no
espera mucho para hacer lo mismo y reunirse con ella, fuera de la casa.
Poco después, cuando el que se tiene que ir es Israel, su novia
y compañera de juego, Silvia, decide irse con él. Luego
se verán tapas de revistas donde se cuenta de la luna de miel de
Silvia e Israel. Porque si algo trae aparejado el reality game show es
el acceso inmediato a la popularidad televisiva. Aunque no garantiza su
continuidad.
Para la versión argentina se han inscripto ya 50.000 personas.
Y el casting se está realizando tanto en Capital como en el interior
del país. De allí saldrán los doce elegidos para
jugar por 100 mil o 250 mil pesos (no está definido), luego de
pasar una temporada aislados del mundo. Porque allí no tienen teléfono,
ni radio, ni TV, ni otra conexión con el mundo exterior que no
sea la austera voz del locutor del programa, que para nuestro Gran
hermano aún no está confirmado.
El conductor o conductora, además de comunicar quiénes son
eliminados, coordinará los juegos con que los participantes amenizan
los días de encierro. Que son más bien tontos. Veamos: quién
abre y cierra más puertas en determinado tiempo, quién logra
hacer hablar a un loro, o quién resiste caminar 1000 kilómetros
dentro de la casa. Estas actividades, sumadas a los quehaceres diarios
(lavar ropa a mano, hacer la comida, cuidar una huerta) son el andamiaje
sobre el que crecen los conflictos de relación entre las personas
que al fin de cuentas se erigen como el soporte de un programa de entretenimientos
pensado como una telenovela de la vida real. Así gustan
llamarlo sus productores. Porque dentro de la casa deGran hermano
todo apunta a transformar esa singular prisión en un lastimoso
conventillo. Por cierto, nada más lejos del espíritu que
inspiró a George Orwell a crear el omnipresente y dictatorial Gran
Hermano de su novela 1984.
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