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La Justicia investiga un complot
narco para matar a un juez federal

Se trata de Jorge Ballestero, que tuvo a su cargo una causa contra una banda narco. Un supuesto arrepentido denunció que fue contratado para aniquilar al juez. Sería una �vendetta�.

El juez federal Carlos Ballestero, en la mira de una banda narco para asesinarlo por encargo.

Por Mariana Carbajal

La cabeza del juez federal Carlos Ballestero tiene precio. Según declaró ante la Justicia un presunto “arrepentido”, fue contratado para matar al magistrado a cambio de “10.000 dólares y un cuadro de Soldi”. El supuesto killer dio “mucha información veraz” sobre la vida del juez, lo que daría credibilidad a su denuncia, de acuerdo con fuentes cercanas al magistrado. Incluso, aseguró que días atrás se le hizo un seguimiento a Ballestero en Punta del Este, donde éste efectivamente veraneó, pero el atentado fracasó. El complot para asesinarlo habría sido orquestado a modo de vendetta por un próspero comerciante de Córdoba detenido en Ezeiza, acusado de integrar una banda de narcotraficantes, que cayó preso por una investigación de Ballestero y está próximo a ser sometido a juicio oral.
El presunto “arrepentido” se presentó días atrás ante el juez de instrucción Nº 8 Ernesto Luciani para pedir un “hábeas corpus” en el que solicitaba garantías, porque –según afirmó– había sido contratado para “robar unos coches con los que se mataría al juez Ballestero” y que para llevar a cabo la tarea tenía “dos ametralladoras y un revólver con silenciador”. El hombre, cuya identidad no trascendió, señaló como contratantes a gente vinculada a Carlos José Quaranta, un próspero comerciante de la localidad cordobesa de Bell Ville, de poco menos de 40 años, acusado de ser el “financista” de una banda dedicada al tráfico de cocaína desde países limítrofes a España, a través de “mulas”.
El arrepentido sería un ex preso que conoció a Quaranta hace algunos meses en el penal federal de Ezeiza. Según precisó, los contratantes le advirtieron que había que “afinar la puntería” porque semanas atrás había fracasado un atentado en Punta del Este, donde Ballestero pasó sus vacaciones. De ser cierta la historia, se trataría de una vendetta, ya que Ballestero dejó de tener injerencia en la causa hace cinco meses, cuando fue elevada a juicio oral al tribunal Nº 5. “Su firma fue la única que lo metió (a Quaranta) en la cárcel”, recordó una fuente cercana a Ballestero. La causa que investiga el presunto complot para matarlo está en manos del juez federal Carlos Liporaci. “Si la operación fue armada por ese personaje, es creíble. Es un tipo capaz de planearla”, evaluó una persona que conoció a Quaranta personalmente durante la investigación de la causa por narcotráfico.
Quaranta cayó preso en 1996 junto con una treintena de personas más, en un operativo que incluyó una serie de allanamientos simultáneos. En una vivienda, se secuestró un cuadro de Soldi perteneciente a Quaranta, que actualmente está en depósito en el Banco Ciudad. Ese día fue detenida en el aeropuerto de Ezeiza una mujer a punto de embarcarse rumbo a Madrid con tres kilos y medio de cocaína de máxima pureza encintada en el cuerpo. Los investigadores calcularon que previamente hubo una docena de envíos más.
Ballestero procesó a Quaranta en setiembre de 1996 y quedó en prisión con otros seis imputados, acusados de delitos no excarcelables. Pero dos años después, todos recuperaron la libertad cuando la Cámara Federal declaró la nulidad de las actuaciones, al cuestionar los fundamentos que dieron pie a las intervenciones telefónicas que incluyó la pesquisa. Esa resolución, sin embargo, fue revocada posteriormente por la Cámara de Casación y Quaranta fue el único de los siete imputados que volvió a caer en prisión.
Curiosamente, fue reapresado en noviembre de 1999 por cometer una infracción de tránsito en Bell Ville. Según pudo saber Página/12, el hombre, muy conocido en esa ciudad, pasó un semáforo en rojo y discutió en duros términos con el policía que le hizo la multa. Enojado por su prepotencia, el agente se comunicó con el Comando Radioeléctrico para verificar el DNI que le mostraba y se enteró de que sobre él pesaba una orden de captura. La sorpresa para la policía local fue mayúscula. “Pero, ¿usted sabe quién es Quaranta?”, preguntó sorprendido el oficial que se comunicó con el juzgado federal de Ballestero, para corroborar laexistencia del pedido de captura. Aunque Quaranta era conocido como un comerciante de muy buen pasar, los investigadores nunca pudieron establecer fehacientemente a qué se dedicaba. El expediente, recordó una persona que participó de la pesquisa, incluye múltiples pruebas que lo comprometen.

 


 

LA CONFABULACION CONTRA BAÑOS, EL OTRO CASO
El preso que salió para asesinar

Por C.R.

Las denuncias sobre confabulaciones contra jueces tienen un antecedente cercano e inquietante: un preso denunció ante el juez Alberto Baños, en abril de 2000, la existencia de un supuesto complot del Servicio Penitenciario Federal (SPF) para terminar con su vida. “Me mandaron a matarlo, pero no soy un asesino”, le dijo a Baños el detenido Alejandro Penczansky, aludiendo a una operación –confirmada por otros presos– cuya presunta finalidad era asesinar al juez y frenar su investigación sobre salidas ilegales de presos desde la ex cárcel de Caseros, causa que reveló otras irregularidades y provocó una purga en el SPF. Baños intensificó la investigación y reforzó la seguridad en su despacho de los Tribunales, pero el presunto complot nunca fue aceptado como cierto por el Gobierno, aunque esto fue dicho sólo en off, y tampoco le dieron demasiado crédito los propios abogados de algunos de los presos denunciantes.
Baños recibió amenazas –le enviaron un pequeño ataúd con una bala adentro– y luego siguieron a la jueza Vilma López, que investigaba el complot contra su colega, el propio Penczansky y otro de los presos denunciantes, Alejandro Hebert Núñez. El juez Baños venía investigando, desde 1998, las salidas ilegales de presos, confirmadas a partir del robo contra el restaurante Dolli, ocurrido el 18 de julio de 1998. A partir de ese caso se comprobó que algunos presos salían de Caseros para robar, según Núñez luego de pagar entre 1000 y 3000 pesos a personal del SPF, que los sacaba y los devolvía a la celda en forma clandestina.
Otros dos presos que sabían del tema –según dijo Núñez en su denuncia– eran Maximiliano Gastón Noguera Brizuela y Miguel Angel Arribas. El primero fue asesinado en prisión y el segundo, en un confuso intento de fuga. Noguera Brizuela fue primero señalado como el ladrón que mató al custodio de Dolli, el agente de la Federal Rubén Juárez, pero después fue procesado por el homicidio de Cristian Franco, alias “Sapo”, agente del SPF e integrante de la misma banda.
De la muerte de Noguera se hizo cargo otro preso, Carlos Sandez Tejeda, quien dijo que actuó instigado por guardias del SPF que temían ser “delatados” por la víctima. El propio Baños denunció el complot en su contra.

 

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