Por Hilda Cabrera
Aunque dice no tener soluciones
para los problemas sociales, el dramaturgo, pedagogo y director español
José Luis Alonso de Santos se interesa igual por ellos. Llegó
a Buenos Aires junto a la Compañía Nacional de Teatro Clásico
de España, que dirige, para presentar su versión y puesta
de La dama duende, de Pedro Calderón de la Barca, en el marco del
IV Programa Iberoamericano de Teatro que se inicia hoy en el Nacional
Cervantes. El mismo eligió esta obra para festejar el año
pasado en su país los 400 años del nacimiento del creador
de La vida es sueño. La dama..., cree, conecta bien con el
espectador actual. Si bien el métier de Alonso de Santos
es el teatro, escribe ocasionalmente guiones para televisión y
cine (en pocos días se iniciará en España el rodaje
de Salvaje, sobre una pieza suya). Integrante en sus inicios de grupos
independientes, como Tábano y Teatro Libre (que condujo hasta 1980),
afirma hoy, en diálogo con Página/12, no creer ya
ingenuamente, como cuando tenía el pelo más negro, que la
solución a los problemas sociales pasa por la revolución.
En esta etapa de su vida, quiere soluciones prácticas y no
grandes frases en las que a veces sólo hay aire.
Entre sus títulos figuran Viva el Duque, nuestro dueño (1975),
El horroroso crimen de Peñaranda del Campo (1978), Del laberinto
al treinta (1980), La estanquera de Vallecas (1981), Trampa para pájaros,
La sombra del Tenorio (de 1995, estrenada en Buenos Aires), Pares y Nones
(1988) y su gran éxito, Bajarse al moro (estrenada en 1985 con
dirección de Gerardo Malla), pieza que pasó al cine e interpretó
Antonio Banderas, convirtiéndose en material de estudio en las
universidades extranjeras (las estadounidenses, entre otras). En opinión
de Alonso de Santos, se la consideró representativa de una
generación y del cambio que hubo después de la muerte de
Franco.
¿Cuál fue ese cambio?
Esta obra nace en un momento de renovación de la sociedad
española, cuando el juego político era más normal,
más democrático: se producía la primera victoria
socialista donde hasta entonces había mandado la derecha. En ese
contexto, Bajarse al moro ha sido señalada como una obra significativa.
Se la ha representado en 50 países, y publicado en todas las lenguas:
chino, japonés...
Francisco Franco murió en 1975 y usted habla de los años
80. ¿Qué pasó en los 90? ¿Se produjeron
otras renovaciones?
Afortunadamente, a partir de aquellos años la sociedad española
ha seguido transformándose y desde hace tiempo es una sociedad
europea normal. Las diferencias con Gran Bretaña, Italia y Francia
son mínimas.
¿Esa es una ventaja?
Creo que, en cierto sentido, sí. En esos países las
clases medias han conseguido un equilibrio más o menos estable,
y eso es importante para desarrollar el juego político e instalar
una democracia fuerte. Esa normalización se consigue con clases
medias sólidas, aunque la sociedad en su conjunto no haya logrado
todavía un bienestar más amplio.
¿Quiere decir que las clases medias siguen siendo protagonistas?
Absolutamente. Esa es la gran diferencia entre los países
europeos consolidados y la mayoría de los estados latinoamericanos.
Las clases medias son el colchón de la sociedad, las normalizadoras.
España logró esa normalización, aunque en otros aspectos
está lejos de haber alcanzado sus mejores propósitos. Todos
sabemos que la propia tierra, el propio país, es el espacio en
el que podemos desarrollar nuestros ideales, pero también el lugar
de las injusticias y la corrupción. De todas formas, digo que se
normalizó, porque cuando uno mira hacia atrás en la historia
de España se echa a temblar.
¿Qué pasa con los inmigrantes en una sociedad normalizada?
Toda sociedad establecida va a tener siempre quién acuda
a ella. Soy de los que opinan que hay que dar paso a los inmigrantes,
pero soy consciente de que esas sociedades temen que la inmigración
borre todas las fronteras y las desequilibren. Mi opinión es que
esas fronteras tienen que abrirse al máximo y que se debe ser generoso
con los países que están atravesando una fuerte crisis.
No adhiero a la Ley de Extranjería que se promulgó en España,
pero comprendo que los responsables políticos se tienen que someter
a reglas superiores, como en estos momentos son para España las
de la Unión Europea.
¿Se plantea qué teatro hacer?
Siempre me he preguntado por qué trabajo en esto y qué
quiero decirle al espectador. Llevo muchos años haciendo teatro,
pero no para otros de mi oficio. No soy tampoco un buscador de fórmulas.
Intento que el ciudadano común que se pasa el día trabajando
disfrute con el teatro. En este sentido me siento cocinero del espíritu.
Me gusta alimentar la fantasía y la sensibilidad del espectador.
Para La dama duende busqué tensar la cuerda que va de la tradición
a la modernidad, acercar parte de la historia de la cultura y sus valores
a los ojos del público.
¿Cuál es la característica básica del
espectador actual?
El espectador de cualquier manifestación artística
es un ser que pertenece a una minoría. No es necesario que sea
un especialista en arte, pero debe hacer un esfuerzo, aunque sea pequeño,
para ingresar a esa otra dimensión que le ofrecen los creadores.
Dentro de las sociedades de hoy, tan masificadas y de tanto maltrato,
es aquél que necesita comunicarse con la fantasía y el pensamiento
de otros, como el que acude al teatro, a un concierto, una exposición
o un espectáculo de danza.
Todos los títulos
La dama duende, de
Calderón de la Barca. Por la Compañía Nacional
de Teatro Clásico. Sala María Guerrero (desde hoy
hasta el 18, a las 20.30).
Ejecutor 14, de Adel
Hakim. Por el Teatro Camino, de Chile. En la Sala Orestes Caviglia
(desde hoy hasta el 25, a las 21).
Ubú en Bolivia.
Adaptación de Ubu Rey, de Alfred Jarry. Por el Teatro de
los Andes, de Bolivia, dirigido por César Brie (estreno:
jueves 22).
Un poeta en Nueva York,
de Federico García Lorca. Por el grupo Producciones Imperdibles,
de Sevilla. Estreno: 1 de marzo.
Beckett. Por el Grupo
Sobrevento, de Brasil. Estreno: 1 de marzo.
Muerte, de María
Morett. Por la compañía Mexihcco Teatro,
de México. Estreno: 8 de marzo.
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