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�Yo busco romper con la propia ley de gravedad�

Carmen Baliero está presentando su primer disco, en el que no se limita al uso de instrumentos convencionales: allí hay sonidos producidos por máquinas de escribir, cortadoras de pelo y jugueras.

Idea: �Hay gente que tiene que llenar estadios y otra que tiene que llenar cuartos. Todo tiene que convivir por una razón de equilibrio ecológico-cultural.�

“Carmen Baliero” se editó en
diciembre, por el sello Circo Beat.

Por Karina Micheletto

Desde hace años, Carmen Baliero está ligada al teatro por su trabajo como compositora en obras de Ricardo Bartís, Cristina Banegas, Daniel Veronesse y Laura Yusem, entre otros directores. Pero además forma parte de un grupo de artistas “inclasificables”, que descree de los rótulos: entre sus obras de música contemporánea figuran composiciones para tres máquinas de escribir o para ocho lectores de diarios de distintos idiomas. Como coordinadora del área de música del C. C. Ricardo Rojas, la compositora, cantante y pianista creó el ciclo “Música en la sala” para artistas poco conocidos. “La única experiencia que puede tener un músico es sonar para otro, ahí es donde la obra cobra otra dimensión”, explica Baliero. “Y la universidad tiene que subvencionar la investigación musical, ofrecer espacios para que esta gente pueda tocar aunque se sepa que el resultado no será exitoso desde el marketing”, define.
En diciembre lanzó su primer disco, editado por Los Años Luz y grabado en el estudio Circo Beat. “Hubo una generosidad increíble de Fito Páez, que me ofreció el estudio sin ninguna presión”, cuenta Baliero. “También fue muy importante el estímulo de Liliana Herrero, Alvaro Rufiner y Carlos Villalba. Yo no estaba muy convencida porque este país es tan poco generoso con lo que no es masivo, que es muy fácil caer en no hacer. Pero ahora que aprendí que es importante grabar por el hecho de grabar, quiero sacar otro CD de boleros, y otro y otro. Me cebé”, bromea. El disco, que lleva su nombre, es una invitación a la escucha poética. Hay algo de declaración de principios en Baliero: nada está dado. Todo puede ser diferente. Así, un violín tocado entre las piernas adquiere el timbre y color de un gallo en “El gallo rojo”, o un contrabajo y una guitarra eléctrica son máquinas industriales en “Monoblocks”. Hoy y el viernes próximo, a las 22, se presenta en el Club del Vino. Allí mostrará la producción del disco y varios boleros, acompañada por un piano de cola, bajo, violines, arcos, cortadoras de pelo, jugueras, alambres y palos, entre otros “instrumentos”.
–¿Cuál es el sentido de incorporar elementos extramusicales?
–La idea es encontrarle el sentido musical a lo que no está construido para tal fin. A veces me da la sensación de que los instrumentos musicales están tan connotados que ya adquieren una función autorreferencial, y pierden su función musical. Vos ponés de cierta manera un saxo, por ejemplo, y tenés asegurado un tipo de clima. Y ahí ya no hay una opinión personal sobre el instrumento. Domina el saxo. Así como el instrumento puede transformarse en un elemento extramusical que se separa de la obra, los objetos pueden servir para acompañar a la música. Claro que esto no es una verdad universal. Cada uno tiene sus obsesiones.
–¿Se siente cómoda dentro de la “música experimental”?
–No creo que la mía sea mucho más experimental que otra, o en todo caso creo que la música, cuando no es funcional, es experimental por definición. El músico busca, hurga, investiga. Y si no, ¿cómo habría que llamar a lo que hacen Leo Maslíah, Juanjo Domínguez, Juan Falú o Dino Saluzzi? Lo que me interesa es lo que me sorprende, y no tiene que ver con el estilo en que está encorsetado por la crítica, sino con el riesgo. Me gusta la gente que no da por hecho que la cosa esté tácita, que no tiene servida la guitarra, el bandoneón o la voz. Cuando compongo no sé con qué me voy a encontrar. Si supiera adónde voy a llegar, no lo haría.
–¿Cuáles son, a su juicio, aquellas cosas que vienen servidas?
–Lo que viene por inercia, aquello a lo cual uno sabe que puede llegar cómodamente, o que le resulta familiar. Son como las frases hechas para un escritor, algunos pasos y giros para un bailarín o ciertas formas de hablar o remates para un actor. Busco romper con esa ley de gravedad propia, intento encontrar una lógica que no sea la que viene dada o tenemos culturalmente asimilada. De lo contrario no estaría eligiendo. Es lo que pasa con las palabras: a veces te encontrás hablando con una cantidad de palabras que van apareciendo, y es como si esas palabras se adueñaran de uno. Entonces parecés ser una persona con una máscara y una voz de otro. Hasta que te adueñás de esas palabras, estás hablando por boca de ganso. Siempre me estoy preguntando cuándo hablo por boca de ganso y cuándo estoy realmente eligiendo.
–¿Le preocupa que no haya mercado para obras como la suya?
–No. Sí me preocupa que no existan espacios para que los músicos toquen. La sociedad se forma por millones de personas que hacen cosas distintas, y así debe ser. Hay gente que tiene que llenar estadios y otra que tiene que llenar cuartos, y todo debe convivir por una razón de equilibrio ecológico-cultural. Si se devasta una parte de la producción cultural, se produce un desequilibrio que a la larga se siente en las generaciones posteriores. En este sentido veo bastante árido el camino. Tiene que haber espacio para gente que no piense sólo en el mercado, que pueda producir sin la presión de los números, o de si va a sonar en la radio. De lo contrario, te transformás en un artista a pedido virtual, porque ni siquiera se sabe bien de quién es el pedido.

 

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