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UN RECUERDO CON HONORES PARA EL DIRECTOR FRITZ LANG
El hombre que filmó el futuro

Las copias restauradas de todos sus films permiten asomarse al genio del alemán: hoy Berlín se ve muy parecida a la de �Metrópolis�.

Lang y Edward G. Robinson en el set de “The Woman in the Window”.
El director es recordado sin simpatía por quienes trabajaron con él.

Por Luciano Monteagudo

De los muchos festivales posibles que caben dentro de la misma Berlinale –la sección oficial, dentro y fuera de competencia; el Forum del Cine Joven; el Kinderfilmfest, dedicado a los chicos– el homenaje a Kirk Douglas ocupó ayer las primeras planas de todos los diarios de la ciudad, después de que el legendario Espartaco recibiera de manos de los organizadores de la muestra un Oso de Oro por su trayectoria. Pero hay otro festival más dentro del festival y es la monumental retrospectiva dedicada a Fritz Lang, un repaso exhaustivo de toda su vida y su obra como jamás se había hecho antes en Europa y que ayer tuvo su punto culminante con la exhibición –acompañada por la Orquesta Sinfónica de la Radio de Berlín– de Metrópolis, en la que puede considerarse su versión definitiva, de dos horas y media de duración.
Sin duda, Lang (1890-1976) fue uno de los mayores creadores de formas de la historia del cine y todo un adelantado a su tiempo. Para probarlo, basta con alzar la vista hacia los refulgentes edificios que hacen de Potsdamer Platz el epítome de la ciudad del futuro, y descubrir que no difieren en mucho de los que el cineasta imaginó en 1926 para Metrópolis, precisamente. Esta nueva Berlín de acero, cristal y neón poco y nada tiene que ver con la vieja capital imperial que conoció Lang cuando llegó de Viena, luego de la Primera Guerra Mundial, pero estaba ya prefigurada en su cine, que abarca dos períodos claramente diferenciados, uno alemán y otro estadounidense, con un breve intervalo en París.
Todo ese largo recorrido está ilustrado minuciosamente aquí en la Berlinale, en primer lugar con la exhibición cada uno de sus films, la mayoría de los cuales fueron restaurados a nuevo para esta retrospectiva, que convocó a archivistas de todo el mundo, responsables de haber salvado de su destrucción al negativo de The big heat (1953), por ejemplo, o de haber recuperado el color original de The return of Frank James (1940). Las sorpresas, sin embargo, pueden venir de los títulos menos conocidos de Lang, como You and me (1938), el mayor fracaso comercial de toda su carrera y hasta hoy un film casi olvidado, pero que se revela como una pieza única, de una rara modernidad, con un planteo brechtiano de la sociedad de consumo norteamericana, evidente desde la satírica canción inicial, la genial “Balada de la caja registradora”, compuesta especialmente para la película por Kurt Weill.
Si la retrospectiva es impactante, no le es menos la exposición que le dedica la flamante Filmhaus de la Cinemateca Alemana, un espacio de puras líneas cromadas en el que el robot original de Metrópolis parece sentirse muy a gusto. Allí hay todo tipo de documentos sobre Lang, desde la utilería de muchos de sus films, como el famoso cuadro de The Woman of the Window (1944), hasta sus papeles personales, como su pasaporte, que viene a desmentir una famosa leyenda lanzada por el propio Lang, en la que él decía haber escapado de la Alemania nazi en marzo de 1933, minutos después de haber mantenido un encuentro con el ministro de propaganda Joseph Goebbels, quien le habría ofrecido la dirección de la cinematografía del Reich. Los sellos del pasaporte indican (según explica a su vez el lujoso libro de 512 páginas publicado especialmente para la retrospectiva) que Lang llegó a París tres meses después, aparentemente sin apuro, lo que echa por tierra el cinematográfico relato de su fuga.
La documentación también prueba que, una vez en el exilio, Lang fue uno de los “prusianos” (como figura en el pasaporte) que más ayudó a sus compatriotas perseguidos a emigrar a los Estados Unidos, a pesar de lo cual nunca nadie tuvo palabras amables para el director, famoso por su tiranía dentro del set. Kurt Weill llegó a decir que sus recuerdos de Lang lo hacían “vomitar”; Brigitte Helm, a quien Lang convirtió en una estrella en Metropolis, solía afirmar que esa experiencia había sido la peor de suvida. Y Marlene Dietrich, que llegó a ser su amante, lo definió con una sola palabra: “sádico”.
Hablando de Marlene: basta con subir un piso dentro la Filmahaus y recorrer otra de sus salas para encontrarse de pronto con una suerte de sancta sanctorum de la diva, un laberinto de vitrinas y espejos en los que se reflejan las imágenes de la Dietrich hasta el infinito, mientras los fetichistas pueden admirar –detrás de vidrios blindados– su equipaje personal, sus cigarreras de plata y el vestuario original de la mayoría de sus películas. Entre los objetos curiosos, figura una carta de un comandante del ejército estadounidense, de la época en que Marlene hacía apariciones personales para animar a las tropas aliadas que combatían contra la Alemania nazi. El texto, muy respetuoso y lleno de admiración, le pide censurar –por presiones de las ligas religiosas– unas pocas líneas de su show, cuando Marlene hacía subir al escenario a un soldado cualquiera, se le acercaba de manera seductora y prometía leerle la mente, para luego decir: “Oh, pensá en otra cosa; no puedo hablar de eso delante de toda esta gente”.

 

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