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ESTRENOS DE LA SEMANA

“NUMERO DE SUERTE”, UN RARO FILM DE NORA EPHRON
Todo sea por el premio mayor

Una negrísima comedia de la habitualmente romántica Nora Ephron abunda en estafas, traiciones y asesinatos llevados a cabo con el viejo e irresistible objetivo de salvarse con la lotería.

John Travolta es uno de los puntos más flojos de una película con aspectos interesantes.

Por Horacio Bernades

Número de suerte no es la clase de película que podía esperarse de Nora Ephron. Hasta ahora, esta neoyorquina cincuentona estaba identificada a fuego con la comedia romántica, a la que había logrado revivir con buenas dosis de ironía posromántica, tanto desde el guión de Cuando Harry conoció a Sally como en Sintonía de amor. Pero lo que al principio parecía fresco, a la altura de Tienes un e-mail ya sonaba a fórmula gastada. Mrs. Ephron debe haberlo percibido, cortando amarras con los buenos sentimientos y las trampas de la nostalgia para probarse en terreno desconocido. Comedia negrísima, en Número de suerte ya nadie piensa en enamorarse, sino sólo en llevarse el premio mayor de la lotería. Aunque para ello deban estafar, traicionar y asesinar.
Con nieve y temperaturas bajo cero, es lógico que en Harrisburg, Pennsylvania, el meteorólogo de la tele sea toda una estrella. Russ Richards (John Travolta) tiene estacionamiento propio y la mejor mesa en el bar de la zona. Cuál no será su sorpresa cuando la señora de la mesa de al lado le tienda una carta. Que resulta no ser de amor, sino un seco y rotundo ultimátum de pago. Popular gracias a sus chistes tontos, sonrisas de plástico y pasos de baile en la tele, Russ hace plata vendiendo motos para la nieve. Pero como este invierno es espantosamente benigno, el bueno de Russ no puede vender una maldita moto y los acreedores lo cercan.
Para salvarse, Russ recurrirá a Gig, dueño de un cabaret nudista con conexiones en el bajo mundo (Tim Roth). Como Russ es amante de Crystal, la chica de la lotería (Lisa Kudrow, la “colgada” Phoebe de la serie “Friends”), Gig le sugiere una sencilla estafa a dúo, para alzarse con el premio mayor. Verdadera serpiente de nieve, Crystal aportará a un primo lelo para completar el plan (el documentalista Michael Moore, notable en su primer aporte cómico). Despechado por Crystal, el gerente de noticias (Ed O’Neill, imborrable protagonista de la serie “Casados con hijos”) no tarda en ponerles el ojo encima. Mientras tanto, a un matón (Michael Rapaport) se le va la mano, la policía mete las narices y ya está todo dado para que Russ resbale y se hunda cada vez más en la nieve. Se sabe que esta clase de historias no terminan bien. O sí, depende cómo se mire.
A años luz de ternuras y enamoramientos tardíos, Ephron se pone aquí a la altura de sus inescrupulosos personajes. Es posible que su falta de familiaridad con el mundo de los malos sentimientos le impida ir hasta el fondo, allí donde todo se pudre. Pero Ephron sabe ser corrosiva y lo confirma al retratar el mundo de la televisión como la mascarada que en verdad es, con sonrisas que caen y metidas de pata en vivo. O en la escena en la que Russ y Crystal alternan amenazas y paladeos, al discutir sobre un crimen mientras saborean deliciosos manjares.
Es verdad que Travolta “tira para atrás” en su caracterización del meteorólogo desesperado. Eterno bonachón, el crapulesco Russ no es un personaje que le siente, y se nota. Pero Lisa Kudrow compensa. La talentosa Phoebe, que no tuvo un papel a su altura en Analízame, entrega aquí una Crystal capaz de sonreír en cámara luego de asesinar a sangrefría a una víctima indefensa. Como toda comedia negra, son claves los numerosos secundarios. El evangelista asmático y masturbador de Michael Moore y el policía sin ganas de trabajar del siempre magnífico Bill Pullman se llevan las palmas, con un Tim Roth inusualmente contenido, dejando atrás los desmadres de la reciente La leyenda de 1900. Se agradece.

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“NO QUIERO VOLVER A CASA”, DEBUT DE ALBERTINA CARRI
El tiro de gracia de un marginal

Por Martín Pérez

Eso es lo que dice el protagonista de la opera prima de Carri poco antes de cometer el crimen que activará el mecanismo narrativo en reversa del film: “No quiero volver a casa”. Y no lo hará, porque no hay regreso. Como dejará bien en claro el recorrido por las historias de las dos familias afectadas por el crimen –la de la víctima y la del asesino–, la “casa” a la que se refiere Rubén (el veinteañero que da forma a su tragedia) ya no existe. Y, una vez que se cincela la imposibilidad del regreso, solo es posible recorrer cada pliegue de la desaparición del hogar.
Filmada en 16 milímetros y en blanco y negro, No quiero volver a casa fue presentada en competencia –junto a Esperando el mesías y 76–89–03– el año pasado en el Festival de Cine Independiente. Y su propuesta no podía ser más diferente que la de sus compatriotas. Nacida a partir de un cortometraje, la opera prima de Carri parte del tiro de gracia que su marginal protagonista le dispara a un industrial secuestrado en un sótano. Y luego se dedica a recorrer el camino familiar que terminó situándolos a ambos en esa escena.
Policial sin suspenso, costumbrismo social sin la tregua del grotesco, el film de Carri no tiene concesiones. Construido casi como una tragedia muda, a partir de diálogos en los que nadie se escucha, monólogos que se repiten y silencios que subrayan lo que no se dice, No quiero... denuncia una realidad ajena a su mundo. Recortándose contra una ciudad que llena el horizonte, el film de Carri desarrolla los entretelones familiares –y sociales– de su muerte anunciada como quien repite por enésima vez su historia ante alguien que no podrá hacer nada por cambiarla.
Pretenciosa y vacía al construir un mecanismo irreversible desde una primera escena que desdeña la narración tradicional, No quiero... es un film sentimental pero sin sentimientos, que navega en un mundo de forzados paralelismos, de tragedias inevitables. Un mundo en el que todos parecen quejarse del lugar que ocupan, pero que jamás intentaron salir de él. Un universo condenado, que tiene el rostro de la ciudad que ocupa el horizonte, en el que los únicos que hacen preguntas que pueden ser escuchadas –pero no respondidas– son los inocentes. Que tarde y temprano deberán enfrentarse –como lo hace el hijo del industrial en el último plano del film– con una urbe que los espera.

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